Page 24 -
P. 24

22                    RESEÑAS: ADRIANA ORTEA



           (p. 181), proceso complejo del que forman parte tanto los recuerdos como
           los olvidos y silencios. El pasado en Pueblo Liebig está marcado a fuego,
           tanto en las presencias físicas como en los vacíos territoriales o ruinas fa-
           briles. Existe un valor “memorial” de aquellos tiempos del trabajo –espacio
           temporal y territorial traumático como lugar “desaparecido”– donde las me-
           morias constituyen el “insumo básico de una historia para contar” (p. 223).
              ”La Manga” (cap. 9) era un ancho corredor de tablones por donde el
           ganado marchaba a la playa de matanza y, para la autora, es una de las
           “marcas territoriales”, vectores de memorias. Es un espacio de disputas:
           ¿dividía o une?. Antes frontera, hoy es un lugar de encuentro junto al monu-
           mento de la Lata de Corned Beef. “Saltar la Manga” (p. 237) es una hermo-
           sa metáfora del hábitat pueblerino. Para los niños, como patio de juegos,
           era “saltearse las prohibiciones”. Para otros, como símbolo de trepar, pasar
           a vivir del otro lado era un ascenso laboral y social. Y algunos, aprendieron
           inglés o golf para alcanzar la “meta deseada” de distinción.
              La primera acción patrimonial a poco de llegar el “nuevo dueño” en
           1987, fue el rescate de los libros de la Biblioteca y aunque sus protagonis-
           tas no lo vieran así, fue un reclamo genuino por la herencia: “los libros son
           nuestros, el edificio no” (p. 270). La cita de la carta del Director al repre-
           sentante legal es una gran demostración de derecho colectivo. La próxima
           resistencia a desaparecer la movilizó la directora de la escuela, quien invo-
           lucró alumnos y familias al rescate de historias y fotografías. Éstas salieron
           del ámbito privado al público y construyeron colectivamente un “álbum de
           familias”. Lamentablemente, esta web que ofrecía un espacio de comuni-
           cación y un patrimonio comunitario se cerró en 2010, y nadie reclamó por
           la “privatización del bien común”.
              El trabajo de campo de Alba González partió de una “memoria enla-
           tada”, sin fisuras y sin conflictos, hasta descubrir un escenario en dispu-
           ta donde la hipótesis de gran familia incluía a los que vivían en el pueblo
           pero no a todos los trabajadores fabriles. Esta búsqueda y descubrimiento
           permite confirmar que la construcción del pueblo industrial constituye un
           “modelo urbano y social y una política con la intención de generar un senti-
           miento de pertenencia a una especial comunidad industrial” (Lupano 2009:
           299). La riqueza sociológica del libro radica en el análisis y reflexión sobre
           aquel “hábitat jerarquizado” que supo construir un “nosotros” en torno al
           trabajo de la fábrica; y el actual, vivido como un “hábitat transversal” –a 40
           años del fin del trabajo– no encuentra un objetivo colectivo.
              La investigación se completa con un anexo I: “Corpus de fuentes” con-
           formado por documentos de la Liebig’s, oficiales e Instituciones locales;
           publicaciones de periódicos; libros de viajeros, ex trabajadores y testimo-
           niales, literatura y repositorios de imágenes. Un anexo II con el plano del
           pueblo declarado Bien de Interés Nacional (decreto 634/2017) por la Comi-
           sión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos y una extendida lista de
           referencias bibliográficas.

                                                               Adriana Ortea
   19   20   21   22   23   24   25   26   27   28   29