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           Príncipe de Orange. Buch señala que no es la nostalgia medievalista la que
           guiaba esos poemas escritos en 1931, sino “el sentimiento religioso como
           potenciador de un proyecto político; un líder demagógico y genial” (Ibid:
           76). El narrador señala incluso ciertos paralelismos entre el poema “Canto
           a la vida” de Maes y el famoso discurso de Leopoldo Lugones pronunciado
           en Lima en 1924, en el que vaticinaba y celebraba: “ha sonado otra vez,
           para bien del mundo, la hora de la espada” (Ibid: 77).
              En la práctica, el fervor político de Maes se encarna en su militancia
           en la DINASO, un grupo de la extrema derecha fl amenca, conducida por
           su líder Joris Van Severen. Se trataba, según Buch, de una especie de SA
           Hitleriana, pero más de élite o menos populista, con un ideal “de nobleza”
           y de genio. Es gracias a su rol activo como jefe de propaganda de esa
           agrupación que Maes colabora con el gobierno de ocupación durante la
           Segunda Guerra mundial (Ibid: 84). Cabe destacar que, en esa jerarquía,
           “solo cinco peldaños” lo separaban de Hitler en la “estructura del poder
           nazi en la Bélgica ocupada” (Ibid: 85). Mientras reconstruye las primeras
           etapas de la militancia política de Maes, el narrador analiza las implican-
           cias artísticas de la colaboración de Maes con el nazismo. Parte de su
           compromiso político implicaba ir en contra de la vanguardia representa-
           da, en la época, por el expresionismo alemán considerado como un “arte
           degenerado” por el nazismo. Contrariamente a estos movimientos, el ex-
           presionismo fl amenco, más conservador, se salvó ya que era considerado
           como “arte sano”. El recorrido biográfi co de esos años termina con la
           pérdida de la nacionalidad belga de Maes a causa de su colaboración con
           el enemigo. Aún más, “en 1946 el Consejo de Guerra lo condena a muer-
           te, por huir de la justicia”. Es a partir de esta condena que Maes emigra
           en 1950 a Argentina con un pasaporte suizo. Como Buch lo explica, este
           exilio no fue un caso aislado, sino que se inscribe dentro de un proyecto
           político de colaboración y recepción de criminales nazis “prófugos de la
           justicia” (Ibid: 91) en la Argentina peronista.
              Aunque el libro se basa en un minucioso trabajo de investigación, el
           narrador de la versión de 1991 formula hipótesis basadas en su interpre-
           tación de ciertos hechos ocurridos hacia el fi nal de la vida de Maes. Por
           ejemplo, al relatar que, durante su vejez se dedicó a enseñarle pintura
           a los presos en una cárcel modelo de Bariloche, el narrador agrega que
           esa fue, tal vez, la forma en la que Maes recuperó “algo propio, [en que]
           ayud[ó] al que podría haber sido” (Ibid: 116). Buch sugiere que esa podría
           haber sido una forma de “salvarse” en el plano moral y de asistir como
           un espectador, a través de la vida de los presos, a un destino que podría
           haber sido el suyo. De la misma manera, el narrador comenta las para-
           dojas de la historia que llevaron a Maes a enamorarse a sus setenta años
           de “Silvia Budnick de Birstein”, una estudiante de pintura judía (Ibid: 130).
           Aunque el misterio en torno al pasado nazi de Maes se mantiene a través
           de todo el libro, el narrador-investigador de 1991 parece buscar una for-
           ma de justicia capaz de aplicarse a aquél que benefi ció del “pacto de si-
           lencio”. Un pacto construido a partir de una estrategia de negación según
           la cual los artistas gozan solo de una “biografía artística” (Ibid: 140). Vol-
           viendo al fi nal de la vida de Maes, el narrador afi rma que su triunfo como
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