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42                 ALWINA PHILIPPI DE KAMMERATH



          pic-nic en una isla frente a Rosario a dos horas de viaje por el Paraná. Era un
          grupo grande y mientras la juventud bailaba, bajé a la orilla del río para nadar
          después de muchos años. A la tarde mientras comíamos algo, mi hijo más
          pequeño Hermann, bajó a la orilla del río a buscar unas botellas de cerveza que
          habíamos dejado allí para que se refrescaran. Augusta y Gietz estaban arriba
          observándolo a Hermann y en un momento dado se desmoronó la tierra en
          donde estaban paradas, cayendo Babette en el hondo canal. Mi pequeña
          Augusta tuvo un ataque de llanto y decía "Babette agua", mientras Hermann,
          asustado, trepaba la barranca en cuatro pies. Cuando me levanté, alcancé a ver
          a Babette que sacaba una mano del agua y volvía a desaparecer. Bajé corriendo
          la barranca y, rogando a Dios que protegiera a mis hijos, me arrojé al agua. Tuve
          que nadar muy hondo y Babette se agarró tan fuerte de mí, que casi no podía
          nadar. Mientras tanto los que se encontraban más alejados, se dieron cuenta
          de lo que pasaba y los hombres nos prestaron ayuda. Así con la protección de
          Dios pude salvar a Babette de morir ahogada. Todo esto sucedió en menos
          tiempo que el que se demora en contarlo. Después cada uno nos dio una prenda
          de vestir, y con algunos ponchos improvisamos polleras, era un verdadero car-
          naval. La noticia del salvamento se esparció rápidamente, y vino mucha gente
          a felicitarme, pues decían que había sido un gran riesgo nadar en esa parte tan
          honda del canal. Así finalizó el pic-nic que había comenzado tan alegre, que-
          dándonos bien grabado en la memoria ese 19 de noviembre, con nuestro pro-
          fundo agradecimiento a Dios.
            Con alegría y en medio del trabajo fue pasando el tiempo, y me di cuenta
          que Gerardo Gietz se enamoraba de Berta. Como era una persona muy buena
          y querida, dejé que todo siguiera su curso. Gerardo había alquilado una quinta
          en Alberdi para que la madre se repusiera, y mientras la familia estuvo ausente,
          venía junto con su hermano Adolfo a tomar el desayuno en casa. Fuimos también
          muchas veces a Alberdi, donde pasamos lindas horas con la familia Gietz.
            Para Pascua fui unos días a Leones. Cuando regresé a la noche, me dijo
          Berta: "El señor Jürgens te espera en la sala". Al entrar me recibió con estas
          palabras: "Ud. sabe, señora de Kammerath, que Gerardo es mi mejor amigo".
          Yo pregunté enseguida: "¿Sucedió algo? Espero que no sea nada grave." Y él
          me contestó: "Vengo en nombre de Gerardo a pedir la mano de su hija." Y yo le
          contesté: "¿Por qué no vino él personalmente?" Me explicó que Gerardo, des-
          pués de hablar con Berta, había decidido esperar hasta tener una posición para
          recién hacer la petición formal y como Berta había tenido otros admiradores, él
          quería tener la seguridad a través de su mejor amigo.
            Así, para el cumpleaños de ella festejamos el compromiso y comenzamos
          los preparativos para el casamiento. Para ayudar a la joven pareja, les ofrecí que
          vivieran al comienzo con nosotros, y aceptaron encantados.
            Mis queridos amigos el Sr. Kropf y su señora María viajaban con sus hijos a
          Alemania, así que les pedí que llevaran a Augusta y Hermann para que ellos
          también pudieran concurrir a la escuela alemana. Naturalmente que a Berta y
          sus hermanos les dio mucha pena el hecho de  que no pudieran asistir a su
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          81    Ms. om. de
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