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16 RESEÑAS: REGULA ROHLAND
con el arado y se sacaba la maleza con fuego. Se establecían por todos
lados pequeñas industrias, destinadas a generar lo necesario para el bien-
estar familiar (pp. 170ss./176ss.).
Los colonos que se fueron asentando en la colonia Puerto Rico proce-
dían mayoritariamente de inmigrados que habían llegado cien años antes al
estado de Santa Catarina, Brasil, proviniendo de una comarca sumamente
pobre y atrasada de Alemania occidental, el Hunsrück. Igual que muchos
otros inmigrados de raigambre germana –los llamados Volksdeutsche pro-
venientes de los Sudetes o del Volga– estos colonos sostenían sus invete-
radas costumbres y el idioma. Su tradición conservadora responde a las
ideas de Sarmiento sobre el efecto deseable de una inmigración europea,
pero en la Argentina del siglo XX chocó con las realidades políticas: desde
fi nes del siglo XIX se había desarrollado un afán de integrar el cuerpo extra-
ño que formaban los inmigrantes, ante todo por su reclusión lingüística. En
vista de esta política nacional la complejidad de la situación lingüística en
Puerto Rico mereció un detenido análisis en el penúltimo capítulo. Para los
colonos se trataba por un lado de la homologación entre ellos, pues ade-
más de los mayoritarios alemanes del Brasil accedían suizos y alemanes re-
cién emigrados. Los grupos de diferentes dialectos convergían en el uso del
alto alemán normalizado (considerado además como socialmente superior).
Por el otro lado debían cumplir con las exigencias de la nueva patria, que
a través de sus instituciones propias, policía, intendencia y ante todo las
escuelas, promovía que los nuevos ciudadanos adoptaran la lengua ofi cial.
Los hijos de alemanes en la Argentina solían perder su idioma en la segun-
da o tercera generación o por lo menos postergarlo frente al castellano.
Pero la integración lingüística progresó luego de que las escuelas alema-
nas fueron cerradas por varios años, a partir de 1942 o 1945, en el curso
de la persecución de actividades antiargentinas (el nazismo que se intentó
combatir). A partir de entonces la educación formal se concentraba en las
escuelas del Estado y ya no en las privadas, fundadas y sostenidas por los
inmigrantes. Solo en la católica Puerto Rico se pudo mantener una escuela
confesional alemana y perpetuar aisladamente los hábitos y la lengua.
La marginación de los indígenas, que no conocían la propiedad privada,
se presenta como un proceso natural al observar su silencioso desplaza-
miento hacia las zonas linderas, propulsadas cada vez más tierra adentro,
reconociendo que es un tema pendiente (pp. 319/325). Pero la falta de re-
lación con ellos se describe como “un verdadero ‘desencuentro’” entre los
indígenas en retirada y los colonos con sus temores ante lo desconocido
(pp. 223/229). En cambio, hay una sufi ciente, aunque no exhaustiva, pre-
sentación del problema de los criollos. Estos participaron en las coloniza-
ciones como representantes del Estado o como mano de obra al servicio
de los colonos. La autora marca que “la población criolla ‘pionera’ quedó
totalmente invisibilizada al no ser compradores de tierras y al tener el rol
de mano de obra de los ‘colonos’” (p. 121/127). Su mentalidad se des-
cribe mediante citas históricas, como consecuencia de la indolencia (pp.
224-28). En esta perspectiva se trata del fenómeno que Sarmiento había
querido desplazar cuando abogaba por una colonización con europeos. La
diversidad cultural se instaló en Misiones, a medida que los hijos y nietos