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              Sus primeros años transcurren en Lindau, sobre el Bodensee o lago de
           Constanza. De padre médico y con un tío paterno que llegó a ser prelado
           de la casa de Baviera y preceptor de las princesas Isabella, Elvira y Clara,
           Ruez se muestra orgulloso de sus ancestros. Mientras estudia medicina en
           la Universidad de Múnich, se alista en el ejército bávaro y reviste allí hasta
           1906. En 1907 contrae matrimonio con Zdenka Marischka, perteneciente a
           una familia acomodada de origen checo y germanohablante. De esta unión
           nacen cuatro hijos, los dos primeros en Alemania y los restantes en la Ar-
           gentina (Familienchronik ms.: 226 y 234).
              Al estallar la Primera Guerra Mundial, Ruez se ofrece como voluntario,
           revistando como médico en las trincheras del frente occidental. Participa
           en las batallas del Somme, Champagne, Alta Alsacia y los Vosgos, sor-
           teando graves peligros como los bombardeos que destruyen su hospital
           de campaña, la explosión de una bomba que le causa conmoción cere-
           bral y una fuerte crisis nerviosa. Las varias condecoraciones que recibe
           no esconden, sin embargo, las tensiones con sus superiores (ibid.: 254-
           254). Desde el frente toma cuerpo una imagen de Alemania donde hay
           “hambruna entre los pobres” y “los ricos están bien”. El desconcierto y
           la profunda desazón moral que lo invade son apenas matizados por una
           protesta de patriotismo (“Que no se crea que no tengo ninguna convicción
           patriótica. No, amo a mi patria de todo corazón”) (ibid.: 175). En este es-
           tado de ánimo, Ruez ensaya una fuerte crítica a la calamidad de la guerra
           y a sus responsables.
                 La matanza llega a su quinto año y con la misma fuerza sigue cayen-
                 do sobre la gimiente humanidad el destello del relámpago de sangre.
                 Nos fuimos cansando de la guerra, nuestros oponentes están can-
                 sados de la guerra y, sin embargo, la codicia de Inglaterra y Estados
                 Unidos sigue incitando a la matanza. Hace mucho que desapare-
                 ció el alegre y honesto combate que fortalece las virtudes viriles. El
                 asesinato con veneno y gases ha ocupado su lugar. Francia envía
                 a todos los salvajes del mundo contra Alemania para proteger a la
                 “civilización”. Realmente hace falta una imperiosa abnegación para
                 tratar como a un igual a un oponente tal, cuando cae herido en nues-
                 tras manos. (Ibid.: 171) 2
           Ruez no sale de su estupor al constatar que Francia, cuna de la civiliza-
           ción, alista a “salvajes” (tropas coloniales africanas) para enfrentar a los
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           soldados europeos blancos. Peores que las máquinas y los gases  que
           2    La traducción de este y los siguientes pasajes de la Crónica fueron realizadas por
           Regula Rohland y revisadas por Laura Carugati. A ambas, vaya nuestro agradecimiento.
           3    Por primera vez en una guerra, el coraje y el honor del soldado nada podían contra las
           nuevas máquinas de matar; vivir o morir era cuestión de azar y ni la “camaradería entre
           soldados” ni la obediencia jerárquica podían disipar el sinsentido y el aislamiento. Esta
           experiencia fue ampliamente retratada en el arte y en la literatura. En la Alemania de Wei-
           mar se destacan las novelas de Ernst Jünger en el cuadrante nacionalista, y las de Erich
           Maria Remarque de tono pacifista. También Walter Benjamin vio en la guerra otra vuelta
           de tuerca en el proceso de “destrucción de la experiencia” genuina, con sus consecuen-
           cias alienantes. Ver, por ejemplo, Woods (1996).
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