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32 LILA BUJALDÓN DE ESTEVES
Figura 1: La biblioteca actual del ILSE con
un retrato de Mauricio Nirenstein
cas, evidentemente el perfil requerido para ser profesor en Filosofía y Letras se
condecía, no con una especialización refrendada por publicaciones propias, sino
con la capacidad oratoria, el conocimiento de las lenguas vivas, la versación en
letras y la frecuente procedencia de los estudios de leyes, perfil que él, junto con
el resto del plantel docente, encarnaba en aquellos años fundacionales.
La precariedad de esos primeros tiempos salta a la vista por la escasez de
libros que los estudiantes debían buscar en distantes y múltiples bibliotecas,
situación que seguramente no era la de los profesores como Nirenstein, quien
debió conformar a lo largo de su vida una valiosa biblioteca, marcada por la
universalidad de su contenido. Así como era considerado un políglota y se movía
entre varias literaturas europeas, sus anaqueles debieron reflejarlo. Para ello las
librerías comerciales de Buenos Aires habían adquirido una importancia tal
desde fines del siglo XIX para difundir ideas y movimientos europeos que ningún
centro de habla hispánica lograba equipararlas (Arrieta: 177).
Estos primeros profesores universitarios enseñaron también en colegios
secundarios como el Nacional de Buenos Aires, el Bernardino Rivadavia y el
Instituto Libre de Segunda Enseñanza, en el caso de Nirenstein idioma alemán
por largos años. El manejo del idioma alemán, sumado a su carácter de secre-
tario de la universidad y el papel preponderante en la Asociación Hebraica, le
valieron la designación de anfitrión porteño de Albert Einstein durante su visita
a nuestro país en 1925 (Bujaldon 2005: 85).