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82                       EDUARDO DEVRIENT



          en el escándalo del banco fui su persona de confianza y lo acompañé a Buenos
          Aires, donde relatamos nuestra situación al presidente del Banco Nación, el
          doctor Iriondo, y solicitamos intermediación. Nos encomendaron un interventor,
          el doctor Luxardo, con el cual, en calidad de director-liquidador, efectué la liqui-
          dación de las propiedades embargadas e incautadas.
            Pero John Benitz falleció de muerte violenta en Los Cocos . Una represa,
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          que él mismo había hecho construir, se quebró ante la fuerte y repentina presión
          de un aluvión de las sierras. Sentados frente a su casa, el agua, las piedras y el
          canto rodado se lo llevaron a él y a sus dos hijas. La señora Benitz estaba un
          poco más lejos, subida a una escalera guardando frascos de conservas. A la
          señora Benitz le parecieron una eternidad los cinco minutos que tardó el agua
          en aquietarse. Cuando logró llegar a la casa principal, solo encontró un desolado
          montón de piedras. También escapó del desastre la hija mayor, que justo había
          sacado un papagayo de ese lugar. /46/ Margarita, la menor, falleció con su padre.
          La otra se salvó, aunque estaba semidesnuda. Las piedras le habían arrancado
          la ropa del cuerpo.
            Fue una gran pérdida para el banco, que nació y murió con Benitz. Por cierto,
          si los bancos no hubieran presionado tanto con las liquidaciones, esa fundación
          tampoco habría perjudicado a nadie. En uno o dos años las propiedades liqui-
          dadas, La Granja, El Transvaal y algunas otras, no habrían dado 110, sino 250
          pesos por hectárea, con lo cual el balance habría sido otro. Obviamente faltaba
          la confianza en el futuro. Cuando van bien las cosas, los bancos buscan dónde
          invertir su dinero; si van mal, pierden la confianza y quieren recuperar sus capi-
          tales, en vez de aguantar un poco en esos momentos y ayudar.
            Tengo que relatar un drástico ejemplo para demostrar a merced de qué tipo
          de accionistas estábamos. Diego Hawes, un inglés muy simpático, divertido y
          aventurero, que había ofrecido más de una fiesta en su chalet cerca del río, nos
          advirtió un día que, considerando las ventajas de las que disfrutábamos en el
          banco y de la cortesía con la que nos trataba Mr. Miller, le debíamos un recono-
          cimiento concreto. Propuso la compra de un automóvil. La propuesta encontró
          aceptación, y todos los directores firmaron y le abonaron la cuota (cada uno
          1000 pesos,10.000 en total). A mí me encomendaron entregar el regalo junto
          con unas palabras.
            Diego Hawes se esfumó poco después. Explicó que iría a visitar a sus padres.
          Pero nunca más volvió de Inglaterra. ¿Cómo iba a regresar? Para comprar el
          auto había pedido el dinero al propio Mr. Miller, aduciendo que los amigos no le
          habían pagado y que le daba vergüenza reclamarles. /47/ A la concesionaria le
          contó lo mismo: que había sido víctima poniéndose a disposición y que acep-
          taran un pagaré suyo hasta que los amigos le pagaran. 10.000 pesos de noso-
          tros, más 10.000 de Miller = 20.000. Con eso se escapó. El mismo día de su
          partida, Miller recibió de su amigo Hawes una caja de espectaculares habanos
          y algo más tarde le llegó la factura, ya que Hawes había realizado la compra a
          nombre de Miller.

          48   John Edward (=Juan Eduardo) Benitz (*1861, Fort Ross, California -+1916, La Cumbre), el
          propietario de la vecina estancia Los Algarrobos (Delius 2018 G 83-85). Delius proporciona
          detalles sobre la familia de procedencia.
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