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SETENTA AÑOS. RECUERDOS. PARTE II 61
II
Pequeño intermezzo. Ocurrió en Neuchâtel, alrededor del año 1889. Como yo tenía
una tendencia artística, solían invitarme a ciertas pensiones, donde además de
cama, comida y bebida, se ofrecía a los pensionistas alimento espiritual en forma
de obras de teatro, veladas musicales, etc. Allí conocí a una interesante rubia de
Cincinnati, Sophie von B. Tenía un cabello ondulado muy lindo y como escritora
fue objeto de mi admiración. Se mantenía económicamente escribiendo breves y
muy sentidas historias inventadas para el suplemento cultural de un diario de Cin-
cinnati. Aunque era unos años mayor que yo, o quizás precisamente por eso, no
tenía ningún reparo en aceptar con aire altanero mis atenciones. El poco inglés
que hablo se lo debo a sus lecciones. En todos los paseos o encuentros me hacía
aprender sin descanso su idioma y no es su culpa que yo no domine el inglés.
Su vida era una novela. Joven e inexperta, casada con un hombre al que la
noche de bodas sus amigos arrastraron borracho a la cama, huyó esa misma
noche a la casa de sus padres y pidió el divorcio. Su sentir místico y romántico
la acercó a la iglesia católica, en la que su espíritu libre encontró, a través del
esplendor de los colores, el canto y el incienso, mucha más satisfacción espiri-
tual que la que le proporcionaba el frío y racional rito del culto protestante. Es
difícil de entender, y sin embargo característico de ese temperamento, que dos
almas tan distintas pudieran convivir en ella contrastando tanto. Es que pasó
algo muy peculiar: el joven sacerdote se sintió atraído por ella y ella por él, hasta
tal punto que él dejó el sacerdocio y comenzó una nueva vida con ella, que lo
animó a estudiar medicina. Nació un niño fruto de esa relación. Pero después
ella tomó conciencia de que no se entendían tan bien como para compartir el
resto de sus vidas. Según me explicó, él no era un ser humano de la vida real y
era incapaz de conseguir un empleo. Ella provenía de una rica familia y era prima
directa de la madre de su futuro yerno. El mundo es un pañuelo.
Mi amiga me procuró el único éxito literario, haciendo publicar una pequeña
novela en el diario de Cincinnati. Me llegaron los honorarios estando en la primera
chacra, donde aquella noticia de la civilización fue recibida con alegría.
Un día estaba sentado en una piedra de una calle rural muy polvorienta. Llegó
un break procedente del castillo de Montmollin, donde iba un señor con som-
brero de paja, una dama y varios alegres niños. Yo dibujaba como poseso. El
hombre se bajó, miró mis dibujos y le dijo a la dama: "Regarde voir comme c'est
bien fait" . Y después, dirigiéndose a mí: "Je suis le docteur de Montmollin et
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voici ma femme". Me /13/ presenté y después de un corto diálogo me dijo: "Eh
bien, faites-nous le plaisir de passer une dimanche avec nous. La vous pourrez
dessiner un peu plus commodement". Los Montmollin son una de las familias
aristocráticas que en otra época invitaron al rey de Prusia a Neuchâtel y quisie-
ron reconocerlo como duque de Neuchâtel. De alguna manera los Hohenzollern
eran herederos de Neuchâtel. Sin embargo, el rey no podía imponerse al
ambiente republicano reinante y abandonó la aventura. Los hijos de estas fami-
lias, empero, hicieron su servicio en los regimientos de élite de Berlín y fueron
11 "Mira qué bien hecho está esto". – "Soy el doctor de Montmollin y ésta es mi señora". –
"Bueno, háganos el favor de pasar un domingo en casa. Allá podrá dibujar con algo más de
comodidad".