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            Destaco que, en mi casa, como en la de todos los amigos de mis padres, se
          seguían desarrollando sus tradiciones, costumbres y cultura. Era obligatorio
          hablar alemán, para que cuando fuésemos a Europa, conociéramos y entendié-
          semos todo allí.
            Aparte de ello señalo que, entre los muchos amigos de mis padres, no hubo
          hasta el nazismo ningún tipo de diferencias, cualquiera fuese la religión que
          profesaran los mismos. Hago notar que esas relaciones entre semejantes de
          diversos credos siguieron, con muchos, por siempre.
            Transcribo lo expuesto respecto al tema de los judíos de habla alemana, radi-
          cados antes del nazismo en la Argentina, por el Dr. José S. Weil, uno de los fun-
          dadores de la AFI y que se publicó en la revista Filantropía (publicación de la AFI):
                  Nosotros, los judíos alemanes que hemos vivido en la Argentina antes
                  de la época nazi, nos consideramos alemanes, al mismo tiempo que
                  sentimos una profunda lealtad hacia la Argentina, nuestra nueva patria.
                  En la mayoría de los casos, pertenecíamos a las instituciones de la
                  comunidad alemana, como por ejemplo las asociaciones mutuales,
                  deportivas  y escolares, el Club  Alemán, etc. Nuestra afiliación al
                  judaísmo y sus instituciones fue de muy variada índole. Algunos eran
                  socios de la Congregación de la calle Libertad, otros de una comuni-
                  dad más ortodoxa, como la hoy llamada "Moldes". Sin embargo, para
                  muchos el compromiso religioso era poco o nada. Quizás les había
                  quedado la conciencia de su origen judío. Muchos demostraron indo-
                  lencia y falta de interés para los asuntos judíos, principalmente provo-
                  cado por su afán de asimilarse.
                  Al llegar los nazis al poder en Alemania, nuestro mundo se desplomó. Los
                  que nos sentíamos unidos a la vieja patria, considerábamos como una
                  gran desgracia o injusticia que un "cabo austríaco cualquiera" lograra
                  dirigir el destino de Alemania, privándonos de nuestros derechos y
                  poniendo en peligro la existencia de nuestros familiares. Olvidado fue lo
                  que nuestros padres habían hecho por el país, por el que ya habían
                  luchado en la guerra de 1870, o perdido su vida en la Primera Guerra
                  Mundial, ni hablar de las magníficas obras con las cuales los judíos ale-
                  manes habían participado en la estructura y el bienestar del país, donde
                  después de centenares de años creyeron haber adquirido el derecho de
                  considerarla como su patria. (Filantropía, abril /mayo 2003: 11)

          Lo que acontecía en Alemania, con el ascenso al poder de Hitler y las terribles
          decisiones que se fueron tomando, en especial contra los judíos allí radicados,
          produjo en el mundo y en nuestro país la inquietud de muchísima gente, pero
          naturalmente más entre los judíos de habla alemana; temían por sus parientes,
          amigos, conciudadanos, que constituían parte importante de sus vidas, su
          pasado, su presente, haciéndoles temer por el futuro de sus allegados y por las
          consecuencias que ello podría traer en su propio porvenir, y la necesidad de
          lograr que las ya víctimas se exiliaran, a la mayor brevedad a donde fuera posible.
            Los residentes en Argentina procuraron traer a sus familiares y amigos al país
          donde vivían, en el cual había paz y concordia.
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