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SETENTA AÑOS. RECUERDOS. PARTE III 65
ponerlo al yugo. Conmigo la bancarrota estaba asegurada. Pero yo tenía buena
voluntad y poco a poco aprendí a enyugar a los bueyes, a ponerme los taman-
gos en los pies y caminaba orgulloso con la picana al lado del arado tirado por
seis bueyes. Guapo, Gaucho, Corneta, etc. se llamaban los bueyes con los
cuales lentamente me iba amigando, y con el tiempo su estiércol verde y blando
dejó de darme tanto asco.
Por cierto, una sociedad de cinco jóvenes no podía dar una buena ganancia
para cada uno, así que Salis y yo nos separamos de los otros y nos instalamos
en otra chacra, donde sembramos mucho trigo y maíz. La cosecha no fue del
todo mala, pero cuando hice las cuentas con Máximo Fernández, teníamos 3000
pesos de deuda. Los reproches iban y venían e incluso algún puño golpeó la
mesa, así que me decidí a buscar suerte por mi cuenta, retiré el pequeño capi-
tal de 700 pesos que había puesto en un principio y dejé plantado a mi amigo
Salis con la deuda. Pero todos estaban contentos con mi partida, porque no
tenían en gran estima mi capacidad de trabajo y tampoco era muy apreciado
que les siguiera el rastro a los gastos y controlara las cuentas.
¿Pero adónde dirigirme ahora? Escuché que en una gran estancia, Los Tol-
dos , buscaban colonos. Ensillé a mi Zorro grande y flaco, tomé como caballo
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de tiro a un fuerte malacara y cabalgué todo el día a través de San Emilio hacia
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Los Toldos y de ahí todavía cinco millas al oeste. Al anochecer llegué a la estan-
cia y me sorprendió /18/ que me recibiera muy cordialmente un mayordomo
alemán, que me permitió cenar en su mesa familiar. Como yo no tenía familia, o
sea una esposa, no se me podía confiar una chacra. Al mayordomo volvería a
verlo más adelante. Era el cuñado del señor Riedel. Una vez me lo encontré en
Bolívar cuando compraba ovejas. Sin embargo, ese anochecer en el círculo fami-
liar alemán me quedó grabado para siempre en la memoria. Fue muy marcado
el contraste de los dos años de vida austera, y por el momento mis perspectivas
eran muy poco prometedoras. Fue una vida dura la que llevé en la chacra, sin
comodidades ni diversiones. Enyugar, domar y buscar bueyes de la pradera a
las tres de la mañana, donde los dejábamos moverse libremente para que pas-
taran con ganas; después calentar el mate, despertar a los peones y supervisar-
los y, encima, 3000 pesos de deuda. Eran pocas las perspectivas de llegar a
sentarme alguna vez a una mesa bien servida, rodeado de una excelente ama
de casa y alegres niños. De estos primeros años recuerdo también un episodio
que podría haber terminado muy mal para mí. Cuando Salis y yo estábamos
organizando la nueva chacra, un colono nos ofreció herramientas y bueyes. Fer-
nández nos hizo acompañar por uno de sus criollos de confianza y así pudimos
comprar todo el inventario de forma ventajosa, pero debíamos pagarlo en el lugar
y llevárnoslo, porque el hombre quería irse sin pagar sus deudas. Justo en el
momento en que me agacho para agarrar la orejera con la que se pueden frenar
las reses, los animales se espantan y se escapan arrastrando consigo la máquina
guadañadora. Estoy frente a la cuchilla, me caigo y los dientes que se encuentran
frente a la cuchilla me golpean las pantorrillas y después la espalda. Después de
23 Los Toldos, poco más tarde una estación ferroviaria y colonia, fundada en en campos de
Máximo Fernández 1892 por Electo Urquizo.
24 San Emilio fue otra estación y pueblo fundado en 1892 allí.