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60 EDUARDO DEVRIENT
aprendizaje con respecto a las actividades bancarias, y esos dos años como
aprendiz no me hubieran servido para nada si no hubiera aprendido un correcto
y fluido francés. /10/ Sin embargo, para mí personalmente aquella época fue de
un valor incalculable. Como el trabajo en el banco no me satisfacía, retomé mis
estudios de dibujo con mucho entusiasmo. A las cinco o seis de la mañana en
verano, antes de mis horas de trabajo en el banco, ya estaba sentado en el lago
dibujando; antes de las dos de la tarde, después del almuerzo, hacía copias en
el Museo de Bellas Artes y en un curso por la tarde dibujaba modelos de yeso.
Era consciente de mi dinamismo, que me ayudó mucho en mi posterior profesión
de agricultor. No conocía el descanso y aprovechaba cada minuto. Por supuesto
me motivaban la bella naturaleza y sus alrededores. Cuando estaba en mi asiento
del banco, no podía dejar de mirar las lejanas montañas nevadas, ni el lago de
color azul claro como el cielo. A la vez seguían creciendo en mí las ansias de
arte, luz, aire y libertad. Gruñía en mi cárcel, aunque no hubiera dado ningún
paso decisivo que hubiese afectado las obligaciones que tenía con respecto a
mi madre. Pero de repente llegó por telegrama la triste e inesperada noticia de
que mi madre había sucumbido a la enfermedad. A pesar de que siempre había
tenido una salud delicada y su estado empeoraba cada vez más, la noticia llegó
inesperadamente y me causó mucho dolor. Viajé a Baden, liquidé la casa por
mi cuenta, llevé a mi hermana Lucy a lo de nuestro tío Otto en Oldemburgo y a
mi hermana Gertrud al Mar del Norte, para que se curaran de cualquier posible
contagio. Obviamente eso fue motivo de crítica por parte de mi tío Otto, que
había sido nombrado tutor. Muchas veces en mi vida me ha perjudicado esta
manera de actuar tan irreflexiva o quizás precipitada, saltando todos los obstá-
culos sin pensar, pero en otras ocasiones me ha beneficiado. Creo que le debo
muchos logros a ese modo de actuar impulsivo. Sea como sea, fue una conse-
cuencia de esta característica mía el hecho de que una vez finalizado /11/ mi
período de aprendizaje, en un corto lapso y sin consultar a nadie, haya decidido
optar por el plan de emigrar a la Argentina con un colega y amigo del banco,
Andreas von Salis-Seewis. Este tal Salis tenía contacto con el cónsul argentino
en Ginebra, don Máximo Fernández , que había comprado las mejores vacas
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lecheras y enviado una selección del mejor personal para su estancia en la
Argentina. Así maduró en mí la idea de abandonar la decisión de ser comerciante
y dedicarme a la agricultura. Si bien de este modo también debía renunciar a mi
adorado arte, por lo menos tendría todo el resto: luz, aire y libertad. Fernández
ya le había prometido a Salis una chacra, de la que nos haríamos cargo juntos.
10 Estanciero argentino (?-1916), véase la historia de su estancia La Matilde en Fernando
Jorge Soto Roland, "Estancia, mansiones y fantasmas: La Estancia Montelen", en https://www.
monografias.com (consultado 1/10/2020). Se trata de uno de los personajes de mayor rele-
vancia en el desarrollo de Devrient, cuyos recuerdos servirán para conocer con más detalle
su actuación. Devrient trabajó como administrador en su estancia y, después de un viaje a
Europa en 1895, como mediero en la estancia Ituzaingó, cerca de San Emilio, zona de Bragado.