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DE LAS BIOGRAFÍAS DE UN LIBRO. EL PINTOR DE LA SUIZA ARGENTINA  41



               (1991: 44; 2024: 137-138); el culto del coraje guerrero y sacrifi cial en “Co-
               raje” (1991: 61; 2024: 155); la imagen de la propia muerte luchando por el
               “nuevo país”, el deseo de ser enterrado en su tierra, la afi rmación del valor
               de la sangre más allá de la vida en “SI” (1991: 141; 2024: 234—235) . Por
                                                                          9
               eso uno de los momentos en que las tensiones del libro se ponen en evi-
               dencia con mayor fuerza, es el capítulo dedicado a “La pintura de Maes”.
               Quién es Maes como pintor, y cómo es su pintura, corresponde a su perso-
               nalidad contradictoria; tanto él como su obra son eclécticos, resultado de
               una combinación no siempre armoniosa de varias herencias vanguardistas
               y del carácter sagrado de la representación. Pero también ambos tienen
               un perfume acomodaticio y oportunista, que traduce cierto gusto por la
               posición del artista contestatario, enfant terrible, a la que, según sostiene, ni
               siquiera renunció durante el nazismo: un testigo anónimo cuenta, en efecto,
               que Maes conversaba con Goebbels y disentían. “Maravilloso disenso en el
               consenso.” (1991: 57; 2024: 151), anota el narrador. El artista contestatario
               es, para los artistas que adhirieron a la ideología nazi, la élite dentro de una
               élite política, la aristocracia por excelencia.
                  Pero hay otra dimensión del capítulo “La pintura de Maes” que hoy, en
               2024, resulta particularmente inquietante. En efecto, por un lado, encontra-
               mos una descripción de la representación del cuerpo de las mujeres en su
               pintura (1991: 84, 87-89; 2024: 178; 181-182); en otro momento del libro,
               el enfermero Toledo alude a la tortura como un tema al que Maes se habría
               referido de modo ambiguo, como algo que había visto muy de cerca en la
               Segunda Guerra Mundial (1991: 138; 2024: 232). Para el lector actual, esta
               asociación evoca el personaje de Carlos Wieder de Estrella distante (1996)
               de Roberto Bolaño, poeta vanguardista y torturador del gobierno chileno de
               Pinochet, que presenta algunas de sus obras en una exposición: una serie
               de fotos de cuerpos desmembrados y torturados de mujeres vivas, entre
               las cuales se cuentan las hermanas Verónica y Angélica Garmendia, que
               habían sido sus amigas y compañeras de taller de poesía. Estrella distante
               propone, como es sabido, una lectura de la conexión entre vanguardias
               (históricas y otras) e ideología fascista, que es también uno de los ejes de
               El pintor de la Suiza argentina; de este modo las vanguardias históricas
               son despegadas de una interpretación que hace de ellas un frente progre-
               sista política, estética e ideológicamente. En la imposibilidad de Maes de
               renunciar a la fi guración, se inscribe así un enigmático pasado, que pudo
               estar compuesto en parte de cuerpos mutilados, pilas de cadáveres, y fotos
               trofeo de los soldados nazis durante la segunda guerra mundial. El libro
               recuerda de este modo que la pertenencia a lo humano, para el nazismo, se
               podía localizar en el cuerpo.








               9  En “Historia de un libro sobre los nazis de Bariloche (2024)”, Buch narra también su sen-
               timiento de odio al encontrar, en una crítica del libro de Maes de 1937, el verso “cuando
               la sangre judía corra bajo nuestros cuchillos” (75).
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