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          y Cía., de donde el cónsul Niebuhr era socio. Ese empleo, sin embargo, no podía
          saciar mi sed de aventuras, y pronto seguí a mi amigo Salis a Bragado. El Ferro-
          carril Oeste me llevó a esa pequeña ciudad, donde me recibió mi amigo. Subí a
          un pequeño coche de la estancia, y Salis cabalgó al lado sobre su lobuno, un
          caballo gris oscuro castrado. ¡Cómo envidiaba a aquel hombre que ya poseía un
          caballo! En la fonda de Ferrari nos encontramos con un montón de suizos que,
          siguiendo las tradiciones de su país, dedicaban el domingo a divertirse y habían
          viajado cinco millas en carro o a caballo para cantar y gritar tomando un vaso de
          aguardiente o de vino. Anduvimos por un paisaje monótono, atravesando prade-
          ras y bordeando lagunas donde había flamencos rojos, pero tuvimos que per-
          noctar en la estancia, porque se avecinaba una fuerte tormenta. El mayordomo,
          un suizo en buena situación con un sueldo mensual de 1000 táleros , recibido
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          de técnico agricultor, disfrutó agasajándonos hasta con champán, lo cual nos
          causó una magnífica impresión. Después contó muchas cosas sobre el empren-
          dimiento /16/ de Máximo Fernández. Cuando era cónsul argentino en Ginebra,
          había proyectado llevar toda una colonia suiza a su estancia La Matilde e instalar
          allí una quesería al mejor estilo suizo. Se compraron las mejores vacas lecheras
          de Friburgo, Suiza, y se contrató numeroso personal: queseros, ordeñadores,
          carpinteros y herreros, algunos de ellos casados. Era un gran emprendimiento
          genialmente planeado que hubiese tenido un gran futuro si el capital empleado
          no hubiera sido tan grande y el personal tan caro. El sueldo se pactó en francos
          y como el oro subió tanto (por aquel entonces, a 500 pesos), Fernández se alegró
          de que muchos de los suizos renunciaran al contrato, ilusionados con mejores
          ingresos en otra parte. Después volvieron arrepentidos y aceptaron un sueldo
          mucho menor. Las dos razas de ganado importadas, la Simmental y la suiza,
          tampoco podían competir con la mestiza Shorthorn-Durham. Recuerdo que unas
          espectaculares vaquillonas con manchas blancas y negras se vendían a 30 pesos
          por cabeza: tan poco querida era la raza que tanto se asemejaba a las manadas
          criollas corrientes. Además, la ganancia era demasiado escasa a pesar de que
          cada vaca daba entre 20 y 30 litros de leche. Pero los animales eran pocos y por
          ende era poca la leche como para que la venta del queso, ya de por sí dificultosa,
          cubriera los gastos. Así fue como solo una pequeña parte de ese gran campo
          estaba bien aprovechada, y Fernández necesitaba arrendatarios que sembraran
          y le pagaran con la mitad de la cosecha. Fernández ponía a disposición todas
          las herramientas y caballos de tiro, y también adelantaba el dinero para su ali-
          mentación y para los peones.
            Fue así que yo ingresé como socio en una de esas chacras. Mi desconoci-
          miento en materia de emprendimientos agrícolas hizo /17/ que al principio solo
          pudiera trabajar como cocinero, contador y criador de gallinas. El intento de que
          me tomaran como vaquero fracasó, porque yo no era capaz de distinguir un
          buey  de una vaca, y menos aún los bueyes propios de los ajenos, y porque
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          llevaba al corral cualquier animal que encontraba en las extensas praderas para


          21    Antigua moneda alemana.
          22    Devrient siempre habla de "Ochs" en alemán, que traducido es buey. De hecho, en muchos
          casos se refiere a novillo. En la presente traducción se distingue según el contexto. Aquí, se
          trata de animales de tiro, o sea, de bueyes, usados como en Europa.
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