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68 EDUARDO DEVRIENT
gobernar. Los radicales hicieron un levantamiento en Bragado, tomaron de noche
la comisaría, mataron al comisario y a algunos de los agentes. Como se temía que
M. Fernández fuera a reconquistar Bragado junto a sus suizos (porque los suizos
también defendían al gobierno en Santa Fe), fuimos despertados a golpe de culata
en la puerta y tuvimos que permitir que revisaran todo en busca de armas. Puesto
que en La Matilde nadie había pensado en un levantamiento, solo se llevaron
presos a los hijos, Pepe y Raúl, pero los liberaron enseguida.
Al poco tiempo fueron las elecciones y me mandaron que llevara a Bragado
a todas las personas que votaban. Llegué allí con setenta personas y me puse a
disposición del líder de los vacunos. Era Carlos Costa, el hermano del goberna-
dor de Buenos Aires. Todos estaban armados, hacían guardia en los techos por
posibles enfrentamientos. El líder de los radicales, Aparicio Islas , le preguntó a
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su gente quién era yo y dio la orden: "A este alemán me lo limpian primero". Eso
me lo contó después un peón. De repente hubo tiros y llegó a paso ligero una
sección militar para poner orden. /23/ Arriba, en la torre de la iglesia, veía a los
policías preparando sus armas. Luego se supo que algunos gauchos habían
tirado tiros al portón del comité del partido contrario para evitar las elecciones.
Intercedió el comisario, que también iba armado, y logró evitar un enfrentamiento,
pero igualmente al día siguiente se encontraron los líderes de ambos partidos en
la estación de tren. Hubo trifulca y todos disparaban con sus revólveres. Resul-
tado: Carlos Costa muerto, el hermano de Islas muerto y Aparicio Islas herido.
Para ese entonces yo ya había regresado con mi gente. En esa oportunidad
conocí también a Antonio Cambaceres, uno de los descendientes del Camba-
ceres que fue cónsul en tiempos de Napoleón. Tenía una casa en Bragado, donde
me alojé durante las elecciones. Carlos Costa había estudiado en Heidelberg,
hablaba algo de alemán y me había invitado a cazar avestruces en su estancia.
Al final se fue a cazar al otro mundo, pero sin mí y con una bala en la cabeza.
Para explicar el proceso de las elecciones, tengo que agregar que cada partido
tenía su comité con su escritorio, donde los partidarios se deleitaban con asado
con cuero, mate y vino hasta que les tocaba el turno de votar. Siempre votaban seis
hombres de un comité y después seis del contrario. La mesa de elecciones con la
urna se encontraba frente a la iglesia. A las cuatro en punto finalizaba la votación.
Por tanto, cuando a la gente de un partido se le impedía votar por algún motivo, el
partido estaba en desventaja. Todos los electores traían una cédula que era revisada
por los jefes de mesa antes de emitir su voto. Conseguían hacer votar a los muertos
o a gente que ya no vivía en el distrito, y me indignaba escuchar cómo instruían a
las personas en el comité, acerca de cómo se llamaban o cuántos años tenían. Era
gente que no tenía papeleta. Estaba claro que eso todo el tiempo era motivo de
pelea o discusión, /24/ y el partido que iba perdiendo trataba de evitar las eleccio-
nes con disturbios o violencia. Todavía en tiempos de H. Irigoyen, hace pocos años,
en un pueblo cordobés los radicales se llevaron las urnas. Así se sigue haciendo
hoy en día , y, aunque parezca increíble, el gobierno de turno espera poder influir
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28 En ese entonces, el primer intendente de facto de Bragado, más tarde electo diputado
provincial. El autor presenció ese momento histórico de Bragado.
29 El texto se escribió en 1939, estamos aquí ante una de las prolepsis que integran el tiempo
de la narración con lo narrado.