Así levantamos la ciudad Jardín Lomas del Palomar

Dr. Erich Zeyen

Dr. Erich Zeyen

* Berlín

† Viena

Traducción Adelaida Zeyen – Viena – 1961

Capítulo 1

1933 / Buscando terrenos apropiados

F.I.N.C.A. recién está en sus comienzos, pero hace tiempo que me ocupa la idea de una agrupación de viviendas en forma planificada, como las conocidas en Europa desde hace varias décadas. En la Argentina no existe tal cosa. Rematadores ambiciosos, y a menudo inconscientes, compran algún terreno más o menos grande que luego lo dividen en lotes. Los compradores son atraídos con mucha propaganda y ¡manos a la obra! Hay quienes edifican y hay quienes dejan su terreno abandonado durante varios años. O, quizá, décadas.

Naturalmente, quienes edifican con ese procedimiento lo hacen a su gusto y gana.

Mi sueño era, en el caso de F.I.N.C.A. S.A. (1), romper con tan espantoso sistema y mostrarle al país en qué forma debe hacerse.

Con mi socio, el doctor Germán Wernicke, hacía tiempo que buscábamos un terreno apropiado para nuestros planes. Mi interés se concentró en el norte del Gran Buenos Aires, ya que ésa era una región que todos conocían y a todos interesaba. Desgraciadamente, no encontrábamos nada adecuado. En algunos casos, el terreno era demasiado chico para nuestra idea, y en otros era demasiado caro o los alrededores estaban tan “arruinados”, que no había la menor perspectiva para mi idea.

Primera visita a la futura Ciudad Jardín

Cierta tarde, tomando la acostumbrada taza de té con el doctor Wernicke y don Ramón Palacio, éste nos sugirió no concentrar nuestra atención únicamente en el Norte. El Oeste también era interesante y él conocía allí algo especial.

¡Por Dios! -fue la asustada respuesta del doctor Wernicke-. ¿Qué haremos en el Oeste?

Nadie querrá vivir allí. Ese proyecto jamás podrá ser llevado a cabo…

-Por lo menos, observe lo que le ofrezco -respondió don Ramón, muy seguro de sí mismo. Al día siguiente estábamos los tres en el Plymouth del doctor Wernicke en dirección al

Oeste. Atravesamos la avenida General Paz, todavía en construcción, cruzamos Caseros y de pronto don Ramón le pidió al chofer Petrus que frenara. Miramos y nos asombramos: frente a nosotros estaba, bañada de sol, la futura Ciudad Jardín en Lomas del Palomar.

-¡Hermoso! ¡Maravilloso!-, no pudimos menos que exclamar el doctor Wernicke y yo. Don Ramón constató con orgullo no disimulado nuestra agradable sorpresa.

Seguimos camino y llegamos a la barrera. Su guardiana, la señora de Magri, nos explicó que la misma no se abría más que dos o tres veces al día para dejar pasar el ganado. Luego, la señora nos abrió una tranquera cerrada con candado. Le di la gran propina de un peso y entramos en el terreno del parque “Richmond”, que así se llamaba ese sitio.

Algo así no lo había visto nunca en la Argentina. Me sentía como en un cuento de hadas.

El doctor Wernicke experimentaba exactamente lo mismo. Por doquier se veían avenidas bordeadas de árboles. Atrajo mi atención y admiración la avenida de eucaliptos que atravesaba el terreno en diagonal, y experimenté una sincera admiración por el creador de este paraje, don Leonardo Pereyra Iraola, quien, como nos contó don Ramón Palacio, era el que había ideado el lugar. La denominación Parque “Richmond” tenía al origen en un lugar con similar paisaje, que estaba situado en las cercanías de Londres y al que visité varios años más tarde. Quiero dejar constancia de mi admiración por don Leonardo Pereyra Iraola, uno de los pocos argentinos que se han interesado en la plantación de árboles que tanta falta hacen al país. Se preocupó por inculcar a los argentinos amor a los árboles. Desgraciadamente, el profundo sentido de su intención ha sido asimilado sólo en muy pequeña medida. El pueblo argentino debiera dedicar un digno monumento a don Leonardo Pereyra Iraola. En verdad, lo ha merecido.

Contemplando aquel paraíso, me di cuenta de que era lo que tanto había buscado. Allí, y en ninguna otra parte, debía surgir nuestra futura Ciudad Jardín. Jamás había imaginado que existiera algo tan lindo en el Gran Buenos Aires.

Volvimos por la avenida de los eucaliptus.

-Cuando construyamos la Ciudad Jardín, llamaremos a esta calle “Avenida Germán Wernicke” dije, radiante, a mi viejo amigo.

El doctor Wernicke rió, pero yo me propuse que mantendría esa promesa. Hoy, la avenida Germán Wernicke es el orgullo de la Ciudad Jardín.

Don Ramón Palacio solía acompañarnos por las tardes cuando tomábamos e1 té con el doctor Wernicke. Durante esas tardes el tema era charlar exclusivamente del parque

“Richmond”. Don Ramón era rico en anécdotas y recuerdos juveniles; hay una de sus anécdotas que no puedo dejar de contarla.

Frente a la cotidiana taza de té, buscaban tema en su pasado -y, naturalmente, cada uno trataba de sobrepasar a su interlocutor con pintorescas andanzas donjuanescas-. El escenario de las memorias del doctor Wernicke era generalmente en la Boca, Avellaneda y San Fernando. A don Ramón, al contrario, estos vulgares parajes jamás llamaron su atención. En su juventud, él había recorrido el mundo y conocido Berlín. De allí contaba tal aventura, que a su juicio hubiera hecho palidecer de envidia al propio Casanova.

-Fue en Berlín, a comienzos de siglo, contó-. Cierta mañana, paseando under der linden (2), descubrí dos hermosísimas mujeres, divinas, que me sonreían en forma muy prometedora. Ayudado por mi diccionario, pude iniciar conversación. Los “churros” eran primas hermanas y de familia aristocrática. Una de ellas era berlinesa y su prima estaba de visita. Convidé a las damas a tomar una taza de chocolate en lo de Kranzerl y luego fuimos a Potsdam (Postdam, decía Palacio) a visitar los castillos. Pasé el día entero en tan envidiable compañía y, al caer la tarde, me acompañaron a mi cuarto en el hotel y allí me ofrecieron todo lo que tenían para ofrecerme. Pero apenas llegó la medianoche debieron dejarme, pues en su casa aguardaban la severa mamá y tía.

Cuando escuché su historia por primera vez, al llegar a este punto lo interrumpí:

-¡Pero, señor Palacio, eran dos p..s, dos regias p…s, y nada más! ¿Cuánto le costó todo el asunto?

Completamente fuera de sí, don Ramón exclamó:

-¿Cómo se atreve? ¡Sé distinguir perfectamente p. ..s de jóvenes de sociedad!

Un poco más y aseguraba que eran las hijas del director del Banco Alemán. Creo que lo precedente demuestra cuán poco conocimiento respecto a mujeres “tolerantes”, tenían los argentinos. No cabe la menor duda de que aquellas trotacalles berlinesas eran mucho más “vivas” que mi amigo Palacio. Tal vez, como comparación, don Ramón habría recurrido a ciertas “damas” de San Fernando.

Pocos años después murió Don Ramón. Fue enterrado en el cementerio de la Recoleta y con ese motivo, conté esta historia y mis dudas al respecto a su socio Manfredi.

-Por Dios, pobre Palacio… -contestó mi interlocutor.

Me di cuenta de que, cuando le dije aquello a don Ramón, le robé la mayor ilusión de su vida. Manfredi conocía la aventura con lujo de detalles.

Contrato con los señores Pereyra Iraola y Herrera Vegas

Volvamos a la futura Ciudad Jardín. Ramón Palacio había sido encomendado para conversar con los dueños de los terrenos, Pereyra Iraola y Herrera Vegas, quienes tenían intención de rematarlos. Resultado de estas tratativas fue la firma de un contrato el 13 de septiembre de 1933. Según el mismo los señores, Germán Wernicke y Erich Zeyen obtenían de los miembros de las familias Pereyra Iraola y Herrera Vegas, la opción de declarar dentro de los sesenta días su conformidad de comprar los terrenos del parque “Richmond”, al precio de 2 millones de pesos (en esos años equivalía a medio millón de dólares), que debían ser pagados

600.000 pesos en el acto y 2.400.000 de pesos dentro de cinco años, con un interés del 3% para el primer año, 6% para el segundo y tercero y 8% para el cuarto y quinto.

En busca de financiación

De este modo quedaba todo arreglado. Faltaba sólo la solución de una pequeñez… Y esta pequeñez eran los 2 millones, aunque por el momento bastaban los primeros 600.000. Ni el doctor Wernicke, ni mucho menos yo, ni F.I.N.C.A., disponíamos de tal fortuna. Así, me puse a la búsqueda de capitalistas, en quienes pensaba despertar interés por el proyecto. Los trámites duraron varios meses y el plazo de opción fue prolongado. Llegué a concretar algunas respuestas afirmativas. Con la participación de capitalistas particulares y especialmente del

subgerente del Banco de Boston, Hilary Driscoll, podría disponer de cerca de un millón, que ya era algo.

No piense el lector que el proporcionarme este dinero fue tan simple, como la enumeración precedente. Al contrario, fueron precisas cientos de audiencias enervantes, de las cuales generalmente salía sumido en pesimismo y habiendo perdido la última esperanza.

Cuando oía un “no” de alguien con quien había contado con toda seguridad, la fiel presencia del doctor Wernicke -con sus consejos y sus relaciones en todas estas tramitaciones-, fue sin duda un apoyo insustituible.

También de él podría contar varias simpáticas historias, Me limitaré a una.

El doctor Wernicke era cardíaco y nada escapaba al severo control de su mujer; no debía tomar alcohol y comer sólo carne de pollo para no engordar, etcétera. A pesar de todo, Wernicke vivió feliz muchos años. O quizá, justamente por eso.

Por nada del mundo debía sentarse al volante. Los martes el chofer Petrus tenía franco, y en esos casos yo ocupaba su lugar. Llevaba al doctor Wernicke en mi auto al mediodía a su casa, donde siempre estaba invitado a almorzar. Al doctor Wernicke le encantaba manejar.

Como sabía que en mí podía confiar, sintiéndose inobservado manejaba un pequeño trecho. Esto le causaba un placer infantil, y a mí también. Y, después de todo, nunca pasó nada.

Generalmente, cuando yo descendía del auto para abrir alguna tranquera, Wernicke pasaba a mi lado manejando el auto a toda velocidad. En esos momentos, su rostro irradiaba felicidad.

Se comprenderá que tal audacia solamente era factible en ausencia de Petrus, ya que tremenda desobediencia debía ser transmitida indefectiblemente a la patrona.

Villa Ilusión

La financiación de los terrenos la dábamos por solucionada. Una noche, estábamos cenando en el “Munich”, en el Balneario, en compañía de algunos amigos. La comida en aquel entonces no era mejor que ahora.

Cuando brindábamos por el cercano éxito, sentimos la voz de un canillita voceando:

-¡La Razón con todos los premios…! ¡Se aprobó la Ley de Moratoria!

Esa noticia me hizo atragantar. Había sucedido lo que yo temía desde hacía varias semanas. Salí y le arranqué de la mano un diario al vendedor. Allí estaba, con todas las letras: el Congreso había aprobado la ley de Moratoria para hipotecas. Era una de las leyes más insensatas que jamás haya sido aprobada por el Congreso argentino. Protegía al sinvergüenza y perjudicaba al sincero deudor y pagador. No cabía la menor duda de que mis dadores de dinero se retirarían bajo tales condiciones. No se podía esperar de nadie, medianamente cuerdo, invirtiera su dinero en inmuebles desde que existía tal inseguridad legal de parte del “honorable Congreso”.

Guardando las formas, visité al día siguiente al Sr. Driscoll en el Banco de Boston, quien me recibió diciendo:

-Después de lo que aprobó este así llamado Congreso, mis amigos no intervendrán en ninguna operación inmobiliaria.

No podía menos que dar la razón, tanto a él como a sus amigos. Me despedí con profundo pesar y enorme desilusión.

A los demás financistas no me atreví ni a llamarles por teléfono. Quería evitar a ambos la desagradable situación. La única respuesta posible me era más que conocida: en la oficina, el acariciado proyecto fue a parar al rincón.

Para el doctor Wernicke y para mí pasó a ser “Villa Ilusión”.

Barrio F.I.N.C.A. en Béccar / Cajas de Crédito Recíproco

Mi mujer me sugería volver a empezar, pero yo le decía no y mil veces no. El propósito era irrevocable. No quería vivir nuevamente aquellas desilusiones, ni soñando. Mis recuerdos retrocedieron lentamente por el camino de los nueve años transcurridos: la pequeña F.I.N.C.A. había adquirido importancia, se convirtió en Sociedad Anónima y construyó en el norte de Buenos Aires el aristocrático “Barrio F.I.N.C.A.” en Béccar. Con el correr de los años las palabras F.I.N.C.A. y “Barrio” habían pasado a ser un verdadero concepto. F.I.N.C.A. era la primera firma en la Argentina que, contrariamente a los barrios de rematadores, trataba de construir en forma orgánica y organizada. Tuvo imitadores, cosa común en la Argentina cuando algo tiene éxito. Por desgracia, ninguno de sus imitadores logró una obra similar.

En el transcurso de los últimos años surgió en el país el sistema de Crédito RecÍproco, conocido decenios atrás en Europa. La organización de F.I.N.C.A. para tales fines trabajaba con resultado satisfactorio.

También apareció la categoría de individuos que se apoderó del “negocio”. La Inspección General de Justicia, quien debía vigilar las Sociedades, no estaba en condiciones de frenar la acción de estos elementos perniciosos. Pronto reinó la corrupción y el engaño en forma inimaginable. En mi desesperación, dirigí unos treinta escritos a la Inspección de Justicia, al correspondiente Ministerio y a otras autoridades. De esta manera trataba de salvar un sistema tan útil como provechoso, que hubiera podido dar al país las necesitadas cientos de miles de viviendas, sin que el Estado invirtiera siquiera un peso. Hasta los costos del control eran pagados por las diferentes sociedades a la Inspección de Justicia.

Uno de los focos más dañinos era ARCA Sociedad Anónima, cuyo directorio aparentemente tenía las mejores intenciones, pero sus ejecutivos estaban en manos de uno de los sujetos más indeseables del mundo económico, un tal Udo Meckeler. Su inconsciencia no conocía limites. Aplicaba sus prácticas comerciales en su sociedad y otras también pequeñas. Y estas prácticas eran un insulto a toda decencia comercial.

La Inspección de Justicia no poseía armas para luchar contra este individuo. Mis desesperados escritos sólo lograron respuestas negativas: «No podemos, son más fuertes que nosotros». Más de una noche de insomnio fue el fruto de esta lucha agotadora, en la que no obtuve más que derrotas… Don Udo y los suyos tenían motivos para matarse de risa. Mientras tanto, podían continuar con su acción perturbadora, hasta que por fin intervino la fiscalía del Estado, no por medio de la Inspección de Justicia sino por denuncias particulares. Entonces el Directorio de ARCA no tuvo menos que mandar a pasear a don Udo.

Pero ya era demasiado tarde, aunque sobre las consecuencias de todos estos acontecimientos en el futuro de F.I.N.C.A. hablaremos más adelante.


Capítulo 2

1942 / Sagrados propósitos se derrumban

Mis pensamientos volaban nuevamente hacía Palomar. Aunque trataba de dejarlos de lado, era imposible, El adorado proyecto fluía a mi memoria… «Total», pensé, «preguntar no cuesta nada». Decidí hacer una visita a la firma Casal, Manfredi, Pérego & Cía. Era el 29 de octubre de 1942; el 22 del mismo mes había visto la propaganda. De todos modos debió transcurrir una semana entera para que me decidiera…

Me hago anunciar en la oficina de la calle Bartolomé Mitre. Pido hablar con uno de los señores. Pasan sólo algunos minutos y aparece el Sr. Manfredi, a quien conocía desde años atrás. Al verme, no pudo más que reírse:

-¡Zeyen, ya lo sabía! ¡Tratábamos de adivinar cuándo vendría! Todos estábamos convencidos, cuando pusimos el aviso, que iba a venir. «Si Zeyen vive todavía, aparecerá por aquí…» dijimos. Y aquí está.

La risa y sus palmadas continuaron hasta contagiarme. Manfredi conocía perfectamente mis malogrados esfuerzos de nueve años atrás en pro de la realización del proyecto y sabía cuán enamorado estaba del asunto.

Cuando dejamos las risas de lado, pude preguntarle cómo se imaginaba el remate. Los terrenos se ofrecían, según indicación, en una base de 45,67 centavos por vara cuadrada.

Naturalmente, era baratísimo, pero lo que yo quería saber era el precio que pensaban alcanzar los señores.

-Le voy a decir una cosa- me explicó Manfredi, esto es más o menos un remate judicial, ya los señores Pereyra Iraola y Herrera Vegas necesitan dinero. Deben 20 millones al Banco de la Nación y, como buenos comerciantes, quieren pagar. Si usted, doctor, ofrece un centavo más que la base y no hay otro interesado, los terrenos le pertenecen.

-Muy bien, eso es lo que quería saber- fue mi respuesta.

Y la resolución ya estaba tomada. «Probaremos nuevamente».

Quiero que Herten se interese por el plan

Poseído por aquel heroico propósito, volví a la oficina. Paulatinamente se concretaba en mi mente lo que me había propuesto.

Según prospecto había sido fijada la forma de pago como sigue: 10% de seña en el acto de la compra; 10 % en 60 días y los 80% restantes en 8 cuotas semestrales más el 53% de interés anual.

Yo calculaba que el monto total ascendería a 2 millones y de tal manera también sabía cuánto necesitaba. ¡Caramba!, tiene que ser posible, pero debe ser rápido; el remate iba a ser dentro de 13 días.

El personaje que creía accesible para tal proyecto fue mi amigo Gustavo Herten, presidente de Führmann S.A. Con él ya había llevado a cabo varias transacciones inmobiliarias exitosamente. Sabía de su interés por tales asuntos. Y, además, tenía dinero.

Don Gustavo tenía 73 años, pero contaba con el espíritu emprendedor de un hombre de

30. Había nacido en el año 1869 en el Uruguay, pero, de acuerdo a la situación, era 10 años menor, especialmente en presencia de lindas chicas, por las que jamás dejó de interesarse. Por ese motivo, la fecha de nacimiento “oscilaba” entre 1869 y 1879.

Recuerdo un hecho en el bar Zimmermann (Bomeyer) con motivo de un asado, apenas empezábamos a construir en Palomar. Presentes, entre otros, estaban don Gustavo Herten, el almirante Plate y su hijo, mi viejo y querido amigo doctor Enrique Plate. Durante la comida,

Enrique Plate me sugirió escuchar la conversación de los dos señores quienes se ocupaban del futuro de la Ciudad Jardín:

-Sí, sí -decía don Gustavo-, habría que tener otra vez su edad-. EL almirante Plate tenía en aquel entonces 65 años-. Bien canta Conrad Adenauer: habría que volver a los 70, todo es relativo en esta vida.

Este pequeño episodio sirve para caracterizar a don Gustavo. A él lo llamé por teléfono y le expliqué mi proyecto, pintándolo con los más vivos colores. De entrada, don Gustavo no se mostró nada entusiasmado.

-No se puede hacer todo- me contestó.

Insistí para que por lo menos acordara una visita a los terrenos. Otro hubiera dudado del éxito ante tal réplica, pero yo conocía la curiosidad en asuntos de negocios del anciano caballero. Y, efectivamente, el 3 de noviembre de 1942 recibí su llamado telefónico.

-¿Qué le parece si vamos mañana a Palomar?

-De acuerdo- fue mi respuesta.

Dios nos mandó un día radiante de sol y mi optimismo creció considerablemente. Quien viera el terreno en un día así, no podía decir que no.

Temprano fui a buscar al señor Herten, a su socio Ernesto Lische, a quien ya conocía, y a su secretario Axel Lundborg, a la casa de Herten en la Villa Nueva. Viajamos en mi auto a Palomar. Este Lundborg dará que hablar en lo sucesivo. Tal sujeto era un temible sabelotodo. Y como secretario de su jefe, se adjudicaba el derecho de tratarme como a un jovenzuelo, aunque yo fuera l0 años mayor. Por otra parte, años más tarde se supo que el individuo no se llamaba Lundborg sino Fickenscher. Con motivo de la guerra imperante con Alemania, don Gustavo había adjudicado a sus empleados más importantes apellidos que sonaban a neutralidad, Así Fickenscher se convirtió en Lundborg. Luego de haberse firmado la paz volvió a ser portador del hermoso apellido Fickenscher. Más tarde, en Palomar, le levantamos un monumento.

Pasando de lo superfino a lo esencial, don Gustavo vino, vio y se decidió a participar. A su pedido redacté un exposé que le fue entregado el 4 de noviembre de 1942. A continuación transcribiré algunos pasajes del mismo. Quien conozca Palomar hoy en día, podrá comprobar si mis predicciones fueron o no ciertas.

“[…] Cada conocedor de la materia, que alguna vez haya meditado sobre edificación orgánica en la Argentina, compartirá mi opinión que con este terreno se trataba de algo único. En una palabra, existe la posibilidad de confeccionar y llevar a cabo un Plan de Edificación, como quizá jamás haya sido creado alguno similar en Sudamérica…

Durante los últimos decenios surgió la tendencia, entre los dueños de los terrenos, de dividirlos en tantos lotes como fuera posible para acumular de esta manera tantos inocentes compradores como también fuera posible. Entonces, bajo la carpa se organizaba un remate, en el cual Fulano y Mengano, rico y pobre, adquirían los lotes. Y allí comenzaba la construcción sin la menor uniformidad de estilo. Uno construye un rancho de chapa ondulada, otro un moderno chalet, otro un indescriptible algo que no revocará hasta que sus finanzas lo permitan. Con estos precedentes aparecieron los numerosos y espantosos barrios en las inmediaciones de Buenos Aires. No pasaría algo diferente con Villa Ilusión, si ésta cayera en manos de aquellos especuladores faltos de escrúpulos…

Resumiendo: tengo la firme convicción que, colaborando decididos capitalistas con el trabajo de expertos en la construcción, surgirá algo verdaderamente satisfactorio. Señor Herten, quisiera cerrar este exposé con sus propias palabras, dichas hoy durante nuestra

visita a Palomar: «Aquí existe la posibilidad de crear algo hermoso, algo nunca visto para el pueblo de la Argentina y, además, ganar mucho dinero con ello».

Este exposé fue pasado en limpio por mi mujer, como secretaria. Hoy, teniendo la obra terminada, se lo dicto a mi hija Heidi, de 19 años. No puedo dejar de pensar: «¿Acaso no es lindo?».

Compra de los terrenos

El 8 de noviembre de 1942 tuve una conferencia con Herten en su isla Hiawatta en el río Capitán. El 9 del mismo mes tuvimos una con los señores Herten, Lische, “Lundborg” y “van Houten”, cuyo verdadero nombre era Thomas. De acuerdo con las medidas bélicas de Herten, tomaban parte un uruguayo, un argentino, un sueco, un holandés y un alemán, En realidad éramos todos alemanes. Pero por decisión de Herten, nadie debía saberlo.

El 12 de noviembre de 1942, don Gustavo y yo nos dirigimos al salón de remate en el Banco Popular en Buenos Aires, Con respecto a la financiación, habíamos arreglado que él pagaría la seña y el resto lo conseguiríamos vendiendo casas o lo haría F.I.N.C.A, por sus propios medios. Antes del remate, don Gustavo me entregó $ 250.000 (más o menos 65.000 dólares), que estaban destinados al pago de la seña y comisión.

El rematador, señor Casal, comenzó con sus características palabras de bienvenida. Había 50 o 60 presentes, en su mayoría curiosos. Casal se dirigía directamente a mí,

-Esto sería para F.I.N.C.A., doctor Zeyen. Tendría campo de acción para sus ideas, no pierda la oportunidad, etcétera, etcétera, y todo cuanto de bueno podía ser dicho. Yo estaba sentado al lado del señor Herten, quien admiraba mi aparente tranquilidad, pero mis nervios habían alcanzado el punto de ebullición.

Al concluir su discurso, el rematador pidió ofertas. Los terrenos se remataban en tres fracciones y le tocaba el turno a la primera.

-Ofrezco la base, $ 0,67 -dije.

-Pero, doctor, eso es una broma- fue la respuesta de Casal. Del rincón izquierdo del salón se escuchó:

-$ 0,70 por vara cuadrada.

-$ 0,75 -sigo ofreciendo.

-$ 0,80 -dijo el otro.

Entonces ofrezco sólo 2 centavos más, es decir, $ 0,82, a lo que el rematador replicó que no fuera tan mezquino.

Mi único adversario, un apoderado de la Compañía de Seguros La Sudamérica, quedó en silencio. Por fin el martillo fue golpeado por tercera vez… y la fracción número 1 nos pertenecía.

A continuación se remataba la segunda fracción, que después de corta lucha nos fue adjudicada por $ 0,70 por vara cuadrada. Seguidamente la tercera al precio de $ 0,76 la vara cuadrada. Todos los terrenos, incluyendo la cuarta fracción, que compramos más tarde, nos costaron $ 291.312,80 la primera fracción, $ 276.261,89 la segunda fracción, y $ 299.941,48 la tercera fracción,. Total: $ 867.516,17, que eran aproximadamente U$S 217,000.-

Este monto total en pesos se paga hoy en día, de buena gana, por un lote de 800 metros cuadrados en la avenida Wernicke. Me adelanté y pagué $ 86.751,60, más 2% de comisión, $ 17.350,32. Total: $ 104.101,92.-

Se confeccionó el Boleto de Compraventa a mi nombre. Finalmente comprobé que de los

$ 250.000 previstos en concepto de seña me quedaban $ 145.898,08 en el bolsillo, Don Gustavo los guardó sonriendo. En cifras redondas, habíamos comprado los terrenos a $ 1.115.000, menos de lo pensado. Aquí debe considerarse que en aquella época un millón de pesos eran U$S 250.000. Festejando la jornada tomamos un cafecito en El Paulista a $ 0,15. ¡Eso sí que podíamos gastarlo!

En el curso de las semanas subsiguientes comenzó el juego de intrigas del ya mencionado Fíckenseher-“Lundborg”, lo que duró hasta que Herten y yo nos cansamos y decidimos comenzar la construcción de la Ciudad Jardín sobre otra base.

El lapso entre resolución de comprar y el remate, había sido demasiado corto para precisar detalles referentes al desarrollo del negocio. Herten y yo concretamos un Gentleman- Agreement, según el cual una vez efectuada la compra, dejaríamos constancia de sus condiciones.

Herten sugirió fundar una Sociedad Anónima “Parque Richmond”, de la cual él sería presidente y yo director. Acepté con gusto. Al día siguiente, Herten me comunicó su cambio de opinión. Sería conveniente designar director a una persona “neutral”. F.I.N.C.A, era considerada como antigermana, mientras que su firma Fuhrmann S.A. no quería ser vista como tal. Esta idea según Herten procedía de Fickenscher. Lo cómico era que desde hacía meses, F.I.N.C.A, figuraba en la lista negra de los aliados. Herten, al contrario, había cambiado a su gente sus nombres alemanes como Fickenscher y Thomas en otros “neutrales” como Lundborg o van Houten. Yo no tenía el menor interés en intrigas ni en negocios raros, Consideré el sueño de director de Richmond S.A. como borrado. Esto me fue fácil, ya que poco después fui nombrado presidente de la compañía COA, que dotaba a la Ciudad Jardín de agua corriente y la cual, más tarde, tomaría a su cargo la cloaca central. Si Fickenseher-“Lundborg” embromaba demasiado, ya le iba a cortar el agua.

“Sencillas, pero de mal gusto”

El 2 de diciembre de 1942 visitamos con Herten al Intendente de San Martín, Del Carril, quien enseguida se mostró entusiasmado por la construcción de una Ciudad Jardín en su partido. Pocos días más tarde visitó con nosotros los terrenos; lo acompañó el ingeniero de la Intendencia, Montpelat, quien, con su corto entendimiento, contribuyó a que tuviera que andar más de un año detrás de las autoridades tratando de conseguir la aprobación del plano de la Ciudad Jardín.

Pensábamos construir unas miles de casas baratas para la pequeña clase media. Era aquí donde la necesidad era mayor, y es hoy en día mayor que nunca. La idea era que la planeada Ciudad Jardín llegaría a estar formada por una población heterogénea, en donde alternaba la sencilla casita con la casona majestuosa, no figuró jamás ni en nuestros sueños más audaces.

Debo mencionar al arquitecto Federico Behrendt. Con sus 70 años y su energía de joven trabajó en nuestra obra desde los principios. Behrendt lo había sido en Breslau y traía consigo cierta experiencia en el terreno de la vivienda, y merece especial mención su capacidad de organización. Por desgracia, sus bocetos de vivienda no concordaban de ninguna manera con el gusto de los argentinos. Sus casas eran de simplicidad prusiana, nada sudamericanas. Las malas lenguas las apodaban “sencillas, pero de mal gusto”. Sus jóvenes colegas, los arquitectos Juan Behrendt y Oscar Mongsfeld, eran dueños de mejor gusto, pero no llegaban a imponerse. En discusiones de este género, el viejo Behrendt siempre insistía en tener razón. Por ese motivo

podía suceder que, entre las primeras construcciones, aparecieran verdaderas deformaciones del buen gusto arquitectónico.

Luché en forma desesperada contra su mal gusto, y repetidamente traté de llevar a los tres arquitectos por un mismo camino. Fue imposible. Yo no quería perder a Federico Behrendt como compañero de trabajo, porque había llegado apreciar su talento en varios aspectos. El viejo siempre se mostraba más fuerte que sus jóvenes colegas, pero, cuando después de una acalorada discusión, golpeó tras de sí la puerta de mi despacho, sentí que debíamos separarnos.

Al poco tiempo recibimos su reclamo de indemnización por $ 333.000, aproximadamente U$S 79.000 de aquella época, aunque más tarde le pagamos $ 50.000. Pero me adelanté demasiado con mi relato.

La provisión de agua

Uno de los problemas más importantes que debíamos solucionar era el de la provisión de agua. Instalar una bomba para cada una de las casas hubiera sido una locura. Decidimos proveemos de una instalación central para la provisión de agua. El intento de conseguir agua de la Cía. de Aguas Corrientes San Martín fue en vano. Por lo tanto, en principio nos sirvió un pozo de agua con motor y cañerías hacia cada una de las casas. Esta primitiva instalación se convirtió con el correr de los años en la ejemplar red de agua corriente, que abarca hoy hasta el último rincón de nuestra Ciudad Jardín.

Recuerdo perfectamente la advertencia del gerente de la Cía. de Aguas Corrientes San Martín, quien nos hizo notar que emprendíamos un trabajo muy ingrato y nos daría grandes dolores de cabeza. En aquel momento no imaginaba cuánta razón tenía… Nada es tan propicio a los desvíos demagógicos como la discusión de la tarifa del agua. Más tarde ya me daría cuenta yo mismo.


Capítulo 3

1943 / Comienza la lucha con las autoridades de La Plata

El 18 de febrero de 1943, en la calle Florida, me topé casualmente con mi viejo amigo, el doctor Enrique J. Plate. Así, reanudé las relaciones con quien ya había trabajado varios años atrás. En aquel tiempo necesitaba la ayuda para la Ciudad Jardín, de un consejero jurídico en las cuestiones que surgían a diario con respecto a servicios públicos, como el agua o las cloacas.

Además, debíamos lograr aún la aprobación del Plano General de Urbanización.

Plate, con sus conocimientos y su experiencia era, sin duda, la persona indicada. Con sus pocos años, ya llevaba consigo una considerable carrera al servicio del Estado. Durante los años subsiguientes se iba a retirar repetidas veces de F.I.N.C.A y volver a ella igual de tantas, por lo que no deja de ser interesante dar un vistazo sobre los puestos que ocupó en el transcurso de 25 años.

Vemos que el puesto en F.I.N.C.A. fue el más estable.

La renovación de las relaciones con Plate alcanza especial importancia después del 4 de junio de 1943. A consecuencia de la revolución estallada en aquella fecha fue que, en lugar de tener que tramitar con las autoridades civiles de La Plata, tuvimos que hacerlo con los interventores militares. En tales circunstancias fue valiosísima la ayuda del padre del doctor

Enrique Plate, el almirante Plate, maravillosa persona a quien recuerdo con sincera veneración. Su alto rango militar me abrió las puertas a los diferentes ministerios y otras autoridades. Si en aquel tiempo no hubiera contando con el almirante Plate, creo que la autorización para la edificación de la Ciudad Jardín aún no nos habría sido concedida.

Como hace muchos años que llevo un diario personal, puedo informar hoy con certeza sobre el transcurso de mi vía crucis durante aquellos meses. Casi sin excepción, en compañía del almirante Plate, hice 102 viajes a La Plata y tuve 139 audiencias con 16 gobernadores, ministros y otros altos funcionarios. Durante un año y cinco días estuvimos en movimiento para lograr algo que, según la opinión del gobierno, era un grave problema a cuyo tratamiento debía darse preferencia.

En el fondo no puede serles tomada a mal su actuación a aquellos señores de galones dorados. Más de una vez ponían manos a la obra con la mayor buena voluntad, pero sin el menor conocimiento de la materia. Me escuchaban llenos de interés, se admiraban ante tan maravilloso proyecto y aseguraban que el Estado, por medio de ellos, no podía dejar de apoyarlo. Pero, generalmente, allí acababa todo. Lo demás era puesto en manos de subordinados, quienes permanecían inertes en su burocrática molicie.

Quizá tuve mucha mala suerte. Quizá tuve que tratar con los funcionarios más tontos, cuya dureza de entendimiento era similar a la del granito. Recuerdo a un valioso ejemplar de esa difundida especie: el ministro de gobierno Odriozola. Su otro puesto era capitán. Había sido subalterno del almirante Plate. Este último me contó de tal individuo que, siendo joven oficial y con motivo de una maniobra, había conducido su barco tan “magistralmente”, que en caso de guerra en tiempos del gran Odriozola, la flota argentina habría sido aniquilada totalmente.

Y a este malogrado Nelson tuve que explicarle yo qué era una Ciudad Jardín y por qué queríamos levantarla.

-Maravilloso, maravilloso…- no se cansaba de repetir luego de mi explicación. Siempre dije que había que hacerlo. Hay que edificar ciudades jardines y, además, soy de la opinión de que deben ser reabiertas las casas de juego y los prostíbulos. Todo ello contribuye a la felicidad del pueblo.

El almirante Plate y yo nos miramos. El viejo marino había tomado en serio el asunto de sus prostíbulos y sus casas de juego. Además, afirmó que su iniciativa era casi tan importante como la de construir ciudades jardines.

Los dos corríamos peligro de perdernos en el Plan Odriozola. Yo, no sin trabajo, conseguí llevar el tema nuevamente a lo nuestro. Odriozola, después de darme algunas palmadas en la espalda, me aconsejó:

-Siga así, hijo, todo saldrá bien, esté seguro de mi ayuda, etcétera, bla, bla, bla…-

Pero hacer, el señor ministro no hizo nada. Cierta vez lo convencí de que visitara los terrenos de la futura Ciudad Jardín. Quedamos en que sería el próximo sábado y yo insistí en ir a buscarlo con el auto. Naturalmente, dudaba de que mantuviera su promesa. Por otra parte, temía que viniendo solo se iba a extraviar, indefectiblemente.

-No, no de ninguna manera- dijo.

Vendría solo, por lo que convinimos en encontrarnos el sábado a las 15 horas en Palomar, en el cruce de la barrera. Fui puntual, pero Odriozola no estaba. No sólo no fue puntual. No fue absolutamente nada. Llegaron las 15:30, las 16, las 17 y no aparecía. Me fui triste y con mala una experiencia más, tomé nuevamente la decisión de abandonar.

Al lunes siguiente, naturalmente, había recobrado el ánimo de lucha, y a las 10 de la mañana, el almirante Plate y yo estamos sentados en la sala de espera del señor ministro, para enterarnos del porqué de su ausencia. Entramos. Nos recibió sonriente, informándose sobre

nuestros deseos; al principio, sobre la fracasada visita del sábado no la quisimos mencionar, pero no aguanté más y pregunté respetuosamente si el sábado el señor ministro quizá no encontró el camino.

-¡Ah, cierto!- exclamó el viejo, y dirigiéndose al almirante Plate le contó que justamente en ese día murió una tía.

En el curso de la conversación nos enteramos de que ni siquiera era su tía, sino simplemente una tía, que a muy anciana edad había pasado a la inmortalidad. El almirante y yo pusimos caras tristes. La conversación comenzó a girar sobre la mortalidad en general, y sobre la de las tías viejas en especial. De Palomar, no se oía palabra. Escuché durante algunos minutos, mudo. Junté mis papeles esparcidos sobre el escritorio del ministro, los guardé en el portafolio que apoyé sobre mis rodillas y seguí esperando el fin del cuento de las tías.

Como una criatura empacada, no fui capaz de decir ni una palabra, Pero esto no llamó la atención de los viejos señores en su lamentación universal sobre las tías muertas, La audiencia llega a su fin, agradecimos y nos despedimos. De la Ciudad Jardín no se habló más.

Delante de la puerta, llevado por la rabia, dije:

-Este ministro tiene suerte de que yo no sea el almirante Plate. En tal caso lo hubiera mandado, muy, muy lejos -aquí hice uso del clásico insulto argentino que no puedo transcribir en consideración de alguna lectora-. Pero en su oportunidad lo dije con todas las letras.

Otra audiencia imposible de olvidar es una de las tantas con el gobernador Verdaguer. El general era un escucha muy entusiasmado, pero para la realización de mi idea nunca hizo nada. Cierto día conversábamos delante de la puerta después de una audiencia, donde e1 general gobernador mantuvo un discursito sobre el concepto de patriotismo, la patria y los deberes de cada uno hacia ella. En mi convicción, no tenía necesidad de las enseñanzas del gobernador, pero escuché con paciencia. Me llamó la atención que el general hablaba de sí como “argentino nativo” repetidamente y de mí como “argentino naturalizado”.

Me vino a la memoria que, años atrás, había jurado solemnemente ser un fiel argentino.

En tal oportunidad, el juez federal que presidía la ceremonia aseguró que en adelante compartiríamos con los argentinos nativos no sólo los deberes sino también los derechos. Ya no existía diferencia entre uno y otro. En esto pensaba mientras sonreía, y a guisa de simple comentario al margen, observé:

-Oigo, señor general, que usted subraya la diferencia entre argentino nativo y naturalizado. Permítame la observación de que yo soy argentino con mayor derecho que usted-. El almirante Plate y mi interlocutor me miraron asombrados. Sereno, y con amabilidad compradora, continué: Yo, señor general, soy argentino porque quise serlo. Adopté esta nacionalidad por voluntad propia a los 35 años y en la plenitud de mis facultades mentales.

Usted, al contrario, es argentino porque su madre lo puso por casualidad en una cuna argentina.

El gobernador meditó profundamente, y luego se dirigió al almirante:

-Tiene razón el alemancito. Tiene razón…

Todos reímos y la situación quedó salvada, A la salida, el almirante me dijo:

-Usted es un caso único, pero me hizo gracia ver cómo le paró el carrito al fracasado Démostenes.

Exposición de Palomar en la calle Corrientes

Paralelamente con los trámites en la Plata, corrían naturalmente los planes para levantar la Ciudad Jardín, no dejando de lado la venta de las casas. Con tal fin instalamos una exposición

en la calle Corrientes al 900, en el corazón de la ciudad. Fue inaugurada solemnemente el 30 de abril de 1943, Por medio de planos, cuadros y maquetas mostrábamos cómo habíamos planeado la futura Ciudad Jardín y cómo nos la imaginábamos. La exposición permaneció abierta durante varios meses. El jefe de ventas, don Manuel Pereiro, y su gente atendieron en ese tiempo a varios miles de personas.

-Esta exposición es un exitazo- me comunicaba Pereiro casi a diario. Este genio de vendedor, efectivamente logró vender más de 100 casas en Palomar antes de que ninguna hubiera sido empezada.

La primera venta

Pereiro vendió la primera casa en la Ciudad Jardín al joven matrimonio Giménez, el 11 de mayo de 1943. Corrió a mi despacho, fuera de sí, para comunicármelo, festejando el acontecimiento. Pereiro había tomado una fotografía del matrimonio Giménez sobre el terreno de su futuro hogar. Solos, en medio del campo, rodeados de algunos árboles y más de 100 hectáreas de terreno sin edificar. ¿De qué manera pudo identificar Pereiro la ubicación del terreno? Nunca llegué a comprenderlo.

Pero no vendían terrenos vacíos, sino casas terminadas. Lógicamente, con su terreno correspondiente. Las viviendas eran edificadas en forma orgánica y de acuerdo con perfectos planos urbanísticos. En consecuencia, ninguno podía edificar a piacere, ya que en cada calle iba una categoría determinada de casas. El interesado debía elegir entre ellas. A este sistema debe la Ciudad Jardín su hermosura, única en Sudamérica. No debe pensarse que las casas eran uniformes. De ninguna manera. Poníamos especial interés en que fueran todas distintas, tanto a la vista, como en la distribución de los ambientes. Tratábamos de que en una misma calle hubiera siempre viviendas de igual condición de precio, Queríamos evitar la inmediata vecindad de la mansión lujosa y la casita del empleado. De todas maneras, en la Ciudad Jardín convivían entre sí tanto los simples mortales como los millonarios.

La primera palada

La venta ya estaba en plena marcha, cuando se efectuó la primera palada en Palomar el 15 de junio de 1943. Se trataba de una casa doble en la calle Ceibos, en una de las cuales se aloja hoy la viuda de otro asiduo colaborador, Juan Bleyberg, fallecido en 1957. Bleyberg y su Hildchen, los inseparables, pasaban juntos cada momento libre, así fuera caminando o, más a menudo todavía, con una buena copa en el “Astoria” o en el “Borussia”. Hanimann no le era pesado a Hildchen sólo corporalmente sino también después de haber tomado una copa más de lo necesario. Hildehen soportaba todo con paciencia, Hanimann no hallaba en ella campo de ataque. Nosotros los llamábamos “Philemon y Baucis”, “Pablo y Virginia” o “Germán y Dorotea”. Para sus viajes de inspección por la Ciudad Jardín, Bleyberg utilizaba un jeep amarillo que le quedaba a medida, Como era bastante panzón, protegía su barriga con un delantalcito contra el roce del volante. Parecía un albañil en viaje de propaganda.

Bleyberg ocupó en el transcurso de muchos años varios puestos de importancia en F.I.N.C.A., por ejemplo jefe de ventas, jefe de la Planta Industrial, etcétera.

Como la instalación de agua aún no estaba terminada, se conducía el agua para la construcción desde una bomba cercana que proveía al ganado del vital elemento. Todo esto era

primitivo al extremo, pero funcionaba a la perfección, ya que todos participaban con el mayor entusiasmo.

Los únicos habitantes de la Ciudad Jardín en aquella época eran unas 150 vacas. El campo había sido alquilado al dueño de las mismas, Agusti. Observamos un adelanto considerable desde entonces hasta fines de 1955 (cerca de 12 años): antes eran 150 vacas; en 1955 estaban instalados aproximadamente 20.000 seres humanos.

La primera torre de agua

El 13 de septiembre de 1943 comenzó a funcionar nuestra propia instalación, que inauguré solemnemente. Pero la verdadera inauguración consistió en que el mecánico capataz, un tal Hinze, casi se ahogó. La afluencia de la torre provisoria a la primera calle dotada de agua corriente se daba por medio de un foso de aproximadamente un metro de profundidad. La comunicación entre las cañerías había sido efectuada, la válvula principal fue abierta y con fuerte presión fluyó el agua hacia la nueva cañería. De ese modo, modestamente obteníamos 120 m3 por hora. Repentinamente se torció y retorció un caño en el lugar de la unión. Hinze se largó al foso para arreglarlo con sus propias manos. Pero sucedió lo que temía. Con enorme fuerza, el agua se abalanzó por el angosto foso. Hinze desapareció de la superficie, pero enseguida pudimos extraerlo de su fangoso baño. Era para morirse de risa; sólo Hinze no estaba con ánimo de risa. Insultaba.

Nosotros, los espectadores, organizamos de esta manera la primera risa oficial en la Ciudad Jardín Lomas del Palomar.

La bomba era impulsada por medio de un motor Diesel, comprado de segunda mano. Más tarde nos sirvió también para la provisión de luz. Sobre ese motor y sus mañas tendré mucho que contarles.

El problema de la corriente eléctrica

Habíamos solicitado corriente para la Ciudad Jardín a la Compañía Argentina de Electricidad CADE, pero nos fue negada por falta de material -nos encontrábamos en plena Segunda Guerra Mundial-, ya que CADE no estaba en condiciones de ampliar sus instalaciones.

En mi desesperación visité al presidente de CADE, doctor Carlos Meyer Pellegrini, a quien, como ex socio del doctor Wernicke, conocía muy bien. Me encontraba en compañía del arquitecto Federico Behrendt y debe ser atribuido a la existente psicología de guerra que fuéramos recibidos tan fríamente. Para él, F.I.N.C.A, era una compañía nazi a la cual no debía ayudar. Comprobé que mis explicaciones chocaban contra su irrevocable desinterés

Behrendt participaba, pero se expresaba con dificultad en castellano. No sabía que Meyer Pellegrini dominaba el alemán como el castellano. Traté de dar un giro alemán a la conversación, diciendo en aquel idioma:

-Este proyecto merece el sudor de los nobles. Hubiera sido una excelente oportunidad para Meyer Pellegrini el continuar en alemán, cuando las dificultades de Behrendt deberían haberlo enervado. Yo mismo no me lo podía permitir por cortesía, respetando la costumbre del país.

El presidente de CADE lo dejó a mi colaborador seguir tartamudeando en la lengua de Cervantes. Sí, había que tener gran cuidado con estos alemanes. Behrendt era judío y Meyer Pellegrini medio judío.

Cuando noté que tendríamos que arrancar con las manos vacías, me sumergí en obstinado silencio. Meyer Pellegrini terminó la conversación con estas palabras:

-Entonces, deberían esperar tiempos mejores para levantar la Ciudad Jardín. Pero la última palabra fue mía:

-No, señor, usted se equivoca. La Ciudad Jardín se construirá igual, aunque usted no nos dé corriente. Y de eso puede estar bien seguro.

Se encogió de hombros y la audiencia se dio por terminada, Yo me hallaba frente a un nuevo problema, el problema de la provisión de corriente eléctrica.

Ida y vuelta entre San Martín y La Plata

Mientras que nosotros andábamos tan ocupados en solucionar un problema tras otro, las autoridades correspondientes todavía no se habían decidido a aceptar o no el proyecto.

Todo quedaba estancado en manos de la burocracia, ninguno de aquellos individuos mantenidos a impuestos abandonaba su clásico letargo. Por mi parte explotaba de rabia y nerviosidad.

Los esfuerzos para lograr la aprobación del proyecto pueden ser divididos en dos etapas. Primero, la de la Municipalidad de San Martín y segundo, después del triunfo de la revolución del 4 de junio de 1943, ante las autoridades provinciales en la Plata. Comencemos con San Martín.

Después de incontables conferencias con el intendente Del Carril y su asesor técnico Montpelat, nos habíamos puesto de acuerdo sobre las bases del proyecto, Por fin se encontraron estas bases en poder de las autoridades correspondientes en San Martín el 15 de marzo de 1943. Nuevamente tuvimos innumerables conversaciones con los jefes de sección. El proyecto debía ser presentado al Concejo Deliberante (delirante, lo llamábamos nosotros) en San Martín el 4 de junio de 1943 para su aprobación definitiva. Pero para aquel día memorable nuestros militares tenían otro proyecto. Durante la mañana las tropas ocuparon la casa de gobierno. A la tarde, la revolución había triunfado. Lógicamente, el Concejo Deliberante no tuvo su sesión. Sus miembros se mantuvieron ocultos, tenían cosas más importantes que hacer, en lugar de aprobar el plano para una futura Ciudad Jardín. Naturalmente, la administración nacional quedó sin autoridades y nuestros planes, una vez más, en el aire.

El destituido intendente Del Carril nos había permitido comenzar con la edificación en Palomar, considerando la falta de trabajo imperante en su Partido. Así empezamos a trabajar con ánimo y confianza en Dios, aunque el proyecto aún no había sido aprobado. Estaba preocupado, a la expectativa de las nuevas autoridades; temía que el nuevo intendente nos retirara el permiso de su antecesor, porque prohibir lo que el antecesor permitió y tacharlo de locura es cosa de honor en toda revolución argentina.

El 6 de julio de 1943 fue nombrado el nuevo interventor, Bottino, quien, cosa de no creerse, después de haberme recibido amablemente, accedió a que continuáramos con la construcción. Asimismo prometió ocuparse de la pronta aprobación del proyecto, porque “una obra tan noble merecía el apoyo de las autoridades en todo sentido”. Pero el 20 de julio de 1943 me informó personalmente que él no tenía facultad para aprobar el proyecto; en adelante era asunto de las autoridades provinciales en La Plata.

Aquí comenzó nuestro verdadero vía crucis, que iba a durar hasta el 26 de julio de 1944. Como ya escribí, fueron necesarios 102 viajes a La Plata y 139 audiencias con gobernadores y ministros para lograr en un año y cinco días lo que con la dedicación adecuada y considerando

la urgencia del asunto, no debía tardar más de un mes, Uno de los jefes de la Dirección de Catastro y Geodesia, el ingeniero Churruaril, el 18 de octubre de 1943 me aseguró que el estudio técnico del asunto duraba 10 días. Supongamos que la Municipalidad de San Martín haya necesitado otros tantos días para su estudio pre-revolucionario, serían en total 20 días, los 350 días restantes fueron utilizados para mandar el expediente de un lado a otro, para mayor gloria de una burocracia estéril,

El pueblo clamaba por vivienda y el gobierno subrayaba, en cada una de sus publicaciones, que tal problema debía ser tratado con preferencia. ¡Era de no creerlo!

El expediente desaparecido

Bottino prometió mandar enseguida los expedientes a La Plata para continuar con su tramitación. Entretanto, habíamos conversado con el ministro Odriozola, quien se comprometió a la pronta terminación del asunto. El expediente fue despachado de San Martín a la Plata por Certificado y dirigido al ministro personalmente. Pasaron 8 días, y el almirante Plate y yo lo visitamos a Odriozola para saber sobre el destino de lo nuestro. El expediente no había llegado a La Plata. Nadie sabía nada. Volví a San Martín (85 kilómetros) donde me entregaron el recibo del correo. Con el recibo fui al correo; en el correo me mostraron la firma del empleado en La Plata, de un tal Bocha. Vuelvo a La Plata (otros 85 kilómetros) a lo del ministro. Rocha es llamado al despacho. Sí, se acordaba haber recibido algo así. Puso la carta sobre el escritorio del ministro y de allí desapareció. Revuelven todo. Nada encuentran. Hoy, todavía, estaría dispuesto a regalar una buena suma a los pobres si averiguan quien fue el animal que hizo desaparecer el expediente, Que fue hecho con toda intención, no cabe la menor duda. Quizá un “revolucionario” quiso embromar a otro “revolucionario” y los embromados fuimos nosotros.

Cuando ya toda búsqueda era en vano, volví a Buenos Aires. Trabajando día y noche durante una semana, nuestros arquitectos Federico y Juan Behrendt y Oscar Mongsfeld reconstruyeron la solicitud con todos los planos requeridos, cálculos, etcétera. Esta vez entregué todo personalmente en manos del ministro en La Plata. Por lo menos, el caballero supo decir:

-Tengo que pedirle disculpas en nombre del ministerio.

Bueno, era algo, pero le dije que la mejor disculpa sería llevar el asunto a su definitiva aprobación. Lo prometió solemnemente. Igual pasaron cinco meses hasta que su sucesor -a él se lo tragó la tierra- suscribiera el proyecto.

Entonces nos dedicamos a la transmisión de las calles a la provincia, lo que duró siete meses.

Jardín Zoológico

Las dificultades seguían, pero nosotros seguíamos edificando. Ya nos enorgullecía una hilera de techos rojos, cuando recibí el llamado telefónico de Bottino. Lamentaba comunicarme que la población se hallaba alterada por nuestra construcción sin que los planos hayan sido aprobados. No tenía que presentarle una autorización escrita del ministro para continuar edificando sino había que suspender la construcción. Fui a verlo y traté de hacerle comprender el daño que causaría tan absurda medida. Quedó firme en su decisión, “pues la población…” Yo sabía quien era esta “población”: nadie más que su futuro yerno, peligroso sujeto que ocupaba el puesto de arquitecto en la Municipalidad, a pesar de que le faltaran aprobar los últimos exámenes.

El joven caballero de unos 25 años hacía alardes de su elocuencia, mientras que el tema de conversación cayó sobre el gerente de F.I.N.C.A.. Enrique Lampe. Como Lampe se destacaba por su corpulencia, el joven príncipe lo nombraba únicamente el “gordo’, lo dejé de disculparse, diciendo:

-Lo nombro así porque no me acuerdo de su nombre…

Enseguida repliqué: -No se preocupe por tales pequeñeces. Si usted supiera como lo llamamos nosotros en F.I.N.C.A., no alcanza el Jardín Zoológico entero -le repliqué enseguida.

El hombrecito estuvo a punto de explotar. Al contrario, su futuro suegro me dijo:

-Apacígüese.

Después de esta conferencia viajé una vez más a La Plata, después de haber pasado a buscar al almirante Plate. Se ofreció para llamar inmediatamente a Bottino por teléfono. A la mañana siguiente hablé con el intendente:

-No, la orden no ha llegado -dijo.

Le pedí al almirante Plate que llamara al ministro, lo que también hizo enseguida. El ministro le explicó que conversó con el intendente, quien le dijo que la indignación popular por la edificación anticipada, según lo comunicado por su oficina técnica, no podía ser contenida.

-Y, entonces, no me animé -fue la respuesta del ministro.

No podemos olvidar que como marino ya fue tachado de héroe… Comprobé que el futuro yerno debía estar satisfecho. El Jardín Zoológico había sido vengado.

Me di por vencido. Mandé un mensajero a Palomar con la orden de suspender momentáneamente los trabajos. A la mañana siguiente, el 28 de septiembre de 1943, le hice saber al ministro que ya había suspendido la edificación y que no necesitaba molestarse. A pesar de todo, unas horas más tarde apareció un empleado quien dio orden de dejar de trabajar a los que ya no lo hacían. Tal gloria se la adjudicaba a sí mismo; el caballerito quería su venganza, Y la tuvo.

“Hay que embromarse”, dicen los argentinos en tales oportunidades.

Enrique Lampe

En lo que precede, nombré a mi querido amigo y compañero Enrique Lampe, Ya en aquel tiempo sufría de una terrible enfermedad, lo que no lo hizo desistir ni un momento de marchar fielmente a mi lado en la lucha por Palomar. Alcanzó a tener la alegría de poder comunicarme telefónicamente desde La Plata, el 30 de diciembre de 1943, que el proyecto Palomar había sido suscripto por el gobernador Legón. Para los muchachos de F.I.N.C.A. aquello significaba un feliz fin de año.

El 22 de enero de 1944 vino Lampe por última vez a la oficina.

-No puedo más… -fue su triste despedida.

El 10 de febrero lo enterramos en el Cementerio Alemán. Una casa de departamentos en

F.I.N.C.A. y una calle en Lodelpa que llevan su nombre, harán que siempre sea recordado.


Capítulo 4

1944 / La “interesante” cuestión de las calles…

No debe pensarse que, con la firma del gobernador, todo estaba solucionado y que podíamos dar rienda suelta a nuestras ansias de edificar. Al contrario. Apenas se resolvió esta

formalidad, surgieron nuevas dificultades. Para urbanizar una parte del terreno sobre el cual queríamos comenzar a edificar, debía ser resuelta la cuestión de las calles. Esto quiere decir: transferir la superficie de las mismas a la autoridad correspondiente. De ahí surgió una

“interesantísima” cuestión de competencia entre Provincia y Municipalidad que ni hoy está definitivamente solucionada.

Esencialmente, consistía en lo siguiente: la Municipalidad se adjudicaba el derecho, de acuerdo con los sucesos históricos anteriores, de reclamar que las calles le fueran cedidas. Pero el consejero jurídico del gobierno revolucionario en La Plata reclamaba, apoyándose en la validez de una ley referente a la fundación de nuevos pueblos, la transmisión de las calles al fisco provincial aunque la población se hallara dentro de los límites del Partido de General San Martín. El punto de vista de los jueces provinciales se impuso y el decreto correspondiente fue firmado. Pero cuando los expedientes volvieron a la Municipalidad, ésta declaró que la Ciudad Jardín ya no era asunto de ella.

Simplemente, para la Municipalidad no existíamos.

La competencia habrá sido muy interesante para los juristas, pero para nosotros no lo era.

Mientras tanto no teníamos calles aprobadas, No podíamos entregar los planos. Faltaba la iluminación pública. No se recogía la basura. No teníamos policía. Nuestras calles no se cuidaban ni se limpiaban.

Resumiendo: para las autoridades no éramos nadie; simplemente, no existíamos.

Primera Sección

Las dificultades no atenuaron nuestro afán de construir. Desde que había sido dada la primera palada el 15 de junio de 1943, podía darse por empezada la Primera Sección. Esta Primera Sección está comprendida entre Boulevard General San Martín, Los Geranios y Los Aromos.

La familia Zimmermann se muda a Palomar

El 29 de febrero de 1944, los que entraron a vivir en la primera casa terminada en la calle Jacarandaes fueron Rodolfo Zimmermann con su esposa Lilly, su hija Elena y el arquitecto Juan Behrendt. Si digo terminada, es un poco exagerado, pues el hogar de los Zimmermann dejaba mucho que desear, todavía. Pero como el arquitecto director de obras vivía en la casa, pronto estarla “terminada del todo”… El matrimonio Zimmermann y el arquitecto Behrendt habían habitado una linda casa en el barrio F.I.N.C.A., en Béccar. Un “empujoncito de arriba” los llevó a mudarse a aquella región nada hospitalaria. Rudi mismo me contó cuantas lágrimas costó a Lilly tan indeseada mudanza. Con la instalación de la familia Zimmermann fijamos oficialmente el nacimiento de la Ciudad Jardín.

En el transcurso del año 1944 los siguieron como nuevos habitantes el doctor Brieger, doctor Zeyen, A. Sánchez, F. Lippelt, C. Mones Ruiz, C. Greco, G. Balella, J. Maccarin, S. Roldán, P. van Svygenhoven, M. Dávila, D. Horan, Irene Wolf, A. Puente, M. Granados, Emilia Otero, J. Costamagna, M. Oitana, S. Medina, C. Anorga, J. Fonso, I. Tobar y P. Reggio.

Naturalmente, teníamos que ocuparnos de que estos primeros habitantes no tuvieran que prescindir de todos los adelantos de la ciencia. No había luz, por lo que les regalamos una lámpara patentada a cada uno, la basura la recogía un carro de F.I.N.C.A. y a la policía la reemplazábamos por un sereno armado.

Policía

A nuestro sereno le aconteció poco después un hecho singular. Como ya se sabe, para nosotros no existía la policía, por lo que nos pareció bien dotar a nuestro sereno de una escopeta. Su aspecto imponente debía servir para espantar a visitas indeseadas. Pero pronto pude comprobar que, con nuestro afán, habíamos ido demasiado lejos.

Un día recibimos una citación de la policía, quien tomó posesión de nuestro único “portador de armas”. Su escopeta fue embargada -lo está hoy todavía- por estar prohibido el uso de armas. En adelante, nuestro ángel guardián debía cumplir con sus funciones desarmado. Pero tal oportunidad nos sirvió para tener por lo menos una vez a la policía en la Ciudad Jardín.

Lástima que sólo fue por una hora.

Para solucionar el problema de la policía resolvimos ponerles una casa a disposición, la que las autoridades prometieron pagar más tarde. Por medio de innumerables tratativas logramos que por fin fueran estacionados en la Ciudad Jardín un oficial con cuatro de sus hombres. La comisaría no fue pagada jamás y pertenece hoy todavía a F.I.N.C.A. Si alguna vez uno de nuestros muchachos fuera a parar al calabozo, podría afirmar con toda certeza que iba a estar en su propia casa.

Luz gratis

Como ya se sabe, la CADE nos había negado la corriente eléctrica. Como estábamos en tiempo de guerra era imposible conseguir el material necesario. Entonces compramos un motor Diesel y el 12 de marzo de 1944 brilló por primera vez luz “nuestra” en Palomar. Fue el arquitecto Behrendt quien, jubiloso, me transmitió la noticia telefónicamente. Las casas habitadas eran pocas y no podíamos darnos el lujo de poner tres turnos de trabajo de ocho horas cada uno para la atención de las instalaciones. Limitamos la luz eléctrica desde que oscurecía hasta las 22 horas. Pero entregábamos la luz gratis.

Con el fin de tener un lugar de trabajo me había amueblado una casita en la calle Jacarandaes. A veces también pasaba la noche en Palomar. Una de estas noches jugaba al Skat con 2 amigos cuando relampagueó la luz, lo que significaba que faltaban cinco minutos para las 22 y que, pasados estos cinco minutos, se apagaría. Pasamos un rato agradable y no queríamos interrumpir. Por lo tanto mandé a alguien con espíritu servicial a nuestra usina con la orden de dejar esta noche la luz una hora más y además encenderla mañana entre las 6 y las 7 horas, lo que tampoco era costumbre. Así se hizo. Mi amigo Brieger, que vivía a pocos metros de ahí, a la mañana siguiente, sin saber de la disposición, se afeitó a luz de vela, terminó y automáticamente quiso apagar la luz eléctrica. Y, ¡oh, milagro!, una luz radiante brillaba sobre el rostro recién afeitado. Un poco más tarde lo encontré en la calle y me dijo:

-Cuando esta mañana se prendió la luz, le dije a mi mujer: «Se nota quien está entre nosotros».

Tal pequeñez puede a menudo darle fama de omnipotente a uno.

Mientras que luchábamos por “luz propia”, les profeticé a mis amigos que la CADE nos daría su luz antes del término de tres días cuando la nuestra funcionara. Me equivoqué sólo en 48 horas: el 17 de marzo de 1944 apareció un representante de CADE con la noticia oficial de que de ahora en adelante nos darían luz.

Los problemas de material habían desaparecido repentinamente. Nos ignoraron y nos dejaron sin luz, pero cuando vieron que nos arreglamos solos, recién ahí tuvieron la voluntad de ayudarnos en todo sentido. No podían aceptar la competencia de insignificantes como nosotros, que mostraban al pueblo que la producción de corriente eléctrica ¡era tan fácil! No, a eso sí que no podían arriesgarse…

Tuvimos indescriptibles e innumerables formalidades burocráticas, pero, por fin, recibimos luz. Aquí se podría cambiar fácilmente un viejo proverbio: «Ayúdate a ti mismo y te ayudará CADE».

Personalmente, yo tenía intención de continuar con nuestra luz, pero los demás estaban en contra. Nolens volens, me dejé convencer, porque pensé que si seguíamos con las instalaciones propias, tendría que sobrellevar las preocupaciones y los dolores de cabeza yo solo.

La primera ciudadana nativa

En lo que precede hablé de mi amigo doctor Heinz Brieger. Aquí les contaré que, aparte de sus muchos méritos, le corresponde la gran virtud de ser autor de un acontecimiento de suma importancia para nuestra joven Ciudad Jardín. Fue el padre de la primera ciudadana nativa.

Brieger y su mujer, Rosalía, habían venido a vivir como habitantes Nº 2 a una casita en la calle Ceibos. Era un diseño original de Federico Behrendt que según el decir de las malas lenguas se componía sólo de puertas. Brieger afirmaba que cuando entraba la luz del sol, ellos debían salir. Todos juntos no cabían.

Aquella casa era algo único. Una verdadera obra maestra de su creador, a quien todas las musas parecían haber abandonado.

Rosalía Brieger era una señora joven y muy linda, y cuyo pronunciado talle llenaba de esperanzas a todos de ver pronto aumentada la población en forma natural. Como en aquel tiempo vivíamos lejos de la civilización, no podía pensarse en traer a una partera, y mucho menos a un médico. Yo le había ofrecido a Brieger llevar a su mujer en mi auto a la clínica cuando fuese el momento del parto. Claro, en el caso que yo estuviera ahí, ya que vivía esporádicamente en la Ciudad Jardín.

Brieger comunicó a su mujer mi propuesta y ella le contestó que no haría uso de ella, pues “le daba tanta vergüenza”… «Bueno, esperemos», pensé.

Llegó el 24 de septiembre de 1944, y justo cuando iba a sentarme a la mesa apareció el bueno de Brieger para decirme:

-¡Ya empieza, doctor, recién acaba de reventar la bolsa de agua!

-¿Con mucho ruido? -no pude dejar de preguntar. Después de todo, era la primera vez que esto sucedía en la Ciudad Jardín.

La comida quedó en la mesa, me senté al volante, Brieger a mi lado, y fuimos en dirección a la casa de las puertas, distante a 150 metros de la mía. Allí estaba Rosalía, sumamente nerviosa y ya no se avergonzaba. Ahora el asunto se había puesto serio. A toda velocidad la llevamos a la clínica en la callea Las Heras en Buenos Aires. A la mañana siguiente nos enteramos que durante la noche había llegado Christel.

Solemnemente la nombramos primera ciudadana nativa de la Ciudad Jardín. El 30 de Julio de 1944 había nacido la pequeña Lujan María Figueroa, pero sus padres se mudaron pocos días después de la Ciudad Jardín.

Lista negra

De un acontecimiento agradable a otro menos agradable: el domingo 16 de enero de 1944 leí en el diario que tanto F.I.N.C.A. como sus firmas hermanas CALICANTO y LAMPE & Cia. figuraban en la lista negra de los aliados. El porqué, no lo sé. Mis compañeros de directorio eran todos argentinos nativos. Yo mismo estaba naturalizado hacía años. Ocupábamos gran cantidad de judíos en la compañía, ya que de los cuatro arquitectos en Palomar, dos eran judíos. Pero no valió de nada. Figurábamos en esa lista y debíamos afrontar las consecuencias.

Aparentemente no nos importaba nada, pero fue un gran golpe. Enrique Lampe sufrió más que ninguno. Tenía muchos amigos entre los ingleses. La lista negra le amargó las últimas semanas de vida.

La mayor parte de nuestros proveedores pertenecía a círculos amigos de los aliados. El suministro de materiales nos acarreó graves dificultades. Pero al poco tiempo, por detrás, conseguimos lo necesario, en parte por representantes, en parte por firmas con otra de nominación. Estas compañías no tenían un papel de importancia en el comercio y podían permitirse romper con las reglas de la sagrada lista.

El primer día después de la publicación apareció el representante del The First National Bank of Boston para comunicarnos el cierre de nuestra cuenta. A continuación, los diarios se negaron a aceptar nuestros avisos, y aquello fue lo peor.

Poco a poco se tranquilizaron. Pasó aproximadamente un mes y los diarios aceptaron nuevamente los avisos de F.I.N.C.A. Después de todo, el negocio era más importante que la sagrada lista. Nuestro nombre adornó aquella lista famosa hasta el 5 de diciembre de 1945. Entonces nos tacharon, junto con otras compañías, sin que hubiéramos hecho un paso para lograrlo. Debe saberse que en aquellos años de guerra la lista legra fue un peligroso instrumento de boicot por parte de los aliados. Quien mantuviera la más insignificante relación comercial con alguna de las firmas o personas que figuraban en ella, era inscripto inmediatamente en ella. Allí estaban todos lo que “arriba” no eran considerados amigos de los aliados. Los que pertenecían a Estados aliados eran castigados con severas multas en su propio país si mantenían alguna relación con firmas señaladas en la lista.

Concluyendo: en aquel momento era peligroso ser nuestro amigo, aunque la Ciudad Jardín marchaba adelante a pasos agigantados.

Las autoridades suspenden la construcción de las calles

Todavía tengo que escribir algo sobre las calles en Palomar… Es demasiado tragicómico, pero quizá sirva para demostrar a qué extremos es capaz de llevar, en ciertos casos, la triste actuación de la burocracia. Ya conté que la Municipalidad y la Provincia se disputaban la posesión de nuestras calles. Nadie cedía, pero nadie se ocupaba de ellas. Pedimos a la Provincia y pedimos a la Municipalidad que nos hicieran las calles. Ambas se negaban a hacerlo hasta que la cuestión de la posesión estuviera aclarada. Al fin, me cansé. Dí la indicación de construir las calles por nuestra cuenta. Los nuevos habitantes debían tener posibilidad de acceso a sus viviendas. Recién aquí se vio a lo que puede llevar la burocracia. Casi simultáneamente, nos comunicaron las dos autoridades que había que suspender los trabajos. Repliqué que cedería únicamente por la fuerza y pude hacer paralizar los trabajos por la policía ante los ojos de la población. Inmediatamente aparecieron los enviados de Provincia y Municipalidad uno tras otro. Y suspendieron los trabajos. Esperé hasta que el último burócrata hubo doblado la esquina. Para regocijo de todos, impartí la orden de continuar. Así lo seguimos haciendo hasta

el día de hoy. No nos molestaron más. Quizá caímos en el olvido, quizá se avergonzaron. Claro, lo poco que las autoridades pueden avergonzarse.

¿Quién puede introducirse en la mente de aquellos cazadores de leyes?

Arquitecto Waldner

El 12 de junio de 1944, el arquitecto Waldner inició su importante actuación en la dirección de obras en Palomar. Durante varios años trabajé con gusto a su lado. Hasta que más tarde nos dejó por su propia voluntad por diferencias con su colega, el arquitecto Federico Behrendt.

Waldner era un auténtico austriaco, Su gracia natural nos proporcionó gratos momentos de risa, haciéndonos deslizar las lágrimas por las mejillas. Cuando fue habitada la calle Aromos, en la Primera Sección, entre las numerosas beldades femeninas atrajo la especial atención de Waldner una tal señora S. Verdaderamente, era de un aspecto exultante cuando la misma se dirigía a hacer su primer paseo por el jardín, a la mañana. Llevaba zapatillas de abrigo y, por lo menos, una media se arrollaba a modo de acordeón. Su “negligé” estaba tachonado de remiendos y necesitaba urgentemente ponerle otros más. El cabello al viento flameaba en pintorescos mechones y su silueta era la de una escopeta. Cierta mañana, Waldner contemplaba meditabundo aquel malogro de la naturaleza.

-¿Le gusta? -le pregunté.

-Y…, realmente es un churro… -fue su respuesta.

CADE no puede pagar

El incumplimiento de CADE nos sigue sirviendo de tema. Aquí se trata de la indemnización que proyectaban pagarnos por nuestras instalaciones eléctricas que podían utilizar para las propias. Eran en su mayoría postes y cables conductores. Conversé con el ingeniero Bengolea, correcta y accesible persona, representante de CADE. Pero, nolens volens seguía las directivas de sus superiores y me hizo esperar tres meses. CADE ya había instalado sus líneas. Nuestro establecimiento ya estaba fuera de funcionamiento. En tal momento me comunicó que les era imposible pagar, ya que nuestro material les era completamente inservible.

Que esto último no era verdad, lo podía palpar un ciego con su bastón. Pero, ¿qué le iba a hacer? No hubiera sido digno de ser oído en un internado de señoritas lo que le dije a Bengolea refiriéndome al comportamiento de su compañía… Ya, después de todo, me alegraba la idea de verme liberado del problema de la provisión de luz, y me callé la boca. Por supuesto, me callé después de haberme desahogado lo suficiente ante el inmutable Bengolea.

La nueva torre de agua

El 11 de agosto de 1944 anexamos la red a la nueva torre de agua de hormigón armado y después de un intento fracasado fluyó, a las 11 horas 32 minutos, la primera agua hacia la red. Radiantes de alegría, los casualmente presentes jefes de F.I.N.C.A. contemplaron este hecho. Y como también el problema de la luz estaba solucionado, comprobamos satisfechos que habíamos adelantado un buen trecho. Es aquel momento poseíamos una torre y una perforación,

de la cual extraíamos el imprescindible liquido. Más tarde, la altura de la torre fue elevada considerablemente y se le anexaron tres perforaciones.

El centésimo boleto de compraventa

El 16 de octubre de 1944 se firmó el boleto de compraventa por la casa número cien en Palomar. El 26 de julio de 1944 las calles de la primera sección habían sido cedidas a la Provincia, es decir, recién existían legalmente desde hacía dos meses y medio. A pesar de esto, ya se habían vendido cien casas. Nuevamente debo referirme al éxito de quien era jefe de ventas, don Manuel Pereiro. ¡Fue él y su gente quienes lograron alcanzar tal cifra en tan poco tiempo! Y el éxito le fue fiel hasta la muerte.

La Inspección General de Justicia

Repetidamente hice mención de autoridades que estaban en pro o en contra de nuestro proyecto. Entre ellas no puede olvidarse a la Inspección General de Justicia. En un principio sus ideas eran de sentido contrario a las nuestras, pero más tarde las mismas se volcaron en pro de nuestro proyecto. Y la Inspección General de Justicia llegó a convertirse en nuestra protectora y amiga. El director de la sección que nos correspondía, doctor Alberto Guerizoli, y sus más cercanos colaboradores, el doctor Adolfo Pardo y Nicolás Perriello en un principio no estuvieron en nada de acuerdo con lo nuestro. Observaban críticamente que una firma como F.I.N.C.A., administradora de dinero ajeno como Caja de Crédito Recíproco, se dedicara exclusivamente a un proyecto exponiéndose de tal manera a un gran riesgo. Y la Inspección General de Justicia se olvidaba que en nuestro caso no se trataba de un riesgo sino de la edificación de toda una ciudad. Había que hacérselos comprender, pero la respuesta a flor de labios era:

-Eso no es posible -decían, y las dificultades se nos acumulaban en el camino.

Por medio de numerosos escritos intenté explicar mis ideas y conceptos a la Inspección General de Justicia, Por medio de escritos que hoy recordamos con una sonrisa en amables reuniones. En aquel momento todo era en vano: no veían y no querían ver.

Llegué a la conclusión de que únicamente una visita a Palomar cambiaría la errada suposición de los señores. Insistí durante meses. Varios fueron los sí y los no. Por fin, el 10 de noviembre de 1944 conté con la respuesta afirmativa de los doctores Guerizoli y Pardo. Ambos acordaron una visita a la Ciudad Jardín al día siguiente.

Puntualmente, fui a buscar al doctor Pardo a su casa; lo iba a acompañar su hijo Adolfito.

Quedamos en encontrarnos con el doctor Guerizoli en una determinada esquina. Esperamos media hora, luego una hora, y el doctor Guerizoli no aparecía.

Llamamos por teléfono a su casa, pero nadie contestaba. Luego nos confesó el doctor Guerizoli que había vuelto a dormirse, dado el poco entusiasmo existente por mi suplicada visita. Pardo y yo sonreímos desilusionados y viajamos solos a Palomar, Allí le mostré todo a Pardo, quien, lleno de entusiasmo, no pudo menos que decir una y otra vez:

-Esto tiene que verlo Guerizoli.

A la mañana siguiente, domingo 12 de noviembre de 1944, lo llamé a Guerizoli por teléfono a su casa. Aparentemente, estaba en la cama, ¡pero esta vez sí que lo haría levantar! En todas las formas posibles le pedí hacer hoy la visita prometida. Me dio mil y una excusas; no

había caso. Toqué su amor propio diciéndole que por favor no me dejara plantado como ayer, y por fin aceptó. Nos encontramos a las 11.30 en el café Apolo en la calle Cabildo.

Llegamos a Palomar y vi que sus ojos no le alcanzan para mirar. Caminando, cruzamos el parque en todas direcciones, y Guerizoli afirmaba repetidas veces:

-Y, creo que esto es un acierto.

Su sincera convicción era que aquello llegaría a ser una gran obra.

-Alcanzarlo es nuestra firme decisión, doctor -fue mi respuesta. Agregué-: Si su establecimiento nos hubiera dejado un poco tranquilos, habríamos adelantado un gran paso.

El doctor Guerizoli me prometió que en el futuro podría contar con la protección de la Inspección General de Justicia, promesa que mantuvo fielmente. Él y sus colaboradores nos ayudaron siempre dentro del marco de lo posible.

Amablemente, les ofrecimos un banquete que llegó a ser tradicional. Cada fin de año nos visitaban Guerizoli y su gente -incluso los que ya no formaban parte de la Inspección de Justicia- para un asado de camaradería en Palomar, donde se recuerda y se admira el progreso de la Ciudad Jardín. Estos encuentros han sido año tras año desde 1944, ininterrumpidamente.

Guía de habitantes

A partir del año 1944 editamos anualmente una Guía de Habitantes, Allí se encuentran, además de los domicilios, muchas estadísticas interesantes. La historia de este libro se extendió a lo largo de 12 años. En aquel lapso la población había aumentado, de los 162 habitantes en 1944 a 12.601 en 1955. A principios de 1956 ya eran 15.331. Linda cantidad, si pensamos que sobre los mismos terrenos, doce años atrás, sólo vivían 120 vacas.

En los primeros doce años nacieron 801 niños. De ellos 392 varones y 409 niñas.

La Guía de Habitantes contenía también un artículo de fondo que trataba sobre el desarrollo de la Ciudad Jardín durante el último año, una enumeración de los hechos de mayor importancia, nombre de los habitantes por orden alfabético y los mismos nombres ordenados por calles, direcciones de médicos, enfermeros, parteras, etcétera. No faltaban las direcciones para casos urgentes, por ejemplo, policía, bomberos u hospitales, comunicaciones para llegar a la Ciudad Jardín, los habitantes ordenados por profesión y ramo comercial, una lista de las firmas que trabajaban en la construcción de la Ciudad Jardín. Finalmente, se encontraba un plano detallado.

El costo de esta Guía de Habitantes era muy elevado. Sin embargo la entregábamos casi gratis. Apareció hasta el año 1955, inclusive. Entonces creímos que la AFALP, como representante de los intereses populares, estarla en condiciones y tendría voluntad de editar la guía por su cuenta. Pero nos equivocamos, los sucesivos presidentes y directores de AFALP estuvieron demasiado ocupados en otros asuntos, por ejemplos pelear contra el grupo

F.I.N.C.A. y exigir lo imposible. Entonces, no sobró tiempo para obra provechosa y productiva.

¡Pero pelear era mucho más fácil y más cómodo!

El año 1944

Durante el año 1944 edificamos 36 casas que albergaban a 162 habitantes. Además, tuvimos policía. Comenzó a funcionar la luz de CADE y llegó al mundo la primera ciudadana nativa de la Ciudad Jardín. Edificamos a lo largo de las calles de la primera sección e inauguramos la nueva torre de agua de hormigón armado.

A partir de este año editamos una Guía de Habitantes y se firmó el centésimo Boleto de compraventa. No debe olvidarse que fue en 1944 que logramos entablar buenas relaciones con la Inspección General de Justicia.


Capítulo 5

1945 / Asociación de Fomento Amigos de la Ciudad Jardín Lomas del Palomar

El 12 de enero de 1945 y por iniciativa del doctor Brieger se fundó la AFALP en la Plaza de los Aviadores. Lleno de entusiasmo, me hice socio. La Asociación tendría como fin el fomento de todas las mejoras en la Ciudad Jardín y, además, ocuparse de sus intereses culturales.

Si en aquel tiempo el bueno de Brieger y yo hubiéramos sospechado cuántos disgustos íbamos a tener en los años siguientes con todos y cada uno de los miembros directores de AFALP, entonces nos hubiéramos mantenido a buena distancia.

Bajo el primer presidente Don Pedro Reggio, todo marchó más o menos. Los señores de AFALP todavía eran de la opinión de que únicamente en buenas relaciones con F.I.N.C.A, podrían lograr algo provechoso para su club. Más tarde cambió radicalmente. AFALP veía como su deber más importante atacar a F,I.N.C.A. con exigencias cada vez mayores. Por fin me cansé y rompimos las relaciones con aquella gente. Más tarde volveremos sobre el asunto.

Décimo cumpleaños de F.I.N.C.A.

El 8 de febrero de 1945 F.I.N.C.A, festejaba su décimo cumpleaños, En horas de la mañana se efectuó un homenaje frente a la tumba del fallecido doctor Germán Wernicke, primer presidente de F.I.N.C.A. Algunos días más tarde festejamos el acontecimiento en el Jousten Hotel con una cena en la que participaron todos los colaboradores y amigos. El verdadero espíritu de F.I.N.C.A., como lo llamábamos, salió a relucir en tal oportunidad. El tema era Ciudad Jardín Lomas del Palomar. A su alrededor giraba todo. Por ejemplo, podía ser que una conversación comenzara con la inmortalidad de las mariposas, pero indefectiblemente terminaba en la Ciudad Jardín, Y así estaban todos, con alma y corazón en el asunto, Y así se pudo construir la Ciudad Jardín.

Escasez de cemento para la construcción de calles

En aquella época, a diario tenía mis buenos disgustos por la creciente escasez de cemento. Llegó a tal punto que, efectivamente, debíamos rogar por cada veinte bolsas. Este también fue el motivo por el cual no pudimos pensar en hacer calles de cemento en la parte “vieja”. Para ello, hubieran sido necesarias varios miles de bolsas de cemento. Y nos alegrábamos si conseguíamos algunos cientos para poder seguir con las casas en construcción.

Las circunstancias de no haber podido hacer calles de cemento, llegó a acarrearnos grandes dificultades. Las calles de mejorado, que estuvimos obligados a hacer, no resistieron al tránsito que aumentaba día a día. Tratábamos de remediar su triste estado por medio de continuas reparaciones. Más tarde, los habitantes vieron el cuidado de las calles por F.I.N.C.A,

como obligatorio. Hasta que los hice cambiar de idea y las calles quedaron libradas a su destino. Pasaron pocos años y el aspecto fue espantoso. Hasta que los habitantes se convencieron de que con F.I.N.C.A. no había nada que hacer y se unieron para reconstruir las callas de mejorado por su propia cuenta. Las calles de la parte norte de la Ciudad Jardín, es decir, desde Boulevard F.I.N.C.A, en dirección norte como también las de Lodelpa, fueron hechas desde un principio de cemento. Aquí no existió el problema.

Si hablo de la escasez de cemento, no puedo dejar de mencionar a mi amigo Manuel Hidalgo, gerente de las Canteras El Sauce, quien me ayudó más de una vez, cuando la situación era desesperante, con algunos cientos de bolsas.

Pozos hundidos

Severas preocupaciones me causaron los frecuentes hundimientos de pozos durante el año 1945. Como en aquella época no disponíamos de cloaca central, había que dotar a cada una de las casas de un pozo negro. Así supimos que, a través de nuestros terrenos en dirección norte- sur, se extendía una franja de tierra en muy malas condiciones. Sus inexplicables movimientos originaban rajaduras en las paredes de las casas, amén de los hundimientos de pozos.

Desesperados, buscamos la causa ya que el peligro era enorme. Como única explicación quedó el mal estado del suelo que se extendía en un ancho de más o menos cien metros a través de la Ciudad Jardín. Casi exclusivamente en aquella franja de tierra era donde se producían los hundimientos y las rajaduras en las paredes, Hicimos los pozos de cemento, lo que no es corriente. Además, tomamos medidas de seguridad especiales en la zona de peligro.

Paulatinamente el número de los accidentes disminuyó hasta anularse por completo.

Hoy en día, el problema está solucionado gracias a la cloaca central, y como no quedan muy pocos pozos negros en la Ciudad Jardín, tampoco habrá más hundimientos.

Intervención de las Sociedades del Eje

El 2 de abril de 1945 sufrimos un nuevo golpe. La Argentina se encontraba desde hacía poco tiempo en estado de guerra con Alemania. En aquella fecha se oficializó que las cuentas corrientes bancarias de varias sociedades, señaladas como Sociedades del Eje, habían sido embargadas. Entre ellas figuraba también la que nos era muy cercana Fuhrmann Sociedad Anónima, cuyo presidente era don Gustavo Herten. Preocupado, seguí atentamente el desarrollo posterior, y cuando el 21 de julio de 1945 las compañías de seguros alemanas y los bancos también fueron embargados, me persiguió la obsesión de que a F.I.N.C.A. le sucedería lo mismo.

Fue terrible aquella tensión nerviosa, aunque trataba de convencerme de que en F.I.N.C.A, no había motivo. Pero, ¿acaso existían motivos en las otras sociedades?

Muchas de las firmas intervenidas que yo conocía eran establecimientos puramente argentinos, con personal argentino y algunos señores alemanes en el directorio. En F.I.N.C.A. no era diferente, pero, ¿qué no podía esperarse en aquella época desquiciada con autoridades igualmente fuera de quicio?

Recordaba cuando, años atrás, había prestado juramento como argentino. El juez federal nos aseguró que, a partir de aquel momento, no sólo compartíamos los deberes sino todos los derechos con los argentinos nativos. Entre ambos lo existía la menor diferencia. ¿Qué había sido de aquellas promesas? Muchos de nosotros eran tratados como apestados. Durante algunos

días pareció que los argentinos naturalizados también tendrían que presentarse semanalmente en la policía. Ese deber era para los ciudadanos alemanes. ¡Cuán superflua y denigrante humillación de estas personas, mucha de las cuales hacia varias décadas que trabajaba honradamente en la Argentina!

Conozco el caso de un viejo empleado de F.I.N.C.A., don Germán Bobzin. Contaba más de 70 años, estaba casado con una uruguaya y era padre de tres hijos varones y una hija nacidos en la Argentina. Este caballero, que vivía ininterrumpidamente desde 1895 en la Argentina, debía presentarse como extranjero cada semana en la comisaría de su localidad. La locura estaba en auge.

Yo me había propuesto que, a pesar de ser argentino naturalizado se me obligaba a tal humillación, rompería mi carta de ciudadanía. La arrojaría a los pies del primer funcionario público que se me cruzara por el camino, sin pensar en las consecuencias. Era mi muy firme resolución. Felizmente, no tuve necesidad de cumplirla.

La orden con respecto a los argentinos naturalizados fue levantada y también el peligro de embargo pasó de largo por F.I.N.C.A. Pero fueron semanas y meses de gran tensión nerviosa.

No podían ser calculadas las dimensiones de los nuevos disparates, de un día para el otro, que podrían emanar de aquellas autoridades perseguidoras de alemanes.

Nueva oficina en la calle Olmos

El 19 de junio de 1945 se trasladó el resto de CALICANTO, es decir la Contaduría de San Martín 529, a Palomar a la nueva oficina en la calle Olmos. La sección técnica ya se había trasladado anteriormente. De esta manera se posibilitó un trabajo más claro y concentrado dentro de la misma Ciudad Jardín. En aquella época yo tenía una casita en la calle Geranios y así podía dedicarme durante la mañana exclusivamente a los problemas de la Ciudad Jardín. La tarde la pasaba dedicado a mi trabajo en F.I.N.C.A., en San Martin 503. Las oficinas en Palomar necesitaron ser ampliadas, las que hoy son un arrogante edificio. En él trabajan COA (la Compañía de Servicios Públicos) y LODELPA (la constructora de Palomar Oeste).

Con fines de propaganda y con motivo del traslado, queríamos filmar una película en la Ciudad Jardín, en la que mostraríamos administración, dirección técnica y obra. Señalándonos la lista negra, EMELCO se negó a aceptar el peligro de hacer el filme.

Paciencia. También tenía que funcionar así. Y así funcionó.

Servicios Públicos

El 3 de Julio de 1944 tuve una prolongada conferencia con el arquitecto Juan Behrendt, el señor Brieger y Rudi Zimmermann sobre la absoluta indiferencia de la Municipalidad con respecto a la Ciudad Jardín. Las calles no eran alumbradas, no se las limpiaba, no se recogía la basura y a la policía nunca se la veía. En una palabra, no existíamos para ellos. Resolvimos que COA en adelante sería la encargada de los Servicios Públicos, la que lo hizo en forma ejemplar durante largo tiempo. De cualquier manera, mucho mejor de lo que fue más tarde la Municipalidad, cuando se acordó de nosotros.

Con nuestro Diesel dimos luz a las calles, un carro de F.I.N.C.A. recogía la basura, hacíamos limpiar las calles y, durante las noches, nuestros serenos vigilaban la zona sin armas de fuego, pero armados de un regio garrote y con los ojos bien abiertos.

Muchacha para todo trabajo

Con todo derecho puedo afirmar que en aquel tiempo, siendo el jefe de todo, era, a los ojos de todos, “la muchacha para todo trabajo”. Hacía de alcalde, jefe de policía y me faltaban sólo las facultades para ello. Pero hasta en aquel aspecto los habitantes creían poder contar conmigo. A tal respecto quiero contar un suceso cómico.

Cierta mañana sonó el timbre de mi casa. En el umbral se encontraba un habitante de la calle Aromos, el señor Y., un minúsculo hombrecito. Yo sabía que era esposo de una enorme mujer, cuyo peso doblaba fácilmente el suyo. Sus vecinos eran un matrimonio austriaco, cuya parte femenina era una verdadera conventillera. Por cualquier insignificancia, las comadres se lanzaban al mutuo ataque, algo a lo que el vecindario ya estaba acostumbrado. Pero aquella mañana había sido terrible. El motivo fue que doña V. barrió la basura de su vereda sobre la de la vienesa, quien se lanzó a la lucha con la escoba en alto para domar a su vecina. Su pequeño marido, naturalmente, acudió a ayudarle. Y allí se desarrolló el siguiente diálogo:

Conventillera Nº 1(vienesa) – ¡Ah, ahí llega el hombrecito y quiere meterse! ¿Qué quiere?

¿Quiere que la tía le dé una paliza?

Conventillera Nº 2 (Sra. de V.) – (Fuera de sí.) ¡Usted, infame! ¡Mi marido ya le va a cantar las cuarenta! ¡Va a ver! ¡Usted… usted… usted…!

Conventillera Nº 1(vienesa) – ¡Cállese, cállese! ¡Únicamente usted tiene la culpa si el hombrecito se va debilitando de a poco! Tiene que dejarlo dormir de noche, de vez en cuando… Es demasiado lo que le exige al muchachito… ¿O no ve que casi ni puede tenerse en pie? Usted es demasiado para tal maridito. Su matrimonio fue un error…

Aquello fue el colmo para la señora de V. Tremendo insulto le hizo perder el último control, y las acaloradas “damas” se lanzaron con la escoba en alto una sobre la otra. Los vecinos sonreían ante el gratuito espectáculo. Y el insultado marido corría a recurrir por mi intervención.

-Pero, si yo no soy juez. ¿Qué quiere que haga? -dije.

A V. le preocupaba menos la femenina batalla que la ofensa a su masculino honor. Que él era demasiado chico para una mujer tan grande, que no puede tenerse en pie… No, no, aquello era demasiado…

Me lavé las manos del asunto y llamé a mi vecino Rudi Zimmermann, a quien envié como juez al campo de batalla. Su vienesa tranquilidad logró restablecer pronto la paz. Más tarde me contó:

-Les di la razón a las dos y quedaron conforme.

El mástil de la bandera

A principios de julio de 1945 vino Pedro Reggio con la idea de erigir un mástil para la bandera en la Plaza de los Aviadores, lo que contó con nuestra entusiasmada aprobación.

Enseguida pusimos manos a la obra: el material lo ponía F.I.N.C.A. El arquitecto Behrendt se encargaba personalmente del trabajo de albañilería, y los señores Reggio, Anorga y yo oficiábamos de ayudantes. El mástil fue donado por don Gustavo Herten.

El 8 de julio de 1945 tuvo lugar la solemne inauguración en la víspera de la fiesta patria.

Fue un domingo. El frío helaba hasta los huesos. Desde muy temprano comenzaron a llegar los alumnos de las escuelas de Palomar, “del otro lado”, la banda de la Aeronáutica estuvo presente y su comandante, el coronel Carvia oficiaba de padrino junto con la primera

compradora en la Ciudad Jardín. El coronel tuvo un entusiasmado discurso en el que expresó el agradecimiento de la Aeronáutica a F.I.N.C.A.:

-Hijos, todos ustedes saben que nosotros los aviadores queremos a este Palomar. Y con los alrededores embellecidos por la hermosa edificación de F.I.N.C.A., lo queremos mucho más. Agradecemos a F.I.N.C.A. por su obra.

Tuvo lugar una solemne misa de campaña. Cuando por fin nuestra bandera flameó sobre el alto mástil en el gélido viento mañanero, todos estábamos felices y contentos. Especialmente los muchachos de F.I.N.C.A.

A continuación tuvo lugar el obligatorio asado, donde, por el frío, se consumieron considerables cantidades de vino tinto y otras bebidas fuertes. A la noche, en mi casa hubo una fiestita para un núcleo reducido. Verdaderamente, habíamos vivido un gran día. Un día como pocos.

La cuestión del teléfono

Nuestra joven ciudad crecía y crecía; llegaban nuevos habitantes y nacían niños, pero para las autoridades no existíamos. Durante meses suplicamos que nos instalaran por lo menos un teléfono en la Ciudad Jardín. Fue todo en vano. Las comunicaciones telefónicas con F.I.N.C.A, en Buenos Aires se desarrollaban acumulando las indicaciones que debían ser transmitidas. De acuerdo a lo convenido, los arquitectos llamaban desde Palomar a las 10 y a las 16 horas.

Entonces tratábamos lo que debía ser tratado. Nuestros arquitectos podían elegir entre ir a pie a una estación de servicio distante a un kilómetro y medio, o dirigirse a una pulpería más cercana, es decir, a un kilómetro. Aunque la pulpería estuviera más cerca, se aconsejaba ir a la estación de servicio, pues allí se podía hablar más o menos tranquilamente, mientras que en la pulpería las retumbantes conversaciones de los gauchos, entre copa y copa, hacia ininteligible cualquier conversación.

El asunto se ponía serio si había que llevar a cabo una comunicación urgente. En esos casos, F.I.N.C.A. llamaba a la casa particular de Neto, cuya mujer o hija hacían al camino de dos kilómetros a la búsqueda del señor requerido. Aquel volvía los dos kilómetros, llamaba a F.I.N.C.A., y se enteraba de lo que pasaba. ¿Rápido y práctico, verdad?

En relación con las autoridades llevábamos una vida como en la selva virgen. Pedíamos, protestábamos, reclamábamos, nos enojábamos, dirigíamos solicitudes a la compañía de teléfonos. Hacíamos notar el peligro en caso de accidente, enfermedad o incendio. El resultado fue nulo siempre.

-No podemos. No tenemos material. No tenemos línea.

Y todo esto ocurrió hasta que un funcionario de la Compañía de Teléfonos compró una casa en la Primera Sección. Una mañana, cuando el hombre todavía no se había mudado, estaba observando la terminación de la casa, cuando vi que ahi cerca estaban instalando un poste de teléfono. Me acerqué y le pregunté a uno de los italianos:

-¿Qué está haciendo acá?

-Poniendo un teléfono para esta casa.

Me quedé con la boca abierta. Lo que no había logrado la urgencia de la creciente Ciudad Jardín, lo había alcanzado la influencia de un insignificante funcionario. De repente fue posible. De repente había material. Y también había líneas. Se me subió la mostaza. Sin dejar pasar una hora, mandé un telegrama al ministro, quejándome sobre la comprobada injusticia, Quizá se le abrieron los ojos a los señores. No recibí respuesta. Pero a los pocos días apareció un señor

Biondi, quien trajo la noticia que dentro de poco tiempo tendríamos teléfono. Casi enloquecí de alegría. No podía creerlo, pero unas semanas más tarde fue instalado un teléfono público en la avenida Capitán Rosales, hoy Boulevard General de San Martín. Ahora, por lo menos, podía llamarse desde la Ciudad Jardín, aunque a veces había que esperar turno. Por supuesto, a la Ciudad Jardín no se podía llamar. Eso, todavía tardaría años.

Hoy, cuando quien quiere teléfono lo consigue más tarde o más temprano, no puedo dejar de expresar mi indignación sobre el irresponsable comportamiento de la Compañía de Teléfonos. Para un pequeño funcionario enseguida hubo teléfono particular. Nuestra ciudad, con sus ya 500 habitantes, podía esperar.

F.I.N.C.A. se convierte en única propietaria de los terrenos

El 5 de octubre de 1945 puede ser considerado como un gran día para F.I.N.C.A. y más tarde para la Ciudad Jardín. En aquel día aparecieron los señores Herten, Lische y Lundborg- Fickenscher y me ofrecieron todos los terrenos a la venta. Aparentemente Herten se había cansado de las continuas discusiones entre Fickenscher y yo, y quería retirarse del negocio. Me costó un gran esfuerzo no pegar un salto de júbilo por la noticia. Suponía, no sin razón, que si mis demostraciones eran demasiado expansivas, el aumento de precio sería proporcional. El 17 de octubre de 1945 fue firmado el contrato por el señor Herten en Córdoba y el 19 de octubre de 1945 por mí en Buenos Aires. Herten, que estaba de paseo en Córdoba, me escribió una cariñosa carta felicitándome. Decía alegrarse por haberme dado cancha libre, mencionando simultáneamente la exitosa intervención de nuestro común amigo Enrique Sehwarzhaupt quien colaboró mucho en el cierre del contrato.

Fue el día de la firma por mi parte, cuando mi enemigo y adversario profesional, Axel Lundborg, se presentó como Erbert Fickenscher, Debo confesar que hasta entonces no había descubierto el menor indicio del cambio de nombre. Bueno, por mi parte podría haberse llamado Pérez, total, desde aquel momento ya no mantendríamos más relaciones. Si él y yo hubiéramos seguido trabajando juntos, la Ciudad Jardín seguramente nunca hubiera sido construida.

Nosotros pasamos a ser los únicos propietarios de los terrenos, con excepción de la llamada Cuarta Fracción, que se extendía aproximadamente desde la parte sur de la plaza Almirante Plate, en dirección norte hasta Martín Coronado, es decir, esta fracción tiene su superficie entre Conde Zeppelin, Matienzo, Plüschow y Lorenzini. Herten no vendió este terreno, sin embargo recibimos una opción, sin haber fijado precio, de la cual hicimos uso en el año 1949, Después de dificultosos trámites en los que no faltó la intervención destructora de Fickenscher, aquel terreno llegó también a nuestra posesión.

Se pueden imaginar con qué entusiasmo me volqué sobre el gran deber. Ahora demostraría de lo que eran capaces los muchachos de F.I.N.C.A. si los dejaban tranquilos. Y creo que lo hemos demostrado con el correr de los años subsiguientes. No supe, en aquel momento, si Herten tuvo otros motivos para librarse del negocio con la venta de los terrenos. Sea como sea, con su decisión me ofreció la posibilidad de llevar adelante el asunto a mi manera. En mi recuerdo repito a Herten mi más cálido agradecimiento por aquella, su decisión.

Planta industrial – Juan Bleyberg

El gobierno impulsaba la construcción en todo el país y la escasez de materiales aumentaba continuamente. Después de pensarlo un poco, decidimos hacerlo solos, sin ayuda. Al urbanizar el terreno debían ser niveladas las calles y a menudo también los lotes. De ello resultaba un enorme sobrante de tierra. ¿Por qué no habríamos de utilizarla para fabricar ladrillos? Dicho y hecho. El 5 de noviembre de 1945 comenzó a fabricarlos un contratista y el 10 de diciembre de 1945 teníamos los primeros ladrillos de nuestra propia fabricación.

Faltaban tejas. Comprobamos que la tierra de Palomar era especialmente indicada para la fabricación de tejas. Se construyó el horno correspondiente y después de varios ensayos frustrados, la fabricación entró a funcionar magníficamente para nuestra gran satisfacción. Nada menos que seis contratistas habían pasado por la prueba. Se llamaban Masferrer, Tassart, Sánchez, Catarain, Balaguer y Parisi. Este último fue quien logró poner a nuestra disposición tejas usables. Para darle nombre a nuestra propia fabricación, llamamos a las tejas con las sílabas iniciales de sus mayormente fracasados creadores: MATASACABAPA. Esta denominación se grabó en todas las tejas y adorna hoy en día los techos de numerosas casas.

Pronto se instaló la carpintería, dirigida por los señores Wagner y socios. Allegra y su hijo trabajaban en la fábrica de mosaicos. También contábamos con un taller mecánico que nos proporcionaba las vigas de madera para los techos. Lo dirigía Francisco Steingruber. Y así, varias otras instalaciones más.

Jefe de esta llamada Planta Industrial era don Juan Bleyberg, del que ya escribí anteriormente. Siempre se lo vela lleno de nuevas ideas, cuya ejecución cancelaba inmediatamente al presentarse la primera dificultad. Don Juan no era enemigo de una buena copa. Y lo siguió siendo hasta su temprana desaparición en el año 1957.

A continuación va uno de los más simpáticos recuerdos que guardo de don Juan. Se trata de una pelea acaecida entre nuestro héroe con un pintor contratista en el Bar Domeyer, como llamábamos aquel establecimiento de Rudi Zimmermann en la Plaza de los Aviadores. Este contratista, de nombre Martínez, había tomado algunas copas más de las necesarias. Tampoco podía decirse que don Juan estuviera en ayunas. El frió reinante lo había obligado a ingerir algunas cañitas… En tal estado se encontraban, cuando entraron a discutir por alguna bagatela. La explosiva sucesión de insultos me fue transmitida por mi hija Mati, quien contaba en aquel tiempo 8 años. Llegó hasta mí, jadeante, y en su cómico alemán, dijo:

-¡Papi, papi, en el Domeyer hay un hombre que quiere matar al señor Bleyberg!

-Pero -contesté-, ¿cómo se te ocurre tal cosa?

-¡Sí! -continuó Mati-. ¡El hombre le dice siempre al señor Bleybergt: «¡Te voy a machucar, te voy a perforar, te voy a desinflar, cara de sapo!»

Esto lo repetía Mati en una forma tan cómica y monótona, hasta casi podría decirse comercial, que ha sido motivo de risa durante varios años, Para “salvarle la vida” a Bleyberg corrí a lo de Domeyer, pero ya habían hecho las paces. Con sendas copas de caña en la mano y frente al bar, brindaban a la salud de ambos.

-Pero, ¿qué pasó? -les pregunté.

-Ni escuché lo que me dijo Martínez -fue la sonriente respuesta de Bleyberg-. Total, a ese viejo no necesito más que mirarlo con fuerza y no cuenta más el cuento.

Felizmente, habían hecho las paces.

Mati

Recién nombré a mi querida hija mayor, Mati. Imposible continuar sin decir algo más sobre ella. Muy a menudo me acompañaba en mis recorridas de inspección por las obras. Así solíamos pasar delante del monumento a Fickenseher-Odriozola en la calle Geranios. El mismo estaba en construcción. Meditabunda contemplaba Mati la naciente obra de arte. De repente, exclamó:

-¡Ah, esto es alemán! Ayer me rompí la cabeza pensando qué idioma sería. En ese momento me di cuenta de que el obrero colocaba la palabra “fata”.

Antes de que siguiera cualquier explicación tuve que reír, reír de corazón. La criatura había tomado la palabra latina “fata” por la alemana “Vater”. En la víspera, leyendo y releyendo “ducunt volentem” no había llegado a ninguna conclusión. Ahora estaba todo aclarado. Para disculparla, debo hacer notar que en aquella época de guerra no se podía concurrir a ninguna escuela alemana, y el alemán que hablaba era puramente de oído. Lógicamente, no sabía escribir ni una palabra. Suerte que Mati tenía sentido de humor y no se sintió nada ofendida.

Tampoco la afectó mayormente cuando en clase la hicieron parar en el rincón por haber charlado demasiado, algo que me contó el mismo día, Al preguntarle si aquello no le había dado vergüenza, me acarició el hombro en forma tranquilizadora, diciéndome:

-¿Eh? De ninguna manera, no te preocupes por ello, papi…

En aquella época, Mati era seguramente la criatura más popular de la Ciudad Jardín.

Todos la conocían y todos la querían. Tenía un talento innato para la equitación. Era un cuadro conocido por todos el verla cruzar el campo en todas las direcciones al paso, al trote o al galope.

En nuestras excursiones a caballo, que eran casi diarias, solíamos pasar frente a un caballo muerto. Con ojos asombrados, Mati contemplaba el proceso de descomposición del animal. Traté de darle una explicación, diciendo:

-Cuando nos moriremos nosotros, también nos va a pasar lo mismo.

Mati se sumió en profunda meditación; luego levantó la vista y señalándome con el índice, me amenazó:

-Papi, cuando vos te mueras, entonces me muero yo también. Podes estar bien seguro. Con gran esfuerzo logré hacerla cambiar de pensamiento.

Sí, así era Mati. Hoy en día es la feliz esposa de su Oscar, vive en la avenida Wernicke y pienso que no se decidiría a morir tan rápido si a mí me sucediera. Sobre Mati podría seguir escribiendo hojas y más hojas, Pero esto se convertiría en un libro sobre Mati. Y yo quiero escribir sobre nuestra Ciudad Jardín.

El año 1945

A fines de 1945 había 50 casas en Palomar. Albergaban 216 personas. En el mes de Enero se fundó el AFALP y el 8 de Febrero festejamos el décimo cumpleaños de F.I.N.C.A. Numerosos pozos hundidos me causaron enormes preocupaciones hasta que por fin conseguimos tomar medidas preventivas contra aquellos accidentes.

La intervención de las firmas del Eje por el gobierno, nos llevó a la situación de esperar y temer diariamente tal golpe contra F.I.N.C.A. El traslado a la nueva oficina en la calle Olmos fue también en el año 1945. De los Servicios Públicos en la Ciudad Jardín se ocupaba COA, y el 8 de julio inauguramos solemnemente el mástil de la bandera en la Plaza de los Aviadores.

Además, en aquel año fuimos dueños del primer teléfono público. El 5 de noviembre empezamos a fabricar nuestros primeros ladrillos. Allí comenzó la vida de la Planta Industrial.

Pero el suceso más importante del año fue la compra de los terrenos de la Ciudad Jardín por F.I.N.C.A., quien fue, desde aquel momento, su única dueña.


Capítulo 6

1946 / Manuel Pereiro

El 1º de enero de 1946 falleció nuestro jefe de ventas Manuel Pereiro. De su empeño y de sus aventuras ya hemos conversado anteriormente. En la tarde del 31 todavía me deseó, dueño de excelente humor, un muy feliz año nuevo, y durante la noche fue víctima de un infarto al corazón. Fue una irreparable pérdida para F.I.N.C.A.

Don Manuel ocupaba su puesto con pasión, Era el vendedor nato, que no vacilaba en dar todas las vueltas necesarias alrededor de algún negocio, para llegar a su conclusión. Pero, finalmente, todo estaba bien… Y el optimismo de don Manuel había tenido razón.

Recuerdo perfectamente el día del entierro. Volvimos a F.I.N.C.A, y mi querido amigo Enrique Plate me tomó del brazo y me dijo:

-Escúchame bien: debes saber que correrás la misma suerte del pobre Pereiro, si no acabas de hacerte continuamente mala sangre.

Sin duda la advertencia era fruto de buenísimas intenciones. Pero, ¿cómo vamos a construir una Ciudad Jardín sin hacernos mala sangre? No hubo más remedio.

Segunda Sección

El 2 de enero de 1946 comenzamos con la edificación de la Segunda Sección, situada entre las calles Boulevard General San Martín, Los Plátanos y Colegio Militar.

En esta sección vimos por primera vez que el buen gusto de nuestros arquitectos Juan Behrendt y Oscar Mongsfeld había llegado a imponerse. Las obras maestras de Federico Behrendt, aquellas “sencillas, pero de mal gusto” que habían triunfado en la primera sección desaparecieron definitivamente. Gracias a Dios.

Sobre el terreno de la Segunda Sección también se edificó posteriormente la primera escuela de la Ciudad Jardín (N° 51). Mientras duraba su construcción, se había instalado provisoriamente en una casa en la calle Colegio Militar. Luego se trasladó definitivamente a su nuevo edificio. La urgente necesidad de una escuela surgió bien pronto, pues la cantidad de niños en las casas ya habitadas era enorme. Para tal fin tuvimos varias audiencias con el ministro en La Plata. Además, una de los señores Plate y Reggio con el gobernador Mercante el 31 de octubre de 1946. Pero no conseguimos nada. Decidí hacer construir la escuela por nuestra propia cuenta y ofrecerla luego al gobierno para la compra. Tal actuación me valió el apodo de Don Quijote entre la población, Verdaderamente era una gran audacia y una inversión millonaria. Pero que con ello tuve éxito, lo veremos más adelante.

Comienza la inflación

El año 1946 fue un año de la escasez de materiales. Una vez faltaba arena, otra vez cemento, una vez faltaba una cosa, luego tal otra. Todo estaba en un continuo aumento de precio. Y los precios aumentaban a cifras astronómicas. ¿Qué hubiéramos dicho de haber

sabido lo que bajo ese aspecto nos esperaba en los años siguientes? El 25 %, y más aún, aumentaban a veces las mercaderías de un día para otro. Y la explicación general eran los importes que debían ser pagados para la jubilación. Y lo peor era que, mayormente, los señores ni soñaban con pagar aquella jubilación. Sólo los precios aumentaban día a día. Y día a día disminuía el rendimiento de trabajo. La terrible inflación comenzó en el año 1946.

Huelgas

Las huelgas ya estaban de moda. Diferencias de opinión con referencia a los aguinaldos entre empleadores y empleados motivaban una huelga y a ella sucedían continuas huelgas de adhesión de otros gremios. Hay que haberlo vivido.

Enrique Plate se muda a Palomar

El 15 de marzo de 1946 Enrique Plate se mudó a Palomar, a su casa en la calle Geranios. Su esposa no estaba mayormente entusiasmada con el cambio. Plate tenía a menudo “relaciones sociales fuera de su casa” y viviendo en el centro, por lo menos podía comunicarle telefónicamente a Amandita cuando no vendría a cenar. En Palomar no había teléfono, por lo tanto Enrique no podía llamarle cuando asuntos de negocios o sociales le impedían llegar a la hora acostumbrada. De tales ausencias eran hechas responsables toda clase de personas, altos funcionarios estatales y bancarios. Generalmente lo era el Secretario de Obras Públicas. No pocas veces era yo quien lo mantenía ocupado con asuntos de trabajo hasta altas horas de la noche. Y Amandita consideraba a menudo que era yo quien lo llevaba por mal camino. A tales horas, yo ya estaba hacía rato en casa y en la camita. Entonces, Amandita tenía motivo de duda sobre la verdadera causa de las nocturnas salidas. Lógicamente, siempre sin fundamento.

Enrique le era fiel hasta la muerte. Así lo aseguraba, al menos.

Amandita se puso contenta cuando a su querido Enrique lo nombrado ministro de gobierno en Jujuy. Por fin se alejaba del maldito Palomar. Palomar tenía la culpa de todo. Ahora no tendría más excusas para inexplicables llegadas tarde. Solamente Enrique sonreía resignado y comprensivo. «Las coyas, en Jujuy, ya lo consolarían…»

En este lugar quisiera mencionar especialmente la fidelidad y dedicación de Enrique Plate. En 25 años de trabajo no fue para mí solamente un irreemplazable colaborador, sino me dio pruebas de ser un excelente amigo y compañero. Juntos luchamos y juntos hemos festejado varios triunfos. Y esperamos seguir así en el futuro.

Enrique Morón

Debo recordar a otro compañero de aquel año 1946, tan rico en acontecimientos. Se trata del ingeniero Enrique Morón. Como profesional en la materia se ocupaba de la construcción de calles en la Primera Sección. Y de acuerdo a su costumbre, inició los trabajos ante todo con muchas palabras. En un principio solamente con muchas palabras. Una vez faltaba la allanadora, otra vez la niveladora. Siempre faltaba algo. Y entonces faltaba nuevamente material y todos los discursos de don Enrique comenzaban con: «Si F.I.N.C.A…», y se sucedían una larga hilera de deseos. ¡De ese modo, todo irá bien!

Para poner por fin todo en claro, más tarde me permití hacer pintar un chiste sobre la chimenea, del bar “Takú”. Se lo ve a Morón rodeado de todos los jefes de F.I.N.C.A.,

dirigiéndoles un gran discurso sobre lo que debe ser hecho y cómo debe ser hecho para que él pueda cumplir con su trabajo. No creo que don Enrique haya tomado a mal mi ingenua broma, pues tenía sentido del humor y, por otra parte, el resultado fue que se pusiera con todo empeño al trabajo. Muy pronto, la Primera y la Segunda Sección tuvieron sus calles de mejorado.

Cómicos solían ser los entredichos que teníamos Morón y yo los lunes a la mañana.

Previendo lluvia, yo había hecho terminar durante su ausencia una calle a la que faltaba muy poco, queriendo evitar así un mar de fango. Para Morón mi conducta era intolerable, lo hacía poner fuera de sí de rabia, lo sacaba completamente de las casillas. Y su furia hacía estirar su pequeña estatura. No era posible que yo, así nomás, “mano militari”, me inmiscuyera en sus asuntos. Y mi respuesta era que él podría haber venido en la víspera. «No, eso sí que no». Para él, el domingo era sagrado. Pero el cariño a la Ciudad Jardín lograba que pronto hiciéramos las paces. Entonces, Enrique me contaba el último chiste político y nos olvidábamos de todo.

Comienza la venta de la Segunda Sección…

El 19 de mayo de 1946 los avisos referentes a la venta en la Segunda Sección figuraron por primera vez en los diarios. Y en aquel día se produjo una verdadera expedición popular a Palomar. Los vendedores no daban abasto con su trabajo y hacer cinco ventas en un día no era nada raro en aquel tiempo. Así fue durante los meses de mayo, junio, julio y agosto. En septiembre las ventas disminuyeron considerablemente y así siguió aproximadamente hasta fin de año. Así fue siempre, hasta el día de hoy.

Hay épocas en que las casas nos son arrancadas de las manos. Y luego viene una época en la que parece que todo interés por viviendas desapareció por completo. No hallé, hasta el día de hoy, una explicación convincente para tal fenómeno.

4.000 aviadores en Palomar

El 3 de julio de 1946 tuvo lugar un gran banquete de aviadores en el terreno situado al norte de la torre de agua. Participaron cerca de 4.000 personas y la comida la proveyeron cocinas de campaña. La fiesta se desarrollo en un hermoso día de sol y estaba organizada por la Base Aérea Palomar en honor del ministro de Aeronáutica De la Colina, Se dijeron muchos discursos, donde se halagó mucho a la Ciudad Jardín. Ninguno de los aviadores dejó de afirmar el hermoso aspecto que tenía todo aquello desde arriba. Digno de ser visto fue el espectáculo protagonizado por los 4.000 comensales, haciendo maniobras en el aire con sus platos de cartón.

Todo se filmó. Y la película pasó por todos los grandes cines de Buenos Aires, constituyendo aquella fiesta, de alguna manera, en una importante propaganda. Y no nos costó nada.

Negocios con las Libretas de Ahorro de F.I.N.C.A.

En aquel tiempo tuve que luchar mucho contra la deslealtad de ciertos vendedores, que aprovechaban la circunstancia de que nosotros aceptáramos las viejas libretas de ahorro de

F.I.N.C.A. en pago parcial, para las ventas en Palomar. Aprovechaban para hacer negocios incorrectos. Tal medida la habíamos tomado para ayudar a viejos clientes de F.I.N.C.A. a conseguir, de una vez por todas, su casa. Pero era solamente para ellos y no para otros. Pero

ciertos personajes que se creían vivos, inducían a nuestros clientes a compras aparentes, que luego eran transferidas a terceros, completamente ajenos a F.I.N.C.A. con gran ganancia para ellos. Así, una bien intencionada medida es utilizada para dañar, cuando esa clase de gente que carece de escrúpulos trata de mejorar, a costa de los demás, su propia situación económica. Tal comportamiento me ocasionó muchísima mala sangre. Y el 3 de junio de 1946 llegué a hacer intervenir la Guardia de F.I.N.C.A. por una persona de confianza -mi mujer-, para poder descubrir quiénes eran los desleales vendedores. Cuando se dieron cuenta, aquellos negocios fueron disminuyendo paulatinamente. Por lo menos no se hicieron en tal medida que me llamaron la atención o aquellos envenenados habían hallado otro método que no descubrí.

También con los obreros tenía mis buenas preocupaciones. En aquel tiempo ocupábamos a varios cientos de italianos recién inmigrados, cuya experiencia generalmente era mayor en materia de armas que en materia de construcción. No era nada raro, ya que muchos entre ellos llevaban tras de sí ocho años de guerra y únicamente uno o dos en la construcción. Los capataces tenían sus buenas desavenencias con ellos.

También en la Planta Industrial no marchaba todo como debía. Nuestra intención había sido la mejor, al hacer construir gratuitamente los galpones a cada uno de los contratistas. Los mismos los utilizaban a menudo para hacer negocios particulares, lo que originaba un atraso en la entrega de la mercadería a F.I.N.C.A., lo que fue motivo para muchos de mis ataques de rabia característicos. Siempre tenía que intervenir para que los asuntos no degeneraran.

Desgraciadamente no tenía más que a mi viejo amigo Behrendt como ayuda. Sólo él les andaba detrás con la energía y severidad necesarias, Pero también Behrendt estaba demasiado ocupado para poder controlar a cada uno en particular y darse cuenta de todo. De ese modo, la decisión y la sanción final quedaban finalmente en mis manos. Y yo siempre fui tan zonzo de hacerme mala sangre cada vez que eso pasaba.

Tercera Sección

El 2 de septiembre de 1946 se comenzó a construir en la Tercera Sección en Palomar, Comprende el terreno entre Los Geranios, avenida Tipas y Las Amapolas.

Con júbilo pude constatar que el aspecto de las casitas era cada vez más lindo. Mi entusiasmo crecía día a día. Ahora notarían que teníamos la intención de construir una hermosa Ciudad Jardín. Las creaciones de Fritz Behrendt desaparecían paulatinamente en la Primera Sección, entre las nuevas, y se perdían entre ellas y la creciente vegetación. Dentro de la Tercera Sección está una de las calles más hermosas que tenemos en Palomar, la avenida Tipas. Su maravillosa arboleda llama la atención de todos los visitantes de nuestra Ciudad Jardín.

Primer accidente de tránsito

El 27 de octubre de 1946 pasó el primer accidente de tránsito en la nueva Ciudad Jardín. Un camión conducido por un suboficial del ejército se lanzó sobre una casa recién habitada en la calle Jacarandaes. El daño material fue considerable. Me ocupé para que el inconsciente suboficial, que naturalmente había manejado a demasiada velocidad, recibiera el merecido castigo.

El 1º de diciembre de 1946 cayó un avión de transporte sobre el terreno de lo que es hoy en día LODELPA, a la altura de la calle Aviador Udet. Entre las víctimas se contaron 5 muertos y trece heridos. Los muchachos de F.I.N.C.A., bajo la dirección de Juan Behrendt y del doctor

Brieger, como también del viejo habitante Carlos Winter, se dedicaron de lleno a salvar lo que podía ser salvado. Fue una suerte que el piloto había logrado alcanzar a llevar su máquina sobre terreno todavía no edificado. En caso contrario, las consecuencias habrían sido tremendas.

Don Carlos Winter es uno de los primeros habitantes de la Ciudad Jardín. Fabricante de zapatos y comerciante de éxito. Pero su éxito con el aprendizaje del idioma castellano fue nulo, al igual que el de su querido amigo Rudi Zimmermann. Si Winter quiere contar algo en forma animada, comienza generalmente explicando a su interlocutor: «Y entonces le dije, vea, mire…» Esta es una auténtica composición winteriana de palabras. Para nosotros, imposible de entender. En el curso de cualquier conversación, Winter repite algunas docenas de veces su tan original expresión. Como muchos de sus compatriotas, tiene la costumbre de suprimir la primera sílaba a las palabras demasiado largas, Por ejemplo, nunca dicen “departamento” sino “apartamento”. Y las malas lenguas afirman que tratándose de pequeños departamentos, Winter los llama “tamentos”, y si son muy chiquitos, se conforma con la denominación “mentos”.

Carlos Winter es un entusiasmado admirador de la Ciudad Jardín. Si se trata de defenderla contra cualquier ataque, Winter nunca falla.

Cierto día tuvo lugar una vez más una Asamblea de Protesta de los clientes de agua de COA, quienes no querían plegarse al aumento de tarifas ocasionado por la creciente inflación. Con bombos y platillos alcanzaron a juntarse aproximadamente unos 25 presentes, entre ellos Carlos Winter. Cuando el orador principal, un gallego de mente algo atrofiada, declamaba que, todos podían elevar los precios -el almacenero, el carnicero, el verdulero-, pero el agua no podía aumentar, porque a ella Dios la hacía correr gratuitamente por las cañerías de COA. Al oír tal derroche de calumnias, Winter no pudo morderse la lengua sino que apostrofó con la palabra “bestia” al orador, y con toda la fuerza de sus cuerdas vocales.

Faltó poco para que se agarraran a puñetazos.

Mongsfeld se va, pero vuelve

El 9 de diciembre de 1946 me sorprendió el arquitecto Mongsfeld con la noticia de que “a partir de mañana” ocuparía un cargo público. Había sido nombrado profesor en la Facultad de arquitectura de la Universidad del Litoral, en Rosario. Lamenté tener que prescindir de tan valioso colaborador, pero más lamenté que sus tratativas con respecto al nombramiento las había mantenido en secreto. Su repentina partida me cayó como un balde de agua fría. Y Mongsfeld no se salvó de ser honrado con un dibujo en el Bar “Takú”, que adorna hoy todavía sus paredes. Más tarde cuando el sueño del profesorado se desvaneció, Mongsfeld volvió a

F.I.N.C.A. y hoy todavia trabaja exitosamente con nosotros. Al igual que para Plate, su puesto en F.I.N.C.A. había sido el más estable.

El ingeniero Ortiz

El 10 de diciembre de 1946 nos visitaron los ingenieros Ortiz y Psaron del Banco Hipotecario Nacional. Veían por primera vez la Ciudad Jardín y se mostraron encantados por el trabajo realizado. Especialmente el ingeniero Ortiz, que siguió siendo nuestro fiel amigo con el correr de los años. En forma desinteresada intervino a nuestro favor en su despreciable establecimiento llamado Banco Hipotecario Nacional, del que tendré que hablar verdades amargas más adelante. En aquel momento, Ortiz resumió su opinión en las palabras:

-Ustedes están haciendo una maravilla.

Doctor Antonio J. Benítez

El 31 de diciembre de 1946 en Potrerillos, Mendoza, conocí al entonces diputado, más tarde Presidente de la Cámara de Diputados, doctor Antonio J. Benítez.

Pronto tuve oportunidad de mostrarle la Ciudad Jardín. De estos primeros encuentros surgió más tarde una estrecha amistad entre nuestras dos familias. El doctor Benítez siempre fue un valioso amigo de F.I.N.C.A. y de la Ciudad Jardín, Y siempre me prestó su apoyo, en la medida que estuvo a su alcance, en los momentos difíciles.

El año 1946

A fines de 1946 había 140 casas en Palomar, que servían de vivienda a 613 personas. Se comenzó con la edificación de la Segunda y Tercera Sección.


Capítulo 7

1947 / Inauguración del bar “Takú”

El 5 de febrero de 1947 se inauguró como primer restaurante en la Ciudad Jardín, el Bar “Takú”. La denominación se debe a un recuerdo de infancia. Y fue así. Cierto día observaba con mi hermano Hugo la marcha de la construcción del mismo, cuando Hugo me preguntó:

-¿Y cómo pensás llamarlo al boliche?

-Takú -contesté, pensando en un bodegón de mi ciudad natal, Colonia. De chicos solíamos juntar los puchos tirados delante de la puerta para terminar de fumarlos. Lo había dicho en broma, pero cuando Hugo me contestó: «No suena mal», decidí bautizarlo así, Hoy en día el concepto bar “Takú” forma parte esencial de la Ciudad Jardín, algunas veces con el atributo de “roñoso Takú”. Aunque sea un adjetivo quizá merecido, no disminuye en modo alguno su atractivo.

La inauguración tuvo lugar por medio de una cena, de la que participaron alrededor de cien personas. Y no habíamos contado con más de sesenta. Todavía recuerdo que cerca del fin festejamos el 65° cumpleaños de nuestro querido tío Germán. Lo festejamos desde el amanecer.

Quienes visiten el bar “Takú”, más de una vez se romperán la cabeza sobre el sentido de los dibujos en las paredes. A los dibujos les falta el texto que existía en un principio, Pero algunos miedosos los hicieron desaparecer. Se trata del transcurso de nuestro vía crucis para lograr la aprobación de los planos en La Plata. Y cada uno de ellos es portador de violentas acusaciones contra la imperante burocracia y sus representantes más destacados en La Plata, capaces de convertirle el mundo en un infierno a cualquier persona razonable.

Aquella noche tuvimos el honor de la visita de don Gustavo Herten, quien había venido “sólo para felicitar”. El caballero contaba 77 años. Tenía intención de retirarse inmediatamente después de la cena. En el momento de despedirse de nuestra mesa, alcanzó a oír a uno de los comensales, un mayor, que comenzando cada frase hacía uso de la clásica palabra “la p..a”. La mesa contó enseguida con la simpatía de don Gustavo. Y se volvió a sentar. Él también era un gran p.   dor, como muchos argentinos. Cada dos palabras decía “la p..a o la gran p..a”. Y si

estaba muy entusiasmado, ¡la grandísima p..a! Si alguien era dueño de aquella poco fina costumbre, a don Gustavo le caía simpático. Así le sucedió aquella noche. Don Gustavo aguzó

el oído, el tipo le gustaba. Pronto no se oían más que “grandísimas p..a” en boca de uno y otro. No tardó mucho para que los dos p.  dores contagiaran a sus vecinos de mesa. Repentinamente

Enrique Plate me llamó la atención, señalando a su padre y diciendo:

-Miralo al viejo. Eso no se lo oí en toda la vida.

El almirante no había querido quedarle atrás a Herten y repetía en cada frase “¡la p..a, la gran p..a!”. Don Gustavo se quedó hasta la madrugada y se despidió de nosotros con las palabras:

-Fue una noche regia, muchachos. ¡La gran p..a!

Lucha de la prensa contra el Crédito Recíproco

Durante los primeros meses del año 1947 el diario Época llevó a cabo una violenta campaña en contra del Crédito Recíproco en general. Sobre la base de este sistema habíamos financiado hasta aquel momento las construcciones en la Ciudad Jardín. Creo que ello basta para explicar el gran daño que nos causaban tales artículos. Aunque debo aclarar que más de una compañía era atacada con toda justicia. Como en muchos países del mundo también en el nuestro, elementos perniciosos se hicieron lugar dentro de este ramo comercial, llevándolo a un nivel que hizo disminuir considerablemente la confianza del público.

Más adelante, cuando no hubo otra salvación, el gobierno prohibió a todas las compañías tal sistema, hasta las que eran conocidas como serias. Fue un gran golpe para F.I.N.C.A., pues a partir de ese día quedábamos librados al Banco Hipotecario Nacional. Es éste uno de los institutos con los mejores fines pero generalmente pésimamente administrado que tenemos en el país. Sobre sus prácticas comerciales ya vendrán mis lamentaciones.

Cocinas económicas

Ya habían sido instaladas las primeras casas en la Ciudad Jardín, cuando comenzó a hacerse notar una creciente falta de tubos para supergás, ya que eran entregados en muy pequeñas cantidades. Para que los nuevos habitantes no tuvieran que vivir a “plato frío”, colocamos en gran parte de las primeras casas la conocida Cocina Económica. Durante el primer tiempo nos fueron muy útiles.

Banco Central

El 29 de marzo de 1947 el gobierno publicó el decreto de su intervención en la vida comercial de las Cajas de Crédito Recíproco. Como siempre sucedía, el decreto estaba expresado en forma poco clara e incomprensible, tanto que no sabíamos si alegrarnos o preocuparnos. Lo que estaba claro era que el Estado acarreaba sobre sí la garantía para los clientes.

El doctor Plate y yo mantuvimos varias conferencias en el Banco Central con quien era gerente del mismo, Bitaranto, y en la Inspección General de Justicia con los doctores Guerizoli, Pietranera y Jóvine. También aquí los señores no veían claramente qué era lo que en realidad proyectaba el gobierno y mucho menos todavía en dónde tuvo su origen el movimiento.

El 22 de abril de 1947 por fin apareció la reglamentación del Banco Central. Nuestro gran matemático Johansen se dedicó de lleno al asunto, “pero, por el momento, no llegó a ningún resultado satisfactorio”.

El 23 de junio de 1947 llamó el gerente de ARCA por teléfono para comunicarnos que el Banco Central proyectaba resoluciones que no convenían en modo alguno a las sociedades. En el Banco conversé, en presencia de Plate, con el encargado del asunto, Serritelli, y nos enteramos de que aparentemente se iba a imponer la tesis del doctor Ricardi, quien tenía intención de borrar del mapa a todas las Cajas de Crédito Recíproco.

Así siguió durante meses y meses. Continuamente se cambiaba el reglamento, se mejoraba o se empeoraba. Por fin, el 30 de septiembre de 1947, el presidente del Banco Central, Maroglio, firmó el reglamento definitivo… momentáneamente.

Entonces se largó la carrera por la admisión de cada una de las sociedades dentro del nuevo sistema. Sin ocupamos de las pequeñas cosas sin importancia, surgieron dificultades en torno a SUCA, que tuvo un millón de pesos de pérdida en el transcurso de dos años, Pero con el afán del Banco Central de mantener en marcha la mayor cantidad de sociedades posible, también aquello se solucionó en poco tiempo. ¿Cómo? Yo no lo sé.

El 31 de octubre de 1947 nos enteramos de que la Inspección General de Justicia dio excelentes referencias sobre F.I.N.C.A. De tal manera, el 26 de noviembre de 1947 el Banco Central nos autorizó para continuar como Caja de Crédito Recíproco dentro del nuevo sistema.

Así, se había puesto en marcha un nuevo sistema que se basaba en el redescuento de la cartera hipotecaria en el Banco Central, bajo condiciones muy favorables.

Este sistema podría haber dado frutos extraordinarios, de no haberse encontrado, en la dirección de algunas sociedades, con elementos a quienes se les fue la mano y que, con una ligereza increíble y creciente delirio de grandeza, se embarcaban en transacciones que debían obligar a las autoridades a tomar cartas en el asunto. Triste era de ver la impotencia del Banco Central frente a la actuación de estos individuos. Sus buenos empleados no podían contra aquellos criminales y aventureros. Y pasó lo que tuvo que pasar.

Volveremos sobre el asunto.

Suspendo la edificación

Por otra parte, seguían las carreras en todos los aspectos, y las dificultades para la obtención de materiales también eran crecientes. El 17 de junio de 1947, las impertinentes demandas de los contratistas hicieron que el asunto me tuviera tan seco, que suspendí la edificación. El 17 de julio de 1947, bajo mi presidencia, tuvo lugar una asamblea “reconciliadora” en Palomar, en la que tuve que acordar con los contratistas un aumento del 51

%. «¡Viva la pepa!», dicen los argentinos.

En general, mi opinión era que los contratistas ganaban demasiado. Pero el fomento del gobierno y su propio programa de edificación los hacía conseguir trabajo en cualquier parte. De ese modo, a las buenas o a las malas, estábamos obligados a seguir la carrera de los precios si queríamos seguir construyendo.

Los contratistas de la Ciudad Jardín se hicieron ricos. Ricos demasiado rápido. Y en la mayoría de los casos, el rendimiento no fue ni aproximadamente equivalente.

25 de mayo de 1947

Con motivo de la fiesta patria tuvo lugar el 25 de mayo de 1947, bajo la dirección de Pedro Reggio, un festejo emocionante. La Banda Militar completa, una compañía de soldados bajo armas, 500 alumnos, misa de campaña, mucha gente, todo era tan emocionante que no

pude impedir que las lágrimas me rodaran por las mejillas. Pocos días así fue lo único bueno de aquel año 1947, compuesto sólo de preocupaciones y situaciones enervantes.

Club de bolos “Blitz” (Kegelklub “Blitz”)

Otro acontecimiento “importante”: el 13 de octubre de 1947 se abrió la cancha de bolos en el bar “Takú”, y el 28 de octubre de 1947 se fundó el Club de Bolos “Blitz”. Durante muchos años estuvo bajo la dirección de Onkel Bermann. Reúne semanalmente a gran cantidad de alemanes y hoy en día, todavía, bajo la presidencia de Rolf Zeyen, está en pleno auge. Salvo la cancha, que está considerablemente más sucia. Si no, tampoco hubiera encuadrado en el marco del bar “Takú”.

Gregorio F. Parra

El 1 de agosto de 1947 nombré a Don Gregorio F. Parra como Gerente General de

CALICANTO. Ocupó su puesto en forma excelente hasta principios de 1956.

La Ciudad Jardín le debe muchísimo a su fuerte personalidad, a su energía y espíritu de trabajo y, por último, a su optimismo. El nombre Parra no puede ser suprimido dentro de la historia de la Ciudad Jardín.

Parra era oriundo del interior del país: se crió en Villa María, en la provincia de Córdoba.

Y de aquella pequeña ciudad había adoptado su concepto de lo urbanístico y del adelanto comercial. No había comparación de la que no saliera a relucir Villa María, ciudad que tampoco podría ser borrada de la historia de su vida, pues allí también encontró a la compañera de su vida. Muchos afirmaban que, para Parra, Villa María figuraba mucho antes en la lista de las ciudades que las otras “importantes”, como ser Nueva York, Londres, París, Berlín, etcétera.

Juntos, vivimos incontables horas de espera en las antesalas del Banco Hipotecario Nacional. Para que pasaran más rápido, dentro de aquel “querido” establecimiento, Parra me contaba largas historias. Generalmente eran tan confusas, que cuando llegaba al final, yo había perdido el hilo e ignoraba el sujeto de las mismas, ya no sabía lo que me había dicho antes.

Parra era un genio en “hablar con vueltas”, lo que repetidamente nos fue de gran utilidad en tratativas con funcionarios estatales o bancarios bastante faltos de entendimiento. En el momento dado, siempre estaba en condiciones de afirmar ¡que había querido expresar justamente lo contrario!

Parra sobrellevaba todas las dificultades; era de paciencia indescriptible y de indulgente comprensión para mi frecuente mal humor. Fue un excelente y fiel compañero. Lo recordaré siempre con cariño y veneración.

Durante mis viajes al interior del país, tuve varias ocasiones de transitar por Villa María.

Nunca dejé pasar la oportunidad de mandarle a Parra una tarjeta postal que mostraba alguna nueva belleza urbanística que había descubierto en su querida ciudad.

Exposición de cuadros de Palomar

A partir del 30 de agosto de 1947 organizamos en el hall de la Caja en F.I.N.C.A. una exposición de cuadros: “Palomar, ayer y hoy”. Los óleos representaban diferentes secciones de la Ciudad Jardín, su aspecto a la fecha y su aspecto tres años atrás.

Los bien logrados cuadros eran obra de “nuestro” pintor Luis Neu, llamado “el ruso Neu”.

Nuevos aumentos de salarios. Nuevas huelgas.

El 5 de octubre de 1947 comenzó la venta de las primeras casas en la Tercera Sección. La venta marchaba viento en popa y los contratistas aprovecharon la ocasión para organizar una huelga el 12 de noviembre de 1947 reclamando nuevos aumentos de salarios. Sobrevino una tormenta de mi parte. Luego hice pequeñas concesiones y conseguí hacer volver a mediano juicio a aquellos insaciables. Pronto, pudimos seguir construyendo. A mis pobres nervios, aquellos acontecimientos no les hicieron justamente bien.

Cuarta Sección

El 1 de diciembre de 1947 comenzó la edificación dentro de la Cuarta Sección, comprendida entre las calles Colegio Militar, Los Plátanos Norte, Los Olmos y Pensamientos. Desde un principio las ventas fueron también satisfactorias.

La Ciudad Jardín se embellecía día a día…

Colocación de la piedra fundamental de la Escuela N° 51

El 28 de diciembre de 1947 tuvo lugar la solemne colocación de la piedra fundamental de la futura Escuela Nº 51, con el marco de la música de la Banda Militar se enmuralló el consabido pergamino en presencia de quien era Intendente de San Martín y del Comandante de la Base Aérea El Palomar, Vicecomodoro Gau, ambos con sus señoras esposas. Para mi gran orgullo y alegría pude constatar la presencia de la señora Emma Petersen de Wernicke, viuda de nuestro fundador, el doctor Germán Wernicke.

A continuación de la colocación de la piedra fundamental, tuvo lugar la inauguración del monumento “Ducunt volentem fata nolentem trahunt”. Esta era una pequeña rendición de cuentas con mis burocráticos enemigos, con quienes permanecía en lucha continua. El monumento está situado en el extremo Este de la avenida Geranios y es una obra del arquitecto Emilio Vieten. Muestra un impetuoso carro de victoria, cuyos caballos son guiados por una hermosa mujer. Colgado del carro divisamos un antiético individuo que trata de impedir al carro su marcha hacia adelante, pero es arrastrado por él. La Ciudad Jardín marcha impetuosa y victoriosamente hacia el triunfo definitivo, arrastrando tras de sí a la burocracia. A ambos costados del monumento hay pequeños homenajes a los principales genios en la fabricación de dificultades: Fickenscher y Odriozola.

El año 1947

A fines de 1947 había 192 casas en Palomar, las que albergaban a 866 personas. En este año se comenzó con la edificación de la Cuarto Sección. Se inauguró el bar “Takú” y se fundó el Club de bolos “Blitz”.


Capítulo 8

1948 / Cooperadora Escolar

El 12 de enero de 1948 comenzó la construcción de la Escuela en la calle Jacarandaes bajo la dirección de los arquitectos Oscar Mongsfeld y Juan Behrendt.

El 20 de octubre de 1948 fue fundada, bajo la jefatura de Pedro Reggio, la Cooperadora Escolar. Desde un principio esta institución estuvo al servicio de los intereses de la escuela y hasta el día de hoy lleva tras de sí gran cantidad de obra provechosa.

El 23 de noviembre de 1948 se me quiso hacer socio de honor de esta Cooperadora, pero rehusé, agradecido. La idea que me llevó a tomar tal decisión fue la siguiente: hoy en día tal honor no te hace más feliz, pero si más adelante, en caso de no poder cumplir con alguno de los deseos de aquella gente, te echan y te quitan el titulo acordado, entonces te harás mucha mala sangre. Por experiencia, sabía que la simpatía del pueblo es muy pasajera. De tal modo rehusé siempre esa clase de honores.

Así, no tuve oportunidad de sentirme y verme especialmente honrado, pero tampoco deshonrado. Fue lo mejor, y estoy contento de haberme mantenido firme en mi decisión.

Aumentos retroactivos de salarios

En aquel tiempo las ventas marchaban magníficamente. Podíamos construir lo que quisiéramos. Todo, por así decirlo, nos era arrancado de las manos.

Los precios de los materiales, tanto como los salarios, aumentaban continuamente. Tuve más de una acalorada discusión con los contratistas, cuando lo que pedían ya pasaba los límites de toda decencia comercial. En el mes de marzo de 1948, el metro cuadrado cubierto de terreno costaba trescientos sesenta y cinco pesos. En el mes de diciembre ya había llegado a los setecientos. Era una lucha continua; los precios aumentaban sin cesar. Si en aquella época me indignaba por un aumento que no alcanzaba el 100 % en el curso de un año, ¿qué no hubiera pensado de haber sabido lo que nos esperaba al respecto a lo largo de los años siguientes? ¡En qué desorden ha sido sumergida la economía de nuestro país! ¿Cuántos años serán necesarios para que todo funcione nuevamente en forma debida?

En aquella época comenzó a acarrear un mayor desorden del ya existente con el pago de aumentos de salarios retroactivos. Era este un sistema desconocido hasta el momento, que traía cada vez más inseguridad a la vida comercial, haciendo imposible todo cálculo razonable. Cada uno aspiraba a protegerse por adelantado de inesperados aumentos de salarios y retroactividades. Así, los precios también eran aumentados por adelantado en un determinado porcentaje. Adonde nos llevaría aquello creo que podía ser palpado ya en aquel tiempo por cualquier persona de mediana inteligencia. Día a día se sucedían aumentos de precios completamente infundados si amenazaba algún pago retroactivo, y aunque luego no hubiera que pagar, los precios quedaban en esa altura previsora. Siempre fue más fácil hacer subir los precios que, más tarde, hacerlos bajar. Esta es ciencia vieja y conocida por todos.

Las reclamaciones de los contratistas, a pesar de los contratos válidos existentes, eran presentadas generalmente en forma de ultimátum. Accedíamos de inmediato o inmediatamente suspendían los trabajos. Tuve grandes disgustos con tal motivo.

A menudo solía mandar al impertinente, allí donde los argentinos gustan de mandar a aquella gente. Entonces, el trabajo se suspendía por algunos días. Finalmente, debía ceder si no quería que nuestra linda obra, la Ciudad Jardín, cayera en el abandono. Y encima de todo, debíamos pagar el salario por los días que no habían trabajado.

Mil y una vez me propuse en tales oportunidades no volverme a ocupar de todos los detalles. Temía que, con ello, arruinaría mi salud. Pero el amor a nuestra obra siempre venció. Y la lucha seguía su rumbo.

También la laboriosidad de los obreros nos dejaba mucho que desear en aquella época.

Había entre ellos alguno de esos que tratan que ninguno de los demás, y por nada del mundo, se mueva demasiado rápido. Según el modo de ver de aquellos sujetos, esto iba en contra del honor del obrero. Varias veces intervine con una de mis “tormentas”, sumamente explosivas y que no dejaron de acarrear sus consecuencias. Suspendía a los peores haraganes. Esta era la única sanción que podía aplicarles, y durante algunos días iban algo mejor las cosas, pero el “trabajador” no tardaba en acaparar nuevamente sus derechos.

Rompemos las relaciones con el Banco Hipotecario Nacional

El 12 de febrero de 1948 decidí romper todas las relaciones existentes con el Banco Hipotecario Nacional. Haría financiar las construcciones en Palomar exclusivamente por

F.I.N.C.A. Con aquel Banco no quería tener nada más que ver.

Hasta aquel momento habíamos aceptado financiaciones del B.H.N. únicamente a pedido expreso de nuestros clientes. Y aquello nos acarreaba cantidad de dificultades en cada una de las transacciones pertinentes.

Los disgustos con aquella institución, que representa la corona de la burocracia, no tuvieron nombre ni número. Verdaderamente, seguir era imposible. Quizá me dejé llevar por mi excesivo temperamento, diciendo con todas las letras mi opinión sobre aquel Banco ridículo y sus aún más ridículas maneras de actuar.

Mis explosiones llegaron a los sensibles oídos de su dirección y obtuve una citación telegráfica del subgerente del Banco Central, señor Tessen.

Éste me recibió fríamente. En voz alta me leyó, de un papel que tenía en la mano, las observaciones que, decía, fueron hechas por mí. Repetía observaciones que me atribuía a mí y dirigidas contra el Banco Hipotecario Nacional y su directorio. Debo confesar que lo que me llego a oídos era de aquella clase de expresiones que no deben ser dichas en presencia de señoritas. Concienzuda y pacientemente escuché la lectura hasta su término. En el momento dado contesté que no estaba en mi memoria el haberme exteriorizado de tal manera. Mi educación me prohibía el uso de tales expresiones en público. Pero si el señor Tessen me interrogaba sobre mi opinión con respecto al B.H.N., en confianza no podía dejar de comunicarle que mi opinión concordaba al 100% -casualmente- con el precedente juego de palabras.

Lo que le dije no lo toleró Tessen y me trató como no se me había tratado desde la época de soldado en Köln-Deutz. Finalmente, llegó a amenazarme con quitarnos nuestra concesión para la entrega de hipotecas si tal comportamiento llegara a repetirse. Y entonces me despidió.

Podrá el lector imaginarse de qué afecto estaban empapadas las nuevas relaciones con el Banco Hipotecario nacional. Naturalmente, se reducían a lo indispensable y gracias a Dios desaparecieron paulatinamente.

Más adelante el gobierno nos obligó a volver a entablar aquellas relaciones. El triste rumbo que tomaron y cuán desdichado final alcanzaron, hablaremos más adelante.

Si hoy en día contemplamos la casi terminada obra de la Ciudad Jardín, surge de los funcionarios del Banco Hipotecario Nacional aquel reproche de: “Pero, ¿qué diablos quiere F.I.N.C.A.? Si el Banco Hipotecario Nacional no le hubiera dado todo el dinero, jamás habría

sido construida la Ciudad Jardín”. Ninguna afirmación puede partir de opiniones más erróneas que la precedente. Cuando en el año 1944 empezamos con la edificación, cuando no teníamos más que un terreno vacio de 117 hectáreas, sin luz, sin agua, sin calles, sin nada, entonces no pudo pensarse en obtener una aceptable financiación por parte del Banco Hipotecario Nacional. Sus tasaciones eran tan ridículamente bajas, que cualquier trabajo hubiera sido imposible bajo tales condiciones, y como única persona, entre aquellos requete-vivos funcionarios del Banco Hipotecario Nacional, que supo ver claramente el futuro de la Ciudad Jardín, debe ser citado el Ingeniero José Ortiz. Ortiz era en aquel tiempo alto funcionario del B.H.N. y fue el único que se dio cuenta qué clase de fuerzas estaban en juego en el asunto Ciudad Jardín y cuáles eran las intenciones que nos guiaban.

Sus compañeros se empecinaban en su distinguida indiferencia. Primeramente, querían ver qué sería de aquel fantástico proyecto. Que otros arriesgaran su dinero para ello. El Banco Hipotecario Nacional era demasiado distinguido y conservador.

De esa manera fue como mi esperanza de alguna ayuda y colaboración del Banco Hipotecario Nacional, fue llevada bien pronto a la sepultura. Y así fue como resolví hacer financiar toda la construcción por F.I.N.C.A, y sus Caja de Crédito Recíproco.

Así fueron efectivamente financiadas las primeras ochocientas casas construidas por

F.I.N.C.A. Sin la menor ayuda del Banco Hipotecario Nacional y sin el menor interés del mismo por nuestra obra. Si este Banco ridículo afirma en el día de hoy que la Ciudad Jardín es también en parte obra suya, entonces es un consciente ensalzamiento propio y una gran mentira.

Esta mentira se suma a otras que son puestas en el mundo cada día y cada hora por los funcionarios del Banco Hipotecario Nacional. Recién cuando ya nada podía ser arriesgado, cuando ya miles de habitantes vivían en la floreciente Ciudad Jardín, entonces paulatinamente se despertó el interés del Banco Hipotecarlo Nacional. Y trataron de “meterse”. La Ciudad Jardín ya estaba cuando despertaron de su letargo aquellos aventureros… Ahí se percataron de algunas de sus obligaciones frente al pueblo argentino. Vieron el cielo despejado y quisieron participar de los méritos ajenos.

Aquí dejo expresa constancia de que en la edificación de las numerosas escuelas, edificio del club, campos de deportes, cantinas, hoteles de obreros, cine-teatro, clínicas, maternidad, confiterías, restaurantes, oficina de policía con todo lo que le corresponde, monumentos y monolitos, tres iglesias, jardín de infantes, mástil de la bandera, sala de Primeros Auxilios, pileta de natación, luz eléctrica, gas, agua, cloacas y construcción de calles, el Banco Hipotecario Nacional no tuvo la más ínfima participación.

En forma repugnante no sirvió más que para proporcionarnos disgustos y dificultades.

Podía palparse a ciegas cómo explotaban de envidia aquellos parásitos. A pesar de sus recursos, no habían sido capaces de crear nada parecido.

Hoy en día son dueños del desprecio cada uno de aquellos que, en modo alguno, contribuyó a la edificación de la Ciudad Jardín y por lo que debimos sufrir bajo la influencia de aquellos sujetos.

Más adelante contaré cómo el Banco Hipotecario Nacional, impulsado por el ejemplo de F.I.N.C.A., trató de hacer surgir obra similar. Obra que generalmente quedó en estado semi- terminado hasta podrirse… Y habían sido invertidos cientos de millones. El Banco Hipotecario Nacional siempre fue y seguirá siendo una vergüenza e ignominia para toda la República.

Terrenos del Ferrocarril Pacífico

Ya repetidas veces había, tratado de entrar en tratativas con los dueños del precipicio situado al este de la Ciudad Jardín, el Ferrocarril Pacífico. Quería hacer desaparecer del vecindario de la Ciudad Jardín aquel descargadero de basuras.

Hablé con quien era el gerente inglés, Mister Bodds, quien me comunicó que sobre su terreno estaban planeadas ventas a establecimientos industriales. En consideración a los intereses de la Ciudad Jardín, protesté violentamente y expliqué que movilizaría todo lo necesario para impedirlo. Y no pudimos dar un paso hacia adelante. No querían vendernos los terrenos ni tampoco se construían los establecimientos industriales. No hubo caso. Fue y siguió siendo lo que era hasta el día de hoy.

Más adelante cuando los terrenos pasaron a ser posesión estatal por medio de la nacionalización de los ferrocarriles, el doctor Plate y yo lo intentamos nuevamente, y esta vez frente a las autoridades correspondientes. El conocedor de aquellas autoridades estatales podrá hacerse una idea del fervor con que nos fue clausurado todo camino a una provechosa solución. Como ya dije, fue y quedó un descargadero de basuras. Y la burocracia estatal puede apuntarse otro poroto.

Quinta Sección

El 12 de abril de 1948 comenzamos con la construcción de la quinta sección. Abarca el terreno entre las calles avenida Tipas, Aviador Immelmann, Aviador Sánchez y Aviadora Lorenzini.

El 10 de junio de 1946 Juan Behrendt asumió como Director General de Obra para toda la edificación, por lo que el asunto tomó renovado impulso junto a Gregorio Parra, quien tenía su cargo la dirección comercial. De esta manera, a Behrendt se le presentó la oportunidad de mostrar lo que sabía. Y lo mostró en todos los aspectos.

Inauguración de la maternidad

La cantidad de niños que debían nacer en la Ciudad Jardín también aumentaba a diario, por lo cual decidí edificar una maternidad. La misma fue inaugurada solemnemente el 6 de mayo de 1948, bajo la dirección del doctor Germán B. Wernicke y el trabajo en el alumbramiento lo realizaba la partera señora de Fleytas. La verdadera inauguración puede ser fijada el 7 de junio de 1948 con el nacimiento de un sano varoncito.

La primera muerte en la Ciudad Jardín

El 16 de mayo de 1948 acaeció el primer fallecimiento en la Ciudad Jardín. Un señor García, de la calle Jacarandaes murió de un ataque cardiaco a la edad de 49 años.

El 4 de julio de 1948 tuvo lugar en la Plaza de los Aviadores una asamblea popular bajo la dirección del inevitable agitador F.R. Se protestaba contra la mala construcción de las calles de mejorado. Que las calles de mejorado eran malas, lo sabíamos nosotros mismos. Pero, ¿qué le íbamos a hacer si no conseguíamos cemento? No podíamos hacer calles mejores.

Para el final de la asamblea había sido anunciada “libre expresión”. Pero cuando nuestro Gerente General Parra quiso hacer uso de la palabra para un discurso de aclaración, no le fue permitido. No querían escuchar y no querían colaborar en buscar alguna solución. Solamente querían pelear. A ese principio, el señor F.R. le siguió siendo fiel durante todos los años siguientes. Y aquel día memorable quedó fijado para la posteridad por medio de un dibujo de Neu en la cancha de bolos.

La nueva bandera de la Ciudad Jardín

El 8 de agosto de 1948 fue izada por primera vez la bandera de la Ciudad Jardín en el mástil sobre la torre del “Takú”, así como en las oficinas en la calle Olmos.

Nuestra bandera es obra del arquitecto Vieten. Se compone de un paño bicolor (rojo y blanco), con el escudo de la Ciudad Jardín que contiene algunos chalets de techos rojos, un paisaje de lomas y el histórico Palomar: Ciudad Jardín Lomas del Palomar.

El 22 de noviembre de 1948, el doctor Plate pudo comunicarme que nuestra bandera había sido aprobada definitivamente por el gobierno en La Plata.

Compra de la Cuarta Sección

El 30 de diciembre de 1948 tuvo lugar, ante los jueces doctores Molinario, Catalayud y Benítez, y después de largas tratativas, la compra de la llamada Cuarta Sección a la firma Richmond S.A.

Por lo tanto, desde aquel momento todo el terreno comprendido entre las estaciones El Palomar y Martín Coronado pertenecía exclusivamente a F.I.N.C.A. Y desde aquel momento no tuvimos más nada que ver con Fickenscher. Ya nada se interponía al desarrollo de nuestra Ciudad Jardín.

El año 1948

A fines de 1948 había 278 casas en Palomar. Las mismas albergaban 1179 personas. Se comenzó a edificar en la Quinta Sección. Además se inauguró la maternidad en la calle Boulevard General San Martín.

Acontecimientos de importancia también fueron la fundación de la Cooperadora Escolar y la aprobación de nuestro emblema por el gobierno en la Plata.


Capítulo 9

1949 / El fin de las Cajas de Crédito Recíproco

El año 1949 nos trajo el fin de las Cajas de Crédito Recíproco. El mismo era obra del Banco Central, quien sin que nadie lo hubiera solicitado, había tomado sobre sí la financiación de las mencionadas Cajas. Por otra parte debo hacer notar que aquella intervención significó la momentánea salvación para muchas sociedades. Pintoresco aparato, escasa producción y la ausente confianza del público, las habían llevado cerca del límite. Era éste el caso de ARCA, en

el que llegó a intervenir el juez. Pero, según me fue informado, más adelante el proceso fue suspendido.

En F.I.N.C.A. no se había llegado a tal extremo. En el transcurso de los años pasados había llegado a proporcionarme, por medio de amigos y conocidos, préstamos por unos ocho millones de pesos (aproximadamente 2 millones de dólares). Los había conseguido a tasas interés reducido y nos bastaban completamente para las deseadas financiaciones provisorias, hasta que tuvieran lugar las definitivas por nuestra Caja de Crédito Recíproco o por medio de otras instituciones hipotecarias.

Cuando entró a accionar el Banco Central, formuló entre sus primeras exigencias que devolviéramos el dinero. El Banco Central daría a las compañías todo el dinero que necesitaran. Pero, para ello, reclamaba algo así como un monopolio en la financiación. Nuestros dadores de dinero, compuestos de cientos de pequeños capitalistas, fueron incitado a retirar su dinero en un plazo fijo. Recuerdo perfectamente las quejas de muchos de ellos cuando aparecieron por nuestras oficinas.

Hasta aquel momento, el dinero estaba bien invertido y los intereses eran pagados puntualmente. ¿Por qué tal cambio repentino? Nadie sabía decirlo, y nosotros menos que nadie. Efectivamente, durante el primer tiempo el Banco Central puso a disposición de las sociedades dinero en generosas cantidades. Hasta que algunas de estas sociedades -bajo la dirección de ARCA naturalmente-, llegaron a extralimitarse solicitando cifras tan astronómicas que se veía claramente que, no tardaría mucho, el Banco les mostraría las manos vacías. En aquel tiempo, en incontables conferencias, les aconsejé a los directores que no exageraran. ¡Cuántas veces les previne que aquello iba a terminar mal, muy mal! Pero los señores no quisieron escucharme.

Sin el menor cálculo de ganancia invertían e invertían, instalaban lujosas y numerosas sucursales, pagaban altos sueldos y comisiones. Total, la inagotable fuente pecuniaria del Banco no tenía fondo… Pensaban.

Desesperado, y viendo que ARCA y otros no querían entrar en razón, dirigí numerosos escritos al Banco Central. Por medio de ellos llamaba la atención sobre los tejes y manejes de ciertas personas. Mencionaba nombres, mencionaba hechos, pero todo era en vano. Las

“relaciones” en ARCA aparentemente fueron más fuertes: si hoy releo mis escritos, me veo a mi mismo como profeta; todo sucedió como lo predije. Aunque en algunos casos, sucedió aun peor… Los señores del Banco Central y de la Inspección General de Justicia que conocen mis escritos, pueden atestiguarlo.

Cierto día, el gerente del Banco Central me comunicó que había leído mis escritos de cabo a rabo. Lástima que se decidió a hacerlo cuando todo ya se había derrumbado.

En el transcurso de poco más de un año, el Banco Central había entregado a ARCA cerca de ciento cincuenta millones (aproximadamente treinta y cinco millones de dólares). A F.I.N.C.A., que disponía de una obra terminada mucho mayor, no le habían sido puestos a disposición más que 27,3 millones de pesos (aproximadamente 5 millones de dólares). Cuando en mayo de 1949 fue cerrado el crédito, ARCA ya había gastado ese dinero hasta el último centavo. F.I.N.C.A., al contrario, debía tener a su disposición todavía siete millones, pero que no le fueron pagados. ARCA había sido más rápida. Y habrá gente que vea aquello como la más inteligente de las conductas comerciales. Yo soy de opinión contraria. Aquello era un insulto contra el cumplimiento y la confianza, tanto de parte de ARCA como en nuestro caso, también de parte del Banco Central. Este último no nos pagó nuestros correspondientes siete millones. En tal oportunidad dirigí un escrito al presidente, que culminaba con las siguientes palabras: «Si esto es justicia, yo me llamo Mary Pickford».

En nerviosidad continua transcurrieron los cinco primeros meses del año 1949. Con temor esperaba el momento en que acontecería el golpe del Banco Central. Mientras tanto, ARCA seguía optimista. Construía sus “barrios” o los tenía en preparación. Y sus directores ni sabían siquiera dónde estaban situados.

Ya que por orden del Banco Central el negocio, en el último tiempo, había pasado a ser financiado completamente por aquella institución, el agotamiento de la fuente de dinero debía traer consecuencias simplemente catastróficas. Y esto acaeció el 31 de mayo de 1949.

El 23 de abril habíamos tenido una reunión conjuntamente con SUCA, ARCA y otras sociedades. Durante la misma, el gerente de Banco Hipotecario Nacional habló sobre una audiencia mantenida con quien era Ministro de Finanzas, Cereijo. Explicaba que el señor ministro había apostrofado a los directores de ARCA, llamándolos “una horda de estafadores con guantes blancos”. Comunicación ésta que fue recibida con un ataque de rabia por parte de los presentes señores de ARCA. Por mí, con una ligera sonrisa.

A pesar de todo -y esto es lo increíble- el Banco Central, subordinado al Ministerio de Finanzas, y después de tal expresión de parte de aquel, puso a disposición de ARCA otros treinta millones. Y estos treinta millones también fueron tragados en pocos días o, digamos, mal invertidos. Todo era tan desquiciado que parecía imposible. Pero tomo sobre mí la gran responsabilidad con respecto a la veracidad de lo que dije…

Y llegó el 31 de mayo de 1949. Partiendo del simple principio -y también del más cómodo- de que el bueno debe sufrir a la par del malo, recibimos un telegrama del Banco que nos traía la noticia de que era retirada la personería jurídica a todas las sociedades de crédito recíproco. Por medio de hirientes e inadecuadas acusaciones, se trataba de demostrar la culpa de aquellas en el desastre. De hoy a mañana, repentinamente, se había acabado el dinero. Las sociedades no debían firmar más contratos, no podían aceptar nuevos depósitos, etcétera.

Efectivamente, los directores de las sociedades fueron partidos por el eje.

Y todo eso era única y exclusiva consecuencia de la incalificable conducta y el desastre del proceder de ARCA. Única y exclusiva culpa de aquella sociedad que había acarreado la catástrofe por medio de sus desmesuradas solicitudes de dinero. Y ese hecho me fue asegurado más tarde por todos los altos funcionarios del Banco Central, inclusive por el gerente Di Taranto.

Es incomprensible como, en aquel momento, no hubo una sola persona capaz de aplicarles a aquellos individuos una justa sanción.

Durante el año 1949 recibimos a menudo visitas de altos funcionarios del Banco Central en la Ciudad Jardín, Todos estaban encantados con nuestra obra. Entre todos ellos, menciono especialmente la visita de quien era vicepresidente, Ezcurra, de los directores Russo y Maya, quienes siempre nos volvían a asegurar que no debíamos preocuparnos por la cuestión del dinero. Estos señores no dejaron de expresar su indignación sobre el comportamiento de ARCA, aunque nadie podía hacer algo contra aquella gente que gozaba de una gran protección “de arriba”. Pero, ¿de quién diablos venía tal protección? Eso no lo sabía nadie. Lo que sí sabíamos era que a F.I.N.C.A., como a las otras sociedades que no habían dado activo de deudas, les había sido cancelada toda posibilidad de financiación de un día para otro.

Aquello fue un gran golpe. Llevados por las impresionantes promesas del Banco Central habíamos comenzado con un programa de trabajo sumamente amplio. Nos encontrábamos con algunos cientos de casas en construcción, cuando nos llegó el cierre del crédito.

Si en aquel entonces no dejé todo plantado, si en aquel entonces decidí seguir luchando, se lo debo, en primer lugar, a Parra, mi fiel amigo y compañero, que estuvo siempre a mi lado y me ayudó a no abandonar.

Librados al Banco Hipotecario Nacional

Siguiendo el consejo de Parra y en compañía del doctor Plate, protestamos solemnemente ante el Banco Central por las injusticias, y después de varias tratativas con el gerente Di Taranto, fuimos librados por aquel al Banco Hipotecario Nacional.

El susto me dejó boquiabierto. Sabía lo que nos esperaba al re-entablar relaciones con aquella institución. Primeramente rehusé, deprimido. Ni siquiera había que pensar en tal solución. Volví sobre el pensamiento, y siguiendo el consejo de mi amigo Parra, acepté. Por otra parte, ¡qué otro remedio nos quedaba si no queríamos dejar las casas a medio terminar y en las que ya habílamos invertido millones. Acepté.

Acepté, aunque sabía lo que nos esperaba desde aquel día: quedamos librados al Banco Hipotecario Nacional. Y aquí comenzó otro vía crucis.

Que sirva para demostrar el valor moral y comercial de F.I.N.C.A. el hecho de que el nombre “F.I.N.C.A.”, después de muchos años, sigue ocupando su mismo lugar. Mientras que a los demás se los tragó la tierra. Nadie supo mas nada de ARCA, SUCA, COFRE -unas quince en total, sean cuales hayan sido sus nombres-.

F.I.N.C.A. sobrevivió sana a las tempestades del tiempo. F.I.N.C.A. se hizo más fuerte año tras año y siguió con fervor rumbo a su meta: la Ciudad Jardín Lomas del Palomar.

A la Ciudad Jardín se la ve. Crece y florece. Y esto no podrán remediarlo los funcionarios del Banco Hipotecario Nacional, aunque lo quisieran.

Creciente inflación

Por otra parte el año 1949 se caracterizó por la continua escasez de cemento y los no menos frecuentes aumentos de precios. Paulatinamente se abría paso la idea que si tal artículo hoy costaba tanto, el próximo pedido debía costar cerca del doble. Sistema éste que ya caracterizaba la enfermedad de toda la economía. El 4 de marzo de 1949 fijamos el precio del metro cuadrado cubierto en setecientos cincuenta pesos.

Sexta y Séptima Sección

El 21 de enero de 1949 se comenzó con la construcción de la sexta y séptima sección. La Sexta comprende el terreno entre los Olmos, Los Pensamientos y Aviador Matienzo. La Séptima se extiende dentro de los límites de Aviador Nungesser, Conde Zeppelin, Aviadora Lorenzini y Aviador Sánchez.

Casas de altos

Estando reunidos Parra y yo el 5 de febrero de 1949 sacamos a relucir por primera vez la idea de edificar con casas de altos en forma de Propiedad Horizontal, todo el triángulo comprendido entre Los Pensamientos, Immelmann, Boulevard F.I.N.C.A. y la Plaza de los Aviadores. El terreno estaría sin duda bien aprovechado. Por otra parte, un departamento saldría considerablemente más barato que una casa con exactamente las mismas comodidades.

Mongsfeld enseguida dio cuerpo al proyecto. Al poco tiempo presentó una maqueta que mostraba el futuro aspecto de la Ciudad Jardín, tal como nos lo imaginábamos nosotros en aquel tiempo.

Arquitectos maltratados

Justamente hablaba de Mongsfeld y seguiré hablando de Mongsfeld. Debo hacer mención de un cómico incidente, que dará a entender claramente en qué medida debían sufrir los “pobres arquitectos”. Cierto día, bajo mi yugo, recibo una carta de Mongsfeld desde Rosario. Al abrirla ya noto que el contenido de la misma no va dirigido a mí sino a su colega Juan Behrendt. En aquella carta Mongsfeld se quejaba amargamente por el dominio del “viejo”. Explica que es su único consuelo que Behrendt, espiritualmente, tiene que sufrir aún mucho más por mi causa.

Con todo, los dos sacrificados no tenían tan mal aspecto: ganaban bien, tenían sus casas propias. Verdaderamente, ya no podía encontrar motivo para exteriorizarse en forma tan poco amable sobre mí. Nunca llegué a comprobar si Mongsfeld puso intencionadamente la carta en el sobre equivocado, o si fue solamente una triste casualidad.

De todos modos, en aquel momento pasé la carta al verdadero destinatario (Behrendt), luego comuniqué a Mongsfeld la recepción de su carta por medio de un escrito en el que no falto el humor y por el que además se enteró de mi rápida entrega a Behrendt.

Poco después se presentó en mi despacho y ofreció su renuncia. Por otra parte me decía que aquella no había sido su intención, que así no había querido decirlo.

-Bueno, si así no quiso decirlo, tampoco es necesaria su renuncia -fue mí respuesta.

A pesar de algunas diferencias profesionales, hasta el día de hoy hemos seguido siendo buenos compañeros.

Y nuevamente el problema de las calles

La construcción de las calles siguió siendo un gran problema: Morón había dejado transcurrir el verano sin que la construcción de calles hayan adquirido la celeridad necesaria. Para cada caso, siempre tenía una nueva explicación. Ahora había llegado el invierno con sus muchas lluvias. Entonces, a Morón no le faltaron las mejores excusas. Por otra parte, Morón era un tipo fantástico que siempre sabía el último chiste político y, como ya escribí, era un genio en contarlo. De esa manera era como llegaba a ahogar mis grandes ataques de rabia. En esos momentos, Morón nuevamente tenía razón.

Octava Sección. Carlos A. Johansen.

El 1º de abril de 1949 don Carlos Johansen comenzó con la construcción de la Octava Sección. Esta comprende el terreno entre las calles Conde Zeppelin, Los Pensamientos, Aviador Matienzo, Aviador Plüschow y avenida Pereyra Iraola. A su propio pedido, yo le había dado la dirección general en la edificación de la octava sección. Capaces arquitectos y otros colaboradores estaban a su disposición, pero, a pesar de todo, pronto pudo comprobarse que don Carlos, aunque fuera excelente matemático, no era buen director de obra. En pocas palabras, no pudo arreglarse bien y tuve que poner su trabajo en otras manos.

Carlos Johansen fue un excelente colaborador en el grupo F.I.N.C.A. y sus perfectos conocimientos del sistema del crédito recíproco, fue de enorme utilidad a muestras sociedades.

La confección del sistema de Crédito Recíproco F.I.N.C.A. puede considerarse exclusivamente obra suya. Y hasta a la Inspección General de Justicia no le faltó su consejo en el momento necesario. Desgraciadamente, en general no se lo entendía o no se le escuchaba, y así llegó que, en el año 1949, por algunos verdaderos bandidos de este sistema fue prohibido en la Argentina. Fue prohibido, aunque contaba con un exitoso pasado en el mundo entero. Estoy absolutamente convencido de que la terrible escasez de vivienda que existe hoy en día, no habría llegado a tal si se hubiera continuado con la aplicación de ese sistema. Naturalmente, contra las sociedades que trabajaban aparentemente para él, no alcanzaron las fuerzas de la Inspección General de Justicia ni, más adelante, tampoco las del Banco Central. Llegar a imaginar que el Banco Hipotecario Nacional, con su entorpecido y corrompido aparato, solucionara el problema de la vivienda, sólo podía llegar a pensarlo un loco o un absoluto ignorante. Carlos Johansen había llegado a la Argentina recién a los cuarenta y cinco años. Conforme a ello, tuvo que luchar para ir penetrando, paulatinamente, dentro de los secretos de la lengua de Cervantes. Así decía

“locatura” en lugar de locura e “inutilamente” en lugar de “inútilmente”. Pero era asombroso por su propia energía. Alcanzó pronto grandes progresos. Era de alegrarse verlo con su vital temperamento en acaloradas discusiones con aquellos burócratas de la Inspección General de Justicia y del Banco Central. Desgraciadamente, su abierta, sincera, y decente opinión no llegaba a imponerse. Los señores de las autoridades eran más vivos que él. Pero no tan vivos como para no dejarse engatusar por ciertos profesionales aventureros de la industria.

Para seguir el ejemplo de sus antepasados, Carlos Johansen quería alcanzar por lo menos los noventa años Por desgracia, no lo logró. Falleció en el año 1959 a la edad de sesenta y cinco años. La Ciudad Jardín le debe mucho.

Rehusando un homenaje

Otro incidente cómico fue el que tuvimos con la familia Pereyra Iraola, a la que le habíamos comprado los terrenos. Uno de sus componentes, don Leonardo Pereyra Iraola, contrariamente a muchos argentinos, mostró gran amor a los árboles, la maravillosa plantación de árboles en la Ciudad Jardín es sin duda alguna su obra. Aunque tuviéramos que cambiar el trazado de algunas calles ya que los terrenos previstos en el año 1933 eran demasiado grandes, en general pudo ser respetada la existencia arbórea. Y cuando no pudo hacerse así, plantamos nuevos árboles que crecieron vertiginosamente. Por sobre todos los demás, la avenida de los eucaliptus (avenida Germán Wernicke) es obra de don Leonardo Pereyra Iraola. Este motivo sería suficiente para erigirle un monumento.

En aquel tiempo, por medio del doctor Brieger, dirigí una serie de preguntas pidiéndole a la familia datos personales sobre don Leonardo. Quería designar una de las calles más importantes de la Ciudad Jardín con su nombre. Categórica fue la respuesta: la familia no tenía interés en homenajes de tal especie y rehusaba agradecida. Los señores habían supuesto que el homenaje venía por parte del gobierno de Perón y, como estaban en malas relaciones, no podía ser aceptado. Recién cuando Brieger les explicó que el homenaje venía de parte de F.I.N.C.A., estuvieron de acuerdo y nos dieron los datos solicitados. Así, hoy una de las calles más importantes de la Ciudad Jardín es la avenida Pereyra Iraola.

Mi cumpleaños número cincuenta

Ya que hablo de homenajes, debo mencionar uno dirigido a mí con motivo de mis cincuenta años. El cumpleaños fue el 5 de mayo de 1949, pero el homenaje recién tuvo lugar el 28 de mayo. Había sido organizado por Parra y Brieger, y como yo no pude ser el que impulsaba en este asunto, tuvo lugar con veintitrés días de atraso. Parra y Brieger no lo podían hacer de otra manera. De viejos documentos saqué más tarde que me bautizaron el 28 de mayo de 1899. Quizá querían festejar especialmente aquella fecha.

El homenaje tuvo lugar por medio de un grandioso asado en las vaciadas oficinas de Palomar. En total participaron más de 60 personas, entre jefes, empleados, contratistas y numerosos habitantes de la Ciudad Jardín. Fueron dichos halagadores discursos y yo estuve muy emocionado, como debe ser. Especialmente me alegró la presencia del viejo amigo Gustavo Herten, quien poco después nos dirigió la siguiente carta:

F.I.N.C.A. S.A., San Martín 501, Capital.

2.6.1949

Mis estimados señores:

Ya que en estos días su muy estimado presidente, Dr. Erico Zeyen, se ausenta para Europa, quisiera tomar la libertad de dirigir a Uds. unas palabras.

Como amigo personal del Dr. Zeyen y también como modesto cofundador de la Ciudad Jardín Lomas del Palomar, me permito dar expresión a un impulso imperativo felicitando a Uds., por esta obra soberbia única, sui géneris, en la República Argentina y América del Sur, única por su incomparable situación, única por sus bellezas arquitectónicas, su conjunto armonioso y rapidez de construcción. Inútil mencionar que esta obra magnífica se debe en primer lugar a las ideas admirables de nuestro amigo el Dr. Zeyen, su entusiasmo juvenil, su energía y su voluntad férrea, venciendo todas las dificultades, tanto financieras, técnicas, nacionales económicas como sociales, con las cuales ha tenido que luchar continuamente.

En mis múltiples viajes a Europa y los Estados Unidos he tenido ocasión de ver muchas Ciudades Jardín, pero estoy seguro de que ni una se debe exclusivamente a la perseverancia de un hombre solo como la de su distinguido presidente.

Llegará un día -espero lejano todavía- en el cual el gran arquitecto del universo llamará al Dr. Zeyen a su seno para consultarlo sobre la edificación de las moradas de las almas del más allá. Espero entonces que en ese día la Ciudad Jardín Lomas del Palomar se acordará del Dr. Erico Zeyen, dando a la calle principal el nombre de su fundador, honrando más su memoria y honrándose también a sí misma.

Aprovechando esta oportunidad para desear a mi amigo Dr. Zeyen un feliz viaje a Europa y un feliz regreso. Saludo a Uds. cordialmente su affmo. amigo y S.S.

La lucha por la escuela

Gustavo HERTEN

El año 1949 también nos trajo otra lucha “interesante”. Se trató de la lucha respecto al edificio de la escuela en la calle Jacarandaes. Como el lector ya sabe, hacía tiempo que yo había comenzado con la edificación de la escuela “por cuenta y riesgo propios”. Se trabajaba a toda

máquina y la construcción estaba por llegar a su término, sin que las autoridades hubieran mostrado el menor interés por ponerla realmente en marcha. Provisoriamente habíamos instalado las aulas en una casa que pertenecía a F.I.N.C.A., en la avenida Colegio Militar. Allí se daba clase desde el 6 de marzo de 1943, pero aquello no era más que una medida de emergencia.

El 7 de marzo de 1949 nos visitó el Intendente de San Martín, Pastorino, quien, después de haber observado la escuela casi terminada, nos prometió su inmediata intervención frente al gobernador. La misma promesa nos la hizo el coronel Ruda, comandante del establecimiento de cadetes en Palomar, quien nos visitó el 6 de abril de l949.

Parecía que algo iba a suceder. La escuela había sido estimada, con fines de expropiación, en $ 1.025.000. A nosotros nos había costado un 40 % más. Aceptamos sin protestar. Total, lo más importante era que la escuela entrara a funcionar. Pero nada se supo durante largo tiempo. En La Plata, aparentemente, no tenían dinero.

El 15 de mayo de 1949 tuvo lugar la colocación de la piedra fundamental de la Capilla de la Sagrada Familia. Contamos con la presencia de la esposa del gobernador de la provincia de Buenos Aires, señora Elena Caporale de Mercante, así como del ministro de gobierno Mercante (todo quedaba en la familia, con su señora esposa). La colocación de la piedra fundamental se llevó a cabo en forma solemne con la tradicional música militar.

En tal oportunidad les mostré a los señores la nueva escuela, que ya estaba completamente terminada y esperaba únicamente ser puesta en funcionamiento.

-¡Es una vergüenza que esta escuela no sea puesta en marcha! -repitió varias veces la señora de Mercante. A continuación dio su opinión sobre la desvergonzada burocracia, la misma que, más adelante, repetiría yo mismo por mi propia cuenta.

El 8 de noviembre de 1949, es decir medio año más tarde, el expediente “Escuela Palomar” fue por fin suscripto por el gobernador Mercante. En lugar de los $ 1.025.000 previstos en la estimación, debíamos recibir únicamente $ 915.000. Los señores del gobierno eran buenos comerciantes y lo demostraban cuando no se les oponía una resistencia lo suficientemente fuerte. No debe pensarse que entonces recibimos el pago de inmediato. Ni soñarlo; aquello tardaría todavía muchos meses. Iba a necesitar numerosos viajes a La Plata y audiencias con el ministro de Finanzas, López Francés, quien en cada oportunidad nos mostraba sus bolsillos vacíos. Bueno, por lo menos ahora teníamos una escuela digna y al comenzar el año lectivo 1950 también en ella empezaron las clases.

Mi hermano Hugo

Plate había pasado nuevamente a ocupar un cargo público, esta vez como Juez de Trabajo en Mar del Plata. El 28 de enero de 1949, mi hermano Hugo fue nombrado gerente general de

F.I.N.C.A. En realidad, este puesto lo había ocupado siempre, aunque de nombre era “solamente” contador general. A Hugo le habría correspondido el título de gerente general para asuntos interiores, mientras que a Plate el mismo cargo para asuntos exteriores.

Una parte del mérito de que la Ciudad Jardín haya podido ser edificada le corresponde a mi hermano Hugo. La administración interna bajo su dirección alivió mucho nuestro trabajo. Todo siempre estaba perfecto, “a la don Hugo”, como solía decir nuestra gente. Hasta la severa Inspección General de Justicia calificó de ejemplar a nuestra administración y contaduría.

El juez viajante

Mientras que Plate desempeñaba su función en Mar del Plata, todavía disponía del tiempo necesario para servir a nuestra F.I.N.C.A. como “ministro de relaciones exteriores”. Esto motivaba frecuentes viajes de ida y vuelta entre Buenos Aires y Mar del Plata. Sus colegas lo

llamaban “el Juez viajante”.

Como el lector recordará, la orden del gobierno motivada por el fallo del Banco Central, nos había librado al Banco Hipotecario Nacional a partir de la segunda mitad del año 1949.

Librados en todo el sentido de la palabra, pues lo que tuvimos que aguantar del Banco desde aquel momento en materia de justificaciones, mentiras, falsas promesas, chicanas. burocracia y demás, no tenía nombre. ¿Qué le íbamos a hacer? Alentados por las grandiosas promesas del Banco Central habíamos empezado cientos de construcciones. Y ya que estábamos en el baile, teníamos que bailar al compás del Banco Hipotecario Nacional.

Hasta hoy me parece incomprensible cómo el pobre Parra fue capaz de aguantar en los años siguientes el trato diario con el Banco Hipotecario Nacional. Yo no lo hubiera aguantado. Creo que habría ido a parar o al manicomio o a la policía.

Al principio se notaba claramente que los tipos tenían orden estricta del Banco Central de no dejarnos en la vía. Nos dieron algunos millones con bastante generosidad, para que pasáramos la primera mala época. En un principio, Parra no cabía en sí de su entusiasmo y veía todo pintado de rosa. Una y otra vez yo trataba de calmarle el entusiasmo, porque ya los conocía suficientemente a los señores del Banco Hipotecario Nacional desde varios años atrás. Más tarde se vio que, en mi pesimismo, tuve razón, desgraciadamente.

Pronto, el Banco Hipotecario Nacional mostró a todos su conocida actuación comercial. Lo mostró en todo su esplendor y sólo un hombre con el optimismo y los sanos nervios de un Gregorio Parra, era capaz de aguantar aquello. El colmo de los colmos fue la pretensión del Banco Hipotecario Nacional de obtener una hipoteca por la totalidad del terreno de la Ciudad Jardín. De esa manera, nos darían todo el dinero que necesitáramos. La idea emanaba de quien era gerente del Banco Hipotecario Nacional, doctor Pena.

El doctor Pena era todavía uno de los funcionarios más soportables del Banco Hipotecario Nacional y, seguramente, lo guiaban las mejores intenciones cuando puso a discusión tal proyecto. Naturalmente, me negué desde un principio. En secreto dije muchas malas palabras, aunque no conocía a la madre del doctor Pena.

¡Aquello sí que hubiera sido bueno! ¡Una hipoteca sobre todo el campo, atados con ello de pies y manos y librados a la absoluta arbitrariedad del Banco Hipotecario Nacional! No, ese asunto se lo habían imaginado demasiado fácil los señores. Y todo quedó como estaba. Todavía hoy es mi mayor orgullo no haber aceptado jamás algún gravamen sobre los terrenos sin edificar pertenecientes a F.I.N.C.A. Siempre preferimos dar vueltas y vueltas con nuestras propias finanzas y, finalmente, siempre se pudo.

Como nunca dejé de tener la libertad de disposición sobre nuestros terrenos, pude hacer siempre lo que me parecía correcto y tomar libremente mis decisiones. Así desde siempre. Pero en todos los casos, mis únicos intereses eran los referentes al progreso de la Ciudad Jardín. De ese modo, la Ciudad Jardín llegó a ser lo que es hoy en día.

Por supuesto, a pesar del Banco Hipotecario Nacional.

Paulatinamente Parra se había ido acostumbrando a “vivir” en el Banco Hipotecario Nacional. Cuando mañana, tarde o noche preguntaba dónde estaba Parra, la única respuesta era:

-En el Banco Hipotecario Nacional, ¿dónde va a estar?

La lucha seguía, interminable. De qué manera el bueno de Barra aguantó todo, no he llegado a captarlo hasta el día de hoy. Me es incomprensible.

Sobre esa “magnífica” institución les dedicaremos unas palabras, más adelante.

Viaje a Europa

Desde el 24 de junio al 31 de julio de 1943 hice un viaje a Europa por asuntos particulares. Durante aquel viaje redacté un memorando dirigido al Banco Central, el que fue entregado un poco más tarde.

Por medio del mismo, y adjuntando los documentos necesarios, trataba de explicarles nuevamente lo que le había dicho, a lo largo de diez años, a la Inspección General de Justicia y al Banco Central sobre los excesos cometidos en las Cajas de Créditos Recíprocos.

No lo hice con el fin de demostrarles qué profeta había sido, sino para inducirlos a salvar lo que todavía podía ser salvado. Por desgracia no tuve éxito. Todo fue liquidado, lo malo y también lo que quedaba de bueno.

Cajas de Crédito Recíproco europeas

Si hoy en día observamos el éxito alcanzado por el sistema del Crédito Recíproco en Europa, lo que tuve oportunidad de hacer en mis frecuentes viajes al viejo mundo, puede comprobarse el gran error. Allí vimos claramente el fatal error cometido por el Banco Central, al destruir bruscamente las cajas de Crédito Recíproco.

Morón se despierta

El invierno nos había traído una ligera disminución de las ventas, pero con la llegada de la primavera ellas se renovaron. En el mes de septiembre de 1949 no vendimos menos de 30 casas.

También la construcción de calles se había puesto en marcha. Morón había contratado a la firma Eyerza, y bajo su propia dirección el trabajo marchaba satisfactoriamente. Naturalmente. eso era porque Behrendt y yo les andábamos un poco detrás. Lástima que la continua escasez de cemento en aquel tiempo nos obligó a construir únicamente calles de mejorado.

Fallecimiento del Almirante Plate

El 30 de noviembre de 1949 se fue para siempre nuestro gran amigo y viejo colaborador, el almirante Plate, padre del doctor Enrique J. Plate. El almirante Plate vivía retirado desde varios años atrás, Siempre había estado dispuesto a intervenir en pro de la realización de los intereses de F.I.N.C.A. Especialmente en el año 1943, en las casi diarias visitas a las autoridades en La Plata, donde fue mi incansable e influyente compadre. Puede decirse que su personalidad me abrió las puertas a los diferentes ministerios. Creo que de no haber contado con él, las tratativas referentes a la fundación de la Ciudad Jardín habrían durado varios años. Cada uno de los habitantes de la Ciudad Jardín le debe mucho al almirante Plate.

Para honrar su memoria llamamos a nuestro centro comercial  “Plaza Almirante Plate”.

El camino a Martín Coronado

A principios de noviembre de 1949 hice abovedar con la niveladora la calle de circunvalación. Así a partir del 11 de noviembre de 1949 se podía llegar a Martín Coronado en auto, pasando por las calles Aromos, Amapolas, Lorenzini y Plüschow. Naturalmente, si no llovía.

Aquello que hoy en día nos parece lo más natural del mundo, en aquel momento constituyó un verdadero acontecimiento; no había visitante que se salvara de que yo le mostrara el camino.

Colectivos

A partir del 1º de diciembre de 1949 tuvimos colectivos en Palomar. Claro, al principio se trataba de un servicio sumamente limitado. Pero el primer paso estaba dado. En aquel entonces, ese pequeño comienzo nos causó gran satisfacción.

Inauguración del restaurante “Astoria”

El 1º de diciembre de 1949 inauguramos el restaurante “Astoria” por medio de una gran fiesta. El “Astoria” fue edificado con nuestras mejores intenciones; lástima que aquellas no dieron resultado y el “Astoria” llegó a convertirse en un lugar de carácter popular, de acuerdo a los deseos de la creciente población. No habíamos escatimado en gastos para instalarlo tan lindo y confortable como fuera posible. Recuerdo perfectamente que, en aquel tiempo, cada silla nos costó cuatrocientos pesos, aproximadamente unos 80 dólares.

Desgraciadamente este lindo local se convirtió más adelante en uno de los tan en boga night clubs. Aparentemente, la población lo quiso de tal manera. En un principio estábamos plenos de optimismo y la inauguración constituyó un verdadero éxito. Fueron dichos varios discursos. Hablaron el intendente Pastorino y los señores Parra, Brañas, Reggio y el doctor Plate. El ambiente fue cordial y nuestros invitados se quedaron hasta la madrugada.

Primera misa en la capilla de la Sagrada Familia

El 24 de diciembre de 1949 a medianoche se inauguró solemnemente la Capilla de la Sagrada Familia en la calle Ceibos, por medio de la tradicional Misa del Gallo.

El 23 de Diciembre de 1949 firmé ante el escribano J. Fernández Madero la escritura por la Cuarta Fracción de la Ciudad Jardín que llega hasta Martín Coronado. Así, en la Nochebuena de aquel año pude hacer un paseo, sintiéndome impregnado de felicidad por la creciente Ciudad Jardín. Desde la víspera, la totalidad de sus terrenos, desde El Palomar hasta Martín Coronado pertenecía exclusivamente a F.I.N.C.A. Y aquello fue un hermoso regalo de Navidad.

El año 1949

A fines de 1949 había 450 casas en Palomar, las que albergaban 2.018 habitantes. Se comenzó con la edificación de la Sexta, Séptima y Octava Sección.

El 6 de Marzo de 1949 comenzaron a dictarse clases en la escuela provisoria en la Avenida Colegio Militar.

Desde 1949 teníamos colectivos en Palomar. Además, tuvo lugar la inauguración del restaurante “Astoria”.

En la Nochebuena fue celebrada la primera misa en la Capilla de la Sagrada Familia.


Capítulo 10

1950 / Bendición de la Capilla de la Sagrada familia

El domingo 8 de enero de 1950 fue bendecida la Capilla de la Sagrada Familia en la calle Ceibas, por el obispo Martínez. A continuación, tuvo lugar un lunch en el “Astoria”. Estuvieron presentes varios representados de las autoridades y numerosas militares de nuestro círculo de amigos de la Base Aérea. El obispo Martínez dio un muy aplaudido discurso.

El 26 de enero de 1950 tuvo lugar, igualmente en el “Astoria”, una fiesta organizada en mi honor por la comisión de damas “pro templo”, que presidía la señora Rosalia Brieger. Una persona excesivamente modesta diría que era un homenaje no merecido. Pero como no lo soy, dejé caer sobre mí los laureles.

Inauguración de la nueva escuela en la calle Jacarandaes

Al comenzar el año lectivo 1950 las autoridades escolares tomaron a su cargo la nueva escuela en la calle Jacarandaes, la misma nos había sido expropiada con una pérdida de más de cuarto millón de pesos. El edificio había, sido construido según un plano del arquitecto Mongsfeld.

Parásitos de la economía

El año 1950 trajo a la luz del día las ilegales operaciones de ARCA. ARCA era aquella sociedad que según expresa explicación del gerente del Banco Central, Di Taranto, con su insaciabilidad era la principal culpable en el fin de las cajas de Crédito Recíproco. Lo que aquellos malhechores se permitieron, no tiene nombre. Así pude comprobar el 1º de enero de 1950, es decir semanas después de habérsele retirado la personería jurídica, que en Lomas de Zamora comenzaban con la construcción de un nuevo barrio. Al pasar justamente colocaban un gran cartel que decía “Barrio ARCA”. Enseguida tomé una fotografía y, sin perder tiempo, la mandé al Banco Central. Una vez más sucedió perfectamente lo de siempre: nada.

Lentamente se seguía construyendo, luego dejaban las casas semi-terminadas y hasta que se pudrían. Finalmente salió a relucir que ARCA había llegado a vender hasta cincuenta casas a algunos de sus favorecidos con fines de especulación. ¡Es imposible mayor despilfarro de dinero público! Y a pesar de todo, no se encontró a nadie capaz de pararles el carro a aquellos temibles infractores de la ley. Sinceramente, no se sabía si era tremenda zonzera de parte de las autoridades o entre las mismas se encontraban cómplices de aquellos bandidos sueltos.

Siguiendo el ejemplo de F.I.N.C.A., ARCA había dedicado a la construcción de

“barrios”. Y lo hacían con tal “responsabilidad y seriedad”, que los señores directores no tenían siquiera idea en dónde estaban situados. Eso se daba en el mismo tiempo en que los muchachos de F.I.N.C.A. se levantaban con el pensamiento fijo en la Ciudad Jardín, se acostaban con el mismo y durante la noche la volvían a ver en sus sueños.

En aquel tiempo, un domingo tuve ganas de ir a visitar uno de aquellos barrios ARCA, justamente uno del cual la prensa hacía una grandiosa propaganda. Debía encontrarse en San

Justo. Lo busqué, pregunté a transeúntes, pregunté a policías, y nadie supo decirme dónde se encontraba el famoso barrio. Finalmente tuve que volver sin haber cumplido con mi propósito.

Al día siguiente visité por otro motivo a quien era gerente de ARCA, doctor Micele. Le conté de la malograda visita de la víspera, Y como única respuesta, este gran comerciante se acomodó en su sillón y sonriendo cínicamente me dijo:

-Yo tampoco lo sé, nunca estuve por allá.

¡Hay que haberlo vivido para creerlo! Yo lo he vivido. Aquello era cinismo puro. Y el Banco Central seguía entregando millones a pesar de las advertencias que surgían por doquier y a toda voz.

Lo grave no era solamente que el Banco Central fuera estafado en varios millones, sino que llevó a que otras compañías sufrieran las injustas consecuencias. Debían sufrir compañías que llevaban tras de sí esa gran obra y querían trabajar sincera y decentemente. Debieron sufrir por las ridículas y muchas veces apresuradas medidas del Banco Central.

Tuve varias conferencias con los directores del Banco Central al respecto. En todas ellas aclaraba mi punto de vista con respecto a la catastrófica situación, en forma sumamente indignada. Y en todas ellas me daban tener toda la razón del mundo. Pero, desgraciadamente, “nada podía hacerse…”. Entre todos aquellos hombres no se encontraba uno solo con la fuerza necesaria para poner los puntos sobres las íes.

En el transcurso del año varias veces me di el gusto o, mejor dicho, el disgusto de hacer fotografiar los barrios que ARCA tenía en construcción. Todo estaba abandonado, las casas se pudrían, las instalaciones eran robadas. Allí, los liquidadores del Banco Central no veían o no querían ver. Era una vergüenza, una verdadera vergüenza. No se podía ni pensar que las casas alguna vez fueran entregadas a sus dueños. Pero eso no preocupaba a los bandidos de ARCA. Lo principal era obtener los millones para la construcción. Y se tragaban las comisiones.

Nunca pude perdonar al Banco Central cuando en julio de 1950 trasladó la administración general de la liquidación al edificio que había pertenecido a ARCA, en la Diagonal Norte.

Aquella medida obligaba a nuestros clientes y dirigirse a aquella cueva para cumplir con sus obligaciones hipotecarias. Al lector le parecerá incomprensible como aquella medida del Banco Central llegó a colmarme de indignación y de pena, pero debe considerarse que, durante años y ante los ojos de todos, lo había mostrado como cuna de toda la catástrofe. Y ahora la liquidación de nuestra honesta cartera era trasladada a aquella cueva de ladrones.

En aquel momento me sentí verdaderamente enfermo. Me sentía como debe sentirse un director de escuela, si se entera que su honorable institución debe ser trasladada a un edificio en el que hasta el momento funcionó un conocido prostíbulo. Si en las oficinas del Banco Central yo expresaba tales opiniones, me miraban y no me comprendían. Aquellos senadores parecían ignorar completamente que, en algunos casos, hasta las autoridades deben respetar les sentimientos de un comerciante. Ignoraban que en las grandes decisiones también debe ocupar un lugar la sinceridad y la decencia en los negocios.

Monolito a Mermoz

Habíamos erigido un monolito a Mermoz en la primera esquina de la calle Aviador Mermoz. El 17 de mayo de 1950 fue descubierto por Madame Mermoz, madre del aviador que había venido a Buenos Aires como huésped de Air France. Se sabe que Jean Mermoz fue el piloto francés que llevó la primera correspondencia entre Europa y América del Sur.

La escena fue emocionante. La Banda de la Base Aérea tocaba La Marsellesa y la anciana madre del héroe levantaba el lienzo que cubría el monolito. Muchos lloraban, pero mamá Mermoz miraba hacia adelante, sin una lágrima.

A continuación tuvo lugar un lunch en el “Astoria”. Madame Mermoz me contó que durante el vuelo el piloto del avión de Air France la había invitado a pasar a la cabina.

-Al ver toda aquella relojería -dijo madame Mermoz-, con todos aquellos instrumentos y aparatos que el piloto tiene a su disposición, recordé la maquinita en la que volé varias veces con mi hijo Jean. Su cabina de comando no era así. Él no tenía toda aquella relojería, y si a pesar de todo encontraba su destino, entonces creo que realmente fue un buen aviador…

Cuando dijo estas palabras, el rostro de la madre se iluminó de justo orgullo, y era comprensible.

Los bomberos de F.I.N.C.A.

El 21 de junio de 1950 fundé el Cuerpo de Bomberos F.I.N.C.A. y lo puse bajo la dirección de Juan Bleyberg, Eran un total unos veinte hombres que, con sus pintorescos uniformes, presentaban su hacha bajo la orden del comandante Lorenzo Fiorio, dando así el toque de color a todas las fiestas.

Por otra parte, este cuerpo de bomberos no servía exclusivamente “para exposición” sino que, con mayor o menor éxito, intervenía en pequeños incendios, algo que llenaba de orgullo a su superior jefe, Juan Bleyberg.

Cierto día se me ocurrió poner a prueba la eficacia de nuestros bomberos. Durante la tarde, secretamente, hice amontonar ramas detrás de la torre de agua en la Plaza de los Aviadores, las que iría a incendiar más tarde. Llegó el crepúsculo y yo mismo prendí la montaña de ramas y hojas secas, Disfruté del aspecto de las llamas y me dispuse a esperar lo que sucedería. No habían pasado cinco minutos cuando Bleyberg aparece jadeante a la cabeza de sus hombres que arrastraban consigo la manguera. Pronto habían conectado la manguera a la canilla más próxima y pocos minutos después, en posición firme, Bleyberg me pudo comunicar que el incendio había sido apagado.

Emocionado, le expresé mi reconocimiento por su rápida y exitosa intervención y festejamos el acontecimiento con un buen trago. Después de la tercera botella, y en un minuto de debilidad, Bleyberg me confesó que durante toda la tarde había estado observando mis preparativos referentes a la provocación del incendio. Los hombres estaban a la expectativa y, apenas se divisó la primera llama, se pusieron en camino.

De ese modo, no era nada raro que todo hubiera marchado perfectamente.

Monolito a Sánchez

El 11 de julio de 1950, la viuda del profesor de aviación Sánchez descubrió el monolito erigido en su honor en la calle que lleva su nombre. Con tal motivo, el doctor Brieger tuvo un emocionante discurso. Sánchez había instruido a muchos jóvenes pilotos argentinos y, realizando su trabajo, cayó con su avión tres años antes. Para el doctor Brieger y para mí siempre había sido un buen amigo y excelente compañero de aviación.

Inauguración del edificio del club AFALP

EI 15 de Julio de 1950 fue inaugurado el edificio del Club AFALP. Contamos con la presencia de muchos representantes del gobierno y con más de dos mil personas. Los méritos de F.I.N.C.A. fueron sacados a relucir por medio de muchos discursos. En el momento dado, el contador Rain, que estaba a mi lado, me dijo:

-Preferiría mil veces en lugar de tantos homenajes, tener el dinero del costo del edificio en la Caja.

No pude menos que darle la razón. Pero en aquel momento no imaginaba lo poco que duraría todo. En el momento que escribo estas líneas ya han pasado más de diez años desde la entrega del edificio. Y hoy todavía no tenemos el dinero. En lugar de ello, el presidente del establecimiento, contra mi voluntad y como espontáneo homenaje, dispuso llamar a la sección deportiva del AFALP “Club Atlético F.I.N.C.A.”. Fueron instalados dos letreros luminosos con esa denominación sobre el edificio del club. Pocos años después, cuando tuvimos que decir “no” a una de las atrevidas exigencias del Club, el pueblo arrancó uno de los letreros. ¿Por qué solamente uno? Lo ignoro. Quizá el otro estaba demasiado alto.

¡Qué poco ha comprendido esta gente que sacrificios hizo F.I.N.C.A. para ofrecerles una perfecta Ciudad Jardín.

Uno no sabe si es maldad o es imbecilidad, pero los sucesivos directores de AFALP veían como su más distinguida e importante obligación, la de presentar exigencias a F.I.N.C.A. e insultar a sus directores. Sí, insultar a aquellos directores que habían demostrado una y mil veces su buena voluntad en pro del bienestar de la Ciudad Jardín. Yo pienso que, a la par de su imbecilidad nata, jugaban un papel importante las causas demagógicas, Querían mostrar al pueblo qué gente endiablada eran… Y todo junto se llama “democracia”.

Ateneo Juvenil

El 11 de noviembre de 1950 sin tener la menor idea de ello, fui nombrado presidente honorario del Ateneo Juvenil. Como nunca me comunicaron que había sido derrocado, supongo que el  Ateneo Juvenil, ya no existe.

Siempre en la casa propia

Al hablar del club, hablamos de “no pagar”. Al respecto debo mencionar que la escuela que ya estaba en marcha hacía cerca de un año, a fines de 1950 tampoco había sido pagada. Lo mismo sucedía con la Capilla de la Sagrada Familia. Hasta el día de hoy no ha sido pagada y, debido a ello, sigue siendo propiedad de F.I.N.C.A. Nuestra gente puede afirmar que, al elevar en ella sus oraciones a Dios, lo hace en su propia casa.

Siguiendo fieles a la verdad, también podemos asegurar que en la comisaría estamos en casa propia. Este edificio tampoco fue pagado, ni sus autoridades hicieron jamás el ademán de pagarlo.

El himno a F.I.N.C.A.

El himno a F.I.N.C.A. fue entonado por primera vez en mi casa de Lomas de Zamora el 4 de junio de 1950, con motivo de una reunión de jefes. El 6 de julio del mismo año fue grabado en disco. Desde aquel día se lo escucha al final de cada función en el cine “Helios”.

El texto dice:

Muchachos hoy cantemos A F.I.N.C.A. la canción

Del pueblo de las flores, del pueblo en colores Que F.I.N.C.A. levantó.

Del pueblo de los niños Cantemos la canción

Feliz el joven padre, feliz la joven madre Bendicen su hogar.

Si quieren humillarnos Si quieren ofender

nosotros nos reímos, en F.I.N.C.A. si vivimos, Aquí en Palomar.

A F.I.N.C.A., la querida Un Viva con fervor

Eterna sea F.I.N.C.A. y reine siempre F.I.N.C.A. En nuestro corazón

Muchos imitadores

La Ciudad Jardín crecía y se embellecía. Llevados por nuestro ejemplo aparecieron muchos imitadores que también querían construir una Ciudad Jardín. A tal efecto redacté un librito con dibujos de Luis Neu, titulado “Cómo se construye una Ciudad Jardín”. De manera humorística exponía mis experiencias y esperaba dar con ella, a eventuales colegas, valiosas indicaciones. Desgraciadamente, no fue así. Encontramos muchos imitadores, pero ninguno llegó a hacer una Ciudad Jardín como Lomas del Palomar. Creo que lo podemos afirmar con todo derecho. Generalmente se trataba de aventureros, cuya única ambición era conseguir las mayores sumas posibles del Estado. Y aquello lo lograron muy a menudo: la conocida ignorancia de las autoridades les fue una valiosa ayuda para sus fines.

Lentitud de las autoridades de La Plata

Si hablo de las luchas con el Banco Hipotecario Nacional, también debo mencionar que las luchas con las autoridades en La Plata no eran menos excitantes. Con los años, nuestro personal técnico había adquirido gran precisión y seguridad.

Los mismos presentaban los planos de tal manera que no podía caber la menor duda de su aprobación. Nuestra gente sabía perfectamente lo que estaba permitido y lo que estaba prohibido. Y como el objeto siempre era el mismo -la Ciudad Jardín-, generalmente nosotros mismos lo sabíamos mejor que los empleados en La Plata. Resumiendo: teóricamente nuestros planos, así fueran de urbanización o de construcción, podían haber sido aprobados dentro del término de cuarenta y ocho horas, pero generalmente tardaban muchos meses, mucho más de lo que tardábamos nosotros en la construcción.

En la mayoría de los casos, las casas ya estaban habitadas, mientras que en La Plata todavía se trabajaba es la aprobación de los planos. Casi nunca, y en ningún caso posteriormente, tuvimos que hacer alguna enmienda en el loteo o en la edificación. Sirva de demostración de que nuestros planos siempre fueron presentados correcta y exactamente.

Lucha con los representantes de obreros

Durante el año 1950 tuve frecuentes y acalorados disgustos con los representantes de los obreros. Entre ellos había hecho eco aquella filosofía de que el empleado se puede permitir todo frente al empleador. Pero aquella idea se la saqué de la cabeza a los señores. Paulatinamente no les fue quedando duda de que con F.I.N.C.A. no era así, por lo menos mientras estuviera bajo mi presidencia.

Que en aquellas conversaciones no siempre se guardaban las normas de la diplomacia, creo que es fácil de imaginar. En el fondo no eran más que unos pocos agitadores que arrastraban consigo una gran masa irresponsable. A menudo observé en las obras, cómo algunos de los obreros eran incitados por sus compañeros a no moverse demasiado rápido. Los peones eran inducidos a emplear el mayor tiempo posible en el acarreo de los materiales.

Resumiendo: se trataba de, por todos los medios, de dañar a la compañía, sin el menor provecho para el obrero. Nihilismo puro y aplicado.

En tales casos siempre intervine inmediatamente. A los agitadores los llamaba enérgicamente al orden y generalmente los despedía. Que mi proceder era acogido con comprensión por el elemento trabajador, se explica por sí solo. Pero igualmente se explica que los agitadores, con el correr del tiempo, estaban empapados de un odio a muerte.

Recuerdo un incidente que jamás llegó a aclararse. El mismo demuestra perfectamente qué ambiente de odio era el que reinaba entre todos en general y dentro de cada uno en particular contra mí, se entiende. El 30 de octubre de 1949 el chofer Rafael -el fiel Rafa- debía llevarme en mi Packard al homenaje recordatorio al almirante Plate, un año después de su fallecimiento. A último momento resolví ir en el Lincoln que manejaba yo mismo, ya que Rafa tenía que ir a buscar a los chicos de Lomas de Zamora. Rafa manejaba a velocidad moderada por la avenida General Paz cuando, repentinamente, se le soltó la rueda izquierda delantera. Los tomillos habían sido aflojados por algún malintencionado. El coche había pasado la noche en la Planta Industrial, así que el círculo en el que podía ser actuado el audaz malhechor era bastante reducido.

Como Rafa iba despacio, logró frenar a tiempo y evitar un accidente. Fue un milagro. Con espanto pensaba en lo que podía haber sucedido a mí o, sobre todo, a mis amados hijos.

Personalmente inicié una investigación en la Planta Industrial. No llegó a saberse nada. Nadie supo nada. Le mandé una indicación al jefe del taller, Luis, antes de despedir al sereno que había estado de guardia. Quizá castigué a un inocente. Pero la sanción había sido justa por no haber visto ni oído nada.

Récord de ventas

Por otra parte el año 1950 se caracterizó por la increíble cantidad de ventas. El 16 de enero de 1950, por ejemplo, fueron vendidas diez casas en un solo día. En término medio, fueron entregadas mensualmente cuarenta y cinco casas a sus felices poseedores.

El 7 de noviembre de 1950 estaba terminada la primera parte, como calle de cemento, de la avenida Germán Wernicke, entre Conde Zeppelin y Aviador Franco.

Nuevamente el Banco Hipotecario Nacional. Poca plata y muchas polillas. Arrinconado.

No puedo cerrar la historia del año 1950 sin volver a cantar otro lamento sobre el Banco Hipotecario Nacional sobre lo que nos hizo en aquel y en otros años. Cada vez se veía más claramente que a esa institución le faltaba dinero. Desmesuradas promesas y desmesurados planes de construcción, lo habían llevado a tal situación. Pero en lugar de decir la verdad, se continuaba negociando, se prometía lo que no podría cumplirse, y esa actitud llevaba a desagradables situaciones a las compañías que dependían del banco.

Si el bueno de Parra no hubiera andado como loco detrás de aquella gente, ¡quién sabe cuántas veces tendríamos que haber suspendido la edificación! Representaban una mala comedia en la que de hoy a mañana se hacían falsas promesas. Casi diariamente surgían nuevas disposiciones, que a menudo se contradecían absolutamente. En una palabra: actuaban como verdaderos macaneadores.

Una vez el presidente del Banco Hipotecario Nacional, Alonso, que llamábamos Crespolini por su parecido con un habitante de la Ciudad Jardín, una vez nos aseguraba que había dinero a raudales, pero otra vez nos decía:

-Van a sufrir este año…

Una vez decían que teníamos que construir tantas casas como el público pidiera, pero otra vez aseguraban que no tenía que construirse ninguna casa cuyo precio de venta fuera mayor a sesenta mil pesos.

Hacía días que yo pasaba entre seis y ocho horas en la sala de espera del presidente. Y el ingeniero Martino, que se ocupaba de nuestro asunto, llegó a permitirse hacer esperar a Parra y a mí durante cuatro horas para decirnos que en las vigas del techo de una casa en Palomar, habían encontrado polillas. En mi rabia aconsejé al ingeniero Martino que tomara una red y se largara a la caza de las polillas.

¡Siempre nosotros teníamos la culpa de todo! Y aquel ridículo establecimiento siempre se ponía de lado de los lamentadores, por más tontas que fueran aquellas quejas. Por otra parte, poco tiempo después Martino perdió su puesto en el Banco Hipotecario Nacional por una grave falta de disciplina. Sería mentir si dijera que a Parra y a mí aquello nos causó mucha pena…

Hasta el día de hoy lo seguimos llamando el Martino de las polillas.

Su sucesor fue el ingeniero Ortiz. Como ya dije, este miraba a nuestro asunto bastante más amablemente. Ya que hablo del ingeniero Ortiz, tengo que mencionar sin falta una conferencia que tuvimos en el Banco Hipotecario Nacional con los ingenieros Martino y Ortiz el 12  julio de 1950. Fue un incidente cómico.

El Banco Hipotecario Nacional había vuelto a hacemos grandiosas promesas y concesiones, y nosotros nos habíamos puesto enseguida a trabajar. Las obras para las que el Banco nos había prometido la financiación ya estaban hacía rato en plena marcha, pero el dinero del Banco Hipotecario Nacional no llegaba. Solamente solemnes promesas, nada más. Cuando por fin exigimos el cumplimiento, el señor Martino apareció con muchos “peros” y comenzó a enumerar condiciones de las que antes nunca se había hablado.

Entonces Parra se dirigió al Banco Hipotecario Nacional en compañía de Juan Behrendt, director general de obra, Del Pino y Loeser, así como de los gerentes Bühnke y Rossetti, Quería tenerlos a todos a mano para poder contestar a todo lo que debiera contestar.

Empecinado, Martino no cambiaba su punto de vista. Parra notaba claramente que sólo quería chicanear y encontrar nuevas dificultades. En su desesperación, Parra me llamó a

F.I.N.C.A. por teléfono, y Plate y yo acudimos en su ayuda.

Allí estaban los dos grupos frente a frente. De parte de F.I.N.C.A. eran ocho y de parte del Banco Hipotecario Nacional únicamente dos. Nuestra mayoría era innegable. Pedí a Martino que expresara en forma clara y concreta las reclamaciones que tuviera que hacernos. Después que hubo tartamudeado un rato, noté que no era tan terrible como había supuesto. Les dije:

-En el nombre de F.I.N.C.A., acepto las condiciones que usted pone “post festum”, bajo protesta, igual ya no nos queda otro remedio, pues las edificaciones ya están adelantadas y por ese motivo tenemos que decir a todo: «así sea». Nos han vuelto a engañar, señores. Nos arrinconaron de tal manera que sólo ustedes pueden volver a salvarnos.

Sin sed de amenaza y sin darme cuenta siquiera, al pronunciar estas palabras, poco a poco, avanzaba unos pasos. Mi grupo de combate me seguía y los señores del Banco Hipotecario Nacional hacían los mismos pasos, pero en dirección contraria. Nuestras voces se hicieron tan fuertes que vinieron algunos secretarios e ingenieros de la oficina vecina para ver qué pasaba, por lo cual el ingeniero Ortiz exclamó:

-Usted habla de arrinconados, doctor, pero en realidad somos nosotros los arrinconados…

Era así, realmente. Sin percatarme de ello, paulatinamente había llevado a los dos ingenieros a un rincón de la oficina y detrás de mí se encontraba el amenazante grupo F.I.N.C.A.

La observación del ingeniero Ortiz provocó la risa general. Y aquella risa general salvó la situación. Una vez más nos despedimos como amigos. Por el momento.

Por deseo general, la escena fue inmortalizada en la cancha de bolos por el gran pintor hamburgués Luis Neu.

El año 1950

A fines de 1950 había setecientas ochenta y un casas en Palomar, que albergaban 3.492 personas.

Este año nos trajo la bendición de la Capilla de la Sagrada Familia y la inauguración del nuevo edificio escolar de la escuela Nº 51 en la calle Jacarandaes.

Se fundó el Cuerpo de Bomberos y se cantó por primera vez el himno a F.I.N.C.A.

Con gran participación de los vecinos fue entregado el edificio del Club AFALP y se descubrieron los monolitos a Mermoz y a Sánchez. También se fundó el Ateneo Juvenil.


Capítulo 11

1951 / COA se encarga de toda la edificación

A partir del 2 de enero de 1951, COA se encargó de todos los trabajos de construcción. Hasta entonces se había ocupado solamente de los Servicios Públicos. Ya que COA, con los

Servicios Públicos en la todavía pequeña Ciudad Jardín no podía trabajar en forma rentable, se buscó, por medio de las ganancias en la construcción, proporcionarle un balance positivo.

COA trabajó en forma excelente durante los años siguientes hasta 1955, dotando a la Ciudad Jardín de algunas miles de casas.

Desgraciadamente COA también se había acostumbrado, debido a las engañosas promesas del Banco Hipotecario Nacional, a confiar demasiado. Confió en Banco Hipotecario Nacional y la gran irresponsabilidad de esta institución la llevó más tarde a una situación sumamente delicada.

Monolito al general San Martín

En el mes de mayo de 1951 se erigió un pequeño obelisco en la aún sin denominación Boulevard San Martín (antes Capitán Rosales) en honor del padre de la Patria.

El 8 de febrero de 1951 se terminó la pavimentación de la avenida Germán Wernicke entre Martín Coronado y Conde Zeppelin.

El 22 de septiembre de 1951 fueron entregados los seis primeros locales de negocio en la plaza Almirante Plate a sus felices dueños.

Renovadas tratativas por el “Precipicio”

Ya escribí que hacía tiempo me ocupaba la idea de adquirir el terreno situado al este de la Ciudad Jardín (el “Precipicio”), que pertenecía al Ferrocarril San Martín, para edificar allí algo así como un suburbio de la Ciudad Jardín. Lo que perseguía con ello no era la mayor extensión de la Ciudad Jardín -tenía de sobra ya-, sino hacer desaparecer aquel precipicio formado varias décadas antes porque desde ahí había sido extraída la tierra para el terraplén del Ferrocarril Pacífico. Aquello no sólo se había convertido en descargadero de basuras de todo el vecindario, sino también en lugar de preferencia de los cirujas buscadores de tesoros escondidos.

En aquel entonces, los ferrocarriles todavía no pertenecían al Estado, así que tuve que tratar con el gerente inglés del ferrocarril, Mr. Lowry. Este señor se mostró encantado de la Ciudad Jardín por lo que me aseguró que su ferrocarril tenía otras intenciones con aquel terreno. Después de mucho hablar, logré convencerlo de que, por lo menos, me vendiera la parte norte del terreno, con lo que se habría logrado una considerable extensión de la Ciudad Jardín.

Cuando nos habíamos puesto perfectamente de acuerdo, los ferrocarriles pasaron a pertenecer al Estado. Entonces, en lugar de tratar con Mr. Lowry lo tuve que hacer con los funcionarios públicos. Relatar todo lo que fue necesario hacer por culpa de aquellos incapaces en materia de tratativas -escritos, propuestas, etcétera- sobrepasaría el marco de mi historia.

Cada día me convencía más de que contra la imbecilidad y la ignorancia es inútil que luchen hasta los dioses… Resumiendo: a pesar de todos los esfuerzos del señor Plate, el doctor Benítez y míos, el asunto se ponía cada vez más confuso e incomprensible. Finalmente, sepulté mi proyecto y llegué a la conclusión de que la creación de algo productivo es prácticamente imposible, si intervienen funcionarios estatales.

Los terrenos de LODELPA

En aquel momento mí mirada ladeó de este a oeste… Y se detuvo en los terrenos de aproximadamente cien hectáreas, vecinos a la Ciudad Jardín y pertenecientes a las familias

Herrera Vegas y Pereyra Iraola. Los mismos también eran aptos para una ampliación de la Ciudad Jardín. Aquí tuve que tratar con comerciantes y no con funcionarios, así que las tratativas tomaron rumbo favorable, con la colaboración del doctor Plate y los señores Parra, el doctor Brieger y Rossetti,

El 2 de agosto de 1951 entregué a los dueños de los terrenos un escrito con la totalidad de nuestras propuestas. El 25 de septiembre de 1951 el agrimensor Fernández Madero había terminado los planos. Con algunas pequeñas inexactitudes, naturalmente. Fernández Madero estaba acostumbrado a la medición de grandes campos de miles de hectáreas, y aquello no era tan al centímetro. Mientras que la superficie fuera lisa, todo estaba en orden. Pero si aparecían algunos ángulos complicados, entonces los planos volvían de La Plata. Lo cómico del asunto es que quienes corregían los planos de Fernández generalmente eran ex alumnos suyos de la Universidad de La Plata, a los cuales había contribuido a la instrucción en la agrimensura.

Aquellos muchachos eran los que más adelante, entre muecas y sonrisas, debían corregir los planos de su profesor. Pero Fernández Madero jamás se ofendió. Mantuvo en todo momento su buen humor, aunque los planos no estuvieran exactos.

En aquel tiempo yo tenía intención de llamar LODEPA (Lomas del Palomar), a la nueva sección de la Ciudad Jardín. Pero el doctor Leonardo Herrera Vegas me convenció de que LODELPA sonaba mejor. Y así quedó. Hoy en día, LODELPA es un verdadero concepto para la denominación de aquella parte de la Ciudad Jardín.

Negocios “aparte”

Desgraciadamente, aquel año también tuve que intervenir contra una corrupción que se iba extendiendo en COA. Había arquitectos que, a pesar de sus grandes ingresos, nunca estaban conformes y utilizaban las oficinas y otros medios de ayuda de COA, para hacer negocios aparte. Como en aquella época yo metía la nariz en todo, aquello no tardó en saberse. En cada uno de los casos intervine sin consideración por medio de despidos, suspensiones, etcétera. De tal modo logré restablecer el orden.

A partir de la segunda mitad del año las ventas comenzaron a aumentar. A principios de año habían sido mucho menores, pero ahora habían crecido considerablemente, especialmente en la Octava Sección que era llevada adelante admirablemente por los señores Danschewitz y Uhl.

Primeros ensayos de financiación para LODELPA

Repetidas veces conversé con el doctor Pena sobre la posibilidad de una financiación para LODELPA. El doctor Pena era uno de los pocos señores del Banco Hipotecario Nacional que tenía la suficiente inteligencia para reconocer la grandeza de nuestra obra. Después de cada una de sus visitas, nos aseguraba que estaba más “calicantizado”. En cierto momento me dijo:

-Con el Banco Hipotecario Nacional va a tener sólo disgustos y dolores de cabeza. ¿Por qué no lo prueba una vez con la CGT?

-No, con la Confederación General del Trabajo de ninguna manera -dije.

Yo no tenía la menor intención de hacer de nuestra Ciudad Jardín una organización sindical, por lo que intentamos nuevamente con el Banco Hipotecario Nacional, que nos volvió a hacer grandiosas promesas.

Todo lo que se permitió aquella diabólica institución en el curso de los años siguientes, ya lo contaré detalladamente más adelante.

En la ejecución do las casas de LODELPA se hizo merecedor de gran mérito el arquitecto Wolf D. Loeser, uno de los arquitectos más hábiles que he llegado a conocer. Lleno de ideas, dotado de una increíble capacidad de trabajo, aunque no siempre fácil de manejar y, a veces, con el gesto similar al desaparecido Federico Behrendt. Por suerte, a esto último se lo desacostumbró enseguida. Las casas de LODELPA -que son, generalmente, creaciones suyas- tienen, a pesar de su pequeñez, muestras de practicidad y de buen gusto.

Además, Loeser es el creador de los planos de la Plaza Almirante Plate y de varias otras construcciones.

Renovación del ferrocarril Lacroze

El 5 de octubre de 1951 nos llegó la buena noticia de la renovación del ferrocarril Lacroze que une a nuestra Ciudad Jardín, por la sección norte, con la Ciudad de Buenos Aires. Hasta aquel momento había sido un medio de locomoción compuesto de viejos tranvías de la línea Lacroze. Hoy en día, el ferrocarril Lacroze (Urquiza) representa la mejor comunicación de la Ciudad Jardín con el centro de Buenos Aires.

Propia cloaca central

El 22 de noviembre de 1951, después de una reunión con el arquitecto Behrendt y Gregorio Parra, tomé la resolución de hacer construir una cloaca central propia. La construcción de los muchos pozos negros -dos para cada casa- se nos había hecho demasiado. En cada uno de ellos teníamos que penetrar hasta una profundidad de aproximadamente quince metros. Evitar en lo sucesivo aquel peligro, fue una de las causas más importantes que me llevaron a tomar esa decisión. Habíamos tenido muchos hundimientos, aunque, por suerte, jamás habían acarreado accidentes humanos.

De la construcción de aquella instalación, a un costo de cuatro millones, se encargó la firma Mineapolis que efectuó la construcción con toda rapidez, para desagües cloacales y culinarios. Fue construida según los últimos adelantos en tal aspecto, con el sistema patentado americano (Otto Mohr System).

Se construyó en tres etapas, de acuerdo al crecimiento de la Ciudad Jardín.

El poder de capacidad de la instalación alcanza para veinte mil personas, y podían ser agrandadas. El funcionamiento de la instalación es automático y se regula desde la cabina de la bomba. Las cloacas y desagües llevan por declive natural a un pozo colector. Desde allí, electrobombas lo transportan a la cámara principal, donde el fango se estaciona en la parte inferior y las materias orgánicas son digeridas por bacterias que purifican el fango en forma biológica. Las partículas grasas que quedan en la superficie son absorbidas y quemadas.

Después de pocos días, el fango es desaguado, secado en recipientes abiertos y transportado como valioso abono. El agua restante es filtrada por medio de una turbina y llevada a un tercer recipiente. Allí se vuelven a separar minúsculas partículas fangosas, que son transportadas al primer recipiente Por último, el agua ya clara fluye a través de una cámara de contacto, donde se le agrega cloro para la desinfección definitiva. Al final, el agua ya purificada fluye al arroyo Morón.

La milésima casa

El 21 de enero de 1951 fue entregada en la calle Rohland la milésima casa de la Ciudad Jardín a sus felices dueños. Contamos con la presencia del intendente Pastorino y gran parte del pueblo.

Monolito a Franco

El 10 de febrero de 1951 se cumplía el 25° aniversario del primer vuelo transoceánico a Buenos Aires del aviador Franco en el Plus Ultra. Festejando tal acontecimiento, el embajador español en la Argentina inauguró un monolito en la calle aviador Franco. Contamos con la presencia de una tropa de la base aérea y varios oficiales. Hablaron los señores Brañas, Parra y finalmente el embajador mismo. A continuación se sirvió un vino de honor en el “Astoria”, donde el Brigadier Ríos brindó, encantado, por la Ciudad Jardín.

El 20 de febrero de 1951 fueron nuestros huéspedes los corredores automovilísticos de Mercedes Benz, Hermann Lang y Karl Kling. Días antes habían festejado un gran éxito en Buenos Aires. Después de una vuelta por Palomar, se le hizo honor al suculento té organizado por la señora de Johansen en el “Astoria”. EL representante de Mercedes Benz en la Argentina, Barón von Korff, pronunció un discurso muy aplaudido. El ambiente fue verdaderamente cordial y la reunión duró varias horas.

Cine “Helios”

El 3 de febrero de 1951 fue inaugurado promisoriamente el cine “Helios” con un baile de Carnaval. Sacaron las butacas para armar una gran pista. Desgraciadamente, el decline existente no la hizo muy apta para el baile, pero a la juventud bailarina eso no le hizo mella. Vinieron por su propia cuenta y los carnavales fueron un verdadero éxito.

Antes de que el cine “Helios” existiera oficialmente, ya debió sufrir la influencia del monopolio existente en esta rama comercial, algo que muchos llegaron a denominar “mafia”. Por ese motivo, decidí hacerlo figurar también como teatro. De tal manera tuvieron lugar muchas representaciones de suma importancia.

El 4 de mayo de 1951, el cine “Helios” fue inaugurando definitivamente en el marco de una gran fiesta. Mucho tiempo antes las localidades del teatro ya estaban agotadas. Todo marchó a pedir de boca bajo la dirección de Pedro A. Reggio. Se proyectó una película de Lolita Torres, que nos honró con su presencia. La artista fue pasada a buscar por su casa por el doctor Plate. Por gran desgracia, trajo compañía masculina, lo que Plate no había esperado ni fue para nada de su agrado. Más tarde pidió de F.I.N.C.A. el reembolso del gasto de nafta.

Con el correr de los años, el cine “Helios”, siempre bajo la dirección de Pedro Reggio, llegó a ganar un lugar de importancia para el mundo artístico. Aparte del programa cinematográfico, ofrecía, a cortos intervalos, funciones teatrales de gran interés artístico. Sobre sus tablas actuaron artistas de renombre. Con todo derecho, su orgulloso director podía decir como propaganda del lugar: “Helios atrae a las estrellas”.

Entre los artistas argentinos, merecen ser nombrados Luis Arata en “Judío” y “El vasco de Olavarría”, Eva Franco con Guillermo Battaglia y Amadeo Novoa en “Mamá bonita”, Paulina Singerman con Daniel de Alvarado en “Amor en septiembre”, Miguel Faust Rocha con “Celos”, Enrique Serrano en “Los maridos engañan de 7 a 9”, Luisa Vehil con “El don de

Adela”, Arturo Palito con “Dona Prudencia Tormenta, esposa, madre y sargenta”, “Qué noche de casamiento” y “Viuda, fiera y avivata, busca soltero con plata”, Francisco De Paula en “La dulce enemiga”, Pedro Tocci con el drama “Con las alas rotas”, Nélida Franco con “La machorra”, Mecha Ortiz con su creación “La cama”, Delia Garcés con “Anastasia”, Pepita Muñoz y Alberto Anchart en “Mintiendo se vive, sigamos mintiendo”, Tomas Simari en “Los milagros del Padre Liborio”, Tito Alonso, Paula Darlan y Juan Carlos Altavista en “Gringalet”, Angelina Pagano en “Adiós al teatro”.

También nos visitaron conjuntos extranjeros de suma importancia. Menciono en primer lugar a Lola Membrives en “La malquerida” y “La cigüeña dijo sí”, Antonio Herrero y María Luisa Robledo en “El mal amor”, Ana Lasalle en “Jezabel”, Amalia Sanchez Ariño y Enrique Guitart en su propia creación “Las manos de Eurídíce”.

Del teatro alemán vimos a Victor de Kowa en “Es bleist in der Familie” y el Teatro Alemán Buenos Aires en “Intimitüten” y “Wolken sind überall”.

También la Compañía Italiana Teatro Stabile di Prosa en “Filomena Maturano”.

De los artistas de radio se presentaron Celia Juárez y Eduardo Rudy en “Mi vida en tus manos”, Fidel Pintos en “Monsieur Canesú”, Jorge Lanza y Elcira Garcés en “María Luisa Notar”, Violeta Martino y Antonio Telesca en “Tu Cielo y mi cielo”, Marianito Bauzá y Tincho Zabala en varias creaciones, Juan Carlos Chiappe en “Por las calles de Pompeya canta el tango y la Mireya”, y Delfor con “La Revista Dislocada”.

No pueden ser olvidados los grandes éxitos de Lolita Torres, Roberto Firpo, Héctor Lagna Fietta, Tatin, Marfil y Ébano, Antonio Tormo y Alberto Margal.

Artistas de renombre mundial honraron al “Helios” con su presencia, como, por ejemplo el famoso pianista Raúl Spivak, Charles Trenet, el astro del Moulin Rouge de París, Nicola Paone, el gran cómico, La bailarina María Fux del teatro Colón, la notable cantante Lili Heinemann, Los niños Cantores de Viena, el excelente concertista Esteban de Sanlúcar, la gran revista musical Al estilo de París con Raúl Sánchez Reynoso y sus Santa Paula Serenaders, D´Arcy Ballets, Diana Martin, Jacques O´Neill, María de las Nieves y Alicia Márquez, la vedette del Follies Bergére de París.

Menciono también al Teatro de Ballet bajo la dirección de Otto Werberg, el bailarín español Paquito Reyes con Edith Palomero, el Ballett Dionisos, con Hilda Alvarez y Francisco Pinter, Eva Montes y Fernando Guerra en “Pinceladas de Arte Español y Americano”, y el Ballet Renato Schottelius, etcétera.

Dignos de mencionar son Juancho y su teatro Infantil, Teatro de Arlequín con Ana Gryn y Enrique Agilda, El mago Wong, el profesor Max y el astrólogo y mago Nostradamus.

No puede olvidarse tampoco la actuación del cantante Mattauch con composiciones de Leo Zeyen, acompañado por el compositor.

De los teatros vocacionales vimos al Teatro Experimental en “Los pies descalzos” con obras de Federico García Lorca, “La zapatera prodigiosa” y “Bodas de Sangre”, Teatro La Máscara, La luciérnaga, La Bohemia, etcétera.

Como especialmente notable, menciono un concierto ofrecido por la totalidad de la Base Aérea El Palomar, que fue transmitido por radio Belgrano.

El 24 de noviembre de 1951 fue representada la obra “Polichinela” de César A. Rolón, autor habitante de la Ciudad Jardín. Fue un gran éxito y una buena interpretación.

El 3 de octubre de 1951 la Deutsche Buhne interpretó la obra “Die Nonne und der Lügner”.

Aquellos empresarios gangsters, que querían apoderarse del “Helios” -sin duda, el mejor cine de la zona- continuaron intentándolo, pero cuando notaron que F.I.N.C.A. no dejaría de proteger al teatro, paulatinamente fueron desistiendo.

Club Alemán Palomar

El 9 de abril de 1951 August Ernst Bauch fundó el Club Alemán Palomar. En un principio, esta asociación tomó un marcado rumbo ascendiente, pero el mismo descendió igualmente de rápido en los años siguientes. Aparentemente su director no había encontrado el tono acertado para la sociedad argentino-germana.

El 7 de junio de 1951 fueron nuestros huéspedes el Capitán Sanders. con la tripulación del “Santa Ursula”, primer barco alemán de post guerra.

El 17 de noviembre de 1951 el Club Alemán hizo su primera fiesta de Carnaval. El Club Alemán había fundado una sección especial, “Chispas Rojas”, y de esta manera la fiesta transcurrió absolutamente a la coloniense y duró hasta la madrugada. Aquí se presentó por

primera vez “Tante Minna” con sus canciones y sus discursos, que más adelante verdaderamente llegaron a formar parte de todas las organizaciones del Club Alemán. También el tío Germán se destacó por su fibra lírica. Nuestro querido Onkel Hermamn, compañero de trabajo en los primeros momentos de F.I.N.C.A., siempre estuvo en su puesto, aunque más adelante una seria dificultad óptica lo obligó a retirarse al merecido pero indeseado descanso.

Hasta en su anciana edad, Onkel Hermann no era enemigo de una buena copa. Y en los primeros años de F.I.N.C.A., no era posible convencerlo de que se fuera a casa mientras que en la Bowl hubiera algo todavía. Antes de instalar su domicilio en la Ciudad Jardín, Onkel Hermann vivía en Martínez. Después de una divertida reunión debía luchar para alcanzar el último tren. Generalmente durante el trayecto lo vencía el sueño, se pasaba de estación y seguía viaje hasta Tigre. Allí, naturalmente, el guarda lo despertaba, Pero entonces ya no valían de nada los buenos consejos, ya no volvía ningún tren sino, cada tanto, algún colectivo. En su castellano entrecortado más aún por el alcohol ingerido, Onkel Hermann preguntó a un policía a caballo por la parada más próxima. El policía, queriendo asegurarse una propina, se ofreció a llevarlo.

-Tómese del estribo -dijo.

Así se puso en marcha el cómico cortejo. Por el camino se toparon con otro que también iba a caballo.

-Pero, ¿a quién llevas ahí? -preguntó el otro jinete.

-A un inglés borracho” -fue su respuesta.

El policía no sabía que aquel que arrastraba al hogar, no era un inglés borracho sino el tío Germán, el Onkel Hermann, de Colonia, sobre el Rhin.

Inauguración del “Borussia”

El 22 de septiembre de 1951 fue inaugurada la confitería “Borussia”, por medio de un baile de primavera del Club Alemán. Fue una de las fiestas más lindas de las que participé en Palomar.

Inauguración del monolito al doctor Wernicke

El 13 de septiembre de 1951 hizo diez años del fallecimiento del doctor Germán Wernicke. Con tal motivo descubrimos un monolito en la esquina de avenida Wernicke y la calle Conde Zeppelin. Fue un homenaje emocionante, del que participó la viuda de nuestro primer presidente en F.I.N.C.A., señora Emma Petersen de Wernicke, por quien fue descubierto el monolito.

Ese día tuve que recordar aquellos días de 1933, cuando visité, con el doctor Wernicke y don Ramón Palacio, los terrenos de nuestra futura Ciudad Jardín. En ese entonces dejamos nuestro auto estacionado en aquella misma esquina y cruzamos a pie el campo. Caminábamos, ventilábamos nuestras ideas y hablábamos del futuro. Desgraciadamente el doctor Wernicke y don Palacio no alcanzaron a vivir para ver la realización de nuestros deseos. Ambos debieron abandonar este mundo a una edad demasiado temprana, sin poder participar en la definitiva realización de nuestros planes.

Don Gustavo Herten estaba presente. Él fue quien más adelante participó en las preliminares para la edificación de la soñada Ciudad Jardín, sobre todo en el aspecto financiero. El nombre de Herten, quien en aquella época ya contaba ochenta y dos años, también fue inmortalizado en la placa recordatoria. Al descubrirla, hicieron uso de la palabra, aparte de mí, el señor Madero y el doctor Germán Wernicke, hijo.

Después de un té que tomamos juntos en el “Borussia”, tuvo lugar una representación de gala en el Cine teatro “Helios”. Estuvieron presentes la señora Emma Petersen de Wernicke y toda la familia. Los alumnos de la escuela cantaron el himno a F.I.N.C.A.: “Muchachos hoy cantemos…”. Y bajo la hábil dirección de Pedro Reggio se desarrolló un acertado programa.

Emocionada, la señora de Wernicke agradeció el homenaje a su fallecido esposo.

Yo también me sentía muy satisfecho.

Sala de Primeros Auxilios “Carlos Klemm”

El 13 de septiembre de 1951 fue inaugurada la Sala de Primeros Auxilios “Carlos Klemm”. El nombre fue puesto en honor del recientemente fallecido Carlos Klemm, quien siempre había estado listo para ayudar a todos que lo necesitaban. Alivió a muchos enfermos y accidentados en la Ciudad Jardín.

Monolito a Lorenzini

El 2 de diciembre de 1951 fas descubierto un monolito en la calle Lorenzíni, en honor de la aviadora argentina Carola Lorenzini. El acto contó con gran participación popular. Hicieron uso de la palabra los señores Vatteone, Lironi y el doctor Brieger. A continuación tuvo lugar un lunch en el “Borussia”, donde contamos con la presencia de altos oficiales de la Aviación Argentina. Entre ellos quien era comandante de Palomar, Brigadier Correa, así como el Brigadier Zuloaga, famoso sobrevolador de Los Andes, Teodoro Fels y el no menos famoso sobrevolador del Río de la Plata, aviador Germanó.

Inauguración de la iglesia metodista

El 15 de diciembre de 1951 estábamos nuevamente de “inauguración”. Esta vez se trataba de la iglesia en la esquina Claveles y Paraísos, que había sido adquirida por la comunidad Metodista de Buenos Aires. En forma solemne fue entregada la llave por parte de Gregorio

Parra. Luego el pastor La Moglie celebró un “Gottesdienst”, a continuación del cual hizo brillar sus talentos financistas. Logró recolectar entre los presentes cincuenta mil pesos, con lo que ya había pagado más de un quinto del precio de la iglesia. El resto de la comunidad metodista llegó a juntarlo en muy poco tiempo. Esta iglesia había sido pagada, lo que originó una sonrisa de satisfacción en labios del cajero Rain, mientras que pensaba en la no pagada iglesia católica. Quería cambiar su credo por el protestante…

Cuando, al ser terminada la iglesia católica, no había dinero para su pago, la parroquia se comprometió a pagar quinientos pesos mensuales de alquiler. De estas cuotas, ni fue pagada la primera. Se reza mucho y se hacen muchas colectas, pero para el pago de la iglesia no hay plata. Desde hace años ya no se habla más del asunto y seguirá así hasta que F.I.N.C.A. pierda la paciencia.

Editorial F.I.N.C.A. Revista F.I.N.C.A.

El 22 de enero de 1951 se instaló la recientemente fundada Editorial F.I.N.C.A. Sociedad Anónima en sus oficinas en San Martín 529. En aquel tiempo se había pensado que aquella firma se ocuparía de la totalidad de la propaganda en pro de las ventas de F.I.N.C.A. Además se la encargaba de la administración y explotación de la revista que en aquel tiempo existía desde hacía catorce años.

El 1º de marzo de 1938 apareció el Nº 1 de esta revista y el 1º de diciembre de 1955 -ojalá no sea para siempre- la última, el Nº 191. Por medio de sus escritos y sus imágenes, en sus páginas podemos palpar la historia de F.I.N.C.A. en sus puntos principales. El desarrollo de Béccar y más tarde el triunfo de la Ciudad-Jardín Lomas del Palomar. Aquí quedaron fijados’ todos les acontecimientos importantes hasta fines de 1955. Se habla de las inauguraciones de negocios, restaurantes, clubes de teatro, etcétera. Para aquellos a quienes interesa el desarrollo de la Ciudad Jardín es un verdadero documento.

Como ya dije la revista alcanzó la edad de dieciocho años. En diciembre de 1955 apareció el último número. Los brutales límites en el crédito del Banco Hipotecario Nacional y las consecuencias que ello acarreó a COA, nos obligaron a tomar tal medida.

Desgraciadamente, la Editorial F.I.N.C.A. Sociedad Anónima no siguió el desarrollo que yo había esperado de ella. Sus directores, empleados que repentinamente fueron jefes, se hallaron en su papel. Les faltó envión para hacer de aquella sociedad lo que se hubiera podido llegar a hacer. La Editorial fue y siguió siendo una sociedad de subvención, a la que F.I.N.C.A., debía pasar varios miles de pesos todos los meses, si no, todo hubiera acabado mucho antes. Esta sociedad existe de nombre todavía y desde 1956 comenzó a dormir un largo sueño. ¡Quién sabe cuándo vendrá alguien a despertarla!

“Así la levantamos…”

Los Jefes de cada una de las firmas del grupo F.I.N.C.A. debían pasarme un informe quincenal sobre su actividad, sobre observaciones efectuadas, etcétera. Por otra parte, yo publicaba circulares que las que daba las indicaciones necesarias a cada uno de los jefes. Esta correspondencia, aparecía en forma de un librito. Guillermo Stephanus combinaba el material existente en forma clara y práctica. Los llamábamos “Así la levantamos…” En total se publicaron, hasta principios de 1956, 15 libritos. En varios párrafos, su lectura da, hoy en día, motivo de sonrisa. Sí nuestros antiguos compañeros releen aquellas líneas, se asombrarán de

todo lo que tuvieron que dejarse decir. A los extraños, aquello les dará una idea precisa de lo que hubo que luchar y protestar para erigir una Ciudad Jardín. Y se luchó. Y se protestó.

El contador Rain, cuando tenía que pagar la cuenta a la imprenta, solía decir, con leve ironía:

-Aparecieron las obras de Schiller.

Locales de negocio, sí; locales de negocio, no

El año 1951 fue otro año de lucha contra con el Banco Hipotecario Nacional. Su irresponsabilidad y sus incumplidas promesas llevaron repetidamente al grupo F.I.N.C.A. a sufrir una gran escasez de dinero. Era como para llorar. Yo me propuse no perder oportunidad de advertir a las firmas serias, de no confiar en las promesas del Banco Hipotecario Nacional.

Se prometía mucho; se cumplía poco y nada.

La irresponsabilidad de cada uno de los funcionarios obtenía verdaderos triunfos. Cuando se veían arrinconados por mí a causa de firmes promesas, y quería entrevistarlos, se hacían negar o “habían partido de viaje”, o “recién habían sido llamados urgentemente del Ministerio” o cuanta mentira y excusa pudiera ocurrírseles. Si por fin uno podía llegar a hablarles, ponían tal cara como si por primera vez en su vida oyeran de nuestro asunto. De no creerlo.

Parra y Rossetti vivían prácticamente en el Banco Hipotecario Nacional. Infinidad de veces explicaban sus problemas, sin ningún resultado.

Primero se nos dijo que construyéramos locales de negocio; ellos los financiarían.

Empezamos a construirlos, porque no podíamos permitir que siguieran abriéndose negocios en garages y barracas. Cuando los estábamos construyendo, dijeron que no los financiarían. Y nosotros ya habíamos invertido cientos de miles de pesos.

Nos habíamos comprometido a la venta de gran cantidad de casas a sesenta mil pesos. La prometida financiación tardó tanto en llegar, que a nosotros mismos nos costaron noventa y un mil pesos por unidad. A pesar de todo, el Banco Hipotecario Nacional nos obligó a venderlas al precio convenido.

Cuando le preguntaba al doctor Pena cuándo saldría de su escritorio un determinado expediente, me contestaba:

-En tantos días, siempre que…

Naturalmente, siempre había un “siempre que…” Uno le echaba la responsabilidad sobre el otro. El ingeniero Ortiz decía una cosa, el doctor Pena otra, San Martín ponía una condición más… Mientras tanto, yo buscaba la solución de mis problemas, posesionado de la idea de construir una hermosa Ciudad Jardín.

Nuestros principales enemigos

Los tres señores que nombré en lo precedente eran los mejores, Contrariamente, en la llamada “segunda línea” teníamos a nuestros peores enemigos. Nunca entendí ni los pensamientos ni las intenciones de aquellos tipos. De todos modos, veían como su mayor obligación la de ponerme dificultades en el camino. Se destacaba un tal Romero Toledo, como también un secretario de nombre Guillot. Se les acoplaron los empleados Spangenberg y Cepeda, ,todos ellos bajo la dirección del vicepresidente Luis María Lagos, individuo de horizonte sumamente reducido. Todos ellos luchaban contra nosotros en la oscuridad. Todos ellos nos darán tema para seguir hablando más adelante.

El pantalón de Francisco Schubert

Un viejo amigo vienés me contó que Franz Schubert, que siempre se encontraba en apuros financieros, había ideado un sistema especial para entenderse con el mozo de un restaurante vecino. Al lado de su ventana había instalado un poste. Y sobre aquel poste, colocaba su pantalón. Si se lo veía con las dos piernas para arriba, quería decir que el mozo debía preparar un menú de primera, con varios platos, entrada, vino y demás, y entregarlo en lo de Schubert. Si se veía al pantalón con una pierna hacia abajo, quería decir: sopa y carne, sin entrada y sin vino, Y si las dos piernas colgaban significaba: “Trae lo que quieras, tengo que pedirte que me lo anotes “. Y en esta última situación me encontraba yo con el Banco Hipotecario Nacional. Por mis apuros en construir, confiando en las promesas del banco, llegué varias veces a encontrarme en una situación de tener que aceptar todas las condiciones que me eran impuestas “post festum”.

Cierto día se me ocurrió mandarle al doctor Pena un pequeño óleo de Luis Neu. En él se veía a Erich Zeyen colgando su pantalón con las dos piernas colgantes frente al Banco Hipotecario Nacional. Todos los que lo vieron, rieron. Pero aquello tampoco cambió la situación.

Contra toda buena fe

Que el siguiente ejemplo sirva para demostrar en qué forma los tasadores del Banco Hipotecario Nacional actuaban contra toda buena fe. Por la edificación de la Ciudad Jardín, los terrenos de los alrededores habían subido de precio y continuaban subiendo. Mientras que a los poseedores de aquellos terrenos se les aumentaban las tasaciones para los préstamos, las nuestras no cambiaban. Así sucedió que nuestros terrenos en la mejor ubicación en la Ciudad Jardín, con agua, cloaca y todas las demás mejoras, eran estimados entre $ 60 y $ 70 por m2, mientras que en Martín Coronado -sin agua ni cloacas- los terrenos eran estimados en $ 100 el m2.

Estas no son afirmaciones infundadas: la verdad puede ser comprobada con facilidad por medio de los archivos del Banco Hipotecario Nacional. Se trataba de verdaderos atentados contra la buena fe. Se trataba de una regia combinación de imbecilidad e infamia.

Casas para los empleados del Banco Hipotecario Nacional

En el mes de octubre de 1951, el presidente del Banco Hipotecario Nacional, Alonso (alias Crespolini), me comunicó que 39 empleados del Banco necesitaban una casa en Palomar. Para ello imponía condiciones especiales de financiación y yo debía ofrecer precios convenientes. Así lo hice. Hoy en día las treinta y nueve familias viven felices, en la Ciudad Jardín. Se lo deben a F.I.N.C.A. Cuando más tarde entré al despacho del presidente, vi las flores sobre su escritorio. Con cara de inocente no pude evitar de preguntar:

-¿Tiene cumpleaños?

-Aquí todos los días es cumpleaños… -contestó, evasivo, Crespolini. Pero en homenaje a qué había recibido las flores, eso no le dijo.

EI 18 de octubre de 1951 Crespolini, con algunos de sus directores, visitaron la Ciudad Jardín, observaron todo, recorrieron todo y admiraron. Después tomaron parte en un asado en el

AFALP, que había sido tan bien organizado por la dirección de la asociación y fue comido por el pueblo reunido alrededor del fuego. A la mesa en que yo estaba con los huéspedes de honor, llegó poco y nada. Mi mujer trató de compensar un poco el asunto por medio de una torta que fue a buscar a casa. Pero, a pesar de todo, pienso que Crespolini y su gente se levantaron sin haber saciado su apetito.

¿Quién debe a quién?

En aquel tiempo trabajábamos mucho con la Caja Nacional de Previsión Social. Su presidente era el señor Policicchio. Aquella institución también se destacaba en el pago atrasado de hipotecas que hacía tiempo habían sido otorgadas. Pedimos una audiencia que tuvo lugar el 20 de agosto de 1951 en presencia de Gregorio Parra, el doctor Brieger y mía.

En ese tiempo, y también ahora, se usaba que las compañías deban a la Caja grandes sumas de dinero. Seguramente, Policicchio también tenía idea que nosotros veníamos por alguna prorroga de plazo. No nos escuchaba bien y comenzó a hablar que él también tenía que tener su dinero, etcétera.

-No, señor presidente, su Caja nos debe a nosotros. Nosotros somos los acreedores -fue mí réplica.

En un principio, Policicchio se quedó con la boca abierta. Aquello no lo había vivido muy a menudo. Y cuando se enteró de que se trataba de algunos millones, no pudo menos que explicarnos apenados que mal pagaban su tributo las firmas que debían hacerlo. Por tal motivo no podía ayudar a una obra como la de F.I.N.C.A. en la forma que lo hubiera querido hacer.

Habló de Palomar y elogió a la Ciudad Jardín. Nos contó que gran parte de sus paseos domingueros eran por Palomar. Como fruto de aquella audiencia llevamos a casa algo más de ánimo, pero dinero… eso sí que no.

Ya que hablé de de pagar, tengo que mencionar las continuas luchas que entablábamos en la Caja referentes al pago a los contratistas. En aquel tiempo teníamos encargada toda la edificación a contratistas que mantenían obreros por cuenta propia. En consecuencia, también estaban obligados a los pagos pertinentes a la Caja. Naturalmente, una parte de aquellos empresarios pagaba solo esporádicamente. El control era prácticamente imposible ya que los tipos generalmente no llevaban libros. La caja quería hacernos responsables a nosotros del pago de aquellas cantidades millonarias. Tuvimos que mantener una lucha difícil y larga, hasta que por fin las autoridades superiores nos dieron la razón. Por suerte nada teníamos que ver con esos pagos.

Muerte de Gustavo Herten

EI 22 de setiembre de 1951 tuvimos que lamentamos la muerte de un gran amigo y co- creador de la Ciudad Jardín, don Gustavo Herten. En aquella fecha fue víctima de un accidente de tránsito en la esquina de Callao y Córdoba. Pocos días antes yo lo había felicitado por su 82º cumpleaños. Tenía tan excelente aspecto que parecía que don Gustavo alcanzaría sin la menor dificultad los cien años de vida.

Herten, a pesar de su avanzada edad, era dueño de una gran elasticidad tanto mental como física. Tenía una salud de hierro, era alto y siempre se había mantenido delgado. Siempre le gustaban las mujeres, el vino y el canto. Pero especialmente lo primero, como afirmaba orgulloso. Y si se nos ocurría dudar un poquito, pobre de nosotros.

Su muerte verdaderamente me conmovió. No solamente había sido un amigo fiel y con quien se podía contar, sino también un cofundador de nuestra Ciudad Jardín. Le debemos a su colaboración que se pudo empezar a construir en el año 1944.

El año 1951

A fines de 1951 había 1.180 casas en Palomar, que servían de vivienda a 5.299 personas.

Durante aquel año se inauguraron los monolitos de San Martín, del aviador Franco, del doctor Wernicke y de aviadora Lorenzini.

Comenzamos con la construcción de la propia Planta Cloacal y se terminó la milésima casa en Palomar. Se encuentra en la calle Rohland entre Conde Zeppelin y aviador Franco y lleva una placa recordatoria.

Se inauguró el cine “Helios” y el restaurante “Borussia”.

Además comenzó a funcionar la iglesia metodista y la Sala de Primeros Auxilios “Carlos Klemm”.

Se fundó el Club Alemán Palomar

Capítulo 12

1952 / Terminación de la Planta Cloacal

En los primeros días de 1952 se terminó la Octava Sección, es decir el terreno entre Zeppelin y aviador Plüschow. Fue un gran mérito del director de obra Danschwitz, quién llegó a terminar cientos de casas en un tiempo increíblemente corto.

EI 26 de enero de 1952 se inauguró la .pileta de natación de AFALP. El 2 de febrero de 1952 se había terminado con la pavimentación alrededor de la Plaza Almirante Plate.

El 1º de marzo de 1952 anoté en mi diario que la construcción de la Planta Cloacal se hallaba muy adelantada. Ya el 12 de mayo del mismo año pude hacer constar la feliz noticia de que ya había sido inaugurada.

Día del urbanismo

El 9 de noviembre de 1952 fue un gran día para la Ciudad Jardín. Ese día tuvo lugar “Dentro de sus muros” la fiesta en honor del “Día del Urbanismo”, Contamos con la presencia del arquitecto Carlos María Della Paolera. Además, estuvieron presentes altos funcionarios públicos, numerosos oficiales y mucha gente. Todos participaron con gran entusiasmo de la hermosa fiesta. El tiempo primaveral también contribuyó a su mayor éxito.

La Ciudad Jardín era el mejor ejemplo de un excelente urbanismo. La Argentina había sido elegida como lugar de reunión para festejar el día y su belleza fue muy elogiada por todos los oradores. A la tarde tuvo lugar una reunión de expertos en la materia en el cine “Helios”.

También allí se puso a la Ciudad Jardín Lomas del Palomar como ejemplo de aquello que debiera hacerse en toda la República. Pero hasta el momento sólo ha sido hecho en nuestra Ciudad Jardín.

Comienzan las ventas de LODELPA

A principios del año1952 las ventas habían sido bastante reducidas. Con el comienzo de las ventas de LODELPA trajo un nuevo envión.

El 10 de enero de 1952 se firmó el contrato con los vendedores de los terrenos. El 4 de febrero de 1952 pusimos los primeros carteles de propaganda en la nueva parte a construirse. A fines de octubre comenzamos con las ventas. Durante los meses intermedios habíamos tratado, sin éxito, de alcanzar la aprobación de nuestros planes para el nuevo plan de financiación “Eva Perón” del Banco Hipotecario Nacional.

Se hablaba y no se llegaba a nada. Todos encontraban maravillosos nuestros planes, pero no resolvían absolutamente nada. Llegó el fin de octubre y yo perdí la paciencia. Comenzamos a vender. EI primer día, el 26 de octubre de 1952 se vendieron veinte casas; diez días más tarde, el 5 de noviembre de 1952, ya habían sido vendidas 260 casas. Fue un éxito sensacional, pero que tampoco surtió efecto sobre los señores del Banco Hipotecario Nacional. El 4 de diciembre de 1952 nos llamó el ingeniero Ortiz por teléfono, muy nervioso, diciéndonos que entre los señores del Banco Hipotecario Nacional reinaba gran indignación por las ventas que habíamos formalizado y que, desde arriba, venían severas amenazas. Enseguida visité al Jefe judicial del Banco, doctor Iglesias Very. Con aquel convine que anularíamos las ventas formalizadas y devolveríamos las señas pagadas. Después de que todo fue cumplido, el Banco Hipotecario Nacional nos comunicó que estaba de acuerdo con el sistema que habíamos aplicado. Las ventas anuladas fueros renovadas de igual manera.

Inauguración del monolito a F.I.N.C.A.

El 17 de marzo de 1952 se había vuelto a empezar con la edificación después de un mes y medio de vacaciones. El 5 de abril de 1952, con la participación de todos los empleados s y obreros, tuvo lugar la inauguración del monumento a F.I.N.C.A. en la plaza frente al edificio del Club AFALP. El monumento había sido erigido en horas libres de trabajo por todos los obreros y empleados en honor de su empleadora. Muestra una hermosa figura de mujer que representa a F.I.N.C.A. Por delante sostiene un escudo de F.I.N.C.A. con una mano y en la otra lleva una casita. La figura forma la coronación de una gran fuente, sobre cuya pared posterior están grabadas las cuatro estrofas del himno a F.I.N.C.A. La totalidad de la obra es una creación del arquitecto Oscar Mongsfeld.

Fue una hermosa fiesta que mostró la verdadera fraternidad entre empleadora y empleados. Además de los representantes de la población, hicieron uso de la palabra algunos de nuestros jefes, como también jefes de los sindicatos. A continuación tuvo lugar una gran reunión en el “Borussia”, donde Igualmente festejamos el 70º cumpleaños de don Germán Zeyen, nuestro querido “tío Germán” -Onkel Hermann-, uno de los hombres que lucharon en las filas de F.I.N.C.A. desde sus primeros días. Por tal motivo fue especialmente agasajado y obsequiado en aquel día.

Nos llaman “Ciudad Jardín Eva Perón”

El 26 de abril de 1952 el director del cine “Helios”, Pedro Reggio, al salir de la reunión me comunicó que nos llamábamos “Ciudad Jardín Eva Perón” a partir de aquel día. “Hay que embromarse” escribí aquel día en mi diario. Con esto no quiero ponerme como un absoluto antiperonista. Al contrario, en la era de Perón nuestra Ciudad Jardín había vivido su “siglo de

oro” como no lo habíamos visto antes ni lo vimos más tarde. Pero no me parecía nada conveniente que la tan discutida señora esposa de nuestro presidente, diera su nombre a nuestra Ciudad Jardín. Tenía cientos de miles de enemigos a muerte. Era seguro que ninguno de ellos sería en el futuro uno de nuestro compradores.

Sé que en la Argentina existe una ley por la cual recién se puede dar el nombre de una persona a calles, después de cinco años de su muerte. En la denominación de las ciudades o pueblos, este plazo es prolongado hasta los diez años. Pero para la todopoderosa esposa del todopoderoso presidente en aquel tiempo, esa ley no era válida.

Un cierto consuelo encontré en el fundamento del documento que nos cambiaba de denominación. Había partido de la Municipalidad de General San Martín y decía exactamente como sigue:

“Queremos para la villa más linda, la villa Lomas del Palomar, el nombre de Eva Perón y la ciudad de las flores y de los niños debe ostentar el nombre que gravita en todos les corazones de los hijos del pueblo que ven en Eva Perón a la abanderada de la Argentina Justicialista”.

El 1 de mayo de 1952 es fundado el Club Atlético F.I.N.C.A. bajo la protección de Juan Bleyberg. Desgraciadamente, el asunto se durmió bien pronto como muchas de las fundaciones “Bleyberg”. Don Juan siempre tenía mucho entusiasmo para nuevas ideas, pero apenas aparecía la primera dificultad, su interés se paralizaba y Bleyberg lo pasaba a cuarto intermedio.

Así pasó con su Club Atlético. Así pasaron sus Bomberos y con muchas de sus creaciones. Todas las había emprendido con gran entusiasmo, pero… Era un buen tipo que no vivía más que para la Ciudad Jardín y last not least para su Hildehen.

Comienza la edificación de la Plaza Almirante Plate

El 11 de mayo de 1952 comenzamos con el hormigón armado en la Plaza Almirante Plate. El 23 de noviembre de 1952 se empezó con la venta de los departamentos que serían erigidos allí. En estas obras, el director tenía como ayudante a un tal don Pablo Schupp, del cual también quiero contar un anécdota.

Schupp era simpático y oriundo de Mannheim. El castellano nunca llegó a ser su especialidad. Peor que nunca lo hablaba cuando se excitaba y entonces confundía todo lo que era posible confundir. Protestaba porque las “techas” no eran enviadas a tiempo y los techistas no podían seguir en su trabajo. Protestaba porque la “fuerza matriz” era demasiado débil. Y finalmente protestaba porque el carpintero todavía no había terminado el “tambarín” (trampolín) para la finca F.I.N.C.A.

Schupp había instalado una zapatería para su hija Hella en la Plaza Almirante Plate. Naturalmente, se interesaba vivamente por la marcha del negocio. Siempre quería saber si habían venido muchos clientes, pocos o ninguno. Por desgracia, generalmente la respuesta era la última. Por ese motivo, más adelante don Pablo se decidió a liquidarla.

En aquel tiempo debía vigilar una obra que estaba en construcción justo enfrente del negocio de su hija. Repetidas veces lo observé mientras que hacia las más tremendas estiradas de cuello para controlar simultáneamente la llegada de materiales y la entrada de los clientes en el negocio de su hija.

Más tarde le inmortalicé con un dibujo en la cancha de bolos: se lo ve con un anteojo astronómico con el que simultáneamente puede mirar hacia adelante y hacia atrás. Su bendita hija Hella se casó unos años más tarde con un oficial norteamericano y llevó a su padre y a su madre consigo a los Estados unidos,

Muchas veces Schupp me escribió tarjetas de algunos “Tripp” que había hecho en auto.

Se ve que el inglés le era tan difícil e imposible de aprender como el castellano.

Calle Humberto Primo a Caseros

El 25 de noviembre de 1952 fue terminada otra perforación de agua en la avenida Calicanto.

El 20 de Diciembre de 1952 inauguramos el nueve cruce de barrera en el extremo norte de la avenida Pereyra Iraola y la calle que continúa a Caseros. Por aquella obra había adquirido mérito especial el doctor Brieger. Este último fue uno de los pocos colaboradores que, aparte de su empeño en el trabajo diario, habían comprendido que una Ciudad Jardín no se compone solamente de ladrillos, cal, hierros y madera. Brieger se esforzó en dar vida a la naciente sociedad. Mantenía relaciones, se preocupaba por la fundación de escuelas, clubes, etcétera. Se preocupaba por abrir calles que nadie quería que fueran abiertas. Al respecto puedo contarles un incidente sumamente cómico.

Antes de que comenzáramos con la construcción de la Ciudad Jardín, habían sido expropiados por las autoridades militares algunos terrenos en la parte sudeste. Argumentaron que necesitaban el lugar para depósito de forrajes y para la construcción de una panadería militar. EI terreno fue separado del terreno principal sin ser pensado dos veces. Así nomás y como nosotros los civiles decimos -llenos de respeto y admiración- “manu militari”. Generosos como son los militares, en este caso habían extendido su cerco por dos calles que debían quedar libres como medio de acceso a la Ciudad Jardín. Aquellas eran la hoy Colegio Militar y otra más, sin nombre, situada en dirección norte que debía comunicar la esquina Plátanos Norte – Paraísos con Los Olmos – Matienzo.

Después de largas tratativas con las autoridades militares, finalmente logré que fuera abierta la importante Colegio Militar. No fue abierta la calle sin nombre porque no teníamos el menor interés en ella. En una reunión sobre la urbanización con Federico Behrendt, habíamos llegado a la conclusión de que con la calle Gladiolos bastaba. Los fondos de las casas de aquella calle fueron orientados en dirección de la no existente, respectivamente calle “sin nombre y no abierta”.

-Ojalá que nadie vaya a ocurrírsele abrir aquella calle -decíamos entre nosotros en aquella ocasión. Verdaderamente, una calle sólo con fondos no ofrecería muy lindo aspecto.

Así estaban las cosas. Se acercaba mi cumpleaños. Por medio de muchos giros, Brieger dejó entrever que con tal motivo me preparaba una gran sorpresa y una gran alegría. Yo esperaba impaciente. Verdaderamente, tenía miedo de las sorpresas, pero de la que en realidad se trataba, ni en mis sueños más audaces me hubiera aventurado a soñarlo.

No quiero que el lector siga en la duda: Brieger había logrado, después de dificultosas tramitaciones que duraron varios meses, que los militares cedieran la calle “sin nombre” y que la misma fuera abierta al tránsito. De susto casi me desmayé. Y Brieger no necesitó preocuparse por ser víctima de la broma general. Denominamos a la en realidad nunca abierta, calle Brieger.

Su esposa Rosalía se había hecho acreedora de gran mérito en la edificación y bendición de la jamás pagada Capilla de la Sagrada Familia. Rosalía también fue muy eficaz ayuda para

su marido en las relaciones sociales. No siempre estaba completamente de acuerdo con las ideas e indicaciones de su esposo, pero, a pesar de todo, fue para él un gran apoyo e hizo mucha obra por la Ciudad Jardín.

Tenía especial interés por las fiestas de carácter religioso. Es tal caso, Rosario no se separaba del rosario, por así decirlo.

Brieger es un entusiasta aviador. Practicando tan hermoso deporte hemos sido excelentes camaradas durante muchos años. A menudo volamos sobre la naciente Ciudad Jardín en Piper, Fleet, Focke-Wulff, Robin o Beechcraft. Al aterrizar, cada uno de nosotros traía nuevas ideas para hacerlo todo aún mucho más lindo y mucho mejor.

¿Con qué clase de gente tenemos que tratar, con locos?

También el año 1952 estuvo marcado de la ininterrumpida -pero ahora ya acostumbrada- lucha contra el Banco Hipotecario. Muchas veces las exigencias de aquellos señores eran de tal índole, que nos hacían dudar de su estado mental. Por ejemplo, nos querían obligar a conceder precios en un grupo de casas que, para nosotros, hubiera representado una pérdida de tres millones y medio de pesos. Replicamos que nuestros precios eran justos y bajos. Más todavía: les dijimos que nadie estaba en condiciones de construir tan barato como nosotros y, a pesar de todo, recién después de muchas idas y vueltas aquellos malévolos nos dejaron partir con un ojo negro.

Otra vez fue retenido un expediente por más de cinco millones por un director, Díaz, porque un cliente del Banco había ido con una pequeña reclamación y nos dijeron que primero teníamos que arreglar ese asunto. Indiqué al director que bajo tales condiciones ya no estaría decidido a seguir trabajando con el Banco. Recién entonces el señor director se dignó a suscribir el expediente. Pero cuando yo creí que todo ya estaba en orden, después de semanas me enteré que todavía era necesaria la firma del vicepresidente Siri. Naturalmente, la salida del expediente volvió a tardar varios meses más.

En algunos casos era para volverse loco de rabia e indignación. En aquel momento me juré a sí mismo no iniciar alguna operación con la sección “Barrios” del Banco. Y ese juramento lo mantuve. Fielmente. De no haberlo hecho, seguramente hoy estaría viviendo en el manicomio. Para aprobar un expediente que había sido preparado con todo esmero y dedicación por nuestros expertos, el Banco Hipotecario Nacional necesitaba aproximadamente el triple de tiempo que nosotros necesitábamos para toda la construcción. Habría que reírse, pero era demasiado triste…

La causa de aquella pésima administración debía tener su origen en que, junto a algunos pocos elementos valiosos, se encontraba una camarilla de conspiradores. Aquellos habían logrado ocupar el lugar y dominaban la administración interna del establecimiento, dirigiéndola según su criterio. El frecuente cambio en la autoridad superior naturalmente lo favorecía increíblemente. Generalmente los nuevos directores y presidentes ocupaban su puesto empapados de la mejor buena voluntad y daban indicaciones para las reformas necesarias. En un principio, aquellos señores se mostraban sólo de su mejor parte y como fieles servidores de su nuevo director. Pero pronto iban ganando nuevamente su lugar, hasta que finalmente todo “era mucho peor que antes”. El presidente -que generalmente venía de algún ramo completamente distinto- no tenía la menor idea de administración. ¿Cómo iba a poder imponerse contra aquel bando? De la época que estoy haciendo mención, el primero de los presidentes era abogado, el segundo contador, el tercero ingeniero, el cuarto contador, el quinto

absolutamente nada y el sexto escribano. Partiendo de estos puestos, de un día para otro eran convertidos en la superior autoridad de una de las mayores instituciones financieras del país. No había nada que hacer. Los conspiradores tenían buenos motivos de risa.

Lo más indignante que había que aguantarles a aquellos señores era cuando se hacían negar a pesar de que la audiencia había sido convenida previamente. Se pasaban el asunto de uno a otro. Era indignante ver cómo nos mandaban de aquí para allá, como cada uno encontraba una excusa para largarle el fardo al más próximo. Era indignante su comportamiento cuando se descubrían como perfectos mentirosos o cuando dibujaban su risa sarcástica al verme en la antesala de algún funcionario esperando tres o cuatro horas. Por supuesto, esperaban que me cansara y me fuera. Pero siempre se equivocaron. Me aguantaba y esperaba, y finalmente al “señor importante” no le quedaba otro remedio que recibirme.

A menudo me volvía loco de alegría cuando había logrado algo. Pero cuánto me costó todo aquello, medido en nervios, los felices habitantes de la Ciudad Jardín no se le pueden imaginar ni empleando la mejor buena voluntad.

El incalificable comportamiento del Banco Hipotecario Nacional llevó repetidas veces a nuestras compañías a gran escasez de dinero. Quien peor le pasaba era el pobre Parra. Él, además, debía aguantar a los proveedores deseosos de pago y su mal humor, consecuencia de les acontecimientos.

Muchas veces esperamos juntos largas horas en las antesalas. Recíprocamente, nos lamentábamos por nuestras desgracias. Y cada uno de nosotros ventilaba su gran indignación.

En aquel “valle de lágrimas”, nuestro mayor consuelo era la gran certeza que los creadores del Banco Hipotecarlo Nacional serían asados en el infierno.

El año 1952

A fines de 1952 había 1.340 casas en Palomar que albergaban 6.022 habitantes.

En aquel año se terminó con la construcción de la Planta Cloacal. Además, se inauguró el monumento a F.I.N.C.A.

El Club Atlético F.I.N.C.A. nació a su corta vida. Se comenzó con la edificación de las casas de altos en la Plaza Almirante Plate y se terminó con la calle Humberto Primo a Caseros.

En el año 1952 la autoridad correspondiente nos dio el nombre de “Ciudad Jardín Eva Perón”.


Capítulo 13

Consecuencias de la denominación “Eva Perón”

En el curso del año 1953 se afianzó más mi convicción de que el cambio de nombre dispuesto por el Concejo Deliberante de San Martín, acarrearía también un gran cambio de categoría en nuestros futuros clientes. En los años recientemente transcurridos también habíamos podido vender casas caras. Naturalmente, aquello contribuía al embellecimiento general de la Ciudad Jardín. Especialmente en la avenida Germán Wernicke, Boulevar

F.I.N.C.A. y Aviador Immelmann se vendieron casas grandes y caras. Claramente se notaba que, después del cambio de nombre, se vería en esto un gran retroceso.

Los así llamados oligarcas no querrían vivir en una ciudad que llevara el nombre de su odiada mujer. Y la así llamada clase media, no se creía demasiado distinguido para vivir en una

Ciudad Jardín “Eva Perón” que, con su nombre, homenajeaba a quien en cada uno de sus discursos y publicaciones promulgaba su preferencia por el proletariado.

Tuve que reducir la totalidad de nuestra obra a la de casas pequeñas. Con ello tuvimos un éxito enorme. Se trataban de pequeños chalets generalmente en las manzanas 32 y 38, así como en la franja entre Zeppelin, boulevard F.I.N.C.A., avenida Wernicke y avenida Pereyra Iraola. El 11 de enero de 1953 se había formalizado 15 ventas. EL 27 de enero ya eran 70. El 16 de junio de 1953, 250 casas. Cerramos el primer semestre de 1953 con un valor de venta por más de 40 millones, es decir, aproximadamente 3,8 millones de dólares.

Cada fin de semana se veía una verdadera invasión popular en Palomar. Enormes masas de gente se trasladaban de un lado a otro, como si fueran calles como Florida o Corrientes. A menudo, en esos fines de semana se vendían hasta 30 casas. El 27 de julio de 1953 se habían vendido setecientas casas y a fin de año eran más de mil. Conforme a ese volumen de ventas era también la actividad en la construcción. Jamás habíamos edificado a tal ritmo. Teníamos cientos de obras edificándose simultáneamente. Y habríamos podido crear y vender muchas más todavía si hubiéramos querido ampliar nuestra obra hasta el infinito.

Terminación en diez semanas

Cerca del fin del tercer cuatrimestre se comenzó con las construcción de las llamadas casas del Plan Eva Perón. En los primeros días de agosto el presidente del Banco Hipotecario Nacional, Ingeniero Lawson, había expresado su deseo de entregar algunas de aquellas casas a sus felices poseedores en su visita prevista para el 17 de octubre. Con increíble empeño el arquitecto Loeser puso manos a la obra. El 17 de octubre de 1953, apenas diez semanas después de saber comenzado a edificarlas, estaban las 12 primeras casas. Estaban listas, perfectas y esperando la entrega de las llaves. Ese acto tuvo lugar en forma solemne. ¿Habrá imaginado el presidente Lawson, en aquel momento, lo que su establecimiento llegaría a ser bajo sus sucesores? ¿Habrá imaginado que tardarían entre tres y cinco años para terminar pequeñas viviendas de emergencia? Si la respuesta hubiera sido afirmativa, creo que Lawson se habría avergonzado de su banco.

Departamentos en lugar de casas particulares. Negocios bárbaros.

La gran demanda era una incontrastable demostración de la enorme escasez de vivienda reinante. Ya en aquel entonces me sugerían la idea de construir preferentemente pequeños departamentos. De tal manera, la vivienda se abarataría aún más para el pequeño cliente. Por los continuos aumentos de precios, ya de moda en aquel tiempo, pronto llegaría a ser imposible, para quien tuviera un sueldo mediano, comprarse una vivienda propia. Además, se sancionó la ley de Propiedad Horizontal que posibilitaba la adquisición de un departamento.

En el curso del mes de agosto de 1953 se vendieron los últimos locales de negocio en la Plaza Almirante Plate. Los comerciantes de la plaza se unieron para impedir el aumento de los llamados negocios “salvajes” en garajes y otros sitios.

En ese momento les ofrecí mi ayuda. Mantuve incontables tratativas con las autoridades, pero no alcancé más que muchas promesas. La municipalidad “no veía”, sobre todo si el sujeto no pagaba los impuestos y tributos obligatorios. De cualquier manera no existía la menor necesidad de abrir negocios salvajes. Había suficientes locales de negocio a disposición en tres Centros Comerciales: Boulevard General San Martín, Plaza Almirante Plate y Plaza

LODELPA. Los entregábamos en las condiciones de pago más convenientes. Pero siempre existirá aquella clase de gente que jamás se podrá -ni quiere- acostumbrarse al orden.

Monolito a Köhl

El 8 de marzo de 1953, el embajador alemán Terdenge acordó una visita a la Ciudad Jardín donde descubrió, el 2 de mayo de 1953, el monolito erigido en honor de Hermann Köhl y sus compañeros. Se conmemoraba el 25 aniversario del cruce del océano en dirección de este a oeste. Estuvieron presentes altos representantes de las autoridades civiles y militares. Tuve el gran placer de poder saludar a tres excelentes representantes de la aviación de guerra germanas: el General Galland, el coronel Rudel y el coronel Baumbach. Este último fue víctima, poco después y en la Argentina, de un accidente de aviación. La banda de Aeronáutica de Palomar interpretó el himno alemán “Deutchsland, Deutschland, über alles” y las lágrimas me rodaron por las mejillas. No pude evitarlo. Creo que era la primera vez, después de la Segunda Guerra Mundial, que el himno alemán era tocado públicamente en la Argentina.

A continuación tuvo lugar un lunch en el “Borussia”, que fue de trascendencia. Entre otros estuvieron presentes los parientes del compañero de Kohl, Hünefeld, que viven en la Argentina.

Busto a Eva Perón. Monumento a la Madre.

El 19 de abril de 1953 tuvo lugar el descubrimiento del busto de Eva Perón, erigido en la calle Boulevard General San Martín.

El 18 de octubre de 1953 fue descubierto el monumento a la Madre en la Plaza Almirante Plate con gran participación popular.

Historia de las escuelas

EI 13 de marzo de 1953 recibimos la noticia de que el gobierno había decidido erigir un colegio nacional en la Ciudad Jardín. Aquella noticia naturalmente fue recibida con el mayor júbilo por todos.

Pero en aquel júbilo primitivo también quedó todo. En el futuro nada más se supo de la ejecución del proyecto. Más adelante un grupo de señoras y señores de origen alemán tomaron el asunto en sus manos. Quiero contar la historia de cada una de las escuelas de la Ciudad Jardín.

Escuela Nº 51 F.I.N.C.A.

El primer toque de campana en la nueva escuela no anunciaba solamente el comienzo de las clases sino también el nacimiento de nuestra vida colectiva. Era el mes de septiembre de 1948 y la primera directora de la escuela se llamaba Trinidad F. de Zaroli. La primera maestra era Dora Ortiz de Mascías. En el mes de octubre se fundó la Cooperadora Escolar. El presidente era don Pedro A. Reggio y la primera secretaria Leonor Azucena de Vidal. Esta última, con su dinamismo y experiencia, dio a la escuela el empuje necesario. La escuela se trasladó entre varios hogares serviciales en la calle Colegio Militar, avenida Tipa y aviadora Lorenzini. Allí

continuó hasta el día de la gran inauguración de la escuela propia, de la escuela F.I.N.C.A., a principios del año escolar 1950.

El edificio escolar cuenta con 14 aulas, salón de actos, mástil de la bandera, etcétera.

Concurren 600 alumnos entre los turnos de mañana y tarde. A fines de 1950, la escuela

F.I.N.C.A. fue nombrada Escuela Teniente Coronel Atilio Catáneo. Cuáles son los méritos de este Teniente Coronel, verdaderamente lo ignoro. Por la escuela Nº 51, seguro que no tuvo ninguno.

Jardín de Infantes Nº 1

En junio de 1951 tuvo lugar, en los salones de la Escuela Nº 51, la inauguración del primer jardín de infantes estatal del Partido de General San Martín. Rápidamente se desarrolló en los tres salones un pequeño paraíso para los niños. Personal docente e interesados erigieron instalaciones y procuraron material didáctico como no se encuentra de mejor calidad en jardines de infantes particulares de la “haute voleé”. La directora, desde un principio, es María Luisa Villarino Frías y vicedirectora Elena Irurzun. Ambas íntimamente ligadas con la fundación de aquel segundo hogar de nuestros niños.

Colegio Ciudad Jardín (Gartenstadtschule)

El Colegio Ciudad Jardín es el primer establecimiento surgido en la colectividad alemana después de la Segunda Guerra Mundial en la Argentina. Fue un día memorable para la colectividad alemana cuando el doctor Brieger llamó a una primera reunión en mi nombre en la Cantina F.I.N.C.A. Los presentes eran señores Th. Schmidt, Gegenschats, Bleyberg, Mieth, Bareisb, Múmm, Krittian, Bathen, Mohnkern y Morr, y las señoras Volberg, Meyer, Krittian y otras. En la reunión ratificaron su deseo de dar a la juventud clases de alemán y de abrir con tal motivo una academia.

Bajo la dirección del eficiente de Erhard Koenig, pronto se logró ampliar estas clases hasta los siete primeros años de escuela primaria. Antiguos talleres en la Planta Industrial fueron transformados en lindas aulas por cuenta de F.I.N.C.A. Mas adelante tomó a su cargo la dirección del establecimiento Hermann Ohnsorg, y su señora se encargó de la dirección de la escuela primaria argentina.

En el mes de abril de 1956, bajo la dirección del doctor Nattkempers, surgió el Colegio Secundario. En un lugar principal, y con sacrificios personales, intervinieron les señores Gegenschatz, doctor Nubmayer, Seckt, Allolio, Schultz, Ortlivhb y Wertheimer. El Colegio Ciudad Jardín, conjuntamente con sólo dos colegios más en la Argentina, forma alumnos cuyo bachillerato es reconocido en las universidades alemanas. La cantidad de alumnos sobrepasa los trescientos.

Instituto Amelet

EI edificio escolar está situado en la calle Boulevard F.I.N.C.A. A fines del año escolar de 1960 los alumnos del instituto terminaban por primera vez 6º grado. EI establecimiento también posee un jardín de infantes como el Colegio Ciudad Jardín. Directores y dueñas del

establecimiento son las señoras Elida Dolores Borrone Bengolea de Pintos Insúa y América V. Bengolea de Quijano.

Palomar Schule (Colegio Palomar)

Director y dueño es el ingeniero Rubén A. Treglia. La escuela empezó su labor lectiva en el año 1948 y el edificio escolar está situado en la avenida Wernicke 543. La cantidad de alumnos es de 450.

Colegio General Martín Güemes

Director y dueño es el profesor Miguel Angel Isasmendi. Como único establecimiento de la zona, esta escuela está autorizada para la enseñanza secundaria en las tres disciplinas: Nacional, Comercial y Normal, y las tres están en función. La cantidad de alumnos es de aproximadamente 400. En la calle Aromos se encuentra en construcción un edificio de seis pisos.

Escuela Nº 74 República del Perú

Como creadora espiritual y efectiva de esta escuela debe ser reconocida la señora Leonor Azucena F. de Vidal. La escuela empezó sus enseñanzas en el edificio de la Escuela 51. Más adelante se trasladaron al edificio construido por F.I.N.C.A. en los ex-talleres de la Planta Industrial. En el año 1937 el gobierno firmó el contrato para la edificación de un grandioso edificio. Para acelerar, se comenzó con la demolición del viejo edificio. Provisoriamente, la escuela se trasladó a barracas de la Escuela 51. Después que todo sucedió así, el gobierno nos comunicó que no contaba con medios para el pago del nuevo edificio escolar. Entonces, por medio de la ayuda de F.I.N.C.A. y de la asociación de padres, se volvieron a levantar las ruinas y la escuela volvió a funcionar en la calle aviador Matienzo. Desde el año 1959 existe una cooperadora escolar cuyo presidente es el señor Leonoff. Además, ocupa un puesto de suma importancia el señor Belforti. La escuela cuenta con 520 alumnos.

“Obras maestras” del Banco Hipotecarlo Nacional: chicanas, violaciones y calumnias

El 20 de agosto de 1953 comenzó la edificación del edificio LAMPE, situado en la entrada sur de la Ciudad Jardín. El Banco Hipotecario Nacional nos había prometido solemnemente la financiación de este edificio. Más tarde dejó en la vía a los compradores y, en consecuencia, también  a nosotros. Simplemente, no cumplió su promesa. Tal irresponsabilidad fue origen de enormes dificultades para COA. Y hablo de dificultades enormes porque se trataba de valores millonarios.

Por otra parte, cada uno de los pasos que diera el Banco debía ser, por así decirlo, implorado por nosotros. Sea que los expedientes siguieran su curso, sea que el directorio aprobara nuestros asuntos, sea que se firmaran las escrituras, sea que los ingenieros del Banco Hipotecario Nacional viajaran a Palomar, comprobaran el adelanto de las construcciones y dieran la orden para nuevos pagos. Todo debía ser implorado, en el más amplio sentido de la palabra. Era para volverse loco. Era indigno. Hoy en día todavía no he llegado a comprender como el pobre Parra aguantó aquello.

En el Banco Hipotecario Nacional había una barra que se divertía enormemente chicaneando e imponiendo dificultades a nuestra obra. Verdaderamente, uno no sabe de qué

manera apostrofarlos a aquellos sujetos. Sobre todo en aquel tiempo se trataba del ya mencionado Romero Toledo quién, con su actuación, coronaba la cantidad de intrigas. Adrede retenía nuestros expedientes y ninguna autoridad del Banco Hipotecario estaba en condiciones de impedírselo. Aparentemente, todos estaban de acuerdo.

Como los préstamos del banco siempre eran demasiado bajos para una financiación a la gente de medios más escasos, nos habíamos ofrecido a retener una parte de la deuda del comprador en segunda hipoteca. Pero el banco no lo permitió.

No, aquello sí que no era posible. De ninguna manera segundas hipotecas. Entonces golpeé con el puño bien fuerte sobre la mesa y se dignaron de permitírnoslo. Pero en cada uno de los casos debían ser autorizados por el Banco Hipotecario Nacional. Estos señores se atribuían el derecho de aceptar o no las segundas hipotecas que otorgaba F.I.N.C.A. con su propio dinero. Sólo mentes enfermas pueden haber imaginado tal ridiculez.

Al AFALP le habíamos regalado un terreno de 7.666 m2. Encima, habíamos edificado un gran edificio de club con todas las instalaciones de deporte. Aquello lo hicimos después que el banco nos había comunicado que nos otorgarla una hipoteca cuyo importe era menor del precio de costo. Aquella hipoteca la re-descontaría el Banco Central. Esta era, en aquel tiempo, la acostumbrada financiación del Banco Hipotecario que siempre recibía el dinero del Banco Central. Cuando el edificio estuvo listo y entregado, entonces algún empleaducho -creo que se trataba de nuestro fiel “amigo” Spangenberg-, encontraba que aquella hipoteca no estaba de acuerdo con algún lejano reglamento del Banco Hipotecario Nacional. Entonces se nos negó la operación. Nosotros habíamos cumplido con lo que nos había sido otorgado, la esperanza estaba definitivamente acordada. Pero no se hizo. Seguramente, el citado enano autor del asunto alcanzó un elogio especial de sus jefes. Para F.I.N.C.A., de todos modos, significó que tenía colocado un importe de más de medio millón a cincuenta meses a un interés verdaderamente ridículo.

Otra obra maestra del Banco: la enorme cantidad de tiempo necesaria para el cálculo y las consultas referentes a la fijación de precios para nuestros clientes. También aquel derecho se lo habían adjudicado personalmente aquellos benefactores populares.

Nosotros éramos demasiado impacientes para esperar a las decisiones de aquellos “pesados” individuos. Entusiasmados, comenzábamos con la edificación y finalmente debíamos conseguir créditos intermedios de otras instituciones, mientras esperábamos que los señores del banco tuvieran tiempo para nosotros. En tales casos, los clientes nos abonaban a nosotros los intereses que debíamos pagar por el préstamo.

Repentinamente surgió el rumor de que F.I.N.C.A. no escrituraba porque quería estar mayor tiempo gozando de los intereses. Y la indignación alcanzó proporciones desmesuradas. Si aquella gente hubiera sabido cómo y en qué forma en F.I.N.C.A. necesitábamos aquel dinero, y de haber sabido cómo le estábamos encima al banco, habrían pensado de otra manera sobre nuestro comportamiento. Pero, por ese motivo, nuestros cajeros eran saludados muy poco amablemente. Cierta vez una dama llegó a apodar a la dirección de F.I.N.C.A. con “manga de

ladrones”. Ahí se me acabó la paciencia. Escribí un artículo de fondo para la revista F.I.N.C.A. En él mostraba, con suma claridad, que la culpa del retraso radicaba única y exclusivamente en el Banco Hipotecario Nacional. En consecuencia, la mencionada “manga de ladrones” no debía ser buscada en F.I.N.C.A. sino en otra parte.

Hasta aquel artículo, que debía haber hecho sonrojar de vergüenza a los directores del Banco Hipotecario, los dejó completamente fríos e inmutables. No sucedió nada. Se siguió al mismo paso que antes.

Al final, no tuve más remedio que dar la orden de no entregar ninguna casa, por más terminada que esté, antes de haberse firmado la escritura definitiva con el Banco Hipotecario Nacional. De tal manera, nuestros clientes tenían un buen motivo para andarle detrás al banco.

Debo decir que en algunos de los casos tuvieron éxito. Claro, si es que tenían cuña correspondiente…

Indescriptiblemente raro y cómico fue para mí cuando en aquellas semanas me encontré con el ingeniero Ortiz. El ingeniero José Ortiz había pasado de funcionario del Banco Hipotecario a ser cliente del mismo. En aquel tiempo se dedicaba a la construcción de un Barrio en Córdoba. Aparentemente, sus relaciones con el Banco Hipotecario Nacional eran tan “exitosas” que hablaba en igual forma que yo sobre ese establecimiento. O quizás peor, si eso era posible. De todos modos, aquel encuentro fue para mí un motivo de secreta alegría.

En este lugar quiero decir algunas palabras sobre las relaciones “políticas” de aquel entonces. En la opinión de algunos malintencionados imbéciles había llegado a atribuirles a las relaciones políticas el éxito de la Ciudad Jardín. Aquí se trata de mi amistad con quien en aquella época era vicepresidente de la Nación, contralmirante Alberto Teisaire y su esposa Duilia. Con ellos, así como también con el presidente de la Cámara de Diputados, doctor Antonio J. Benítez, había conversado repetidas veces sobre los problemas de la Ciudad Jardín. Pero estas conversaciones tuvieron lugar en una época en que ya habían sido sobrellevadas las peores y principales dificultades. Es interesante de comprobar que conocí a la señora de Teisaire el 17 de abril de 1953, y al contralmirante el 13 de mayo. Se ve, con toda seguridad, que no pudieron haberme ayudado en los preparativos para la edificación de la Ciudad Jardín. De haberlo hecho, no sería más que un honor para ellos. Pero esa supuesta ayuda no es más que un anacronismo fácil de demostrar.

Al presidente de la Cámara de Diputados le conocí en el año 1946 en Potrerillos, Mendoza. En esa época nadie imaginaba que llegaría a ocupar tan alto cargo público. Poco después lo nombré abogado de F.I.N.C.A. y lo siguió siendo hasta la revolución en el año 1955. Presidente de la Cámara de Diputados recién fue nombrado el 25 de abril de 1953. En esa época las mayores dificultades de la Ciudad Jardín ya habían sido superadas.

Esos rumores habían sido puestos en boca de muchos por la mafia del Banco Hipotecario Nacional. Pero no llegaron a impedir que el 2 de agosto de 1953 tuviera lugar un allanamiento de mi casa en Palomar. ¡Se me tenía en sospechas de intrigas con los peronistas! Todo aquello tuvo su origen en chismes de sirvientas. El asunto llegó a oídos de un capitán del ejército, quien de inmediato transmitió ese gran peligro a su general. Y del general, que por otra parte también era director de la Escuela de Guerra, partió la orden del citado allanamiento. Naturalmente, no encontraron nada de lo que buscaban. Un amigo me había pasado la noticia de la secreta requisa, así que bien pronto pude tomar las medidas necesarias. Me fue muy fácil demostrarles a los señores “revisadores” que, para mí, mi trabajo y mis preocupaciones no me dejaban tiempo para dedicarme a movimientos pro o antiperonistas. Del general para abajo, hasta el comisario investigador se disculparon cortésmente y me nombraron perfecto peronista. En realidad yo no era nada, ni pro ni contra; era presidente de F.I.N.C.A. y nada más. Tampoco quería ser otra cosa.

A propósito de esto, me recuerdo un incidente sumamente cómico. Fue en el salón principal de la Cámara de Diputados, en el año 1953. Era la fiesta de clausura de las sesiones anuales y el presidente Benítez me había invitado, así como también a mi mujer y a mi hermano Hugo. Tomamos ubicación en el palco de la esposa del presidente, señora Irma Benítez, quedándonos de pie porque todos los asientos ya estaban ocupados por otras personas.

Repentinamente, noté que al lado de nosotros había otro palco igual que estaba completamente vacío.

-Esto hay que aprovecharlo -le dije a mi hermano, y ambos no vacilamos en levantar una pierna tras otra y pasar al palco vecino. Me llamó la atención que Benítez, en su silla de presidente, quedó duro como una estatua y luego nos hizo señas desesperadas. Algo no estaba en orden. Repentinamente, me doy cuesta que estamos en un palco prohibido: era el palco de la señora de Perón, Evita, fallecida en el año 1952, la Jefa Espiritual de la Nación. Después de su muerte nadie había vuelto a pisar su palco. Nadie debía pisarlo, y Hugo y yo volvimos a treparnos al palco de Benítez donde Irma nos clavó sus ojos desmesuradamente abiertos.

Habíamos cometido un sacrilegio, terrible. Pocos días después, Benítez me contó que únicamente por medio de una orden estricta, había conseguido evitar una delicada investigación de hecho. Hay que haber vivido en aquella época para comprender aquella estupidez de alto grado. Sí, verdaderamente era así… Hoy en día no sabemos si desde ese entonces el mundo mejoró o está peor todavía.

En aquel tiempo teníamos un síndico, cuñado de los hermanos Wernicke. Éste había participado activamente en los preparativos revolucionarios, por lo que fue buscado por la policía. Más tarde huyó al Uruguay. A pedido de algunos directores de F.I.N.C.A. fue destituido de su cargo de síndico el 27 de mayo de 1953. Encontré muy justa aquella resolución. Soy de opinión que hay que ser comerciante o revolucionario, las dos actividades al mismo tiempo no dan buen resultado. La destitución fue tomada muy mal por el interesado y por los hermanos Wernicke.

Conducción directa de gas natural a Palomar

También tuvieron lugar en el año 1953 las tratativas del doctor Brieger con las autoridades de Gas del Estado, las que desarrolló con gran habilidad. Después de mucho conversar y de mucho pedir, alcanzamos la promesa de obtener una conducción directa de gas natural a la Ciudad Jardín. Además pagamos el importe de 29 millones, en su mayor parte juntado entre la población. Teniendo una conducción directa de gas natural, evitábamos las continuas manipulaciones con los tubos de supergás.

Pero los trabajos recién fueron iniciados a fines del año 1955 y las instalaciones comenzaron a funcionar en 1956. Que las tratativas y más adelante la financiación hayan tenido tanto éxito, es mérito único y duradero del doctor Heinz Brieger.

Me retiro de la presidencia de COA

En la Asamblea General del 29 de abril de 1953 no me hice votar más como presidente de COA. Había ocupado aquel puesto desde la fundación de la sociedad. A una propuesta mía fue votado el doctor Mario Wernicke. En los primeros años, el doctor Wernicke limitaba su actividad a cobrar sus dividendos a fin de año. Pero más adelante, cuando después de la

“gloriosa revolución libertadora” COA cayó en una situación difícil, Mario tomó las riendas en la mano y llevó pronto la nave a buen puerto.

En un principio, el joven se lo había imaginado demasiado fácil, pero más adelante creció con sus obligaciones.

Banco Hipotecario contra Banco Central

El 18 de febrero de 1953 tuve una audiencia con el ministro de Finanzas, Revestido. En presencia del gerente Di Taranto me prometieron encontrar una “solución práctica” para las cuestiones reinantes entre el Banco Central y nosotros, con respecto a la liquidación definitiva del Crédito Recíproco. El 14 de agosto de 1953 por fin el ministro firmó el acta correspondiente. Con ella habíamos llegado a un acuerdo que conformaba a ambas partes.

Desgraciadamente, durante los años siguientes surgieron grandes dificultades en la ejecución de tal arreglo iniciadas por nuestro enemigo de siempre, el Banco Hipotecario. Este establecimiento se negaba a financiar las hipotecas que nosotros proponíamos, por más que el Banco Central le hubiera asegurado el inmediato redescuento. Los menores detalles no entran en el marco de este escrito, pero diremos nuevamente a qué vaivenes y disgustos estábamos librados al estar en manos de los bancos oficiales. Desde luego, todo iniciado por el banco que es llamado “banco” sin derecho: el maldito Banco Hipotecario Nacional.

Después de violentas discusiones con los dueños de los terrenos de LODELPA, finalmente el 25 de septiembre de 1953 llegamos a un acuerdo para que los terrenos pasaran a nuestra exclusiva pertenencia. Las relaciones sociales con las familias Pereyra Iraola y Herrera Vegas fueren rotas.

Primero se vio la necesidad de la construcción de un canal a través de los terrenos de LODELPA. Así se hizo. El gasto fue de un millón.

Al llegar fin de año, a mí me ocupaba el pensamiento un plan detallado sobre la edificación de LODELPA. Además de la edificación, fijamos los plazos de comienzo y terminación. Como veremos mas adelante, fueron cumplidos exactamente bajo la excelente supervisión general del arquitecto Loeser.

¿Por qué “población mixta”?

No quisiera cerrar la historia del año 1953 sin hacer mención de mi viaje a los Estados Unidos. Emprendí el viaje con las mejores recomendaciones y en compañía de mi mujer y mi hermano Hugo. Estuvimos en Nueva York, Baltimore, Washington y Philadelphia. En todas partes nuestros “colegas” americanos nos recibieron amablemente. Nos mostraron todo lo que podían mostrarnos y todo lo que quisimos ver. Vi mucho, muy lindo y muy importante: visitamos barrios de millonarios, colonias de clase media y colonias en las que los habitantes se habían reunido por profesiones o oficios. Por ejemplo, empleados del ferrocarril, empleados de bancos, empleados de comercio, oficiales, etcétera. Este último sistema nunca contó con mi aprobación. No puedo imaginarme que sea lindo si el empleado bancario en su caminata dominguera, se ve rodeado únicamente de otros empleados bancarios. Tampoco me parece justamente ideal si la señora del teniente coronel, a la noche le comunica a su marido lo que la señora del capitán le confió secretamente sobre la señora del comandante.

Según mi opinión el barrio “mixto”, como lo tenemos en Palomar, representa la solución ideal. Con nosotros vive conforme, tanto el pequeño empleado como el millonario. Este último quizá viva en una calle un poco más ancha con chalets más grandes, pero ninguno tiene que avergonzarse de su pueblo. Cada uno puede decir con orgullo: “Yo vivo en la Ciudad Jardín Lomas del Palomar”, sin que de ello pueda deducirse si se trata de un empleado bancario, un empleado de correo, un oficial o cualquier otra cosa. Lo principal es que la individualidad de cada uno en particular, debe ser respetada al extremo. Y la Ciudad Jardín Lomas del Palomar se presta especial atención al cumplimiento de este sistema. Quien dice: ”Vivo en la Ciudad

Jardín”, no explica con ello que pertenece a tal o cual gremio, si es rico o pobre. Con ello explica que vive bien y que tiene un hermoso hogar. Eso es lo principal. Y hace al orgullo de nuestros habitantes.

El año 1953

A fines de 1953 había 1.48l casas en Palomar que albergaban a 6.642 habitantes.

Se inauguró el monolito a Köhl. Se descubrió el busto de Eva Perón y se inauguró el monumento a la Madre. Además, se construyó el gran canal a través de LODELPA.


Capítulo 14

1954 / La señorita Botta

Seguía su camino la lucha con el Banco Hipotecario. En primer lugar, se trataba de conseguir las aproximadamente mil carpetas necesarias para la construcción de las casas del Plan Eva Perón. En segundo lugar, debían ser puestos en marcha los trámites correspondientes. Para tal fin instalé una sección especial bajo la dirección de la señorita Botta quien, todas las mañanas, debía informarme largo y tendido sobre el éxito o fracaso de la víspera. Con empeño y dedicación se volcó a su difícil trabajo la señorita Botta. Con tal motivo merecería el agradecimiento especial de los habitantes de LODELPA. Seguramente aquellos no tienen la menor idea de cómo tuvo que luchar muchas veces la niña Botta, en pro de los intereses de los solicitantes de crédito. Y encima, la pobre tenía que vérselas con mis nervios exaltados al extremo por 5 o 6 horas que tenía que pasar en alguna “antesala del infierno”. Recuerdo perfectamente como a menudo rodaron las lágrimas por sus mejillas, cuando en alguno de mis estados crónicos “Banco Hipotecario Nacional”, la traté injustamente. Fue todo en interés de la Ciudad Jardín, querida señorita Botta, entre cuyos habitantes usted también cuenta. Estoy segura de que hoy ya me perdonó…

Solía suceder que en el Banco Hipotecario Nacional no hubiera más carpetas, porque se habían olvidado de entregarlas en la imprenta Kraft. Yo me hacia extender la nota de pedido y la llevaba personalmente a Kraft. Si el Banco Hipotecario no contaba con gente para la confección de las carpetas, yo mandaba personal de F.I.N.C.A. y hacía el trabajo. Faltaba personal para mantener en marcha los expedientes en el Banco, pues yo mandaba personal auxiliar de F.I.N.C.A. Éste contribuía a dilatar aún más el ya inútilmente dilatado aparato administrativo del Banco Hipotecario Nacional.

A pesar de todo, nosotros construíamos más rápido de lo que marchaba el banco con sus generalmente tan imbéciles trámites. Muchas veces las casas eran entregadas a sus dueños antes que la escritura con el Banco Hipotecario Nacional hubiera sido firmada, es decir, antes de que nos hubieran entregado un solo centavo. Y cuando los habitantes estaban felices y finalmente en sus casas, a menudo debían reclamar durante años para poder escriturar. La culpa se la echaban a la pobre F.I.N.C.A., diciendo que de pura maldad retrasaba la escritura, porque no quería de ninguna manera el dinero adeudado por el Banco. ¡Si la gente que repartía en aquel

tiempo el panfleto “¿Qué pasa en F.I.N.C.A.?” se hubiera imaginado siquiera con qué ansias esperábamos la escrituración y en qué forma necesitábamos el dinero!

Por otra parte, debo mencionar que a veces también era culpa de nuestros clientes si los trámites del Banco Hipotecario se retrasaban. Aunque a menudo Miguel Granados hacía todo lo

posible por mantener el asunto en marcha, solía suceder que los empleados de F.I.N.C.A. ya habían ocupado su casa en la Ciudad Jardín, sin haber pasado al banco la correspondiente solicitud da crédito. Pero de todos modos aquellos jóvenes se las tuvieron que ver muy en serio conmigo. Y estoy absolutamente seguro de que no les irá a suceder lo mismo cuando compren su próxima casa.

107 millones

Durante mi viaje de cuatro meses a Europa en el año 1954, harían sido dejadas bastante de lado las relaciones con el Banco Hipotecarlo Nacional. La mala sangre que me ocasionó el conocimiento de ello fue seguramente también el origen de mi seria enfermedad en el año 1955.

En lo que respecta a las carpetas del Plan Eva Perón, el 5 de abril de 1954 teníamos en nuestro poder todas las necesarias. Con satisfacción pude hacer constar en mi diario, que las solicitudes en el banco ascendían en aquel momento a más de 107 millones. Aquellos 107 millones los fuimos obteniendo paulatinamente en el curso de los años 1955 y 1956, sobre la base de las carpetas en nuestro poder. Lo recibimos porque el banco no tuvo otro remedio. Con qué agrado habrían pasado por alto aquella obligación. No lo pudieron hacer, pues se trataba de una “cuestión social”. Que aquellos 107 millones nos fueran otorgados, no me lo perdonaron hasta el día de hoy los señores Guillot, Spangenberg, Cepeda, Lagos y otros. Pero aquel dinero estaba mucho mejor empleado en la Ciudad Jardín Lomas de Palomar que en los inservibles barrios de emergencia surgidos por medio del Banco Hipotecario. Creo que sobre ello, estos señores no querrán iniciar discusión conmigo.

Terminación de la sección este de la Ciudad Jardín

A pesar de las dificultades que surgían del Banco Hipotecario Nacional, nosotros seguíamos, aunque en la primera parte del año, por la continua escasez de medios, la franja entre Zeppelin y boulevard F.I.N.C.A., crecía muy lentamente. Hasta fin de año fueron terminadas, además de la franja arriba mencionada, las casas individuales en la avenida Germán Wernicke y boulevard F.I.N.C.A. El 31 de diciembre de 1954 podíamos decir con todo orgullo que habíamos terminado la primera etapa de nuestro plan de edificación, es decir, la sección este de la calle aviador Matienzo. Esta parte podía darse por terminada, ya que le faltaban únicamente algunas pequeñeces. Así nos lo habíamos propuesto. Y lo alcanzamos.

En un principio, se proyectaba terminar con LODELPA a fines de abril de 1955. Pero el fallo del Banco Hipotecario hizo que la edificación continuara hasta el año 1956.

Para el triángulo que quedaba libre entre boulevard F.I.N.C.A., avenida Germán Wernicke, Pereyra Iraola y Plaza Almirante Plate se había proyectado la construcción de casas de departamentos. El 31 de octubre de 1954 el arquitecto Mongsfeld me presentó un interesante proyecto, referente a la edificación de la Plaza de los Aviadores con casas de departamentos. El plano sigue siendo actual hasta el día de hoy. Desgraciadamente, sólo pudo ser terminado el “8 de febrero Terminal”. Esperemos que el futuro vea la realización de nuestros planes. Y es la más linda esperanza: una realización sin el Banco Hipotecario Nacional.

Monolito a Newbery

El 18 de marzo de 1954 se descubrió el monolito en honor del aviador Newbery. Acaeció en forma de una gran fiesta en presencia de muchos representantes de la aviación civil y militar. A continuación tuvo lugar un gran asado en la finca F.I.N.C.A. Era un cuadro hermoso el que constituían muchas hermosas mujeres y los uniformes blancos de los oficiales de aeronáutica bajo los árboles iluminados.

Tuve el honor de compartir la mesa con los dos veteranos de la aviación: brigadier Zuloaga y Teodoro Fels.

Decido construir una usina propia

Ya que la provisión de luz por parte de CADE empeoraba día a día, en el mes de octubre de 1954 resolví edificar una usina propia para la provisión de luz en LODELPA. Pocas semanas después, la misma ya se hallaba en construcción. Más adelante hablaré sobre su inauguración en el año 1955.

Gran actividad en la edificación de LODELPA

Hacia fines del año 1954 era una verdadera satisfacción ver la actividad reinante en la construcción de LODELPA. Las casas surgían rápidamente y, en general, había algunos cientos que se encontraban simultáneamente en construcción. Ahí se les iban los ojos a los del Banco Hipotecario Nacional. Aquello les resultaba demasiado. ¡Pobres muchachos…! Su actividad primordial siguió siendo tratar de disminuir la velocidad de nuestra edificación chicaneando y buscando dificultades. Y si era posible, impedir que siguiéramos. Eran “verdaderos patriotas”.

Lucha por la limpieza de las calles

En el transcurso del año 1954 llevé a cabo, en colaboración con mí viejo amigo Guillermo Stephanus, una desesperada lucha en pro de la limpieza de las calles y de los terrenos sin edificar. La recolección de la basura por parte de la municipalidad de San Martín no podía decirse que marchara perfectamente. Por lo tanto y en consecuencia, ciertos habitantes habían tomado la costumbre de echar la basura y restos de comida sobre los terrenos vacíos. Por medio de la Revista F.I.N.C.A., Stephanus llevó a cabo su desesperada lucha contra aquellos vecinos. Llamarles “chanchos” habría sido una ofensa para el útil animal. Hasta llegamos a fundar una “Liga de los indiferentes”, donde acreditábamos como socios únicamente a aquellos que se habían mostrado como “súper chanchos”, por largar así nomás la basura.

Si comprobábamos uno de estos casos, cuando se trataba de la primera vez era publicada su dirección; en la segunda, dirección y nombre del culpable. Al llegar a la tercera vez el sujeto era hecho socio vitalicio de la Liga y su nombre era publicado en la lista de honor de cada una de las ediciones de la Revista F.I.N.C.A. Fácil puede uno imaginarse qué cantidad de enemigos nos acarreó aquel proceder. Hay gente que no quería acostumbrarse a la limpieza y a la higiene. Pero aquello no nos hizo mella, a Stephanus y a mí. Las numerosas cartas amenazantes a los “alemanes atrevidos”, no consiguieron apartarnos de nuestro modo de proceder.

Para tocarme en una parte sumamente delicada, cierto grupo de aquellos malintencionados “súper chanchos”, logró que el Concejo Deliberante dispusiera cambiar el nombre de la avenida Germán Wernicke por avenida Nueva Argentina. Era por todos conocida mi veneración por mi paternal amigo, a quien F.I.N.C.A. debía su existencia. Para mí, aquello

era asunto de honor. Desesperados, los hermanos Wernicke y yo, luchamos contra esa injusticia. Gracias a Dios el decreto no llegó a llevarse a cabo; la calle más hermosa de la Ciudad Jardín se sigue llamando, hoy como antes, avenida German Wernicke. Gracias a Dios.

Rematar es más fácil

Hacia fin de año, muestro vecino de terreno en el extremo oeste, Frías Ayerza, también pensó en construir un barrio “a la Ciudad Jardín”. Años antes había adquirido aquellos terrenos a bajo precio de las familias Pereyra lraola y Herrera Vegas. Repentinamente, empezó a nadar en grandes planes. Quería imitar a F.I.N.C.A. En un principio realmente pareció que iba a salir algo de todo aquello, pero los terrenos no tenían luz, cloacas, etcétera. Yo me había ofrecido a hacer extender nuestra red sobre los terrenos del señor Frías Ayerza. Pero, a este señor las dificultades le fueron demasiado grandes. Creyó conveniente rematar los terrenos en la forma usual. Lo cómico de todo era la propaganda que le hacía al asunto, donde se hablaba de los terrenos vecinos a la Ciudad Jardín. A continuación se hablaba de las bellezas de la Ciudad Jardín, con fotografías únicamente de ella y de sus instalaciones sociales. Es este un buen ejemplo de cómo alguien puede adornarse con laureles ajenos. Así se hace propaganda.

Rematar y dejar los terrenos librados a su destino.

El remate fue un fracaso. Más adelante los terrenos fueren vendidos. Si tenemos suerte, de ellos también surgirá otro “barrio de porquería”…

Es una lástima. Aquella parte hubiera sido la salida de LODELPA hacia el oeste.

Los pobres nervios

El 4 de junio de 1954 emprendí un viaje a Europa, donde la crucé en auto desde Lisboa a Nápoles. Traje recuerdos imborrables. Vi y observé todo lo que en Europa se hace y que en la Argentina podría hacerse. Todo, si no existiera la terrible burocracia y el Banco Hipotecario.

El 20 de octubre de 1954 regresé. Cuando me fue referido todo lo que había pasado en el transcurso del año en el Banco Hipotecario Nacional, mis nervios recibieron un gran golpe.

Tanto, que tuve que pasar todo el año de1955 en tratamiento médico. Sobre todo me había empezado un terrible zumbido en los oídos, una dolencia que sufrí durante muchos meses.

El año 1954

A fines de 1954 en la Ciudad-Jardín había 2.084 casas que albergaban 9.346 personas.

Se inauguró el monolito a Newbery. A fines de año se terminó con la sección este en aviador Matienzo con las planeadas casas de departamentos.


Capítulo 15

1955-1956 / Puesta en marcha de la usina

A principios de enero podía decirse que en LODELPA todo marchaba al ritmo deseado.

Bajo la meritoria dirección del arquitecto Loeser, las casas surgían así nomás de la tierra.

Parecía que todos los que intervenían hubieran sospechado lo que nos aportarla el futuro y trabajaran bajo el lema: “Apúrate, los buenos tiempos pronto habrán pasado”.

También adelantaba a pasos agigantados la construcción de la usina eléctrica. En un acto solemne, mi hija Sibila puso en marcha las correspondientes máquinas el 26 de junio de 1958. La instalación en un principio dotó de corriente eléctrica a una parte de LODELPA.

Capillita de San Roque

A principios del mes de junio encargué al arquitecto Seckt la construcción de la capillita “San Roque” en la Finca F.I.N.C.A. El plazo de terminación fue fijado. Fue una lástima que el arquitecto Seckt no pudiera cumplirlo, aquello siempre le fue difícil como tampoco nunca pudo acostumbrarse al ritmo de trabajo de F.I.N.C.A. Sintiéndolo mucho, en el mes de septiembre tuve que separar a esta persona con tantas condiciones. Especialmente en la avenida Wernicke había edificado gran cantidad de casas, las que contribuyen al hermoseamiento de la avenida.

Era una lástima. Siempre empezaba atrasado y terminaba atrasado. Y eso era algo que

F.I.N.C.A. no aceptaba.

En las ventas durante este año pudimos anotar verdaderos triunfos. Mientras las casas de la avenida Wernicke se vendían lentamente, las casas “Eva Perón”, rápido. En la segunda quincena del mes de junio de 1955 vendimos 400 de estas últimas. Más no podía pedirse.

Gas natural

El 22 de octubre de 1955 tuvo lugar la primera palada para la colocación de la red de gas natural. Su terminación, en el año 1956, significó un auténtico adelanto para nuestra Ciudad Jardín.

Plaza Ombú histórico

EI 16 de noviembre de 1955 se terminó la plaza Ombú Histórico en LODELPA. Es conocido que los terrenos de la Ciudad Jardín fueron parte del campo de batalla de Caseros, donde Rosas fue vencido por Urquiza el 3 de febrero de 1852 y obligado a renunciar. Gracias a aquella realidad, nuestro jefe arquitecto, Juan Behrendt, había llegado a formarse un pequeño museo de balas de cañón, puntas de lanza, etcétera, que había sido encontradas al hacer las excavaciones. Existe la anécdota de que Rosas, poco antes de su huida a Buenos Aires, firmó su renuncia bajo un ombú en el campo de batalla.

En el terreno de LODELPA se encontraba este majestuoso y viejo ombú. Solamente lo nombramos árbol histórico, le dimos una pequeña plaza y le colocamos una placa recordatoria, donde en pocas palabras se menciona la batalla. Si toda la historia, con la renuncia bajo el ombú, es cierta y si este es el verdadero ombú, no puedo decirlo. Pero, imaginando que realmente fue así, tendremos la satisfacción y la certeza de estar parados bajo un árbol histórico. Por supuesto, que estamos sobre un campo de batalla, eso sí que lo sabemos bien seguros.

Enemistad abierta con el Banco Hipotecario Nacional

Tampoco este año no hay nada bueno para decir del Banco Hipotecario Nacional. La enemistad abierta con sus funcionarios iba tomando mayores proporciones. Así, un tal D., que

no estaba en condiciones de pagar la primera cuota por la casa comprada, la habitó a la fuerza y ahí quedó. Cuando investigamos más a fondo el asunto, comprobamos que aquello lo había hecho por consejo del Doctor López Fidanza, abogado del Banco Hipotecario. Enseguida me fui a quejar a lo del jefe de abogados del Banco Hipotecario Nacional, doctor Iglesias Very, quien ventiló su indignación sobre el colega con acaloradas palabras. Pero ya había pasado, y teníamos que vérnoslas para sacar al tipo de aquella casa. ¡Las dificultades que ocasiona en la Argentina sacar de una casa habitada a un intruso…! Sólo puede saberlo aquel que alguna vez tuvo que luchar contra un caso así en nuestro país.

Eso sí que no nos lo van a hacer creer

En el mes de febrero, una vez más el banco no tenía dinero y no podía cumplir con sus obligaciones más urgentes, de modo que se nos sugirió devolver todos los expedientes que teníamos en nuestro poder. Se pensaba resolver -eventualmente- un aumento del 10% en los préstamos. Enseguida me di cuenta de lo que se trataba. Y nos negamos. Los señores únicamente querían ganar tiempo. Después, naturalmente, no efectuarían el prometido aumento. Nos causaba mucha rabia de que, secretamente, yo descubrí enseguida sus intenciones.

Dos revoluciones

Vuelvo sobre los dos acontecimientos más significativos acaecidos durante el año 1955. Se trata de las dos revoluciones, la malograda del 16 de junio de 1955 y la lograda del 16 de septiembre del mismo año. Yo nunca me ocupé de política. A mí me daba exactamente lo mismo si gobernaba tal o cual presidente, o si teníamos este o aquel ministro. Yo estaba conforme con cualquiera, siempre que no impusiera dificultades al desarrollo de nuestra Ciudad Jardín. Tampoco tenía tiempo para ocuparme de tales cosas. Lomas del Palomar ya ocupaba todas mis fuerzas. Pero así no fue con algunos de mis colaboradores y compañeros de directorio. En este caso se trata de los componentes de la familia Wernicke. Aparentemente tenían tan poco trabajo en sus trabajos oficiales y privados, que todavía les sobraba tiempo para conspirar. Después del malogrado golpe en el mes de junio, F.I.N.C.A., aunque indirectamente, también tuvo que pagar las consecuencias.

Ya dije antes, que a principios de año mis nervios se encontraban en muy mal estado. A fines de junio estaba algo mejor. Mis médicos me aconsejaron emprender un viaje. Así lo hice. Fui a Perú y México, acompañado por mi mujer y mi hija Sibila. Una tarde, luego de que hicimos un paseo en auto por los alrededores de la ciudad de México, volvimos al hotel.

Repentinamente, sonó el teléfono. Era mi hermano Hugo quien, desde Buenos Aires, me comunicaba que a consecuencia de la malograda revolución de junio habían sido arrestados Mario Wernicke y su cuñado Bradley. También habían arrestado a la hija de Germán Wenicke, María Antonieta, acusada de haber guardado armas para los revolucionarios. Se ve que la familia Wernicke no sólo creaba hijos héroes, sino también hijas heroínas. Mi hermano me aconsejó volver enseguida a Buenos Aires. Así lo hice pocos días después. Entonces pude comprobar cuánto daño habían hecho a F.I.N.C.A. los Wernicke con sus hazañas heroicas.

Sobre mí escritorio encontré dos citaciones. Una de ellas era a una conferencia con el gerente del Banco de la Nación, doctor Abad. Seriamente, me comunicó que bajo tales circunstancias no podía pensarse en una renovación, y mucho menos en una ampliación de nuestro crédito. Al contrario, cuanto antes debíamos cubrir el crédito existente. La segunda invitación era de quien

era presidente del Banco Hipotecario Nacional, ingeniero Juan Carlos Lawson. Asombrado y muy asustado había quedado después de la noticia de que entre nuestros miembros de directorio, se encontraban agitadores contra el régimen de Perón. Me expresó seriamente que no podría pensarse en la concesión de ninguna de nuestras solicitudes, antes de que el asunto de la conspiración estuviera completamente aclarado. ¿Qué le iba a hacer? Lo único que pude fue repetir una y otra vez que yo que era en realidad el único jefe activo de F.I.N.C.A., no tenía nada que ver ni la menor idea del asunto. A Lawson no pude convencerlo. Me sugirió presentarle una orden escrita del presidente de la Cámara de Diputados, doctor Antonio Benítez, y al vicepresidente Teisaire para que continuaran nuestros créditos. Hablé con Benítez. Con cara sumamente asustada, se negó diciéndome:

-Perón dijo que quien se mete en una cosa así, sea ministro, diputado o cualquier cosa, vuela de todos los puestos.

Al oír esto, con Teisaire ni lo intenté.

Ya no se acepta ni una solicitud de crédito

De todos modos la “agradable” consecuencia inmediata fue que el Banco Hipotecario Nacional no aceptó más ninguna solicitud de crédito que correspondiera a la Ciudad Jardín. Las solicitudes que estaban en trámite, fueron tomando rumbo paulatinamente en los últimos meses del año 1955 y a principios de 1956. No se aceptó ninguna solicitud más. Y así quedó también hasta el día en que escribo estas líneas.

El 16 de septiembre de 1955 tuvo lugar la lograda revolución libertadora. Y fuimos libertados una vez más. Tuve la suerte, en el transcurso de 25 años, de ser libertado tres veces en la Argentina, en 1930, 1943 y ahora en 1955. De golpe ya no valían nada los directores peronistas. Al ingeniero Lawson, que pocos días antes había resguardado con tanto esmero su prestigio peronista, hoy se lo arrestaba; lo mismo sucedió con los directores de los otros bancos nacionales y llenos de voluntad de acción ocupaban sus puestos otros nuevos señores. De capitanes de agua salada y de agua dulce. de la noche a la mañana surgían capitanes de la economía. De la noche a la mañana, Mario Wernicke y María Antonieta Wernicke eran considerados como héroes nacionales. En F.I.N.C.A. los llamábamos “Horst Wessel y Johanna Stegen”. Podría haberse pensado que, gracias a su heroica actuación, los nuevos señores se mostrarían con buena cara en el asunto Ciudad Jardín. En realidad, fue exactamente le contrario. Hablare de ello en lo que sigue.

País loco, gobierno loco, F.I.N.C.A. loca

El año 1955 tocaba a su fin. Mario Wernicke se había convertido en héroe nacional. Su cuñado Bradley se mostró como íntimo amigo y defensor del nuevo presidente del Banco Hipotecario Nacional, Rawson Paz. «Bueno, en el futuro todo debería marchar a pedir de boca», pensábamos. Al contrario. La locura festejó sus mayores triunfos. La policía buscaba en mi casa de Lomas de Zamora al ex presidente de la Cámara de Diputados, doctor Antonio Benítez. Mientras tanto, se hablaba de que el vicepresidente Teisaire había sido visto cuando era sacado de mi casa, encadenado. Al mismo tiempo, el nuevo gobierno nombraba al gerente de F.I.N.C.A., doctor Plate, embajador argentino ante la ONU. Allí mantuvo su discurso sobre que “por fin” Perón había sido derrocado.

Cierto día, Parra me comunicó que F.I.N.C.A. sería intervenida, ¿Por qué? No supo decirlo. Mario Wernicke me explicó que se había instalado una comisión investigadora en todas las sociedades. La misma hacía y deshacía por cuenta propia, y traía desorden dentro de la vida comercial.

La locura festeja triunfos. Germán Wernicke lo quiere despedir a Parra porque no le obedece. Mario Wernicke quiere despedir al doctor Brieger, porque aquél en otra época había planeado el despido de su cuñado Bradley. El doctor Rosso había sido interventor en el Banco Hipotecario Nacional algunas semanas antes del nombramiento de Rawson Paz. El mismo me explicó que allí se encontraban solicitudes de crédito por más de veinte millones. Frente a los mismos se hallaban entradas prácticamente insignificantes. Por otra parte en aquella audiencia noté perfectamente cuán mala influencia ejercía al empleado Guillot sobre el doctor Rosso. Esta mala influencia se dilató más adelante, bajo la presidencia de Rawson Paz y Romanelli, para mucho mal del banco y de sus clientes.

Hasta el 13 de noviembre de 1955, los efectos de la gloriosa revolución todavía se habían mantenido dentro de ciertos límites. Pero aquel día fue hecho presidente Aramburu. Entonces

las comisiones investigadoras ampliaron su campo de acción. “Investigadores” surgían de aquellos muchachitos que tenían todo derecho de someter a una vergonzosa investigación a hombres de edad madura, que habían trabajado durante varias décadas en el comercio. No es difícil imaginarse lo que surgió de aquellas investigaciones por medio de inexpertos. Los verdaderos infractores de leyes eran demasiado vivos para dejarse agarrar por aquellos muchachitos. Pero los hombres honorables eran chicaneados sutilmente.

Un papel magnífico y muy noble también, correspondió en aquella gloriosa revolución libertadora a nuestros oligarcas Herrera Vegas y consortes. Cierto día salió un decreto por el cual no se permitía la inscripción de ningún título de las firmas que estaban en investigación, o de aquellas que estaban en comunicación con las personas que eran investigadas. Había que dar una explicación que no existía tal comunicación. Enseguida se negaron los señores Herrera Vegas a firmar, ya que sabían que era amigo de algunos del anterior gobierno. Fueron en vano mis explicaciones que aquellas relaciones siempre habían sido de carácter privado, jamás comercial. Sólo la incansable paciencia de Rossetti logró llevarlos a firmar. En el tiempo que medió hasta su firma, puede decirse que no me había expresado en forma muy amable sobre ellos. Que sus madres me lo perdonen.

Antes de la mencionada revolución, aquellos señores más de una vez me habían envidiado por tal amistad. Y los millones que habían ganado por medio de F.I.N.C.A., no eran turbados por ninguna clase de sombras por la amistad de gente del gobierno. “Nonx olet”, se dice desde hace varios siglos. Situaciones increíbles. Siempre tengo que volver a decirlo: Dios preserve a nuestro país de más revoluciones libertadoras.

En aquellos días mi auto fue manchado varias veces con bombas de alquitrán. Las instalaciones de la Finca F.I.N.C.A. fueron dañadas. Era la obra del pueblo.

En aquel tiempo hablé con el subsecretario de Finanzas, doctor Verrier. Me quejé sobre la conducta del Banco Hipotecario. Me habló durante una hora y me explicó que no estaba en sus manos hacer nada. Que me dirigiera al actual vicepresidente del Banco Hipotecario Nacional, Lagos. Allí fui con Parra y le explicamos nuestros problemas. La respuesta fue sólo una mirada, con la que no dijo nada. Fue tan así, que luego, a la salida, Parra y yo no sabíamos si reír o llorar. El muchachito había ascendido en poco tiempo de dactilógrafo poco rendidor a vicepresidente. ¡Qué situaciones! ¡Pobre país…!

Una audiencia que me da que pensar

Cierto día apareció en mi despacho el héroe nacional Bradley. Me comunicó que había sido nombrado nuevo presidente del Banco Hipotecario Nacional un tal Rawson Paz, íntimo amigo suyo. Bueno, aquella sí que era una buena noticia. Enseguida le pedí a Bradley que me consiguiera una audiencia con el nuevo presidente. Un día y otro me prometía que la audiencia tendría lugar “mañana”… Pero siempre se postergaba. Entretanto, el banco nos devolvió solicitudes da crédito que ya habían sido aceptadas. Porque “las cuñas se acabaron…”. Así explicaban su actitud los orgullosos libertadores. ¿Qué le iba a hacer?

Personalmente traté de conseguir una audiencia con Rawson Paz. El 28 de diciembre de 1955 le entregué un escrito y el 3 de enero de 1956 me recibió el “joven príncipe” después de tres horas de espera. La audiencia merece ser relatada en sus detalles.

Como dije, después de tres horas de espera, pude entrar en el “santuario”. Sin una palabra de disculpa por parte del presidente por haberse hecho esperar tres horas. Nada. Un saludo fríamente corto. Le pregunte si conocía la Ciudad Jardín. No, pero había oído de ella. Le pregunté si había leído mi escrito del 28 de diciembre de 1955. En aquel escrito había dado expresión, a grandes rasgos, de lo que necesitábamos. Según mi opinión, lo hice en forma perfectamente correcta y cortés, tratando de hacerle entender por qué pedía para F.I.N.C.A. algo así como un tratamiento especial. Después de todo, llevábamos tras de nosotros la mejor obra en la Argentina con respecto a la construcción de la casa propia. Y con orgullo podíamos afirmar que ninguna firma había logrado lo que F.I.N.C.A. logró en el curso de los últimos diez años transcurridos. Quizá cometí el error de mencionar, como medio de comparación, en aquel escrito los varios barrios semi-terminados, aquellos barrios que habían surgido por la propia dirección e iniciativa del Banco Hipotecario Nacional. Mis palabras al respecto no pedían ser portadoras de elogios y aquello debe haberlo tocado en forma especial. En mi presencia empezó a leer el escrito. Cuando llegó aproximadamente a la cuarta hoja, tiró el cuadernillo a un costado. Me miró. No dijo una sola palabra. En el momento no se me ocurrió nada mejor que expresar:

-Largo, ¿no?

En forma cortante me contestó:

-Largo y atrevido.

Enseguida le dije que hacía 25 años que vivía en el país, Que hablaba bien el castellano y que verdaderamente no encontraba ningún párrafo de mi escrito que podría ser calificado de

“atrevido”. Pero si aquella era su opinión, le pedía mil veces disculpas. Mi intención era pedirle algo. Así que verdaderamente en ningún momento se me hubiera ocurrido ponerlo en mal ánimo por medio de un escrito atrevido. Ni me escuchó. Se levantó violentamente gritando:

-¡Este es un nido de coimeros! ¡Aquí todos han coimeado, ustedes también…!

Contrariamente al agitado revolucionario, me levanté más tranquilo y le explique lo siguiente:

-Después de tales acusaciones debo pedirle que me cite enseguida nombres y fechas. De otra manera, no me queda otro remedio que tomarle por un miserable calumniador.

Aquellas palabras, dichas tranquilamente pero con toda seriedad, tuvieron un efecto insólito. De golpe se tranquilizó el señor presidente y me explicó:

-Perdóneme, se me fue la lengua. Me alegra mucho lo que usted me dice.

Y aquí queda en duda qué fue lo que le alegró: que yo negara ser un coimero o que lo tratara de calumniador.

-Muy bien -continuó-, volvamos a fojas uno…

Conversamos algunos minutos más ,y me explicó que en aquel momento no podía leer mi escrito, pero que me lo contestaría punto por punto, también por escrito. Su respuesta consistió en que, pocos días después, me mandó de vuelta el original. Después que nos habíamos despedido en forma “bastante” cortés, volví a F.I.N.C.A. ya con aquella idea fija: «Con esta gente ya no conseguiremos más nada que favorezca a la Ciudad Jardín». En el señor Rawson Paz había reconocido a un orador de un grupo impregnado de odio. En aquel tiempo gobernaban el país y veían en nuestra obra, únicamente que había surgido en la época de Perón. Aquello bastaba para dejarnos de lado, pero nunca se dieron cuenta de que bajo Perón no recibimos ninguna ayuda sino solamente chicaneos y dificultades. Creo que en capítulos anteriores lo expliqué suficientemente.

No. Con esta gente no había nada que hacer. Era la triste realidad. La justeza de mi opinión se demostró más adelante. Después de la revolución libertadora, el Banco Hipotecario Nacional no acepó más ni una solicitud de crédito referente a la Ciudad Jardín. Los pagos que se efectuaron en el año 1956 fueron a razón de créditos aceptados anteriormente. Desde los tiempos de Rawson Paz así como los de su sucesor Romanelli, vimos del Banco Hipotecario Nacional únicamente odio, enemistad, persecución y calumnia. Eran obra diaria de nuestros enemigos de siempre: Guillot, Cepeda, Lagos, Spangenberg, etcétera. La causa de esta enemistad puede ser sólo una. Pero es difícil de demostrar. Además, sobrepasa los límites de este escrito.

Primera etapa terminada: 3.407 casas, 15.331 habitantes

Principios de 1956. Resolví dar por terminada la primera etapa con las construcciones que tuvieron financiación antes de la revolución libertadora. Con sumo orgullo podíamos comprobar que hasta el 31 de mayo de 1956 -es decir, en 12 años- habíamos construido 3.407 casas que servían de alojamiento a 15.331 habitantes. Y todo lo habíamos logrado sin ningún apoyo del gobierno. Siempre que el continuo chicaneo quiera ser visto como apoyo. Por otra parte, no hacían más que acrecentar nuestro empeño.

Una hermosa Ciudad Jardín con 15.331 habitantes en 3.407 casas y todo la que corresponde había surgido de la nada en 12 años. Que alguno nos imite. Hasta el momento, no nos lo demostró nadie.

La fechoría maestra del Banco Hipotecario Nacional

En junio de 1956 emprendí un viaje a Europa por un año y medio. Durante mi ausencia fueron vendidos 434 departamentos, los llamados Mekudos. Aquella fue una transacción para la cual mi amigo Parra logró mi consentimiento recién después de haberme negado varias veces.

Naturalmente la constructora COA se puso a la obra con “empeño F.I.N.C.A.”. En poco estaba terminado el hormigón armado de las casas de departamentos. Aquello había sido financiado con las señas de los compradores y con los aproximadamente 13 millones que puso COA. El Banco Hipotecario previamente había dado la solemne promesa de que daría una hipoteca sobre su vivienda a los compradores. Naturalmente, ninguno de aquellos compradores pertenecientes a la clase media estaba en condiciones de financiar por sí solo la edificación.

A fines de 1956, estando en Viena, recibí la noticia de Mario Wernicke de que el Banco pedía la escrituración de los terrenos a cada uno de los consorcios. Si no, no seguiría su curso la

correspondiente solicitud de crédito. Nuestros 434 compradores representaban en total 34 consorcios. El pedido de escrituración partió del banco, porque en aquel entonces se formaban en el país gran una cantidad de consorcios en forma comercialmente bastante poco sólida.

Generalmente no significaban otra cosa que carteles sobre determinados terrenos. Por medio de los mismos, alguna desconocida empresa de construcción buscaba compradores para emprender con sus señas algún imposible negocio. Los pobres compradores que confiaban su dinero a aquellos aventureros generalmente lo perdieron. Aparentemente, era lo que quería impedir el banco, mientras que pedía que los terrenos estuvieran en posesión de los solicitantes de crédito. Con ello debían obtener crédito únicamente aquellos consorcios en los cuales también parecía posible la empresa de la construcción. Mario Wernicke solicitaba de mí el consentimiento para la escrituración de los terrenos a nombre de cada uno de los consorcios. Primero me asusté y dije que no. Conocía de sobra la irresponsabilidad de aquel banco y sabía lo que podía contarse con sus promesas. Pero Wernicke y Parra insistieron. Acepté. Quizá del hermoso viaje había vuelto optimista. Había visto y admirado la surgente Europa, Verdaderamente, no podía imaginar todo lo que iba a suceder en nuestra querida Argentina en el futuro más próximo. De todos modos, los terrenos fueron escriturados.

De 34 consorcios, de 14 familias cada uno, 4 no estuvieron en condiciones de escriturar. Habían gastado todas las señas pagadas y le faltaba el dinero para los gastos de escrituración, honorarios de escribano, etcétera. Los otros 30 consiguieron el dinero a costa de grandes sacrificios. Y así aproximadamente 378 padres de familia aparecieron ante los escribanos y las correspondientes escrituras fueron firmadas. Con ello, los terrenos habían pasado a pertenecer a los consorcios.

Sabíamos perfectamente que muy pocos de los consorcios en todo el país que habían solicitado préstamo al banco estaban en condiciones de poder cumplir con las condiciones después de la escrituración. Así era nuestra más intima convicción que nuestros pedidos, los de nuestros consorcios pasarían a ocupar los primeros lugares y el pago de los préstamos sucedería en el tiempo más cortos. Ese fue el motivo por el cual di mi consentimiento para la escrituración.

Con todas fuerzas se siguió construyendo para poder terminar cuanto antes las tan necesitadas viviendas. Pero el Banco Hipotecario Nacional hizo su fechoría maestra y se rodeó de absoluto silencio. No se habló más de los préstamos proyectados. Dejemos de lado las engañosas promesas y consolaciones. En los primeros meses de 1957, COA, que se encargaba de la edificación de los Mekudos, no podía dar un paso más: la edificación se suspendió.

Como demostración del no cumplimiento de la palabra del Banco Hipotecario Nacional y como vergüenza para nuestra querida Ciudad Jardín, hoy en día hay 20 bloques de edificios a medio terminar, los cuales no puede decirse que contribuyen al embellecimiento de la Ciudad Jardín. Es un monumento a la irresponsabilidad y a la incapacidad de los directores del Banco Hipotecario Nacional. El camino que lleva hacia ellos, las malas lenguas lo llaman “Paseo de los Esqueletos”. Un modesto homenaje al Banco Hipotecario Nacional.

A pesar de ello, por parte del gobierno siempre se le vuelve a confiar a aquel banco nuevos proyectos para la edificación de la vivienda. Hasta el momento, el banco fracasó en todo lo que emprendió. Ese aparato está tan gastado y tan corrompido y tan incapaz de acción que solo resta una solución: liquidar y no pensar más en eso. Este banco no estuvo jamás en condiciones de establecer la diferencia entre el sincero comerciante y el sinvergüenza. Quizá tampoco lo quiso y aquella es la causa más profunda de su fracaso. Se me dirá, quizá: «Pero sí construye varios miles de casas de emergencia». A eso replico que el sistema de trabajo de aquel banco es tan irracional, que aquellas casas costarán el triple de lo que hubieran costado

levantadas por una firma decente. La actuación del Banco Hipotecario Nacional contribuyó a que ninguna firma seria se aventure ya a construir una Ciudad Jardín. En lugar de ello, aquellos inconscientes construyen por su cuenta, generalmente allí y así quedan sus obras durante años a medio terminar. Se pudren, se roban sus instalaciones y la pérdida de intereses por el capital invertido es enorme. Bueno, basta con esta comedia de desquiciados, mejor dicho, tragedia.

Hace rato que el pueblo de la Argentina dio su fallo sobre aquel establecimiento.

Epílogo

Como ya dije, la primera etapa de la Ciudad Jardín la vimos terminada el 31 de mayo de 1956. Y aquella fue su gran suerte. Bajo los nuevos señores, le fue puesto a su futuro desarrollo barreras infranqueables.

Una gran corona de 3.704 chalets con techos rojos y todo lo necesario para una vida moderna y confortable rodea a los terrenos que quedan libres todavía. Sobre ellos habíamos resuelto, antes de la revolución libertadora, erigir casas de departamentos. Las casas particulares ya nadie puede pagarlas.

No sé si me será concedido poder escribir dentro de algunos años la historia de la construcción de la segunda etapa de la Ciudad Jardín. No lo sé. Pero sé que lo haría con muchísimas ganas… Bueno, de ello nadie puede dudar.

Si hoy vemos la Ciudad Jardín en todo su esplendor ante nuestros ojos, si ella suscita la admiración de todos, alguien se preguntará cuáles fueron los factores principales de su éxito. La respuesta es sumamente simple: todos los muchachos de F.I.N.C.A. dieron el 100 % de sus fuerzas para la obra. Vivían y dormían con el pensamiento en Lomas del Palomar. Lo triste es que aquellas fuerzas debieron ser empleadas de la siguiente manera: 10 % de trabajo productivo, 90 % de lucha contra las autoridades, especialmente contra el Banco Hipotecario Nacional. ¡Qué hubiera sido de nuestra Ciudad de haber podido repartir nuestras fuerzas en sentido inverso, es decir, si hubiéramos podido emplear el 90 % de nuestras fuerzas en trabajo productivo!

Todo lo que hay en la Ciudad Jardín en materia de organizaciones sociales, no ha costado ni un centavo de subvención a la administración nacional o a ningún otro. Todo lo puso

F.I.N.C.A. por sus propios medios. Y nuestra única recompensa fueron ocasionales elogios en pocos discursos de algunos funcionarios públicos. Los aparatos subalternos procuraban, por venganza por el elogio de sus superiores, doble chicaneo y dilatadas dificultades. Era una burocracia enloquecida que, en nuestro caso, festejaba verdaderas orgías. Muchas veces estuvo a punto de quitarnos el ánimo de trabajo; en eso, el pesado aparato del Banco Hipotecario Nacional jugaba el papel más importante.

Como ya dije anteriormente, el aparato de control de los bancos nacionales sólo lleva en sí, la idea de que el solicitante del préstamo puede ser un bandido. Por ese motivo imponen condiciones que un sincero comerciante no puede cumplir. En cambio, el bandido logra de cualquier manera engañar al banco, a pesar de toda la viveza y las medidas de seguridad.

Otro serio impedimento para quien quiere llegar al fin de una obra, es la arrogancia de ciertos funcionarios estatales y bancarios. Se creen por encima de todos, cuando poseen la autoridad y el dinero. Y así tratan también a los pobres mortales.

Así llego al final de este escrito. Con melancolía, pero con orgullosa melancolía. Pienso en aquel tiempo en que entregábamos una casa a su feliz dueño cada 12 horas, 16 minutos, día y

noche, domingos y feriados incluidos. Era una época en que el cuadro de la Ciudad Jardín se transformaba, semana tras semana.

Y F.I.N.C.A. podía mostrar de lo que era capaz.


Notas del editor:

Traducción del alemán: Adelaida Zeyen – Viena – 1961 Digitalización: Jorge Barale

Revisión y ajustes de la digitalización: Julio César Parissi y Raúl Jorge Carreira

(1): F.I.N.C.A., siglas de “Financiera, Inmobiliaria, Nacional Construcciones y Anexos” (2): Bajo el tilo.