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RECUERDOS DE MI NIÑEZ Y JUVENTUD 23
Estas palabras me causaron una gran impresión. Esto pude comprobarlo
muy pronto, cuando nuestra vivienda estuvo lista en Giessen. Cuando mi madre
ordenaba en la casa, por ejemplo: "Coloque este sofá contra esa pared", mi
padrastro decía: "No, póngalo allá", lo que hizo que yo me indignara y le dijera
furiosa: "Los muebles son de mi madre"; mi padrastro me echó una mirada
furiosa y abandonó la casa dando un portazo. Después mi madre pudo arreglar
todo de acuerdo a sus deseos, pero me dijo: "Alwina, no debiste decir eso".
Desde entonces entre mi padrastro y yo hubo siempre una situación tirante,
aunque él hizo todo lo posible para que mejoraran nuestras relaciones. Esto
recién ocurrió cuando nació mi primera hermanita a quien llamábamos Fifi.
Fifi era una criatura muy delicada. Con ella dormía la nodriza en mi habitación.
Yo me dediqué mucho a mi hermanita, todo mi amor era para ella, y Fifi estaba
muy apegada a mí. Al poco tiempo renunció mi padrastro a la cátedra que tenía
en la Universidad, ya que quería dedicarse por entero a escribir el libro sobre
Carlos V. Con este motivo viajamos a Stuttgart, donde Lanz tomó una vivienda
amueblada. Yo tenía mi habitación y Fifi dormía conmigo. Cuando Lanz terminó
ahí sus investigaciones, nos mudamos a Múnich. Mientras mi padrastro estu-
diaba la vida del Emperador, mi madre salía conmigo para ver todo lo hermoso
que había en esa ciudad. Me impresionó mucho un enorme monumento, la
Bavaria, en cuyo interior había una escalera de caracol, por la que podía llegarse
a la cabeza de la estatua y ver a través sus ojos una hermosísima vista. Lanz
tuvo que viajar a Innsbruck, y nosotras quedamos mientras tanto en Múnich. De
esta manera pudimos ver muchas cosas lindas como el Walhalla, el Museo de
Bellas Artes, la Pinacoteca, etc. Además, mi madre pudo dedicarse casi ente-
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ramente a mí. Como era muy aficionada a la música, me enseñó un motivo para
piano, sobre el cual yo debía hacer variaciones.
Cuando regresó Lanz, debimos viajar a Viena. En aquel tiempo era un viaje
muy caro y difícil. Tuvimos que viajar parte en diligencia, en coche y en barco. En
esa ciudad tuvimos una vivienda amueblada y naturalmente con un piano. A Lanz,
que debía buscar en los archivos documentos antiguos, se le negó al comienzo
el permiso porque era protestante; recién después, gracias a los buenos oficios
del Archiduque de Hesse-Darmstadt, padre de su amigo el príncipe heredero ,
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se lo concedieron. En la biblioteca conoció a un hijo de una señora de Kuh, que
era muy música, y Lanz le habló de mi madre y de mí. Con este motivo vinieron
la Señora de Kuh y su hijo, que era profesor de música en el Conservatorio de
visita a nuestra casa. Cuando me oyeron tocar el piano, el profesor rogó a mi
madre que me llevara un día determinado al Conservatorio para que tocara ante
los músicos reunidos. Recuerdo que me pusieron de espaldas al piano mientras
un músico tocó un motivo de Beethoven. Luego me sentaron en una silla alta
para que repitiera ese motivo y luego hice variaciones sobre el tema. Luego
tocaron canciones populares y yo debí repetirlas en otro tono. Entre los profeso-
res había gran entusiasmo y pidieron a mi madre que me dejara tomar las lec-
ciones semanales en ese gran Conservatorio, pero Lanz no dio su consentimiento.
22 Ms. om. la
23 Véase la nota 8. La narradora, que se refiere a sucesos que se remontan a su primera
década de vida, podría confundir la situación política y las casas reinantes de Hesse.