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              Karl May, Hauff, los cuentos de los hermanos Grimm,
              las leyendas heroícas de Suabia
              o Max y Moritz, esos dos pillos,
              todavía me rondan
              y no se dejan erradicar.

              ¡Bien: por desgracia! A pesar de todo.
              ¿O gracias a Dios?
              ¿Y dónde está pues mi patria?
              La íntima relación de Schopfl ocher con la lengua y la cultura alemanas
           dio un salto cualitativo cuando, a los 60 años, retornó a su lengua materna
           como narrador literario. En su autobiografía Weit von wo (Lejos de algún lu-
           gar), publicado en 2010, describió este momento: “Cuando me di cuenta de
           que a pesar de todos los libros y ensayos escritos en español, seguía arrai-
           gado en el alemán en el mundo de mis sueños, asumí las consecuencias”
           (267). Un producto de esto son los tres tomos de cuentos que se publicaron
           en Alemania: Wie Reb Froike die Welt rettete (1998, Como Reb Froike salvó
           el mundo), Fernes Beben (2003, Temblor lejano) y Spiegel der Welt (2006,
           Espejo del mundo). Algunos de los cuentos son textos que Schopfl ocher
           había escrito originalmente en español y que ahora tradujo al alemán. Ya
           en 2008 Schopfl ocher recibió el Premio de Literatura Jakob Wassermann
           de la ciudad de Fürth para estos libros. En 2010 publicó en Alemania su ya
           mencionada autobiografía, Weit von wo, que obtuvo una recepción extraor-
           dinariamente positiva. Después se publicaron dos novelas más: Verlorene
           Kinder (2013, Los niños perdidos) und Das Komplott zu Lima (El complot en
           Lima) en el otoño de 2015.
              Después de esta excursión sobre el recorrido biográfi co, lingüístico y
           literario tricultural de Roberto, cabe preguntarse de qué modo se puede
           sintetizar temáticamente su producción literaria. Yo me atrevería a decir
           que principalmente se trata de adentrarse en esa hendija de difícil acceso
           que existe más allá de la vida cotidiana. Su colección de relatos, Ventana
           abierta (1983), está precedida por la siguiente cita del poeta Miguel Her-
           nández (1910-1942): “Soy una ventana abierta que escucha / por donde
           va tenebrosa la vida. / Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre
           deja la sombra vencida“ (Ventana abierta 7). Creo que este es un lema
           que se puede aplicar a toda la obra de Roberto. Con esto quiero decir
           que con su literatura parte de la superfi cie de la realidad histórica o de la
           actualidad relativa, pero luego traza puentes hacia los sueños, temores e
           ilusiones de nuestro mundo interior, hacia los peligros ocultos en la vida
           cotidiana, hacia las preguntas sobre la auto-realización, la vida desperdi-
           ciada o los poderes desconocidos a los que estamos expuestos con una
           culpa kafkiana. A esto se suman las poderosas fuerzas de un pasado,
           muchas veces judío, que ha quedado en el olvido. “El pasado tiene un
           sueño ligero”, me dijo Roberto una vez en una de las conversaciones que
           tuvimos. En este contexto, la experiencia de la pérdida de la patria, la
           emigración forzada, el recuerdo de las viejas tradiciones religiosas y las
           identidades culturales desempeñan un papel importante, aunque fi ltrado
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