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EL PINTOR DE LA SUIZA ARGENTINA: LITERATURA DE INVESTIGACIÓN  59



               exposiciones, recortes de diario, fotografías”, un cajón que tiene, práctica-
               mente, “las dimensiones de un ataúd” (Ibid: 54). En este capítulo, el lector
               descubre los vínculos afectivos que unieron al joven periodista y a Anton
               Maes. El pintor le dio ánimos para lanzarse en la crítica de arte e incluso le
               dejó sus discos como legado al enterarse de su interés por la música. El
               narrador se presenta, así, como un discípulo que no fue, alguien que tuvo
               una relación estrecha con Maes, pero que intuyó algo turbio en su persona.
               Tras su muerte y contando con su archivo, el joven periodista asume el
               compromiso de arrojar luz sobre el mito, incluso aunque eso contribuya a
               derribarlo. Por su rol dentro de la comunidad, no cuestionarse sobre su pa-
               sado sería, concluye el narrador, otra manera de validar el pacto de silencio
               que planea sobre Maes. El primer capítulo de la versión de 1991 termina
               explicando que, al escribir la nota necrológica para el diario Rí o Negro, un
               “joven periodista local” –el propio Buch– lamentó la pérdida de un gran
               artista local, pero sobre todo formuló una “lección moral” (Ibid: 56): “él lo
               dio todo por nosotros, y nosotros, brutos nosotros, materialistas nosotros,
               no hemos entendido nada ni valorado nada” (Id.). En efecto, exceptuando
               a unas quince personas, entre las que se contaban el propio narrador en su
               rol de periodista local, y un “(patético) representante municipal” (Id.), nadie
               má s había participado del último adiós al maestro.


               Obra y vida/estética y moral

               Las preguntas que comienzan a esbozarse a partir del segundo capítulo de
               la versión de 1991 acompañan al narrador a través de todo el libro, ya que
               tocan a la aporía entre estética y moral. El narrador se cuestiona así sobre
               la posibilidad de apreciar la obra de un artista sin tener en cuenta su ideo-
               logía o su pasado. Al analizar el estilo de Maes, y sobre todo en el capítulo
               intitulado “Construir una imagen de Bariloche”, el narrador subraya la idea
               del enfrentamiento entre el artista y el medio. El narrador explica que, para
               crear su obra, Maes estableció una lucha violenta que consistió en no de-
               jarse someter por la naturaleza, en no dejarse “atrapar por el paisaje” (Ibid:
               66). Su obra encontró asidero en ese doble rechazo de la tarjeta postal y de
               la fotografía. Es así como las pinturas de Maes captaron el “espíritu” del lu-
               gar sin someterse al medio. En este sentido, sus paisajes daban cuenta de
               una visión única del mundo: “el Bariloche” del artista. Ese enfrentamiento
               evoca múltiples resonancias respecto de la manera en la que los vecinos
               se sometieron a la infl uencia de los infl uyentes exiliados alemanes cuyo
               pasado tal vez intuyeron, pero prefi rieron no cuestionar.
                  Paradójicamente es en la literatura y en la poesía épica donde Buch
               encuentra otra herramienta para colmar los huecos del pasado de Maes y
               empezar a restablecer la verdad. La transcripción y el comentario de va-
               rios poemas compuestos por el pintor hacia 1930 parecen apoyar la hi-
               pótesis del narrador según la cual Maes se proponía reescribir el pasado
               para inscribir su vida dentro de un continuum épico o de un linaje histórico
               que incluía al héroe de la independencia de Holanda, Guillermo de Nassau,
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