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          vender, porque me era posible quedarme con suficiente capital después de
          pagar todas las deudas. Eso fue el 10 de septiembre de 1935, y el 10 de sep-
          tiembre de 1936, después de llevar la administración durante ese año, me des-
          pedí de La Constancia, una propiedad a la que había levantado a costa de
          muchas carencias, preocupaciones y esfuerzos. Pero la prima Frieda tenía razón
          cuando me escribió: "Estoy segura de que te fuiste con la cabeza bien en alto".
          Es verdad: había cumplido con todas mis obligaciones.
            El nuevo propietario, Ángel Rodríguez, que Dios lo tenga en su gloria, falleció
          el 11 de agosto de 1937 de una neumonía. Solamente dos años pudo disfrutar
          de su propiedad.
            Tan grande había sido mi confianza en el futuro y en mi crédito, que después
          del viaje por Europa todavía compré dos campos: 8000 hectáreas en Entre Ríos
          a 30 pesos, con una seña de 75.000, y 2000 hectáreas en Punilla a un prome-
          dio de 60 pesos. Y aunque todo eso fueron errores o podrían haberlo sido,
          ayudó a conferir cierta fama a la familia y a aumentar nuestro prestigio. La
          semilla se dispersó ampliamente. Trabajo, ahorro e independencia, así como el
          lema "vivir y dejar vivir" nos habían deparado respeto y amistades. Con ese
          mismo espíritu siguieron actuando hijos y yernos, y espero que continúe siendo
          así para siempre.
            Podría parecer sorprendente que durante tantos años haya podido cumplir
          con mis obligaciones pecuniarias. Durante el tiempo que duró la guerra los
          precios habían subido tanto que nuestras ganancias rayaban lo fantástico. Ter-
          neros de un año se vendían a 100 pesos, novillos de aproximadamente 500
          kilos a 200. /50/ Con dinero que me había ofrecido don Guillermo Bothamley
          para hacer negocios a medias , por ejemplo, pude comprar novillitos a 80
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          pesos, y después de apenas tres meses podían ser vendidos a 190. La lana
          subió a 30 pesos, el trigo, a 20, las vaquillonas pude venderlas a 375 cada una,
          todavía en el año 1920. Obviamente se trataba de pequeños lotes con fines de
          cría. En el año 1922 vino la recesión en el mercado ganadero. Los depósitos
          de los países aliados estaban llenos de carnes congeladas; por el momento no
          se podía pensar en exportar. Lentamente se recuperaron los precios del ganado
          y hubo algunas muy buenas cosechas, y la demanda de maíz, avena, etc. vol-
          vió a darnos la oportunidad de buenos balances. Hasta que a partir de 1930
          hubo una caída tan fuerte de los precios que solamente sobrevivieron la crisis
          aquellos que estaban libres de deudas y por ende no tenían que pagar intereses.
          8% de intereses eran difíciles de reunir. A eso hay que agregar que había un
          gobierno increíblemente incompetente al mando, que no sabía cómo mejorar
          la situación. Recién bajo el gobierno del general Justo se dictaron las leyes que
          pusieron coto al derrumbamiento. En primera instancia, fue de relevancia el
          aplazamiento del pago de todas las deudas contraídas hasta 1936, que luego
          fue prorrogado hasta 1938. Aparte de eso fue importante la baja en el tipo de



          52   No queda del todo claro de qué años se trata. Delius fecha este incidente en 1915: "En su
          libro Devrient, ver La Constancia F22, menciona a su amigo Bothamley como socio a medias
          en un engorde de novillos, negocio que tuvo lugar alrededor de 1915 (G 101). William Richard
          (=Guillermo Ricardo) Bothamley (=Richard William B., 1846, Inglaterra -+1921, Córdoba). Datos
          sobre la familia de él, su mujer, prusiana, Marta Auguste Helene Böhl" (2018: G 112).
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