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DE LAS BIOGRAFÍAS DE UN LIBRO. EL PINTOR DE LA SUIZA ARGENTINA  35



               me el relato del conjunto un “yo-narrador-investigador”, que corresponde
               en verdad a Walsh y a Enriqueta Muñiz; si la versión de esta última inclina
               el texto hacia lo novelesco, como si personajes y acontecimientos debieran
               adaptarse a roles preestablecidos (2019), el relato de Walsh se mantiene
               en tensión permanente entre fi cción y no fi cción. Aunque pueda resultar
               paradójico, porque estos dos escritores se situaron en polos ideológicos
               opuestos en relación con la política argentina (no así respecto del nazismo,
               respecto del cual coincidían, pero sí a partir del Levantamiento de 1956), la
               estética que Walsh intenta explorar se inscribe en la tradición de Jorge Luis
               Borges (1899-1986). Se trata de uno de los ejes que han marcado la historia
               de la literatura argentina: escritores opuestos en el nivel político pero que
               comparten (parcialmente) principios estéticos.
                  Sin duda la alternancia de períodos de dictadura y de democracia favo-
               reció, en las décadas siguientes, el desarrollo de la tendencia establecida
               por Walsh en la literatura. Como lo señala Victoria García, contribuyó tam-
               bién a ello la pérdida de confi anza en la novela en tanto género capaz de
               intervenir en lo real, aunque su rechazo en los años 1960 y 1970 se acom-
               pañara de cierta nostalgia (2012, 2017). Aquello que los circuitos ofi ciales
               de información desfi guraron, ocultaron o callaron a medias durante los
               diferentes regímenes dictatoriales que afectaron al país circuló en forma
               de rumor, en medios clandestinos, en la literatura, donde adoptó diversas
               modalidades: relato testimonial clásico o bajo formas renovadas, relato
               de investigación, es decir bajo una serie de formas que borroneaban las
               fronteras entre  fi cción y géneros no  fi ccionales. Esta experimentación
               estética caracterizó la iniciación literaria de algunos de los más recono-
               cidos escritores argentinos actuales, entre los cuales se cuentan Aníbal
               Jarkowski (1959), Sergio Chejfec (1959-2022), Miguel Vitagliano (1961) y
               Martín Kohan (1967). Nacidos entre el fi nal de los años 1950 y la segunda
               mitad de los 1960, estos escritores comenzaron su carrera publicando
               textos escritos en los últimos años de la década de 1980 y en el comienzo
               de los años 1990, una época marcada por el desencanto que siguió a los
               primeros años de democracia, por la crisis económica y la promulgación
               de las llamadas “leyes de impunidad”: la “Ley de autoamnistía N. 22.924”
               (1983), la “Ley de punto fi nal” (1986) y la “Ley de Obediencia Debida” (1987);
               y un conjunto de diez leyes destinadas a amnistiar a los responsables de
               crímenes realizados bajo la dictadura que habían sido juzgados, emitidas
               entre 1989 y 1990.
                  En este contexto podemos situar también El pintor de la suiza argentina.
               Si el texto de Buch se presenta como una investigación periodística, pero
               que responde a un ejercicio particular de la profesión (volveré sobre ello),
               Rojo amor de Aníbal Jarkowski (Tantalia, 1993), Posdata para las fl ores (Últi-
               mo Reino, 1991) de Miguel Vitagliano, La pérdida de Laura de Martín Kohan
               (Tantalia, 1993) y, desde el punto de vista cronológico y con algunos rasgos
               diferentes, la primera obra de Sergio Chejfec, Lenta biografía (Puntosur, fe-
               chada en 1986, pero publicada en 1990) se presentan abiertamente como


               esa noche doce civiles fueron fusilados en un terreno de José León Suárez, bajo la orden
               del jefe de la policía, Rodolfo Rodríguez Moreno.
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