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HOMENAJE AL ESCRITOR ROBERTO SCHOPFLOCHER: UNA VIDA ENTRE TRES CULTURAS 103
a través de la perspectiva subjetiva de múltiples personajes. La prosa de
Roberto no ofrece respuestas de alto vuelo psicológico, más bien fl ota en-
tre la cotidianidad y la hendija de estos otros mundos. Su estilo narrativo
es sereno y moderado a la vez, un estilo que, como ya dije, tiene rasgos
de Stefan Zweig y Lion Feuchtwanger. Es una serenidad que, citando al
escritor alemán Siegfried Lenz, amigo personal de Roberto: “es necesaria
para detectar la verdad de los hombres. La impasibilidad del narrador
navega en los destinos conmovedores” (ver la solapa de Schopfl ocher,
Fernes Beben). Permítanme ahora mencionar algunos ejemplos de la obra
de Roberto Schopfl ocher.
En su novela Extraños negocios, publicada en 1996, el protagonista
Marcos Silberman crece en una de las comunidades de Hirsch. Se cuenta
entonces que el abuelo de Marcos, profundamente compenetrado con la
Kabbalah, ejerce una gran infl uencia sobre su nieto, lo que se traduce en
una ligera locura, siempre en el límite entre los mundos mencionados. Con
sus “extraños negocios” tiene las mejores intenciones, puesto que busca
hacer feliz a las personas, ya sea por medio de su “Agua de la Felicidad“,
llamada “Euforal“. Esta especie de Don Quijote judío, que cree en el futuro
de la humanidad a pesar de la Guerra Sucia de la dictadura argentina de
mediados de la década del setenta y principios de los ochenta, está desti-
nado a fracasar, pero el aspecto central de la novela es el pasado judío y su
evolución en las comunidades. En la siguiente cita, Burdanek, el narrador,
describe a su propio abuelo, pero, al hacerlo, se refi ere también al Reb
Abraham, el abuelo de Marcos Silberman:
Ha de saberse, que mi abuelo se aferraba al Shuljan Aruj, compendio
que regula la vida de los judíos conforme con la Ley de Moisés, tal
como fue codifi cada por los talmudistas. Como era lógico, contaba
con el apoyo incondicional de nuestro shoijet, mientras que el ge-
rente de la cooperativa integraba un dúo apóstata con el maestro
hebreo. Ninguno de los dos pertenecía al círculo íntimo de los viejos,
y eso no sólo por ser de otra generación. El maestro detestaba la
rigidez de las leyes rabínicas que, según él, estaban asfi xiando las
fuerzas vitales de los judíos, a los que únicamente el retorno a las
fuentes vivas en la vieja-nueva patria podría redimir. Y según el ge-
rente, todas las religiones no eran más que opio para los pueblos.
Recuerdo como los dos instaron a mi abuelo para que diera cumpli-
miento a las leyes de la Torá, lapidando sin más trámite a todas las
adúlteras que conocía. El abuelo de Marcos se abstenía de intervenir
en semejantes disputas. Según supe años más tarde, prefería en-
frascarse en el estudio de Jemdat yamin, e ilustrarse así sobre cómo
seguir una vida conforme con la Cabalá. A decir la verdad: nunca
llegué a comprender los argumentos esgrimidos por los bebedores
de té. Pero sí recuerdo la música de sus voces: la estridencia belico-
sa de mi irritable abuelo y el profundo cántico tranquilizador de Reb
Abraham. (Extraños negocios 20-21)