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TOON MAES, ¿EL PINTOR DE LA SUIZA ARGENTINA? 67
En 1991 Esteban Buch, hoy destacado musicólogo e historiador de
la música, radicado desde hace muchos años en París y profesor de la
EHESS, publicó un libro pequeño pero trascendente: El pintor de la Suiza
argentina. Ese libro –que hoy se reedita– tuvo una única tirada de 1000
ejemplares en la editorial Sudamericana, fi nanciada por 97 amigos y un
subsidio del Municipio de la ciudad de San Carlos de Bariloche.
Nacido en Buenos Aires en 1963, Esteban vivió desde niño en la ciudad
de Bariloche, donde tuvo una temprana y destacada actividad como perio-
dista y crítico cultural para el diario Rio Negro.
Bariloche es un lugar con bellezas naturales que signaron su desti-
no como parque nacional, destino turístico, sede de deportes invernales,
encuentros musicales y –sobre todo– la imposición de una marcada im-
pronta cultural y estética europea (alpina) en su arquitectura, sus culti-
vos y tradiciones a lo largo de más de un siglo. “La Suiza argentina” fue,
además (y por todas esas razones) uno de los destinos preferidos por
los nazis refugiados en la Argentina tras su derrota en la Segunda Guerra
Mundial. Uno de ellos, Erich Priebke, responsable de la masacre de las
Fosas Ardeatinas de Roma en 1944, fue encontrado y extraditado para su
juzgamiento en 1995 a partir de su mención en el libro de Buch. Era, hasta
entonces, un destacado miembro de la comunidad alemana de Bariloche
y director de un colegio secundario. Pero ese no es el asunto principal de
este libro. Su protagonista es Toon Maes, otro refugiado nazi, quien fue
pintor y maestro de pintura de Esteban y numerosos adultos, jóvenes y
niños en Bariloche.
Maes era belga, había empezado una carrera de artista en el clima esté-
tico del expresionismo fl amenco (luego considerado “arte degenerado” por
el nazismo) y adhirió tempranamente a un grupo ultraderechista y antisemita,
el DINASO, fundado por un admirador de Hitler: Joris van Severen. Fue jefe
del servicio de propaganda de la organización DeVlag, que colaboró con la
ocupación nazi responsable del asesinato en los campos de exterminio de
más de 28.000 judíos fl amencos entre 1943 y 1944. Escapó a Alemania antes
de la liberación de Amberes, fue condenado a prisión por el Consejo de Gue-
rra y le fue retirada la nacionalidad belga. Escapó luego a la Argentina y se
radicó en 1952 en Bariloche, donde comenzó una carrera de artista y maes-
tro que tuvo su momento de máxima trascendencia y varias exposiciones en
los años de la última dictadura militar.
El libro de Esteban Buch plantea muchas cuestiones. En primer lugar,
una afectiva: el autor fue testigo, y en cierta medida acompañó el fi nal triste,
miserable y solitario de aquel hombre que no supo cosechar afectos dura-
deros y murió tras una larga agonía solo y abandonado en la ciudad donde
había vivido sus últimos cuarenta años. De hecho, este libro fue posible
porque Esteban recibió el legado del archivo personal y algunos cuadros de
Maes, un cajón de papeles que le pesaban “como un sarcófago”. Es, como
dice Osvaldo Bayer en una carta que envió al autor y se publicó en la con-
tratapa, “un profundo análisis de política y arte, de vida y deshumanización,
está hecho con humildad y duda.”
Pero el libro plantea como asunto central una cuestión ética y estética:
¿es posible que un criminal nazi haga pintura que no sea nazi? Se pregunta: