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LUIS FERNANDO RUEZ: EXILIO POLÍTICO, SACRIFICIO INTERRUMPIDO  19



               siembran muertos en las trincheras y arrancan de cuajo el ideal bélico del
               “alegre y honesto combate que fortalece las virtudes viriles”, son esas
               cargas con bayoneta calada de senegaleses y marroquíes “franceses”
               contra  las  posiciones alemanas.  ¡Hay  que  esforzarse  para  tratar  como
               a un “igual”, es decir como a un “hombre”, a un herido de piel negra!,
               acota con toda ingenuidad Ruez, revelando de un contundente golpe la
               Weltanschauung colonialista y racista que hasta entonces permanecía en
               penumbra. En contraste con esta fuerza agresiva y fuera de lugar, la lucha
               de los soldados civilizados y blancos entre sí se le habría aparecido como
               más legítima, de no haber sido conducida tras bambalinas por la voraci-
               dad capitalista.
                     ¿Y todo esto por qué? Me opuse de todo corazón contra la eviden-
                     cia: es el gran capital alemán contra el angloamericano lo que está
                     intentando aniquilarse recíprocamente. La avidez de dinero y celo
                     por el oro han llevado a que estalle esta guerra, la más terrible de
                     todas. El ansia por el dinero hace que esta guerra continúe y se ex-
                     tienda hasta el hartazgo. Solamente los judíos, de nuestro lado y del
                     otro, han ganado esta guerra. (Id.)
               Tras incluir al “gran capital alemán” en la categoría de los codiciosos, Ruez
               completa el desplazamiento de la culpa hacia lo que se le presenta como
               una entidad supranacional, una quinta columna omnipresente y todopo-
               derosa: los judíos. La animadversión hacia este colectivo ya aparece re-
               gistrada en un comentario sobre Rusia en el que se los describe como los
               incitadores de la guerra civil, es decir, la revolución soviética.
                     El armisticio y las negociaciones por la paz con Rusia muestran esto.
                     Rusia, un noble ejemplo de la justicia de Dios. Rusia, que invocó la
                     guerra con mano perversa, o que no la impidió, aunque hubiera podi-
                     do hacerlo a última hora. Está destrozada en cuerpo y alma, destro-
                     zada hasta los cimientos, dilacerada por guerras civiles alimentadas
                     por judíos, arruinada a los pies del vencedor alemán, estremecida
                     pero no quebrada. (Ibid.: 164)
               En Alemania los judíos son mostrados medrando con la usura y exhibiendo
               sus riquezas ante un honesto pueblo trabajador.

                     Muchas esposas de carniceros, muchas judías mugrientas, que
                     se contagiaron de piojos en Polonia hace medio año, están hoy
                     adornadas de artículos de oro que se empeñaron en la casa de
                     préstamo. Soborno, avidez de dinero, el más grotesco dispendio…
                     (Ibid.: 175)
               Las expresiones del autor (y, como veremos enseguida, también sus ac-
               ciones) lo sitúan claramente entre los tantos propagandistas del mito de la
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