Erich Kleiber

Erich Kleiber, un criollo lindo

Colaboración Silvia Glocer


5 de agosto de 1890 – Viena, Austria

27 de enero de 1956 – Buenos Aires, Argentina


Erich Kleiber era el Generalmusik-direktor de la Berliner Staatsoper, cuando en 1926 visitó por primera vez Argentina para dirigir una serie de conciertos sinfónicos en el Teatro Colón. Así fue que llegó al puerto de Buenos Aires, el 20 de agosto a bordo del buque de bandera italiana Giulio Cesare. El 14 de septiembre dirigió dos fragmentos de Parsifal de Richard Wagner y Un Réquiem Alemán de Brahms, en castellano, pero con “auténticas anotaciones vienesas durante el ensayo”, como dirá el mismo Kleiber. En referencia a este concierto el crítico del diario La Prensa escribió en aquel entonces:

Erich Kleiber, lució una vez más, sus notables dotes, que tantos admiradores le han granjeado. Sus versiones de “Preludio” y “Encantamiento del Viernes Santo”, del “Parsifal” de Wagner, fueron muy personales, aunque algo faltas de misticismo, sobre todo el segundo fragmento, que resultó un tanto amoroso; por lo visto –acaso por razones étnicas– el sentimiento cristiano, del que tan hondamente está impregnado “Parsifal”, no se aviene al temperamento de este director.

Como hicieron los nazis años más tarde al incorporarlo –erróneamente- al listado de músicos judíos, el dueño de estas palabras calificó al director Kleiber como un no cristiano, según se trasluce en su escrito.

Luego de esta primera visita a Buenos Aires, Kleiber volvió a Alemania dejando en este escenario –además de Parsifal– la novedad de la Cuarta Sinfonía de Gustav Mahler, y la Sexta Sinfonía de Ludwig van Beethoven, entre otras tantas obras. Se llevó en su corazón, la sonoridad del tango, que lo cautivó en el abrazo de la danza, y en su valija, un contrato para varios conciertos para regresar al año siguiente a nuestro máximo coliseo. En la temporada de 1927, de nuevo en Buenos Aires, Kleiber dedicó parte de los conciertos sinfónicos a conmemorar los cien años de la muerte de Ludwig van Beethoven, y se escuchó por primera vez en esta sala, el ciclo integral de sus sinfonías y la Misa Solemnis.

1952 – Foto dedicada al Director General del Teatro Colón, Cirilo Grassi-Díaz

Además, en Buenos Aires, Kleiber encontró el amor: Ruth Goodrich una mujer norte-americana de origen esloveno que trabajaba en la Embajada de Estados Unidos. Ella estaba de visita en un ensayo en el Colón con un amigo alemán. Esa misma noche cenaron todos juntos en el Club Alemán y muy poco tiempo después se casaron en Berlín.

Pero todo se ensombreció. En los años treinta, Berlín ya no era posible para Kleiber. Como para tantos otros, día a día todo se puso más complejo. En noviembre del 34, mientras dirigía la Suite Lulú, alguien gritó desde el anonimato de la sala “Heil, Mozart”. Kleiber, tranquilo y con un dejo de ironía le respondió que estaba equivocado, que en realidad, la obra era de Alban Berg. La música dodecafónica ya no era una opción en el mundo nazi. Ni otras vanguardias artísticas, ni el music hall, ni el jazz, ni los judíos, ni los comunistas, ni los oponentes al régimen. En el siguiente enero, Kleiber realizó sus últimas funciones en la Staatsoper y se despidió de Berlín con Tannhäuser.

Erich Kleiber con la Orquesta Estable del Teatro Colón.
Archivo Orquesta Estable del Teatro Colón.

Otros escenarios europeos lo cobijaron por un tiempo hasta que en 1939 se estableció –por varios años– en forma permanente en Buenos Aires. Kleiber, adoptó la ciudadanía argentina y trabajó en el Teatro Colón hasta algunos años después de finalizada la Guerra. Su hijo Carlos –nacido en Berlín– comenzó en estas tierras el recorrido por la música que lo condujo a convertirse en un gran director de orquesta. 

El violinista Carlos Pessina, amigo de Erich, padrino de su hijo Carlos e integrante de la orquesta del Teatro Colón durante treinta años, cuenta en la biografía que escribió John Russel sobre Kleiber, que este músico “tenía un sentido del estilo que era realmente milagroso y que se manifestaba tanto en los valses de Johann Strauss o en las Danzas Eslavas de Dvorák”. Pessina recuerda que en un ensayo lo conmovió tanto su forma de dirigir el número “La Campera” –que es el tercer movimiento del poema sinfónico Escenas argentinas compuesta por Carlos López Buchardo–, que le gritó “criollo lindo”. Kleiber le pidió explicación a semejante exclamación, a la que Pessina le dijo que “criollo” significa “hijo del país”. Según Pessina, ningún músico había captado con tanta perfección la esencia de esta obra argentina. El día que Mozart hubiera cumplido 200 años, Kleiber murió en Suiza. Una placa en el Colón lo recuerda con una frase que repetía con frecuencia: “La rutina y la improvisación son los dos enemigos mortales del arte”.