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SETENTA AÑOS. RECUERDOS. PARTE VIII 77
Contando esto me adelanté a 1922, vuelvo ahora al año 1900.
La Constancia estaba totalmente lista y alambrada con siete hilos y dividida
en 10 o 12 potreros. Una buena casa nos hacía la vida agradable. Un aljibe nos
proporcionaba buena agua potable, /38/ pero, esa era la desventaja de La Cons-
tancia, a cinco o seis metros de profundidad el agua era salada. Esta desventaja
se hizo notar muy pronto. Diehl compraba en la provincia de Buenos Aires novi-
llos de segunda calidad acostumbrados al agua dulce, para hacerlos engordar
en poco tiempo con alfalfa para el frigorífico. Precio: 55 pesos. Llegaban por
tren hasta Etruria, donde yo los iba a buscar. Los animales se negaban a tomar
el agua salada, a pesar de que les hacía correr agua fresca constantemente. El
3 de enero fue un día muy caluroso, el sol había salido de un color sangriento,
el ganado bramaba de sed y de pronto vi caer a algunos de ellos. Insolación.
Tratamos de salvar a algunos dándoles agua del aljibe, pero de los 300, 60
murieron de sed frente a nosotros. Un cuadro espantoso que me quedó grabado
en la memoria, y más aun sintiéndome responsable y a la vez impotente. Fue el
inglés el que se enteró del asunto y me ofreció una laguna de agua dulce hasta
que pudiera ubicar en algún lado al resto del ganado. Día y noche cavamos en
el norte del campo un pozo en la tosca y conseguimos agua de buena calidad
a cinco metros, pero poca, hasta que más tarde hice cavar nuevamente y luego
con ayuda de un molino extraje suficiente agua. El buen inglés nos había salvado
el resto de los animales. Diehl, que ya había tenido otro campo en Bell Ville y
conocía el tema del agua, había pensado que los animales se iban a acostum-
brar. Y así hubiese sido si los animales hubieran llegado en invierno, ya que
habrían tenido más tiempo. Pero el calor de 42 a 44° a la sombra tiene que haber
sido espantoso para esos animales que ya venían sufriendo sed desde hacía
largo tiempo.
Otra pérdida grande la sufrimos por las garrapatas. La tristeza, en ese enton-
ces, aún no había sido estudiada ni era conocida. Sí se sabía que en el norte
había garrapatas, pero yo, al menos en aquella época, desconocía que en una
sola noche o con solo pasar por un campo de garrapatas se infectaba el
ganado. /39/ Tengo que reconocer que en los diez años en lo de Fernández,
en La Matilde, no tuve oportunidad de adquirir más conocimientos, quizás
porque en esos tiempos todo se manejaba muy primitivamente. Es por eso que
yo no poseía la suficiente experiencia. Pero siempre tuve una firme voluntad y
un gran entusiasmo para administrar campos con alfalfa en otro tipo de zonas,
y Diehl siempre tuvo mucha paciencia para observar cómo yo aprendía. Claro
que aprendía a golpes, que también lo afectaban a él. A través de un corredor,
Julio Barriat, conocí a Emilio Ortiz, que compraba mucho y volvía a vender, y lo
hacía con el dinero que sacaba de los bancos descontándolo de letras con dos
empresas. Este hombre también habría de ponerse de mi lado. Pero la primera
vez la venta era al contado. Compré 200 vacas de primera calidad a 50 pesos,
el ternero sin costo adicional. Eran terneros de hasta seis meses y de alta cali-
dad. Los animales fueron arreados desde San Jorge y debían pasar por los
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41 Al oeste de Santa Fe.