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22 RESEÑAS: ADRIANA ORTEA
(p. 181), proceso complejo del que forman parte tanto los recuerdos como
los olvidos y silencios. El pasado en Pueblo Liebig está marcado a fuego,
tanto en las presencias físicas como en los vacíos territoriales o ruinas fa-
briles. Existe un valor “memorial” de aquellos tiempos del trabajo –espacio
temporal y territorial traumático como lugar “desaparecido”– donde las me-
morias constituyen el “insumo básico de una historia para contar” (p. 223).
”La Manga” (cap. 9) era un ancho corredor de tablones por donde el
ganado marchaba a la playa de matanza y, para la autora, es una de las
“marcas territoriales”, vectores de memorias. Es un espacio de disputas:
¿dividía o une?. Antes frontera, hoy es un lugar de encuentro junto al monu-
mento de la Lata de Corned Beef. “Saltar la Manga” (p. 237) es una hermo-
sa metáfora del hábitat pueblerino. Para los niños, como patio de juegos,
era “saltearse las prohibiciones”. Para otros, como símbolo de trepar, pasar
a vivir del otro lado era un ascenso laboral y social. Y algunos, aprendieron
inglés o golf para alcanzar la “meta deseada” de distinción.
La primera acción patrimonial a poco de llegar el “nuevo dueño” en
1987, fue el rescate de los libros de la Biblioteca y aunque sus protagonis-
tas no lo vieran así, fue un reclamo genuino por la herencia: “los libros son
nuestros, el edificio no” (p. 270). La cita de la carta del Director al repre-
sentante legal es una gran demostración de derecho colectivo. La próxima
resistencia a desaparecer la movilizó la directora de la escuela, quien invo-
lucró alumnos y familias al rescate de historias y fotografías. Éstas salieron
del ámbito privado al público y construyeron colectivamente un “álbum de
familias”. Lamentablemente, esta web que ofrecía un espacio de comuni-
cación y un patrimonio comunitario se cerró en 2010, y nadie reclamó por
la “privatización del bien común”.
El trabajo de campo de Alba González partió de una “memoria enla-
tada”, sin fisuras y sin conflictos, hasta descubrir un escenario en dispu-
ta donde la hipótesis de gran familia incluía a los que vivían en el pueblo
pero no a todos los trabajadores fabriles. Esta búsqueda y descubrimiento
permite confirmar que la construcción del pueblo industrial constituye un
“modelo urbano y social y una política con la intención de generar un senti-
miento de pertenencia a una especial comunidad industrial” (Lupano 2009:
299). La riqueza sociológica del libro radica en el análisis y reflexión sobre
aquel “hábitat jerarquizado” que supo construir un “nosotros” en torno al
trabajo de la fábrica; y el actual, vivido como un “hábitat transversal” –a 40
años del fin del trabajo– no encuentra un objetivo colectivo.
La investigación se completa con un anexo I: “Corpus de fuentes” con-
formado por documentos de la Liebig’s, oficiales e Instituciones locales;
publicaciones de periódicos; libros de viajeros, ex trabajadores y testimo-
niales, literatura y repositorios de imágenes. Un anexo II con el plano del
pueblo declarado Bien de Interés Nacional (decreto 634/2017) por la Comi-
sión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos y una extendida lista de
referencias bibliográficas.
Adriana Ortea